Los espíritus del bosque

Joculatores y dusios

Sátiros silvestres

… porque se acuerdan por la noche de ese fantasma alto, alto y blanco, blanco, que es la Estadea, y por el día, del sátiro al que los  poetas han hecho funerales desde que nadie volvió a verle en las montañas polvorientas de Grecia ni en las florestas de Italia, pero que vive misteriosamente refugiado -con el extraño nombre de Rabeno- en las umbrías de Galicia, sin más cronistas que las viejas y las mozas que hablan de él entre risas y miedos, en la penumbra de la cocina donde arden el tojo y el brezo y las ramas de roble vestidas de musgo gris.

WENCESLAO FERNÁNDEZ FLÓREZ:

El bosque animado (1950)

Image_062Los espíritus gozan de una diversidad encomiable. Los que vamos a presentar en este capítulo son personajes  con unas características comunes: su gusto por las mujeres y por tener algunos de ellos cuernos y extremidades inferiores terminadas en pezuñas hendidas. Su correspondencia es clara respecto a los sátiras y los faunos de la mitología clásica.

Para Constantino Cabal hay dos clases de faunos en la memoria del vulgo de diferentes países: los joculatores y los dusios. Unos y otros tienen cuernos, patas de cabrón, andan de noche por los caminos, buscan la soledad  de la selva y tienen una especial debilidad por los encantos del sexo femenino. Sin embargo, los joculatores – que significa burlones- son faunos que se pasan la vida alegremente, divirtiéndose con todo y con todos sin agraviar seriamente a ninguno. Estos serían nuestros «diaños burlones» y los Pedretes asturianos. Mientras que los dusios serían seres ansiosos de mujeres que se apoderan de ellos y se caracterizan por tener más mala uva que los joculatores. Entre estos últimos, Cabal encuadra al busgoso, y nosotros incluiríamos también al  tentirujo, así como a otros más dudosos (razón por la que no forman parte de este volumen) pero de claras tendencias sexuales como al feram tarraconense, al rabeno gallego y al esgarrapadones del Pirineo. Lo más seguro es que estos tres personajes, lejos de formar parte de los espíritus de la naturaleza, fueran seres humanos pervertidos cuya lasciva e indecorosa actuación quedó mitificada en algunas antiquísimas leyendas.

Desde nuestro punto de vista, estos sátiros, individuos sobrenaturales de dudosa moral, serían representantes del que hemos dado en llamar Pueblo Antiguo, aunque de una familia o rama distinta a los descritos en el capítulo correspondiente a los enanos. Se les suele vincular a los megalitos, poseen extremidades animalescas y suelen mostrar un deseo de acercamiento; con personas de género humano (sobre todo si tienen faldas), dando valiosos consejos a aquéllos que entran en contacto con ellos (como ocurrió a San Antonio Abad o como hace  el busgoso).

Miyo (Emilio Fiel), en una línea de pensamiento armónico con la naturaleza, comenta que los elfos que desaparecieron visiblemente de los bosques europeos hace miles de años, constituían una raza que estaba unida al mismo tiempo a los poderes telúricos de la Tierra y a los poderes cósmicos del cielo. Por sus pies redondeados, con gran parecido a las pezuñas de cabra, absorbían la fuerza telúrica que les permitía disponer de

un enorme poder mágico y gran longevidad. En su cabeza tenían algo parecido a dos pequeñas excrecencias

membranosas capaces de condensar las energías etéricas. Con sus flautas «reproducían el sonido sutil del canto de la creación, actuando directamente con ellas sobre la espiritualidad».

Igualmente refiere que eran seres básicamente nocturnos y evitaban al máximo los rayos solares. Disfrutaban detectando metales y cristales preciosos que forjaban hasta convertidos en hermosas joyas de gran poder. Los también llamados faunos realizaban juegos amorosos con las ninfas para expander las energías capaces de fecundar los campos. Sólo con la llegada del cristianismo «estos seres fueron perseguidos e incluso repudiados por el inconsciente colectivo, hasta el punto de que su aliado de poder, la cabra, pasó a convertirse (como todos los antiguos dioses vencidos por la espada) en símbolo del demonio».
En la mitología griega eran frecuentes las representaciones de dioses con patas de cabra y raptando    a mujeres para satisfacer sus deseos. También en la mitología española encontramos sucesos parecidos
Miyo, como otros tantos autores, pone la mano en la llaga del problema. Se asociaban estos seres de patas caprinas a entidades demoniacas por el mero hecho de ser divinidades paganas. Todas estas divinidades mitológicas, sin excepción, eran para los Padres de la Iglesia, como San Jerónimo, San Agustín, San Isidoro, o más tardíamente para el jesuíta Nieremberg, simple y llanamente demonios. Si bien les traía al fresco indagar sobre sus orígenes, sí les preocupaba sobremanera las relaciones sexuales de los faunos con las mujeres, tal vez por el indudable aspecto morboso que de ello traslucía. Varios tratados teológicos y demonológicos están llenos de estas curiosas referencias, sin ahorrar palabras en cuanto a detalles escabrosos se refiere.
San Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías llega a las siguientes conclusiones:

Los «peludos» en griego se llaman panitas; y en latín íncubos o bien inuos, derivado de inire, del trato carnal que acá y allá mantienen con animales. Del mismo modo, los íncubos toman su nombre de  incumbere, esto es, de fornicar. A menudo estos desalmados cohabitan también con mujeres, con quienes tienen relación carnal. A estos demonios, los galos los llaman «dusios», porque viven continuamente en esta inmundicia. A quien el vulgo da por lo común el nombre de íncubo lo conocen como «fauno higuera».
Otra cuestión era determinar si realmente podrían engendrar hijos. Lo cierto es que en las leyendas españolas no hemos encontrado ningún caso de descendencia mítica provocada por la unión sexual de un ser de los bos- ques con una mujer humana, a diferencia de las hadas, más proclives a tener prole con simples mortales. Los seres masculinos buscan, al parecer, el contacto carnal única y exclusivamente por puro deleite lujurioso.
Image_063Sabido esto, no nos debe extrañar que los mal llamados «demonios de los bosques», velludos, con pequeños cuernos, pies de chivo, cola y rudos instintos sexuales, estén presentes en todas las culturas y mitologías europeas y se les llamara en la Antigüedad con distintos nombres según la zona geográfica donde fueran vistos: Dusio (Francia); Fauno y Silvano (antigua Roma); Sátiro y Pan (antigua Grecia); Busgoso (Asturias)… Los hay con características mixtas entre animales y humanos como los Hombres Caprinos. de algunas islas del Mediterráneo y de los Balcanes. En la Gascuña se le llama «Hombre Cornudo». En la alta Bretaña, «Le Fauxsinge». En la baja Bretaña, sin embargo, recibe el nombre de «Santirine». Durante la Antigüedad los  sátiros fueron confundidos con los silenos, aunque estos últimos tenían rasgos de caballo en vez de macho cabrío.
En Escocia es el «Ourisk», tomado de la mitología celta, a quien Walter Scott, por su figura, compara con el dios Pan, así como el «Meming» escandinavo. El dios Pan fabricaba armas encantadas para proteger a los animales, corría por los montes persiguiendo a ninfas y se divertía como un
niño haciendo súbitas apariciones para asustar a viajeros y leñadores. Con todo ello provocaba lo que más tarde se convino en llamar el pánico. Estas características las adoptaron más tarde otros espíritus de la naturaleza, y  en España tenemos varios miembros de esta lujuriosa familia.

