La tierra representa fertilidad, pero también es fuente proveedora de la riqueza del mundo. Todo sale de ella. Así como la semilla germina alimentándose de la tierra.
La naturaleza epistemológica de esta relación es muy profunda y holística. La expresión “madre” es una palabra que viene dotada de una significación profunda como la raíz de un árbol anclada en el suelo. Cuando más profunda la raíz, más alta y visible denota el árbol. Pues contemplada en forma humana así se destaca la mujer develando su gran maestría, aunque muy denostada por las religiones judeocristiano-islámicas, la mujer siempre fue sagrada para los pueblos germánicos. Sagrada y receptora del respeto de toda la comunidad.
Estas mujeres demuestran participar activamente en su entorno social, contribuyendo a la supervivencia de su pueblo y compartiendo con los varones el poder y prestigio de su grupo familiar, para el que actúa como transmisora del linaje. A pesar de la vaguedad de los datos al respecto, parece que el reparto de actividades entre los sexos en la sociedad germana permitía a la mujer un protagonismo que se traducía no sólo en la probable supervivencia de una serie de rasgos propios de estructuras matrilineales, sino también en una participación femenina especialmente destacada en dos aspectos fundamentales en la vida de una comunidad, como son el mundo de las creencias y la guerra, ambos estrechamente unidos a la esencia íntima de un pueblo y su capacidad de supervivencia.
Los germanos consideraban a las mujeres dotadas de notables capacidades para lo mágico-religioso, y en este marco su consejo era valorado y estimado. Esta influencia de la mujer en el mundo de las creencias del pueblo germano se articulaba a través de un sacerdocio femenino con facultades adivinatorias, dentro del cual algunas mujeres fueron objeto de especial veneración. Este sacerdocio femenino, posiblemente jerarquizado en función de la edad, era ocupado por mujeres ancianas, o bien en algunos casos muchachas núbiles, que llevaban como distintivos el color blanco de su ropa, la desnudez de sus pies y el uso de cinturones de bronce, prácticas, especialmente las dos últimas, de claro sentido mágico-religioso, y que constatamos también entre los pueblos celtas del centro y norte de Hispania, así como la costumbre de utilizar el criterio de la edad para establecer una jerarquía entre los miembros de la comunidad.
Por otro lado, estas mujeres eran también las guardianas de la memoria histórica y de las tradiciones guerreras de su pueblo, que se transmitían de generación en generación contenidas en antiguos versos y canciones de guerra. Así, las prácticas adivinatorias de las sacerdotisas, considerablemente sangrientas, toman su sentido en la necesidad de profetizar el triunfo de su gente en la batalla, cuestión fundamental para una sociedad eminentemente guerrera. Incluso estas sacerdotisas podían estar presentes en los combates, demostrando una doble vinculación de la mujer con dos mundos, a su vez muy ligados entre sí, que son el de la guerra y el de lo mágico-sagrado.
Indica Tácito que, antes de los combates, los germanos acostumbran un canto guerrero, al que llaman barritum, que se considera como augurio y cuya ejecución se logra acercando los escudos a la boca, según su parecer, para que la voz suene más llena y profunda con la repercusión. El barritum, a diferencia de los himnos guerreros, por ejemplo aquel mismo con el cual, según Tácito, los germanos recordaban a Wotan, no pretendía ser una expresión razonada destinada a dar ánimo a los ciudadanos, inflamándolos con los gloriosos recuerdos de los héroes o despertando su orgullo por ser miembros de tal ciudad; más bien parece pertenecer al círculo de la cultura mágica, que integra a todos estos pueblos bárbaros y que se expresa en la guerra, que significa la posibilidad de penetrar en un mundo sobrenatural y, por eso, los sobrecoge un éxtasis guerrero, que es propiciado por un ritual bélico y acentuado por la incitación que representa la solidez y eficacia de los vínculos familiares , a tal punto que parecen poseídos o identificados por los Dioses, lo que explica que Tácito, refiriéndose a los Harii diga que infunden un terror propio de un ejército de espectros al combinar una serie de elementos tremebundos, de manera que, en las batallas, los enemigos son vencidos primero en los ojos por esa visión infernal. Eso es el barritum; que corresponde, en general, a uno de estos elementos primitivos. Al lanzar este grito puede ser que bien aterroricen a sus enemigos o que sean ellos los que tiemblen y esto se debe a que, con él, invocan y provocan a los espíritus de sus antepasados, y los convocan a combatir, codo a codo, con los actuales representantes de su estirpe. La guerra no la emprenden sólo los vivos; es un asunto que atañe a toda la comunidad, la de los vivos y los muertos, porque está en juego la continuidad y persistencia de toda la estirpe; por eso, se justifica que sus espíritus se hagan presentes y al sentirlos, al darse cuenta de que han respondido al llamado que se les hacía, el ejército siente acrecentarse su ímpetu y lo expresa tan claramente que aterroriza a sus enemigos. Pero bien puede acontecer que los espíritus no respondan: un sacrilegio, un rito mal cumplido o alguna nefasta acción puede impedirlo; los guerreros lo saben y lo temen y, por eso, tiemblan al sentirse desamparados, al comprender que tendrán que dar solos la batalla contra sus enemigos que están respaldados, tal como ellos podrían haberlo estado, por los espíritus de sus antepasados. Esta es la razón por la cual se ha visto que el barritum es también un augurio, ya que, de antemano, puede asegurarse el resultado del combate considerando el estado de ánimo de sus participantes.
