Cada día, a nivel global y nacional, se proponen acciones para contener o solucionar los crecientes problemas que hoy caracterizan a toda la humanidad, alienada de sí misma y lanzada en busca de un paraíso terrenal efímero e inalcanzable. La vida entera del hombre está dedicada a esta quimera. La búsqueda del bienestar material, a cualquier precio y por cualquier medio, caracteriza toda su vida, pero los problemas aumentan y la sensación de inquietud y desesperación es cada vez más generalizada y sólo conduce a un resultado autodestructivo.
El hombre debe dedicarse a la recuperación de su estado religioso, buscando una conducta moral virtuosa rigurosa y una acción religiosa unívoca encaminada a la realización de la verdadera salud personal, privada y pública.
La cultura, la formación del hombre, ha sido siempre una práctica indispensable y hoy es más necesaria que nunca, pero formar al hombre significa reconducirlo a su naturaleza esencial, de carácter divino, y por tanto significa formar al hombre religioso. Si no procedemos a reconstituir al hombre religioso, todos los medios puestos en marcha para resolver los diversos problemas no podrán producir ningún resultado verdaderamente justo y benéfico.
La naturaleza religiosa del hombre
El hombre es una entidad cuya esencia es de naturaleza estrictamente religiosa, es un ser espiritual cuya función es hacer presente lo Divino, en su plenitud, en el plano de la Tierra. La naturaleza del hombre es teofánica, revela y manifiesta el Ser en su intelecto, en su alma y en su cuerpo, en su composición une y media la realidad eterna y trascendente, con el devenir, en su apariencia e inmanencia. Así el hombre reúne, relee y, por tanto, realiza religiosamente, la unión del Cielo y la Tierra. Como ser teofánico, el hombre tiene la función de completar la inmanencia gloriosa de la presencia divina en todo orden de la Existencia Universal, de modo que en él se encuentra al mismo tiempo la identidad con el Ser Divino Supremo y la síntesis de la Manifestación integral. En su estado normal original, el hombre constituye la gloriosa forma sensible de la Divinidad en la Tierra; revela su naturaleza en forma simbólica y expresa su sabiduría y virtud en su plano existencial específico. El bien del hombre coincide con su estado religioso integral, en el que están presentes la bienaventuranza y la felicidad perfectas, la paz completa y la conducta perfectamente justa y ejemplar.
El hombre moderno ya no es religioso
Debido a una envoltura específica, el estado original del hombre, que era perfectamente religioso, ahora se ha perdido completamente. Con la degradación del estado religioso plenario, el hombre ha perdido la sabiduría divina que poseía y las virtudes que de ella procedían, su alma ha sufrido progresivamente el ascenso de la corporeidad y se ha sometido a todas las pasiones y a todo tipo de vicios. Hoy el hombre ya no revela a los Dioses y ya no realiza su función teofánica, su alma está dominada por la figura humana mortal, por lo tanto, está sujeto a la infelicidad y a la inquietud. En este estado, el hombre ya no es capaz de establecer la paz en sí mismo y en el mundo, ni tiene fuerza para establecer la justicia en el orbe humano. Habiendo perdido su estado religioso fundamental, el hombre está ahora perdido y su conducta existencial está sujeta a una gran confusión, la sociedad en que vive ha perdido su orientación hacia su primigenio objetivo y en todos los ámbitos existen injusticias y violencias de todo tipo, así como degradación moral y enfermedades cada vez más graves. La pérdida del estado religioso ha sido la mayor degradación para el hombre.