Tentirujos trentis y traucos

En las cuencas del Saja y del Besalla, aún a mediados del siglo pasado, se recogían testimonios del tentirujo, pequeño diablillo tentador, que, como todos los suyos, sentía especial atracción por las mozas jóvenes y bonitas.
Su principal costumbre- era excitar carnalmente a las mujeres que se encontraban en soledad, aunque sus travesuras se limitaban tan sólo a producir en ellas un gran desasosiego. Se desconocen los afrodisiacos o medios secretos que utilizaba para lograr sus escabrosos propósitos, aunque Adriano García- Lomas piensa que podía tratarse de la raíz de la mandrágora, la cual ingería en grandes cantidades. De todos es sabido que esta  raíz tiene forma humana y ha sido utilizada por la brujería para preparar pócimas mágicas de claro contenido sexual.
Las peores cotillas de los pueblos susurraban que cuando una mozuca tímida y moderada experimentaba de pronto un gran cambio y se hacía frívola y desvergonzada, era porque ¡había tropezado con el tentirujo!
Es curioso que tanto el tentirujo como el trenti tengan en su nombre el mismo origen (trenti-rujo, trenti-rojo). Para Julio Caro Baroja, es un resto de la antigua veneraciól1 que se profesaba a los árboles y a los bosques. No debemos olvidar que, en Cantabria, árboles sagrados como el roble, el tejo y el haya eran objeto de culto y especial adoración.
Físicamente, el tentirujo es descrito, sin exagerar, como un ser pequeñajo (en torno a los sesenta centímetros), de piel verdosa o amarillenta, con pequeños ojillos verdes y cara de mal genio. Algunos dicen que tiene cara de viejo, con un rostro surcado de numerosas arrugas, porque siempre está cabreado, debido a los continuos fracasos obtenidos. Se ve adornado con dos pequeños cuernecillos en la frente, y calza botas de punta retorcida. En ocasiones muy especiales (aunque no sabemos cuáles), viste con una capa encarnada.
García-Lomas encuadra al tentirujo como un enano de los bosques cubierto con una boina de rabo inhiesto y vestido con un ropaje rojizo, como así indica su nombre. No hace falta haber estudiado a Freud para
deducir que el apéndice de la boina es un claro símbolo fálico, que caracteriza las tendencias de este personaje. Poca diferencia podemos encontrar en el trenti, en cuanto a su aspecto físico y en su comportamiento con los
«duendes silvestres», es decir, con toda la caterva de diablillos burlones que merodean por los alrededores de las casas buscando el contacto humano femenino como centro de sus burlas lascivas.

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El tentirujo sería uno de esos “gamberros” invisibles que frecuente algunas zonas boscosas de Cantabria en busca de mujeres para desazonarlas un poco. Dos aspectos que le caracterizan son la ingestión de mandrágora y el peculiar gorro que siempre lleva en la cabeza.
El trenti habita- en los neblinosos bosques del centro de Cantabria y su alimentación está constituida por panojas y endrinas, pero, a diferencia de otros seres, jamás prueba el agua, ya que para él es un veneno terrible. También le gusta la miel y el grano de cereal que roba a los campesinos, así como la leche, siendo éste uno de los manjares favoritos de todos los duendes y, por extensión, de casi todos los elementales.
Su esporádica relación con los seres humanos se limita a poco más que la persecución a que antaño sometía a las mozas con las que topaba en los senderos del monte. Normalmente las acechaba escondido entre los árboles o los líquenes y les pellizcaba los muslos después de tirarles de las faldas. No obstante, en algunos pueblos aseguraban entre sonrisillas que si bien muchas mozas se asustaban del trenti otras iban gozosas tras él a lo más profundo del bosque.
Según palabras de Manuel Llano, era:

[..,] unenanu que andaba por los montes vestiu con un ropaje de hojas y musgos. Dormía en las toreas en el inviernu y debajo de los árboles en el verano. Era maliciosu y picara. Se escondía entre las matas de los senderos y jalaba de las sayas de las, muchachas. ¡Cuántos sustos dio a las mujeres el mal pecau!
Es de naturaleza primitiva, y sabemos que, siendo de cara negra y de oscuro pelaje (como los trasgos), tiene los ojos grandes y verdes. Su gusto por las ropas y adornos hechos a base de hojas de helecho y musgo le da un extraño aspecto de «hombre-planta», con lo que alcanza un alto grado de camuflaje con el entorno vegetal. Su unión a la naturaleza es tan profunda que difícilmente se le encuentra lejos de su hábitat originario, generalmente constituido por un grupo de robles y helechos en los que construye su guarida. Su altura no sobrepasa el metro de altura.
Los trentis vivían en toda Cantabria, pero poco a poco se han quedado relegados a las zonas boscosas del Saja y de los Picos de Europa. Hace mucho tiempo que no se ha visto ninguno. No obstante, todavía algunos ancianos, cuando ven a una moza de aspecto rebelde y malencarada, suelen decir:

-¡Ésa no se asusta ni del mesmu trenti!

Ramón Sordo Sotres recoge un relato en Juentes que nos pone sobre la pista del nombre que recibe este pequeño personaje y coincide en afirmar que el trenti es una variante del trasgu. Sotres insiste que «era una cosa pequeña que vestía de colorau, traía cuernos y rabu y andaba con la trente y el garabatu al costín, cuando con  unu cuando con otro, era… les herramientes d’ el. La trente (es) como una pala de dientes, cuatro o tres de jierru, y el garabatu también, é como una trente pero doblada».
Trente es en Cantabria: tridente, horcón de tres dientes metálicos. También apero de labranza, a modo de  azada con tres dientes de hierro, si bien las modernas suelen tener hasta ocho púas. (…) Es síncope de «triden- te», del latín tridens, tridentun. El trasgu de Juentes, por tanto, posee cuernos, rabo y tridente, atributos todos ellos del diablo, según nos lo pinta nuestra cultura. Al parecer, un primitivo mito referido al trasgu portaría un tridente y por eso en algunas historias le quedaría el nombre de trenti. Recordemos que el trasgo montañés lucía un pequeño rabillo y dos cuernecillos casi incipientes o rudimentarios. En algunas versiones se le atribuían pezuñas.
En Chiloé, la isla grande de Chile (antiguamente llamada «Nueva Galicia» ), se localiza un entorno semejante a Galicia y a Cantabria en cuanto a su clima, geografía y mitología.
En esta isla encontramos un ser libidinoso llamado Trauco, representado como un hombre pequeño de un metro de altura, perverso, que cubre su cabeza con una capucha hecha a base de bayas de quilineja (una trepadora local). A veces lleva un hacha entre las manos, y todo su poder misterioso y magnético reside en sus ojos. A cuantas mujeres mira, las hace caer en un irresistible sueño o aturdimiento. La leyenda no dice qué hace con ellas, tan sólo que desaparece sin dejar rastro camuflándose entre las ramas de los árboles. Incluso en esta isla tienen el equivalente de la bruja xuxona gallega o de la guajona cántabra: el trauco está casado con la

«Fiura», vieja bruja de nariz aguileña de dedos ganchudos.

Los mitos hermanan a los pueblos y acortan las distancias. Es seguro que si hiciéramos una investigación más a fondo por el complejo mundo mitológico hispanoamericano, encontraríamos trentis, tentirujos y traucos (con otros nombres) de las características aquí señaladas, pero tan ingente labor daría para otro libro y todo tiene su momento…

Los simiots

No todos los seres que tienen patas de chivo se comportan de la misma manera. En el libro VII de las Fábulas de Esopo figura una titulada el «Sátiro y el caminante», debida al autor latino Aviano que vivió en el siglo III   de nuestra era. Escribe que los sátiros son unos hombres de pequeña estatura que moran en la parte de Libia, en el nevado monte Atlas, los cuales tienen unos pequeños cuernos en la frente y los pies semejantes a las cabras. Joan Amades hace una interpretación geográfica de esta fábula y dice que ni África en general ni el Atlas en particular son regiones que se distingan como propicias a la nieve. En su interpretación particular, entiende que Libia es Llivia (localizado en Cerdaña), que Atlas son las montañas de Arlés, y que esos sátiros eran los   simiots. Concluye Amades: «Nosotros no lo afirmamos ni lo negamos y nos limitamos simplemente a  exponerlo. »
Image_064Pero ¿quiénes son los simiots? Según una abundante documentación medieval, en las vertientes septentrionales de los Pirineos marítimos catalanes se padeció una plaga de unos pequeños y extraños seres que eran una especie de híbrido entre persona y animal, conocidos con el nombre de simiots, palabra que denotaba. un evidente aspecto simiesco. Tenían cuernos y pies de chivo. Estaban considerados como seres de aspecto humano, pero bastante peludos y de visión repugnante. Vivían encaramados en los árboles y eran huraños al hombre. Para Amades, su retrato coincide con el de las divinidades mitológicas sílvicas Pan, Fauno y Silvano.

