¿Por qué hemos de amar a la vida a pesar de todo?

A los que seguimos el movimiento espiritual Odinista el mundo, a veces, nos trae un trasfondo de luces y sombras, detrás del verano viene el invierno y periódicamente la noche regresa al cabo del día. A veces nos preguntamos cual es el mejor camino a seguir cuando las dificultades aprietan y las dudas acucian, nada mejor que pararnos un momento y meditar acerca de ello.

Todo hombre es espíritu en esencia. A sus inicios nuestra experiencia es tan pura e inocente, que el espíritu no está cegado por ninguna idea o concepto. De aquí se embarca a descubrir la vida, aprende ideas y condicionamientos que empiezan a dar forma a su actuar. Se dice que venimos con el “disco duro en blanco” pero eso es falso, estamos preprogramados desde los primeros momentos en el vientre de nuestra madre. Somos el resultado de nuestros padres y anímicamente de nuestro pueblo.

Cuando somos pequeños la sociedad trata de domarnos” de socializarnos” dicen, el sistema representa a los que se disponen a obedecer ciegamente. Son los que sólo escuchan y tienden a arrodillarse y a recibir la carga que esto trae. Totalmente dispuestos a soportar las obligaciones sociales por tratar de entender su lugar en su entorno. Obedecer sin más a los valores que se presentan y se adquieren como creencias y adjudicarse dicho sistema de creencias como propio ya que es la base a la pertenencia en la sociedad. Hay personas que se quedan en este peldaño, pero para algunos hay más. Se abre la oportunidad de una transformación interesante, ya que el espíritu del hombre no puede vivir mucho tiempo de esta manera, si es que añora experimentar mucho más.

Entonces los hijos de Odín tratamos de dar un paso más, subir un escalón vital: No queremos ser bestias de carga utilizados por la sociedad que nos ha visto nacer.

Y como tenemos la suerte de tener muchos Dioses, invocamos a Thor, el arquetipo del Guerrero, del protector, entonces no toleramos que nadie nos toque ni queremos inclinarnos ante nadie para ser humillado—Han pasado los tiempos de los monoteísmos excluyentes—. La lucha de Thor contra nuestros enemigos simboliza por lo tanto al ser humano liberado de las cargas morales y sociales. Representa al rebelde, al que rechaza todos los valores tradicionales y busca nuevas formas más allá del status quo. Su poder se consuma y se agota en el esfuerzo por buscar la contraparte a todo, descubre sus armas y un tipo de poder que desconocía. También reconoce su fuerza y las posibilidades de su independencia para crear su reino.

Aún con una faceta de descubrimiento de sí mismo muy diferente a la etapa anterior, se puede ver que todavía hay mucha resistencia y rigidez, inclusive puede haber violencia. De hecho, puede que no exista la gentileza y no hay una soltura verdadera. Estamos en la fase de liberarnos de nuestras amarras, físicas y espirituales, el poder creador no ha llegado completamente a sí mismo, no ha surgido desde el espacio más puro, donde su propia y verdadera riqueza se encuentra.

Después de esta etapa, el guerrero que ha despertado dentro de nosotros también tiene la necesidad de transformarse, pero ahora en niño. En esta nueva transformación, él tiene que resurgir de una manera muy diferente. Se presenta superar su autosuficiencia y el sistema de creencias adquirido. Esto supone un reto a lo construido, ya que significa vivir libre de prejuicios, aceptación y entendimiento. Parte de una nueva percepción de sí mismo y del mundo. El Odinista no acepta ya la decadente sociedad moribunda en que se encuentra y que quiere arrástralo al abismo.

Y decíamos antes que tenemos la suerte de tener muchos Dioses… claro que sí, porque ahora viene en nuestra ayuda Balder, la representación del bien, la pureza y la luz en estado puro.

Balder es inocente y nos invita a jugar, pero también es creador. Sólo el niño interior consigue la espontaneidad de lo vivo, vive presente y en asombro. Está libre de prejuicios y puede crear nuevos caminos, igual antes no vistos. Se dispone a explorar el Juego de crear, dispuesto y abierto. Se anima a decir sí a la vida, a lo que le rodea y a lo que está por llegar. No analiza ni conceptualiza, se lanza a la aventura y fluye con la vida. Al final, la vida humana sólo tiene dos posibilidades radicales: o cometes la ingenuidad de jugar -y eres como un niño confiado- o desconfías, te dedicas a juegos «serios e importantes» -y te infantilizas-. La vida humana es un juego que sólo se puede ganar si se admite seguir jugando hasta el final; si se mantiene la esperanza de que, más allá del entramado de los vaivenes externos de ella -a menudo amargos o difíciles merece ser amada. Al aceptar así ese don maravilloso, esperando contra toda la evidencia de la finitud, vencemos a la muerte.

Así pues, como queda dicho, el juego supone riesgo, aventura y, por tanto, victoria sobre el peligro, sobre la negación amenazante, con la sensación de poder que ello concede. El poder es triunfo sobre la negatividad. Entonces el Espíritu recordará su naturaleza infinita e indomable. Ya que habrá abrazado los tres peldaños, donde su ego habrá sido trascendido gracias a todas las experiencias que necesitaba para lograrlo.

Somos una sombra divina, donde los Dioses están dentro de nosotros, seamos consciente de ello y amemos a la vida como nos amamos a nosotros mismos.

Odín Vive!

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