Estructuras religiosas en la DEVOTIO

El  CARÁCTER RELIGIOSO DE LA DEVOTIO

p020El termino latino de-votio tiene el significado de “consagrar, dedicar a un dios». Valerio Máximo dice que los devotos celtíberos al servicio de un señor realizaban una consagración de su propia alma. Se trata de un elemento religioso y mágico cuya finalidad era atraer sobre sí el peligro al que estaba expuesto el jefe en la batalla. Este ofrecimiento de una vida para lograr la salvación de otra supone la creencia en una divinidad de la muerte, cuya actuación, si no puede detenerse, es susceptible de ser desviada de manera que su golpe alcance a otro u otros en vez del que al que, sin esta interposición, caería como víctima suya. Es decir, existía la creencia de que se podía desviar la acción de estas potencias infernales estableciendo una relación contractual con ellas para obligarlas a que, en el momento de su intervención, aceptasen el sacrificio de la vida que se les ofrecía a cambio.

El mismo elemento se encuentra presente en la devotio romana, donde la persona que se consagraba ofrecía a los dioses infernales su propia vida y la de los enemigos a cambio de la salvación de los suyos. Los galos tenían creencias similares. César dice que los druidas celebraban sacrificios sustitutorios para salvar a quienes estaban expuestos a los combates o a otros peligros: “pues piensan que si no es ofrendada una vida humana a cambio de otra vida humana, es imposible apaciguar a los dioses inmortales” Se plantea por ello el problema de cuáles eran los nombres de esas divinidades entre los hispanos prerromanos.

Se conocen algunos dioses infernales del área lusitana, como Ataccina o Endovellico, y puede señalarse que en la Península Ibérica existía una vinculación entre el lobo y los dioses infernales y funerarios1 w. A esto se asociaría la costumbre de cubrirse con pieles de lobo, característica de las cofradías guerreras que combaten alrededor de un jefe, como ocurría entre los miembros de los Männerbünde (“Sociedades de hombres”) propios de los indoeuropeos. Estos disfraces animales eran los emblemas de una clase especial de guerreros: los que formaban parte de las bandas de jóvenes solteros unidos por lazos de fidelidad y de camaradería a un jefe que les guiaba en la guerra o en las incursiones depredatorias.

Para Mircea Eliade el comitatus descrito por Tácito tenía indudablemente una dimensión religiosa, pues la promoción del joven anunciaba la culminación de su iniciación militar, mientras que la lealtad absoluta al jefe constituía de hecho un comportamiento religioso que debe situarse en el origen del feudalismo y de las iniciaciones en la caballería medieval”. Este culto era de una naturaleza especial, pues era exclusivo de las familias de los reyes, de los jefes militares y de sus comitivas, círculos cerrados que formaban la clase especial de guerreros de élite vinculados religiosamente a Odín, dios supremo de los germanos y caudillo militar del séquito celeste de los einherjar, los guerreros muertos en combate.

Diferentes textos muestran cómo entre los germanos existían unos guerreros de élite que combatían en vanguardia unidos entre ellos por cadenas, a fin de no romper las filas y correr todos la misma suerte en la batalla. Este tipo de guerreros utilizaban también anillos u otros emblemas externos que los diferenciaban de los demás. Tales anillos simbolizarían su juramento de auto-consagración al dios Odin, pues los juramentos odinicos se realizaban sobre un anillo. Jan de Vries opinaba que «no parece inverosímil el empleo de cadenas. La cadena —tal como señala Françoise Le Roux- es uno de los signos en los que se reconoce una intervención del Otro Mundo”.

Con esta simbología hay que relacionar las torques. A propósito del encontrado en la tumba real de Sutton Hoo (Inglaterra), Jean-Paul Allard dice lo siguiente: «El torque es un objeto de culto Odínico. No lo llevan más que aquellos que han hecho acto de «devoción» hacia el Dios y que se han consagrado personalmente a Él. El voto Odinico implica que se llegue, en caso necesario, hasta el sacrificio supremo, que es el ahorcamiento descrito antes. El torque simboliza de alguna manera el nudo corredizo al que el individuo se ha prometido por deferencia a Odín y para atraerse su protección (Indivithialweihe, según Höfler). Desde el momento de su consagración, el hombre pertenece al señor de las potencias (valdr galga) que puede reclamar en cualquier momento de la existencia el sacrificio que le es debido: no hace con ello más que reclamar con él a los suyos. El torque es por tanto el emblema que señala al héroe Odínico. Es por lo que es considerado como un símbolo de la investidura real, de la sacralidad”