Estos seres causaban la ruina del país provocando la pérdida de las cosechas y de los ganados. En los mentideros y conciliábulos callejeros se contaban de ellos cosas prodigiosas y casi nunca buenas: eran los que provocaban tempestades o los que raptaban a los niños de las aldeas de todas las comarcas. Ya se pueden imaginar que en esta zona a los infantes no se les asustaba «solamente» con hombres del saco o cocos de poca monta. Los que realmente quitaban el sueño a grandes y pequeños eran estas terroríficas criaturas salidas de cualquier antro del Averno.
Nos cuenta Jacinto Verdaguer que en el año 1072 un sacerdote de la villa de Arlés del Tech, población del antiguo condado de Rosellón y Cerdaña (cercana a la falda norte del monte Canigó, escenario de múltiples relatos y leyendas mágicas) fue a Roma en busca de la protección del Papa contrá los simiots. Cuando el sacerdote contó estos hechos al Sumo Pontífice, éste le dio autorización para trasladar los cuerpos incorruptos de dos santos desconocidos todavía por estas tierras. Se trataba de las momias de dos reyes armenios, San Abdón y San Senent, que por alguna extraña razón servirían de eficaces talismanes para ahuyentar definitivamente a los simiots. Fueron llevadas a la Cataluña francesa con todo el cuidado, conservándolas en la pequeña iglesia de Arlés. Al poco tiempo de permanencia en este recinto sagrado, sus contundentes efectos se empezaron a notar, ya que a partir de entonces los simiots desaparecieron de la comarca y San Abdón y San Senent pasaron a ser santos de la devoción del pueblo que, bien porque les cogieron confianza, o bien por catalanizar rápidamente sus nombres, lo cierto es que les empezaron a llamar coloquialmente Sant Neu i Sant Non.
Para el investigador de lo paranormal Josep M. Armengou, los simiots no son otra cosa que una actualización moderna de un mito más ancestral, referido a los llamados «Home de la Molsa» (hombre del musgo) y el
«Home de la Escorça» (hombre de la corteza), como divinidades tanto del bosque como de la montaña. Ambos reciben el nombre de «Jan del Base» y, según las zonas, estos ancestrales «Jan» son llamados «Jan Pelut» o
«Jan del l’Onso», de los cuales se han encontrado referencias en la Cerdaña, aunque, sin lugar a dudas, donde se han visto con mayor asiduidad a los «Jan» ha sido en las comarcas de Ribagorza y en el Pallars.
Joan Amades no estaba muy convencido de que estos monstruitos tan sólo se dejaran sentir en siglos pasados, llegando a escribir: Els pocs pastors i bosquerols que saben donar certa raó del simiots, en parlen com si fos una cosa relativament moderna la seva extinció. Él sabía que a finales de los años cincuenta, entre la población campesina de los valles pirenaicos de la cataluña francesa, subsistían aún vestigios de la creencia en estos seres. Para los más incrédulos, el recuerdo de los simiots aún no se ha extinguido, pues cada 30 de julio la Iglesia reparte entre los payeses del Roselló agua manada de las sepulturas que albergan los despojos de los santos, procedente de las barricas que sirvieron de ataúdes en el traslado de sus huesos. El beber esta agua, aparte de  sus propiedades curativas, significa rememorar a los simiots y todos estos acontecimientos que hemos relatado. Pero la cosa no acaba aquí. Los seres descritos tienen un gran parecido con los enanos que vio el anacoreta egipcio San Antonio Abad en su retiro espiritual en el desierto de la Tebaida en el siglo III. SU biógrafo San Jerónimo describe así la escena del encuentro:
Al poco tiempo, en un pequeño valle rocoso cerrado por todos lados, vio a un enano de hocico en forma de bocina, cuernos en la frente y miembros como patas de cabra.» Al vedo, San Antonio preguntó quién era, y respondió: «Soy un ser mortal y uno de los habitantes, del desierto al que los gentiles rindieron culto bajo varias formas engañosas, con los nombres de faunos, sátiras e íncubos. He sido enviado como representante de mi tribu. Venimos a suplicarte que pidas a tu Señor que nos dispense sus favores, pues también es nuestro Señor que, según hemos sabido, vino una vez para salvar al mundo y cuya voz resuena en toda la Tierra.»
El biógrafo acaba diciendo que nadie sienta escrúpulos en creer este incidente, pues tenéis que saber que un hombre de esa especie fue llevado vivo a Alejandría, para ser exhibido ante los maravillados ojos del pueblo. Cuando murió, se embalsamó su cuerpo con sal, para evitar que el calor del verano lo descompusiese, y así fue presentado a Antíoco, para que el emperador pudiese verlo.

Los maridos de las lamías

Varios cuentos, leyendas y supersticiones del País Vasco (tanto francés como español) fueron recogidos por

  1. Webster y Julien Vinson entre los años 1874 y 1876, Y entre ellos algunas relativas a unos seres lascivos considerados los compañeros de las bellas y paganas lamias de pie de cabra.

A decir verdad, nos han llegado pocas referencias del compañero masculino de la lamia vasco navarra, quedando eclipsado por la importancia, poder e influencia de las Jéminas. Pero esto es correcto tan sólo para el País Vasco español, porque en el País Vasco francés, las lamias son consideradas genios rústicos de uno u otro sexo, siendo mucho más importantes los machos que las hembras y en ocasiones aparecen como parejas que tienen hijos. Tanto unos como otras suelen ser infieles con mucha facilidad, pues las lamias-machos se dedican a secuestrar a hermosas aldeanas que retienen en sus moradas subterráneas, y las lamias-hembras se suelen enamorar y casar con los humanos.
Cree José Miguel de Barandiarán que los maíde -genios domésticos asilvestrados- son los maridos de las lamias y, según algunas tradiciones muy poco fiables, las lamias tenían a sus hijos por la boca, que es una de las muchas barbaridades que sobre los genios de la naturaleza se han escrito.
A los Maíde se les atribuye en Soule (País Vasco francés) la construcción de los cromlechs y, en Mendive, la de los dólmenes  de la región, aunque es más habitual adjudicadas, a sus compañeras las lamias, a las que también atribuyen los franceses la edificación de las iglesias de Arras y Espées, el puente Licq y la catedral de Amiens. ¿Qué hacen seres paganos construyendo edificios religiosos? A veces la lógica está reñida con las leyendas.
Lo más seguro es que estos maides sean o bien restos del Pueblo Antiguo (korreds y dusios, en definitiva) o bien una deformación semántica de los mairuk, raza lengendaria vasca sucesores de los baxajaun, los «señores del bosque», que serían los auténticos constructores de los megalitos debido sobre todo a su gran estatura y su colosal fuerza.
Uno de los comunicantes de Vinson le habla de lamias machos
o lamiñas secuestradores de bellas mujeres. Se menciona -aunque muy de pasada- sus relaciones con los «moros», entendidos éstos como raza mítica y gigantesca (al estilo de los mairuk). De los lamiñas, tal y como nos los presenta Vinson, no se dice que tengan alguna deformidad en sus extremidades, aunque es de suponer que sí, debido a que tienen parecidas costumbres que los sátiros y a que sus acompañantes femeninas -las lamias- sí las tienen.
La protagonista de la historia es Margarita, hija de la casa Berterretche, de Cihigue que cuidaba los rebaños en la montaña siguiendo la costumbre de la familia. Un día un lamiña se acercó a ella, y, no teniendo otra cosa mejor que
hacer, la secuestró echándola sobre sus espaldas. Al                    Diversas tradiciones atribuyen tanto a las anochecer, los padres comenzaron a inquietarse al ver que   lamias como a sus maridos, los lamiñak, la Margarita no volvía y, al día siguiente, pidiendo ayuda a        construcción de dólmenes y otros monumentos sus vecinos, fueron a buscarla, pensando que se habría caído              megalíticos, como asimismo hacían los
por algún hoyo. Recorrieron inútilmente todos los alrededores.  descendientes del llamado “Pueblo Antiguo”.
Cuando ya anochecía, se retiraron con tristeza hacia casa.
De pronto encontraron a un mendigo que venía de Aussurucq
hacia Cihiue. Éste les dijo que había visto la víspera, al anochecer, a un lamiña que entraba en su gruta llevando sobre sus espaldas a una joven muchacha que profería fuertes gritos. Entonces la pena de los padres aumentó mucho más. Temiendo que los lamiñas les aplastaran con piedras en caso de acercarse a su gruta, optaron por abandonar con gran dolor a su querida hija.

