Por haber defendido Dante una posición parecida y por haber atacado la usura como procedimiento heterodoxo en marco de la Iglesia de su tiempo, perdió su patria, fue condenado a muerte y tuvo que pasar el resto de su vida lejos de los suyos. Lo mismo le sucedió a Pound…
Lo que podríamos llamar «el plan vital» en la poesía de Ezra Pound sólo admite una comparación, lejana en el tiempo, pero siempre valedera: la de Dante. La obra de Dante no es sólo la Divina Comedia, sino también el De Monarchia, obra en prosa que contiene el proyecto de una sociedad basada en el imperio. Hay una trascendencia que el hombre ha de conquistar pasando por las pruebas del Infierno, del conocimiento en profundidad, inferior; superando las purificaciones del Purgatorio con el fin de poder encontrar, con la ayuda del amor considerado como máxima posibilidad de sabiduría, los últimos círculos del Paraíso. La vida sería, pues, un viaje, tal como la han concebido los románticos, pero también Rilke y Joyce. Son los Cantos písanos, en este sentido, la obra de Pound que nos acerca a la Divina Comedia. Sin embargo, existe en toda la poesía de Pound, como en su prosa —y, del mismo modo, en su vida— un afán mundano de perfección que completa al metafísico. El hombre ha de perfeccionarse no sólo en cuanto a entidad trascendental y espiritual, sino en cuanto enfrentamiento pasajero con la vida mortal. La perfección de la primera depende de la heroicidad del segundo. El hermano sol reposa en el lomo del hermano asno.
Una rebelión contra el mundo moderno
Lo peor para Dante, el enemigo al que combatió a lo largo de toda su vida de exiliado, fue la consciente confusión entre el poder terrenal y el espiritual. El Papa tenía que ocuparse de la salud y salvación de las almas; el Emperador del mundo visible, sin perder nunca de vista el afán último, ni el Pontífice el bregar cotidiano. El hombre es una combinación de antagonismos complementarios en cuya compleja constitución psicosomática existe como un afán de armonía final vinculada de manera permanente al concepto coincidentia oppositorum. El enfrentamiento político que caracterizó y marcó la existencia de Dante, típico de una persona capaz de vivir la misma esencia en su trayectoria vital, como en su obra, es lo que dio a Ezra Pound un matiz trágico. Lo que demostraría cierta unidad no sólo en el destino de los dos poetas, sino también en la tragedia inmutable de los tiempos. El poeta norteamericano no pudo evitar en el siglo XX lo que le había sucedido al florentino seiscientos años atrás. Hay un mal relacionado con lo político, que corroe al hombre y que nos otorga el derecho, o el deber, de auto contemplarnos bajo la luz primigenia del pecado original, siendo lo político el terreno donde más probabilidades podemos encontrar para colocarnos en una perspectiva fácilmente entendible y comentable.
La rebelión de Pound contra el mundo moderno es una actitud casi genérica. La misma generación perdida norteamericana abandona su país en el momento en que el puritanismo es sustituido por el pragmatismo, pero también Kafka se rebela contra la técnica considerada como antihumana. No es, sin embargo, la técnica lo que define el desastre. Heidegger ha dedicado todo un ensayo al problema y sabemos hasta qué punto las máquinas y su desarrollo pueden ser nocivas sólo en la medida en que es malo quien las maneja. El problema aparece, pues, como mucho más hondo. Se trata del hombre mismo y no de sus engendros, de la causa y no del efecto. Fueron los grandes novelistas católicos franceses, como lo había sido Dostoievski al final del siglo pasado, quienes dieron en el clavo. Es la falta de fe, la pérdida de lo religioso, lo que otorga al hombre poderes terrenales ilimitados, pero lo separa de lo terreno. El problema no es físico, sino metafísico. Pero Pound no es un poeta católico, religioso sí, pero situado dentro de un incipiente PAGANISMO, entendido como técnica del conocimiento, que le permite utilizar las mismas fuentes y buscar los mismos fines que Bernanos o Claudel. Y no resulta difícil encontrar puntos de referencia comunes y furias desencadenadas desde la misma posibilidad de exégesis, entre Pound y el autor de El diario de un cura de campo y de los tremendos ataques contra la situación actual desencadenados por Bernanos después de la Segunda Guerra Mundial.
El mal: la usura |
PODEMOS decir, por consiguiente, que, en el marco de su primer balance, que coincide con el último, Pound sabe dónde está el mal. Y lo define con la palabra usura, proclamándose luego como luchador contra todo sistema dedicado a utilizarlo como sistema de explotación, de opresión y de desnaturalización de lo humano, en el marco de una Weltanschauung contraria a todo sistema basado en la dimensión cosmica y sagrada del hombre. De allí no sólo los ataques de Pound contra la usura, en los Cantos, sino también sus ofensivas contra un capitalismo basado exclusivamente en este tipo de explotación, y el deseo del poeta de aliarse con un régimen político, parecido al imperio defendido por Dante. Las emisiones radiofónicas dirigidas contra Roosevelt durante los últimos años de la guerra, coinciden, en este sentido, con los mejores fragmentos de los Cantos. Por haber defendido Dante una posición parecida y por haber atacado la usura como procedimiento heterodoxo en el marco de la Iglesia de su tiempo, perdió su patria, fue condenado a muerte y tuvo que pasar el resto de su vida lejos de los suyos. Lo mismo le sucedió a Pound. Al entrar las tropas norteamericanas en Italia, el poeta fue arrestado, pasó varios meses en una jaula, como una fiera, y un tribunal lo condenó, por no haber estado de acuerdo con el régimen de la usura, a ingresar en un manicomio. El anticonformismo fue cualificado de enfermedad mental, lección que aprendieron más tarde los otros defensores de la usura; quiero decir del otro matiz de la usura, que representan la explotación del hombre en masa, con resultados iguales, quizá más espectaculares, ya que el gulag concentra masas de condenados anticonformistas, siendo, sin embargo, el punto de partida el mismo.
«Usura mata al niño en el vientre», reza uno de los versos del famoso final del Canto XV. Este niño podría ser el siglo XXI, al que Pound cuidó con pasión casi paternal y al que hoy amenazan todos los vicios del mundo, contrarios a la voluntad y a los aciertos del poeta