Estos hombres eran combatientes de una clase especial. Se trataba de caudillos o de miembros de la comitiva de algún caudillo consagrados a Wotan. Las cadenas, los anillos y las torques parecen haber representado entre los germanos el lazo de fidelidad más allá de la muerte que los unía a su jefe terrestre, al tiempo que su voluntaria sujeción a Wotan en el Otro Mundo. Eran el símbolo del compromiso que habían adquirido al realizar su juramento de ingreso en el comitatus. ¿Tendrían el mismo significado las torques celtas para los solduríos? Al describir el atuendo de los hispanos Varrón se refirió a sus insignibus Martis torquae aureae, lo que prueba que eran un emblema de su dios de la guerra. En las esculturas de guerreros galaicos se constata que el torque era un adorno característico de los caudillos y guerreros de la aristocracia. Según Floro, los galos cisalpinos ofrecían un torque a Marte antes de las batallas.

Este dios de la guerra céltico tenía notables paralelos con los sombríos dioses de las ataduras mágicas de otros indoeuropeos (son los dioses de los Männerbünde): La oscura tropa de los einherjar que escolta a Odín ha sido comparada con el conejo que Luciano de Samosata describió encadenado al dios Ogmios. Marte celta que fue identificado con Heracles por ser un campeón vigoroso armado de maza o martillo y cubierto con la piel de una fiera.

El texto de Luciano nos da un indicio sobre la probable identificación de las áureas torques del Marte celta con las ataduras de su séquito, que son “cadenitas de oro y de ámbar que se asemejan a bellísimos collares». El sobrenombre de este dios -Ogmios en la Galia y Ogme en Irlanda- procedería del griego ogmos («línea, fila, camino”) y permite considerar al dios como un general que conduce a sus tropas (Ogmios también puede relacionarse con el griego hegémon, «guía, general”). Françoise Le Roux ha estudiado cómo en los textos irlandeses Ogme, al tiempo que es representado como un hercúleo campeón guerrero, es también un sombrío caudillo vestido de negro que conduce a una pequeña tropa de muchachos encadenados a él. Pues el dios de la guerra es el conductor y el modelo de los hombres jóvenes. Ha recogido también una serie de textos en los que se puede ver cómo entre los celtas había una clase especial de guerreros de primera línea que combatían encadenados para imitar al dios que los dirigía.

Considera esta autora que el encadenamiento alrededor del dios mago y guerrero simbolizaba la fidelidad de su séquito, cuya proyección en la sociedad céltica lo encuentra precisamente en los soldurios que se consagraban a un jefe y juraban no sobrevivirle en la batalla. Ogmios es además un dios psicopompo, el jefe de los muertos: en la estela galo-romana de Nickcnich (Musco de Bonn) se le ve conduciendo a los muertos al Más Allá sujetos con una cadena y con camisas de fuerza que los inmovilizan. Tanto en la tradición céltica como en la germánica, la cadena es el símbolo del ultramundo al que se auto consagraban los comités y los soldura.

En la Península Ibérica tuvo que existir un dios de este tipo que ligaba a los devotos por un culto especial a la muerte relacionado con los séquitos de los caudillos. El dios Ocnioroco, mencionado en un ara de la ciudad celtibera de Arcóbriga (Monreal de Ariza, Zaragoza), pudiera emparentarse con Ogmios. Entre los galaicos y los lusitanos hay abundantes testimonios sobre una deidad de las cofradías guerreras llamada Bandua (de la raíz, indoeuropea *bhend»atar, ligar» y “grupo, banda, pandilla», lo que indica claramente que era uno de estos dioses indoeuropeos que se servían de lazos mágicos para «atar» a los enemigos y dejarlos a merced de los devotos de sus cofradías, combatientes que practicaban esta misma magia guerrera transformándose mediante el furor en fieras salvajes”. Según veremos, hay otros testimonios de la existencia en la España prerromana de un dios de la guerra con atributos propios del Wotan germánico, del Varuna ario o del Ogmios galo, vinculado como ellos a las cofradías guerreras.