En esta época había en el barrio hombres salvajes, hermosos, grandes, fuertes y ricos, a los que se conocía con el nombre de «moros», que más tarde fueron aniquilados por Rolando. Todas las semanas, los moros y los lamiñas se reunían alrededor de la campana de Mendi para correr sus juerguecillas.
Ya habían transcurrido cuatro años desde que Margarita Berterretche sufrió tan ignominioso secuestro, encerrada en la gruta de los lamiñas; le alimentaban con pan blanco que ellos mismos hacían. Durante su estancia, los lamiñas no perdieron el tiempo y la joven había concebido a un hijo que ya tenía tres años de edad.
Un buen día, en que todos los lamiñas habían ido a divertirse con sus amiguetes los moros, ella se había quedado sola en la gruta en compañía de su hijo, al que dijo:
-«¡Estáte en silencio!, ¡en silencio!, ¡enseguida vengo!», y se escapó corriendo. Cuando llegó a su casa, sus padres apenas podían creer que fuera su hija. La abrazaron, lloraron, rieron y prepararon una gran cena en su honor. Sin embargo, su madre no ocultaba negros presagios y no tardó en entristecerse, diciendo a los comensales:
-«Los lamiñas vendrán seguramente a buscada; es necesario esconderla para que ellos no fa puedan encontrar.» De inmediato se cavó un gran hoyo en el establo, bajo el pesebre, para que ella pudiera respirar y recibir la comida.
Apenas Margarita se había metido en el escondrijo, cuando un grupo de lamiñas llegó a Berterretche en su busca. Se les dijo que ella no’ estaba allí y se les invitó a buscarla si querían. Revisaron toda la casa y rápidamente se dieron por vencidos. La abandonaron sin más explicaciones.
Margarita estuvo en el escondite -por si acaso- durante tres días y tres noches; pero su padres, temiendo que algún mal pudiera llegarle por culpa de los lamiñas, decidieron enviarla lejos de allí: a París. Los lamiñas, que no las tenían todas consigo, volvieron, en efecto, a los pocos días, pero hicieron el viaje en balde, pues, por el momento, Margarita estaba en Tardets.
Vinson acaba aquí la narración y se queda tan fresco pues nada dice del fin del hijo de Margarita ni de ésta en París.

Xanos y anjanos

No hay que ser muy listo para imaginar que la gran familia de los gnomos y resto de espíritus masculinos de la naturaleza deben tener su contraparte femenina para que la especie no se llegue a extinguir de manera irre- misible. Aun así, hemos encontrado pocas referencias que nos hablen de los consortes masculinos – considerados como tal- de las hadas españolas, maridos con los que forzosamente se tienen que aparear las lamias, xanas y anjanas para poder procrear, pues, que sepamos, entre sus virtudes no se encuentra la generación espontánea de su prole.
Al xanu, o genio masculino de las fuentes asturianas, se le ha identificado casi siempre con el diablo. En la Antigüedad conservaba su auténtico nombre, del que derivó posteriormente el de Xuan o Juan. Es de recordar que, en Asturias, Xuan es el nombre genérico que reciben los genios o dioses de los diversos fenómenos de la naturaleza. Veremos que uno de los nombres del nuberu es el de Xuan Cabrito, o genio de las nubes tormento- sas, pero también hay otros menos conocidos como Xuan de la Borrina, Xuan de Riba, Xuan Blancu o Xuan Barbudo, identificado como genio del sol; Xuan del Aire y Xuan de la Vara Llarga, el genio del viento otoñal que sacude los castaños Xuan Canas, el de los pozos y de los ríos que acecha a las personas; Xuan dos caminos, al duende de los caminos y encrucijadas, etc. También hay que recordar que otro de los nombres que reciben las xanas es el de xuanas o juanas, por lo que la relación entre unos y otras parece evidente. .
Una cosa queda clara, y es que las hadas no son hermafroditas. .Existe una leyenda de una xana que fue ayudada en su parto por una mujer. La acción se localiza en una cueva de la Cogolla, en el Monte de Naranco (Oviedo). Tampoco suelen mantener relaciones estables con sus maridos, ya que, siempre que se hace alusión a ellas en las leyendas, se las encuentra en solitario o junto a otras hadas, y cuando ocasionalmente tienen contac- tos con un ser masculino, éste es un ser humano de carne y hueso.
Escribe Aurelio de Llano en los años veinte que «no hay noticias de que exista el xan, sin embargo, ellas (las xanas) tienen hijos. Y cuando nadie las ve, sacan de la cuna a los niños de los campesinos y los llevan consigo, dejando a los xaninos (hijos de las xanas) en lugar de aquéllos para que las aldeanas les den de mamar. Y cuando lo creen oportuno devuelven al niño ajeno sin hacerle daño y recogen el suyo».

Por su parte, el folclorista José A. Sánchez Pérez nos suministra otro pequeño dato, casi a nivel anecdótico, en su obra Supersticiones Españolas (1948). Nos habla de la existencia del xanu, al que cataloga como a la misma xana pero de sexo masculino. Éste tenía la virtud de esconderse entre las nubes, y termina diciendo que «hoy se han olvidado completamente del xanu». En realidad, de lo que se han olvidado es del nombre porque lo que es  el personaje parece corresponder al nubero.
Las xanas -nos dice Constantino Cabal, al que no se le escapa una tienen maridos, hijos, padres… el «xanu» existe aún, y se le conoce con el nombre de Juan Canas. Se perdió la noción de su figura, aunque se le supone chiquito, de mala intención y fuerte… Vive oculto en las aguas de los ríos y a la vera de los pozos, y acerca de   su trabajo, dicen que se limita a agazaparse y atisbar a las personas. Y cuando el que se allega a su escondrijo se descuida un sólo instante, le hecha el «gavito», tira, se lo lleva, y lo esconde en el agua para siempre… Es decir, produce el encantamiento en su víctima y es arrebatado al País de las Hadas.
Las madres de Somiedo, que saben esto, aún dicen a sus niños con la idea de atemorizarlos:
-¡No te acerque ahí, que te coge Juan Canas!…
Los xanos y los anfanos serían los hipotéticos maridos de las xanas y las anfanas, es decir, de las hadas de la cornisa cantábrica. Pero eso no quiere decir que los encantadores espíritus femeninos de la naturaleza no busquen el contacto de los humanos para tener también sus devaneos amorosos.
Equiparándole a un vulgar hombre del saco, lo cual es frecuente con bastantes personajes o espíritus de la naturaleza. Su correspondencia con el nubero no es tan descabellada si pensamos que éste también recibe como nombre el de Xuan Cabrito, y que al genio del viento otoñal que sacude los árboles se le llama Xuan de la Vara Llarga y Xuan del Aire. Además, en poemas regionales de la primera mitad del siglo XVII un ensalmador  evoca el poder de los xanos de esta manera:
Xanu, qu´entre les ñubes escondido el to saber me soples pel óído,
ya que ye para ti cosa muy llana, manda la cerviguera y l´almorrana donde estaben, y dexa sin tropiezo d´Alfonso Friera niervos y pescuezo…! .

Por lo que se refiere a la mitología cántabra, García Lonias comenta que las anjanas que se casaban con mortales acababan perdiendo su hechizo y su poder mágico y que no podían tener correspondencia masculina. Desmiente que los anjanos tuvieran tres ojos como decía Manuel Llano, pillándole en una nueva mixtificación. Llano, con la fantasía que le caracterizaba, hacía referencia a que las anjanas se casaban cuando eran jóvenes con los anjanos que:
[…] eran muy güenos, muy gordos y muy bajos, que tenían tres ojos: dos en la cara, que eran negros, y el otru un poco más arriba de la nuca, que era colorau.
Continúa diciendo que las anjanas y anjanos tenían hijos e hijas. Éstas últimas adquirían la condición de anjanas después de casarse. En cambio los hijos, sólo cuando empezaban a ser viejos, se convertían en anjanos. Éstos usaban unos vestidos confeccionados con piel de oso y caminaban descalzos. Robaban el dinero a los ricos egoístas que nunca daban limosna y a los avariciosos, para entregárselo después a los pobres que encontraban en los caminos, sin que éstos se dieran cuenta, haciendo así la competencia a Robin Hood o a nuestra más cercano Diego Corrientes.
Después de esto cabe preguntamos: ¿Quién era el xan, xanu o anjano que tan pocos rastros ha dejado en las leyendas del lugar? ¿Acaso podría ser uno de los elementales rijosos ya descritos, tipo diaño burlón o sátiras de tres al cuarto, que se apareaba con estos bellos seres femeninos con la única y exclusiva finalidad de mantener a la especie, algo similar a lo que dicen que hacían las mujeres amazonas en los mitos precolombinos?
Si consideramos válida la teoría de que las hadas proceden etimológicamente de las dianas, y que estos seres mitológicos tenían como «parteneres» masculinos a los dianas que, más tarde, fue derivando a la palabra diaños o diablos, no sería descabellado pensar que son éstos precisamente sus maridos, algo infieles y alocados, es cierto, pero con los cuales se aparearían para tener a los xaninos y a las haditas.

