Nuestro ser determina nuestra religión.

Lucía

A diferencia de las llamadas religiones universalistas o «del Libro» (cristianismo, judaísmo, islam), cuyas implicaciones en los sistemas sociopolíticos son siempre débiles (de allí que sean fácilmente exportables), las religiones étnicas se caracterizan por su estrecha relación con las instituciones propias de las sociedades que las producen. En este sentido, es posible entender este tipo de religión como el conjunto de ideas subyacentes a formaciones sociopolíticas básicamente «primordiales», en cuanto a su esencia última; en ellas, la dependencia de lo político respecto al fundamento religioso responde a la concepción general del Cosmos como un orden de naturaleza sagrada en el que apenas se deja espacio para lo profano y al que los mismos dioses se hallan subordinados (de ahí su calificación también como «religiones del Cosmos»).

Por tratarse de un componente étnico más, equiparable a cualquier otro rasgo distintivo de un grupo humano culturalmente diferenciado (como la lengua), un sistema religioso étnico es, por definición, un fenómeno localizado e incapaz de expansionarse.

Mientras que la promesa de redención futura hace del cristianismo una doctrina especialmente atractiva para los grupos más desfavorecidos de la sociedad, el paganismo germánico, por el contrario, conecta con mayor eficacia con las personas más capaces, mejor preparadas y con mayor grado de espiritualidad de la sociedad moderna, donde la alienación tienes sus porcentajes más bajos.

Un Dios expresa los aspectos y los modos de acción del poder y no las formas personales de su existencia, por tanto, el antropomorfismo del dios, no más que su individualidad, no debe ilusionar. Tiene, también, límites muy precisos. Un poder divino representa siempre de forma solidaria aspectos cósmicos, sociales, humanos, no disociados todavía. La representación del dios bajo una forma plenamente humana constituye un hecho de simbología religiosa que debe ser situado e interpretado exactamente. El ídolo no es un retrato del dios: los dioses no tienen cuerpo. Ellos son, por esencia, los invisibles, siempre más allá de las formas, a través de las cuales se manifiestan, o mediante las cuales se exteriorizan en el templo.

 

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