Cuando los hispanos veían traicionado un pacto o un juramento -que para ellos tenían un carácter sagrado- invocaban a los dioses testigos del mismo a fin de que se vengasen de los infractores; para ello recitaban una fórmula mágica cuya finalidad era obligar a los dioses a intervenir contra los traidores. Sobre este punto hay que recordar que el mencionado Ogme es precisamente el “padre de los ogams” (athair ogaim), la escritura que sirve para atar mágicamente y para garantizar la duración de los ensalmos, encantamientos, interdicciones y maldiciones en cuanto que todos ellos quedan fijados por medio de la escritura. En las tablillas de execración de Bregenz (Austria) y de Rom (Deux-Sévres) se le pide al dios Ogmios que “ate» y haga sufrir a las personas contra las que se le invoca.

En un capítulo de su obra dedicado a la fidelidad personal entre los indoeuropeos. Emile Benveniste trató del origen de la palabra germánica Treue (“fidelidad») en la raíz indoeuropea *dreu-, que tiene tanto el sentido de “fuerte, resistente, duro, fiel» como de “árbol», pues el árbol es en todo el ámbito indoeuropeo un símbolo de fuerza, especialmente el roble (cf. el latín robur «roble» y el adjetivo derivado robustas, “robusto, sólido»). El nombre germánico del roble es drûs, relacionado aparentemente con la mencionada raíz. De ella derivan los términos germánicos •drauhti- («compañía, soldado») y *drauhtino-(“jefe, señor”). Con esta raíz pudiera estar emparentado el nombre prerromano de sol-durii. Que por los pueblos entre los que aparece seria céltico. En cualquier caso, al margen de esta hipotética identificación, Nicolás Damasceno afirmó que el término “soldurios», a los que él llama solidurias, es palabra gala, es decir, celta, y que significa “ligados por un voto” Pudiera relacionarse también con el latino sodalis («compañero”) y sodalitas («camaradería»). Según Haudry, soll(o)-duryos “todo resistente” es indoeuropeo precelta.

Un árbol que estaba asociado al dios mago y guerrero Ogme era el tejo, pues los textos irlandeses se refieren a que los ogam se grababan con fines mágicos sobre ramas de tejo. El escudo del héroe irlandés Fionn fue realizado con la madera de un tejo que brotó del agujero donde cayó el venenoso ojo de Balor. El gigante de los malignos Fomoré abatidos por el dios Lug. Durante la confección de este escudo murieron nueve hombres a causa de los vapores que soltaban las raíces. Era un arma intocable en la batalla, pues, como señala Blanca García Fernández-Albalat, Fionn, que era el jefe de la cofradía guerrera de los Fianna, se servía de armas mágicas y practicaba un tipo de guerra iniciática. Como el sombrío dios al que imitaba: Ogme.

Resulta de todo lo anterior que existía una vinculación entre el dios celta de las ataduras y de las bandas iniciáticas con el árbol del tejo. No carecería por ello de sentido religioso o mítico el que los devotos cántabros se sirviesen del tejo para cumplir su compromiso con el dios infernal. Dada la obligación moral y religiosa de suicidarse que encerraba el pacto de la devotio para los soldurios, si su señor caía en la batalla, es probable que el veneno que llevaban preparado siempre consigo para esta eventualidad tuviese para ellos un simbolismo sagrado. El tejo (Taxus baccata), cuyas hojas y semillas contienen un alcaloide tóxico, sería así otro símbolo del lazo de fidelidad más allá de la muerte que los unía a su señor y a su dios. Silio Itálico asocia expresamente los suicidios con el tejo a los cántabros que no soportaban la vida sin Marte. En el mundo celta el tejo hubo de tener un profundo significado mítico para la clase guerrera a la que se asociaría también por el color rojizo de sus frutos. Era un símbolo de los dioses garantes de la fidelidad a los juramentos: al Dagda irlandés se le llamaba Eochu, epíteto que procedería de Ivokatu-s («que combate con el tejo”), de la misma raíz que los eburones u eburovices (“los combatientes, los hombres del tejo”). Entre los germanos el tejo era el árbol del dios Ullr, cuya residencia está en Ydálir («los valles de tejos»). Sobre el anillo de Ullr se realizaban los juramentos, pues en el norte de Escandinavia ocupa el lugar de Tyr, el dios de la palabra empeñada, emparentado con el celto-hispano Tongo o Tokoito.

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