Los señores del bosque

También entre los viejos árboles se encuentran a veces formas minerales y pétreas que representan hadas, faunos o geniecillos pícaros, que son un símbolo de la fuerza que irradia de ese lugar. En los robles, las hayas, las encinas y olmos existen también pequeñas cavidades profundas que es donde aparecen estos seres citados (que son los encargados de su crecimiento) en el curso de las ceremonias, siempre que sean invocados adecuadamente. Toda persona que llega a contactar con uno de ellos no lo olvida jamás, pues recibe de regalo un cierto conocimiento de los secretos de la Tierra.
MIYO: Devas y naturaleza mágica (1995)

ON infinitas las tradiciones existentes sobre una serie de divinidades que protegen los bosques donde viven. Se consideran ‘pequeñas entidades invisibles y totalmente vinculadas al árbol, flor o arroyo donde viven; de tal manera que, si desapareciera ese elemento natural -como lo es un árbol-, el ser que lo habita desaparecería con él. Son los neblinosos «elfos o gnomos de los árboles». Este culto dendrolátrico fue
muy común en la Antigüedad y por ello muy perseguido. San Martín de Dumio, en el siglo VI, lanzó sus personales diatribas contra las personas que ejercían ese culto:
¿Qué es sino adoración diabólica al encender cirios a las piedras, a los árboles, a las fuentes o por los trivios y observar las kalendas y echar ofrenda sobre el tronco o poner vino y pan en las fuentes?
En otras ocasiones, estas divinidades están representadas con forma de genios o de hombres generalmente de gran tamaño y fuerza, peludos y defensores de los animales y del entorno natural donde viven. A veces se les hace pertenecer a una raza humana casi extinguida, pero con una categoría superior a la de los humanos ordinarios. Estos dioses eran sabios dotados de gran poder, no tanto sobre los hombres, sino sobre los elementos de la Madre Tierra. Por esta razón, en todas las leyendas están considerados como los auténticos dueños y protectores de la vida de los bosques, montañas, selvas o sencillamente Señores de la Naturaleza. Sus   cualidades y poderes se sitúan entre los correspondientes a un superhombre de gran fuerza y a un dios.
En el capítulo quinto hacíamos algunas incursiones entre el mundo mitológico de antaño y el mundo ufológico de hogaño. Los seres con patas de cabra tampoco se escapan a esta clase de coincidencias. Se han visto «humanoides caprinos» en Marruecos, Estados Unidos, Brasil, en el País Vasco, en Extremadura… J. J. Benítez afirma categórico que de su «existencia real -aunque parezca increíble- no tengo la menor duda».

Culto al dios cornudo

Image_068En el año 1953 el escritor Arthur C. Clarke publicó una de sus novelas de ciencia-ficción más conocidas, la titulada El fin de la infancia. No sabemos si por intuición o por sus profundos conocimientos del folclore y la mitología, lo cierto es que en su argumento se tocan algunas piezas claves de los seres que hemos presentado en el capítulo quinto y de los que ahora vamos a hablar.
Clarke nos describe el primer contacto de la humanidad con una civilización extraterrestre. Una flota de grandes naves sobrevuelan nuestro planeta desde hace varias generaciones, observándonos muy de cerca. Los Superseñores, como se hacen llamar, están en contacto continuo con la Tierra (llena de violencia y de conflictos) por medio de la radio. Llegado el momento, descienden unas cincuenta astronaves extraterrestres pero, curiosamente, evitan revelar su aspecto físico. Los seres del espacio son bondadosos pero omnipotentes e imponen al hombre la paz, así como un gobierno mundial y profundas reformas. Hacen todo esto a través del secretario general de las Naciones Unidas, pues durante 50 años estos seres no se dejarán ver ni un solo

momento. Su misión, dicen, es facilitar el paso de los hombres de la fase de la infancia a la de la madurez, no la de mezclarse con ellos.
El motivo de no dejarse ver es porque consideran que los terrestres no están suficientemente preparados para el choque que provocará su aspecto físico: son casi humanos, salvo por sus -pies hendidos, sus pequeños cuernos y su larga cola terminada en punta de flecha, es decir, los Superseñores son para nosotros seres mitológicos, réplica exacta del diablo. Cuando se les pregunta si han visitado antes la Tierra y si las leyendas del diablo son una especie de recuerdo de esta visita, ellos responden: «No se trataba precisamente de un recuerdo. Ya saben ustedes que el tiempo es mucho más complejo de lo que suponía la ciencia terrestre. Pues este recuerdo no venía del pasado, sino del futuro.»
Como hipótesis no tiene desperdicio: las tradiciones no procederían de nuestro pasado más remoto sino de nuestro futuro más lejano. La nueva física habla de «universos interpenetrantes» donde todas las posibilidades son abarcables, sencillamente porque la conciencia del hombre es capaz de concebidas. .
Se sabe que antes del año 400 d. C. la fuerza dominante en el pensamiento religioso residía en la figura de la Gran Diosa o Gran Madre y más tarde se empezó a implantar el concepto de un dios supremo masculino. Históricamente, las iglesias cristianas sólo se han fijado en sus cuernos y rabos y en su relación con la brujería para identificar al dios cornudo con Satán, el mismo que preside los aquelarres. Igualmente se le ha considerado el consorte de la diosa Diana en las ceremonias de brujería wicca. Las primeras representaciones a este dios cornudo ya se hicieron hace 12.000 años, en el Paleolítico, representado en las pinturas rupestres del norte de España y del sur de Francia. En ellas se aprecia a un dios cazador y con cuernos, parte hombre y parte animal. En la cueva de La Pasiega (Cantabria), por ejemplo, hay una pintura de un hombre con cabeza de bisonte que toca un instrumento musical. Si bien salieron a la luz nuevos dioses, el dios cornudo siguió teniendo una fuerza dominante y su arquetipo fue tan poderoso que todavía estaba presente en los albores de la era cristiana, 10.000 años después, bajo la forma del dios Pan y otras divinidades cornúretas. En Babilonia y Egipto a los cuernos se les consideró un símbolo de la divinidad. Cuantos más cuernos tenía una deidad, más importante y sagrada era, como la diosa Isthar que tenía siete. Pasando los siglos, tener cuernos en la cabeza, tanto en el sentido real   como metafórico de la palabra, no significó precisamente una cualidad para ser elevado a los altares.
La antropóloga británica Margaret Murray expuso una sugerente teoría en 1921 consistente en que la vieja brujería, considerada ésta en términos generales, era y es el último resto del culto a Diana en el occidente de Europa, lo que ella llamaba The Witch Cult. También defendió el hecho de que las brujas dieron culto a un misterioso dios cornudo de remotos antecedentes, casi prehistóricos. Pero Julio Caro Baroja, en Las brujas y su mundo, no ve la necesidad de seguir la pista de este dios a través de los siglos. Cree que buscarlo en los  procesos de brujería bajo los rasgos de Satán o del Macho Cabrío, como hacen algunos, es un abuso de los que se cometían con facilidad en la época en que la antropología se basaba en la comparación de rasgos aislados. Dice que es menos arriesgado buscar sus antecedentes históricos directos en el culto a ciertas divinidades femeninas del paganismo europeo de un lado y de otro en la dem9nología de origen medieval. Con cierta frecuencia, Diana aparece acompañada por unos númenes a los que genéricamente se llaman «dianae» (como ocurre con el mundo de la mítica Mari, en el cual quien entra a formar parte de él también se les llama por extensión Mari). Estas «dianae» serían equiparables, y así lo demuestran sus rasgos etimológicos y mitológicos, a las ninfas, siendo antecesoras directas, según Caro Baroja, de las xanas, anjanas, ijanas… de nuestro país.
Con la llegada del cristianismo, y como se puede suponer, a la diosa Diana y a sus dianaen pronto se las equiparó a demonios y como tal fueron combatidas (sobre todo por el recalcitrante arzobispo Martín de Braga). A pesar de todo, en una época tan tardía como los siglos V y VI parece haber florecido en Europa, sobre todo  en ámbitos rurales, el culto a estas entidades femeninas y en concreto a Diana como diosa de los campos y de los bosques, asociada a un numen masculino llamado «Dianum» o J ano (del que deriva, tal vez, el diaño de la cornisa cantábrica).
Este Jano o dios cornudo tiene una evidente relación con el dios Pan de los griegos, que simbolizaba la totalidad de la naturaleza y se le representaba siempre con unos atributos y unas cualidades preeminentemente promiscuas, como deidad asociada a la fecundidad de la tierra.
El ancestral «dios cornudo» se equipara a menudo con el dios egipcio Atis o con el «Cernunnos» de los celtas, y creemos que representa el principio masculino equilibrador en lo que esencialmente es una religión femenina. Para el historiador Pedro Bosch Gimpera, tanto los dioses generales como los tribales de los pueblos celtas se representaban con atributos zoomorfos. Así tenemos el caso de «Cernunnos», que estaba provisto de cuernos, al igual que «Tarvos Trigano», que tenía forma de toro pero con tres astas en lugar de dos.
En la mitología vasca se habla de un numen subterráneo llamado Akerbeltz (macho cabrío negro) cuyos rasgos generales es qué vive en regiones del interior de la Tierra, siendo jefe de muchos genios. Provoca