Para emitir este grito que tiene tanta importancia, ya lo hemos visto, acercan los escudos a la boca; ahora podemos indicar que no se trata sólo de lograr, de ese modo, que el barritum resuene más potente, puesto que el papel del escudo -en el cual está representada toda la estirpe, como que ha venido transmitiéndose a lo largo de generaciones y atestigua que su actual poseedor es miembro activo de ella- es el de
servir de instrumento mágico-religioso en su relación con los espíritus de los antepasados, tal como se puede también comprobar en el párrafo XI, que ahora comprendemos mejor con esta nueva perspectiva: no es sólo una manera germánica de manifestar estruendosamente la aprobación; al golpear las frámeas en los escudos se quiere significar que están aprobando ellos y que se está corroborando esta aprobación con la de los antepasados -garantía de seguridad en la conservación de tradiciones y costumbres, que constituyen el ánima de su cultura- al despertar su recuerdo, mejor aún, al hacerlos comparecer ante la asamblea al golpe de la frámea en el escudo.
Añade, por otra parte, las costumbres matrimoniales de los germanos, e indica que el marido es el que debe ofrecer la dote, consistente en «bueyes», un caballo enfrenado y un escudo con una frámea y una espada»; la mujer, por su parte, presenta a su marido alguna arma, y, «en estos, se juzga que consiste el vínculo máximo, los misterios sagrados y las divinidades conyugales». Estos presentes ha de guardarlos en tanto ella viva, y entregarlos inviolados y conservando su original dignidad a sus hijos, para que posteriormente se transmitan a sus descendientes.
Tácito mismo da su explicación a esta costumbre: también la mujer ha de vivir dentro de ese clima de esfuerzo y de belicosidad que caracteriza al germano, y para indicarle que ha de ser la compañera en los trabajos y en los peligros es que se le hacen estos presentes. Pero detengámonos un momento: la mujer también entrega alguna arma, tal vez un escudo. Pasan los años, y debe hacer entrega a sus hijos, a medida que van contrayendo matrimonio, de los presentes que un día ella recibió; pero, por una parte, bueyes y caballos ya pueden haber muerto y no habrá dificultad en reemplazarlos por otros, de acuerdo con la riqueza de la familia, para poder darlos a todos los hijos varones; en cambio, el escudo, la frámea y la espada es indudable que pueden conservarse inviolata ac digna , a través del paso de los años, y que son los únicos que efectivamente pasan -siendo los mismos- de generación en generación, conservados por las mujeres, pero transmitidos por los hombres, por un hombre, puesto que se trata de un escudo, de una frámea y de una espada; seguramente por el primogénito o por el que daba mayores garantías para la conservación del linaje. Como puede verse, hay algo más que un puro símbolo bélico destacado en el momento del matrimonio, aparece también la idea de que mediante la transmisión de ciertas armas se va perpetuando el linaje.
También entre los pueblos celtas de la franja central peninsular se constata la existencia de mujeres con facultades oraculares o proféticas, en ocasiones muchachas muy jóvenes, así como el papel de excepción que desempeñaban las madres como depositarias y transmisoras de las hazañas de los antepasados, que enseñaban a sus hijos en forma de canciones que entonaban en la batalla.