tempestades, tiene propiedades curativas y una influencia benéfica en todos aquellos animales encomendados a su protección. De ahí que en muchos caseríos criaran un macho cabrío en sus establos. La brujería vasca de los siglos XVI y XVII dio especial relieve a esta vieja representación del numen subterráneo siendo adorado en el akelarre (lugar de asambleas) por brujas y brujos en las noches de los lunes, miércoles y viernes (no de los sábados). En su honor se bailaba y le ofrendaban panes, huevos y dinero.

El busgoso asturiano

El busgosu es muy parecido físicamente a los faunos descritos por los antiguos escritores latinos. Es totalmente peludo, con rostro y brazos humanos y la cabeza coronada con dos cuernos retorcidos. Hay quienes dicen que tiene patas y pezuñas de cabra, aunque no es algo totalmente confirmado.
El nombre de busgosu no es más que la traducción al bajo latín corriente de la palabra Silvanus, en la que Silva significa «bosque» y el sufijo «Anus» equivale al
«osus». Roso de Luna considera que el Rey de los Aulnos o de los Olmos y Sauces de la mitología céltica, sería en Asturias el busgosu. Pero tiene otros nombres.
En Piloña le conocen como «mofasu», en Tinéu como el «peludu» y en Liberdón y Miyares como el
«vellosu», y nos imaginamos que ya sabrán por qué.
Su imagen es ambivalente. Por un lado, algunas leyendas nos lo presentan como defensor de la naturaleza y de los animales del bosque, impidiendo con sus acciones que los cazadores den muerte a muchos de ellos, poniendo obstáculos al paso de éstos. Sería un ecologista a ultranza, tan sólo enemigo de leñadores, pescadores y cazadores indiscriminados poco respetuosos con la naturaleza, siempre dispuesto a ayudar a caminantes perdidos. Pero, por otro lado, dicen que el busgosu, como buen fauno, tenía excesiva afición a las faldas de las mujeres asturianas. Era acusado no sólo de perseguidas, sino también de secuestradas y de llevadas a su guarida.
Debemos reconocer nuestra extrañeza ante este hecho aparentemente disonante con la personalidad que caracteriza al «señor de los bosques». Si damos crédito a algunas de estas leyendas, de buenas a primeras pasa de ser un buenazo a convertirse en un rijoso violador de mozas.
De todas formas, este tópico negativo se fue extendiendo hasta el extremo de que en Boal -según comenta el cronista Bernardo Acevedo- tenían por cierto que los besos del busgosu podían transmitir el escrofulismo, la tisis y toda suerte de enfermedades caracterizadas por una palidez cadavérica. Pensamos que aquí está una de las claves de esta inmerecida fama, proviniendo de varios factores como el habérsele atribuido las mismas barbaridades que a los sátiros o a los faunos de la mitología grecorromana (debido sobre todo a su inconfundible aspecto físico), también porque a lo largo del siglo XVII, en Europa, muchos  certificados de defunción describían como causa de la  muerte el trato sexual con un «hombre del bosque» y, por último y más importante, porque tal vez los propios cazadores y leñadores vertieron estas acusaciones para su propio beneficio y conseguir que todo el mundo los temiera, les discriminara y los alejara de las zonas en que ellos cazaban, pescaban y talaban.

En 1903 Jove y Bravo describe bucólicamente al busgosu como un fauno que «pasea su melancolía en las soledades de las selvas, se aparece de vez en cuando a los que penetran en lo más enmarañado del bosque para enseñarle su camino. Su cabeza está coronada por espesa cabellera, de la que brotan dos cuernos retorcidos, como los de cabra; el rostro, los brazos y el torso son humanos».
El folclorista Francisco González Prieto refiere, en 1921, que un viejo campesino le dio la siguiente definición de este ser de los bosques:
Suel con el cazador ser rencorosu, pero el viaxeru que no i da motivu enseña i el caminj ye compasivo
el xenior de les selves, el busgosu.
En las zonas montañosas, los busgosos se ayudan para moverse entre las peñas con un pequeño cayado (como ocurre con algunas anjanas cántabras). Las leyendas no nos dicen de qué material está hecho, pero suponemos que deberá ser de madera de pino, pues éste es el árbol que estaba consagrado al dios Pan, siendo las ramas de pino uno de los principales atributos de los sátiros.
No tiene por costumbre aparecer cerca de los poblados. Habita en las áreas q1ontañosas de Asturias, preferentemente en los bosques. No, existe ninguna mención de ellos en lugares urbanizados, debido a que les molesta el ruido de las máquinas humanas, y evitan cuidadosamente todo contacto con la civilización, a diferencia de otros seres elementales como los trasgos o los diablillos burlones.
Si el busgoso es un «cazamujeres» humanas, debe ser porque escasean las hembras de su misma especie, aunque al parecer sí debía compartir sus ratos de soledad con una «busgosa». Raso de- Luna es el único, que sepamos, que hace referencia a la «partenere» femenina de este ser de, los bosques, diciendo que, «como todos los dioses de la Antigüedad, tiene una bellísima e irresistible compañera, cuyo nombre asturiano se ha- perdido, por desgracia, como tantos otros, sin duda porque no hay ya en Asturias labios de poeta digno de enaltecerla». Todo parece suponer que este ser de los bosques ha pasado a engrosar la lista de las especies extinguidas. Para algunos ni siquiera ha existido nunca. Aurelio de Llano afirma categórico y casi despectivamente que es un   mito literario traído a estas tierras por otros escritores (por Laverde Ruiz, sobre todo):
Este mito no existe en Asturias. Yo recorrí los espesos ,bosques de Ponga, Caso, Quirós, Somiedo y Muniellos, interrogué a los ancianos y a las pastoras y no encontré a quien hubiera oído hablar del busgoso.
De parecida opinión, aunque matizada, es su paisano Constantino Cabal que, asimismo, confiesa que tampoco encontró ninguna referencia sobre su existencia en la época actual, todo ello motivado, tal vez, por la continua deforestación, incendios y masivas replantaciones de eucaliptos que le obligaron a refugiarse en los últimos bosques caducifolios asturianos, hasta que fueron desapareciendo, que no muriendo, paulatinamente uno tras otro. También hay otra teoría que la expondremos cuando hablemos del baxajaun.
No hay que olvidar que sus raíces tal vez se encuentren en el culto al dios céltico Cernunnos, «señor de los animales», y así lo pueden atestiguar diversos topónimos asturianos como la Sierra Cermuñu, en el concejo de Salas y Cermuña en Miayo (Villaviciosa).
Image_069Constantino Cabal hace una curiosa observación, basándose en la etimología, cuando identifica el fantasma que acompaña al follet catalán con Pan, es decir, con un fauno mitológico que anda de aventura por los bosques y en algunos casos se adentra en los hogares. El que los viejos catalanes -nos dice- lo junten con el follet se explica porque hubo un tiempo que se confundieron las hazañas de uno y otro personaje, y las que hoy se refieren al follet se atribuían entonces al fauno.
Ramón Sordo Sotres menciona al bus gasa en una historia recogida en la zona de Abantro-Caso, a orillas del río Nalón, a un tal Pepe de la Ricastañera que le habló de la existencia hace bastantes años de un ser mitad chivo mitad hombre, con pelo por todo el cuerpo, cuernos retorcidos de cabra y barba que la llegaba hasta las rodillas, viviendo en el bosque. También a Ramón Sordo debemos el mérito de que haya recogido otro de los nombres que recibe este cornudo ser, el de calabiernu, llamado así en algunas zonas de Piloña, provisto de cuernos de cabra y raptor de mujeres.
Las fiestas populares se encargan muchas veces de perpetuar antiguas creencias y ritos que de otro modo se perderían en el tiempo. No es extraño que un personaje tan singular haya dejado alguna huella dentro de las tradiciones asturianas. En San Juan de Beleño (Ponga) desfila el primer día del año por las calles del pueblo un

personaje fantástica denominado el mazcaritu (enmascarado). Va vestido de retales y pieles y es considerado el Señor de los hombres y de las bestias. El mazcaritu da pellizcas en el culo a las mujeres y persigue a las  jóvenes. Mancha can hollín a los hombres y en ese día es el rey de todo, pudiendo hacer lo que se le antoje (eso en teoría). Es una especie de hombre salvaje (al estilo del busgosu) y anunciaba hace tiempo la llegada de la fertilidad y el Carnaval, que en Asturias se llama Antroxu. La Iglesia acabó prohibiendo estas mascaradas por cansiderarlas un pelín obscenas, puesto que al final todos los mozos buscaban mozas can las que yacer (Constantino Cabal llamaba a estas carnavaladas «hacer el ciervo» ). En Bulgaria al parecer existe un desfile parecido y se llama «Señor de los animales», aunque posiblemente con un final distinto.
La fama, figura y hazañas del busgoso, pasando el tiempo, las hizo olvidar otro fauno que deambulaba por los bosques en busca de mujeres, también con pezuñas y con cuernos en la frente: nos referimos al incorregible diaño burlón, aunque éste perdió el carácter de señor de los bosques para convertirse en un diablillo menor, en una especie de duende silvestre.

El baxajaun vasco

Los folcloristas asturianos Jove y Bravo y Aurelio de Llano consideran que en la mitología de los vascos hay un mito igual: el del hombre de los bosques, que en eusquera se le denomina basojaún o baxajaun. Este perso- naje, a poco que miremos en sus raíces mitológicas, pertenece más bien a la raza de los gigantes que posiblemente hace milenios pobló las tierras de los vascones, siendo su mito protohistórico. No obstante, Alberto Álvarez Peña me confesó que uno de sus comunicantes, el director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, le dijo que su padre había aprendido por sucesivas generaciones de ferreiros (herreros) una historia en la cual un herrero obtenía el secreto de la fabricación de la sierra del demo (el demonio). Uno de este gremio se presentó un buen día en la cueva donde vivía el demo y le dijo que en su pueblo ya conocían la sierra (cosa que no era cierta) a lo que el demo contestó:
–   Eso es que ya habéis visto la hoja del castaño.
–   Nunca la vimos pero ya la veremos -contestó el herrero, y así fue como inventaron la sierra.
Esto viene a cuento porque esta misma leyenda se atribuye al baxajaun vasco, y el que obtiene el secreto es un personaje denominado San Martinico. Jove y Bravo habla del busgoso situándolo en Boal, concejo occidental junto a Grandas de Salime, Eilao y Ozcos en los que hay constancia de la llegada de herreros y carpinteros vascos en los siglos XV y XVII para instalar herrerías y mazos hidraúlicos. Así que probablemente esta gente trajese consigo el mito del baxajaun y las leyenda asociadas a él que luego pasaron al acervo mitológico del busgoso.
La palabra vasca baxajaun significa «señor salvaje» o «señor de la selva», y es casi seguro que designa a una raza mítica que habitó en lo más profundo de los bosques y de las cavernas. No obstante, el antropólogo José Miguel de Barandiarán prefería denominar a estos seres como genios bienhechores con forma humana. Sobre ellos se ha dicho de todo. Louis Charpentier en El misterio vasco comenta que los basa-Jaunak eran una casta  de hombres sabios acerca de todas las cosas de la naturaleza. Eran, en cierto modo, los «sacerdotes» de Mari, la Tierra Madre. Eran, de hecho, los señores de la naturaleza, aunque más adelante nos diga algo tan gratuito por su parte como que en «otros tiempos y lugares fueron llamados druidas».
Los baxajaunak estaban dotados de unos poderes sobrehumanos. Protegían a los rebaños y daban terribles gritos en la montaña al acercarse alguna tempestad para que los pastores retiraran su ganado. Cuando algún miembro de este clan estaba cerca de los rebaños, siendo su presencia previamente anunciada por las ovejas con un colectivo sonido de cencerros, los pastores permanecían tranquilos porque sabían que durante ese día o esa noche no vendría el lobo a molestarlos. Un poderoso ser los protegía a todos. Tradicionalmente se considera   que la pareja femenina del baxajaun es la basandere, que en vasco significa «señora salvaje», haciendo su aparición a la entrada de determinadas cuevas, como en la de Mondarrain, donde peinaba su cabellera con peine de oro, es decir, lo mismo que hacen las lamias, a las que también se relaciona con otra raza mítica vasca, los
«gentiles».
La leyenda atribuye al baxajaun la mayor parte de los descubrimientos que condicionan la vida del hombre: son los primeros cultivadores de la tierra (el hombre obtuvo de ellos la semilla del trigo, del mijo y del maíz), los primeros molineros, los inventores del arte de soldar el hierro y los primeros en utilizar la sierra.
El investigador José María Satrústegui, en su obra Mitos y leyendas, nos refiere unos curiosísimos datos que recogió en Valcarlos y Ondarrola en una «experiencia imborrable de mi vida» (1955-1964). Dice que varios de

sus comunicantes Se expresaban con pleno convencimiento de la presencia de los baxajaun y que un anciano, a quien visitó en su caserío, confidencialmente le dijo:
-Existían, no me importa decido, estoy convencido de que existían. Ahora se han alejado, no sé por qué.

El musgoso cántabro

Nos aclara Manuel Llano que «media historia de la Montaña la han escrito los brezos, los escajos, las hojas crespas y brillantes de los acebos». Llano, siendo fiel a su modo de actuar, cita al roblón, gigante con pelos de hierbas secas, barbas de brezo y mandíbulas de roble, y al musgoso. Como es habitual, García-Lomas cree que su paisano tenía una desmedida afición a adornar a sus personajillos míticos con elementos de la flora (viniera o no a cuento) y a los colores (añadimos nosotros).
El musgosu, caracterizado por su zamarra de musgo seco y sombrero de hojas verdes, es descrito poéticamente por Carmen Stella de esta guisa:
En las altas brañas andaba el musgoso Era alto y delgado y de piel de lobo calzaba escarpines. De hojas y rozo sombrero gastaba  y negros y hondos en la cara blanca los pequeños ojos.
Podríamos decir que entre todos los seres mágicos que pueblan o poblaban los montes y bosques de  Cantabria, no hay ninguno tan bondadoso y afable como el musgoso, protector de los desvalidos a los que avisa de la presencia de todo tipo de bestias (jabalíes y lobos) y seres malignos (como lo pueden ser el ojáncano y la guajona). Son muchos los que le deben la vida.
El musgoso es alto, delgado, con la cara muy pálida, los ojos hundidos y una larga barba negra y descuidada. Nadie lo describe con cuernos. A estas alturas ya saben que recibe su nombre por la vestimenta que utiliza y que le confiere un aspecto pseudovegetal. Además, calza botas de piel de lobo y lleva una mochila o zurrón de cuero amarillo, donde guarda una flauta mágica, hecha con un material que, al igual que el báculo de las anja- nas, no es de este mundo.
Al musgoso más que vérsele se le oye, pues siempre hace sonar su flauta cuando un peligro o una calamidad  se aproxima. El sonido de la flauta avisa al montañero que puede producirse un alud, al pastor de la peligrosa proximidad del lobo, al campesino de la llegada de la tempestad y, de este modo, salva una y otra vez la vida o las haciendas de la gentes (a las que Manuel Llano añade casi siempre el adjetivo de «honradas», para darle un tono moralizante a las leyendas que iba recogiendo). Por la noche, en cambio, nunca toca este instrumento, sino que silba. Un silbido agudo y penetrante que rasga las tinieblas y avisa en los prados, los caseríos y los barrancos que se aproxima el mal en alguna de sus muchas manifestaciones.
Se podrá pensar que el musgosu es un ser de mal agüero, pero en realidad no es así; simplemente da la señal cuando cree que el peligro acecha. Otra de sus características es su incapacidad para permanecer quieto. Siempre está en movimiento, sin que eso quiera decir que padece el «baile de San Vito». Anda a lo largo y ancho de llanuras, bosques y montañas, silbando en la noche y tocando la flauta por el día. Difícil de ver, algunos le atisban en el horizonte, delgado, encorvado, con su eterno zurrón y las manos encogidas como si tuviese frío.
No todos los estudiosas están de acuerdo en la existencia del musgasa. Algunos piensan que jamás ha   existido, como es el caso de Garda-Lomas, que directamente lo considera una invención de la febril   imaginación de Manuel LIana. Nosotros creemos que es una transposición, casi literal, del busgoso asturiano a estas tierras vecinas, con ligeras variantes. Sin embargo, otros recogen algunas leyendas atribuidas a él, como aquella de un pastor de Cabuérniga que se perdió entre unos peñascos. Desesperado por lo que pudiera pasarle a él y a las ovejas que había dejado, se sentó en una roca y empezó a llorar, pero entonces oyó un chasquido y, al

acercarse al lugar de donde parecía que venía, notó que el ruido se alejaba. Lo siguió y de pronto se encontró de nuevo en medio de sus ovejas.
Existen casos semejantes al musgoso, busgosu y baxajaun en Europa, parientes lejanos de estos esquivos y extraños seres que, como ellos, tienen la extraña misión de avisar del peligro qUe se avecina a los pastores, campesinos, viajeros y a cualquiera que se cruce en su camino y conozca la forma de reconocer su aviso de alarma. El investigador Carlos Canales menciona al hombre de la noche o «Dooinney-Oie», que recorre las llanuras y montes de Inglaterra avisando a las gentes del peligro que llega, para lo que utiliza un, cuerno semejante a los empleados en los Alpes suizos y austriacos. Algunos de estos seres son extremadamente primitivos y semisalvajes, como el «Howlaa» de la isla de Man, que avisan por medio de aullidos y que, al igual que el musgosu, no se deja ver con facilidad.
Al musgoso no se le suele ver; pero sí oir las deliciosas melodías de su flauta mágica, anunciando algún peligro próximo. Sus leyendas son tan escasas, que existe el serio peligro
de que haya desaparecido definitivamente.

Los hombres del musgo

Image_054Existe un amplio grupo de seres sobrenaturales conocidos genéricamemente por el nombre de «hombres del musgo». Estos elementales, de los cuales el más conocido es el mannikin (que no se encuentra en España), están limitados a las escasísimas áreas no frecuentadas por el hombre. Sus leyendas se han extendido y distorsionado. Hay que distinguirlos de los «hombrecitos verdes», puesto que éstos son pequeños elfos cuya piel tiene esta pigmentación, a diferencia de los «hombres del musgo» que se camuflan y visten con ropajes verdes sacados de la propia naturaleza que los rodea. Precisamente por la dificultad que implica el poder ser vistos por ojos humanos (como ocurre con el trébol de cuatro hojas), se dice que quien lo consigue tendrá  mucha suerte en su vida, si además les deja algo de sus manjares favoritos (el intríngulis consiste en acertar con esta comida). Al igual que los erdluitle, conocen los secretos de las propiedades curativas de todas las hierbas y plantas. Sus conocimientos son tan amplios que abarcan también a los cultivos y a la agricultura, hasta el punto que pueden ayudar al hombre a conseguir fructíferas cosechas e incluso convertir las hojas de los árboles en piezas de oro. Defensores del modo de vida tradicional, siguen tres reglas como normas de conducta:

–   No arrancar nunca la corteza de los árboles.
–   No hacer pan con la semilla de matalahúva (semilla del anís).
–   No contar los sueños a nadie.
Siempre que nos encontramos con frases y aspectos filosóficos referentes a sus vidas y a sus costumbres, comprobamos que están cargados de profunda sabiduría y que su completo significado a menudo se nos escapa por lo sorprendente. Lo cierto es que aquella persona que siga fielmente estas normas de conducta tan particulares se ganará el aprecio de los hombres del musgo, pues estará en consonancia vibratoria, ideológica y ecológica con ellos.      .
En otros lugares de Europa se habla también de doncellas del musgo, que serían su pareja femenina, pero mucho más bellas que sus maridos, llevando unos sombreros de alas muy anchas, parecidas a pamelas, y vestidas con trajes «prét-a-porter» recogidos directamente de la floresta. En el año 1989 se realizó una película en Estados Unidos, titulada en España Gnomo Cops (aunque en inglés era Up World) dirigida por Stan  Winston. Su argumento es tan malo como imaginar que un gnomo-excavador salido del mundo subterráneo ayudaba a un policía a resolver un crimen, pero tenía el interés de ver a un ser de un metro aproximado de estatura, bien caracterizado por sus creadores, cuyo vestido estaba confeccionado a base de trozos de corteza de árboles.
Los seres pertenecientes a este amplio grupo suelen medir en torno al metro de estatura, y debemos señalar  que viven en pequeñas comunidades aisladas, casi siempre alejados de los humanos, con muchas probabilidades de que hayan desaparecido, al menos en Europa.

El césped engañoso

Existe una sospechosa similitud entre los hombres del musgo y muchos de los duendes campestres del occidente francés y de las Islas Británicas, caracterizados todos ellos por tener elementos vegetales en .su vestimenta o anatomía, como, por ejemplo, el denominado «césped engañoso», que en realidad es un travieso espíritu de la naturaleza de aspecto vegetal.
Esta tradición es frecuente en Gran Bretaña, pero también la hemos encontrado en España. Entre los pueblos de Arbulo y Orenin (Álava) se halla situada la llamada «fuente de Mari» (Mariturri), y se cree que allí andan de noche tanto los brujos como ciertos genios malignos, de forma tal que si algún viajero o caminante pisase la yerba que crece junto al manantial, inmediatamente sufrirá una especie de encantamiento. Perdería el sentido de la orientación y no sabría encontrar el camino emprendido, aunque conozca el lugar a la perfección. Habría una modificación espacio temporal muy común en esta clase de relatos.
Estos extravíos se atribuyen en Irlanda a las hadas o a los pixis, que se matamorfosean en un penacho de  hierba o césped engañoso que, al pisado, provoca el hechizo en el ser humano, consistente en que las   referencias que tenía el caminante, sean éstas árboles, postes, riachuelos, veredas, etc., desaparecen de pronto, estando situadas otras en su lugar que son irreconocibles. En el libro sobre Hadas ya hablamos del efecto especular del mundo de estos seres: todo tiene su correspondencia con el nuestro. Allí también hay árboles, ríos, casas, niños, comida, vestidos… pero el observador humano lo percibiría como si lo estuviera viendo a través de un espejo, como si penetrara en una dimensión paralela. Una prueba de esto que decimos es el conjuro que conocen en Irlanda para evitar los efectos del césped engañoso. Es tan sencillo como volverse la chaqueta del revés y llevarla puesta de este modo.
Hace ya tiempo que no se ve ninguno, lo cual, sin duda, hay que atribuido a la destrucción de los únicos lugares en los que estos pequeños seres podían sentirse a gusto en nuestro mundo, los bosques silenciosos y oscuros, en los que gustaban de oír el rumor del viento y ver a los animales correr en libertad por el campo.

Para los amantes de los refranes existe en España una frase popular que hace referencia a pisar buena o mala hierba, significando que a uno le salen bien o mal las cosas. El maestro Correas en su Vocabulario de refranes incluye la frase «pisar buena hierba» y comenta: «Dícese de la persona que está de buen humor mejor que el que tiene.» Añade Correas que es corriente decir: «Alguna hierba, mala o buena, has pisado.»

Texto que ha confundido a varios lingüistas afirmando que la frase «pisar buena o mala hierba» está tomada del camaleón que muda del color, según donde se sienta y significa tener buena o mala fortuna en función del color camaleónico. Por el contrario, para Iribarren es posible que la frase hubiera nacido de los pastores y ganaderos aludiendo a los pastos, señalando que es probable que provenga de alguna vieja superstición popular en relación con las hierbas del campo, opinión ésta que no estaría muy desencaminada, desde nuestro punto de vista, por lo dicho anteriormente respecto al «césped engañoso».

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