Antes de empezar a leer El Silmarillion, cuando leía El Hobbit, indagué un poco sobre Tolkien y encontré algo que no me gustó: Tolkien era cristiano practicante. Esto me decepcionó bastante ya que me imaginaba que un hombre con tanta imaginación para crear una religión pertenecería a una que se pareciera a la que él habría creado, como el odinismo, o que simplemente creía en la suya que había creado. Pero no, resultó ser católico practicante y entonces empezó a quedarme claro por qué había un dios, Illuvatar, por encima de otros espíritus a los que llamaba Ainur. Eso me abrió lo ojos un poco más, aunque seguí leyendo sus libros sin importarme la religión de su autor ya que su imaginación era increíble y la plasmaba de una manera muy bella.
Ningún pueblo en la historia estuvo tan obsesionado con el poder del anillo como los escandinavos. El anillo significaba riqueza, honores, fama y destino para esta gente guerrera. Bajo su signo cartografiaron mares desconocidos, libraron guerras bárbaras, sacrificaron hombres y bestias, juraron su fe, hicieron con él grandes regalos, y finalmente murieron por él. Los dioses eran señores del anillo de los cielos, y los reyes, señores del anillo de la tierra.
El mascarón de proa de los barcos era un anillo: sujeto entre los dientes de un dragón o tallado como escamas de una serpiente. Abrió por primera vez los horizontes grises del mar del Norte y la bahía de Dublín; señaló el camino a España, Italia, Tánger y Bizancio a lo ancho del azul Mediterráneo, y atravesó los mares helados del Atlántico Norte y los bancos de niebla de América.
Los barcos con anillos en la proa eran presagio de fuego, muerte y destrucción.
Ningún rey o conde terrenal conservaba mucho tiempo el poder si no era «dador de anillos». Pues con estos regalos de riqueza y honores, el guerrero esperaba ser recompensado por su fidelidad. Del oro saqueado el herrero forjaría anillos para los dedos, macizos brazaletes y grandes collares de oro entrelazado. Todos eran símbolos de nobleza, bienes y fama, y a menudo se podía juzgar con exactitud el poder de un reino por el «tesoro en anillos» del rey.
En los mitos escandinavos de búsqueda del anillo encontramos una de las fuentes de inspiración de Tolkien para El Señor de los Anillos. Aunque el símbolo del anillo era también predominante en muchas otras culturas antiguas, fueron los nórdicos los que desarrollaron el mito de la búsqueda hasta que llegó a ser el corazón mismo de su identidad cultural. Prácticamente todas las historias de búsqueda del anillo que vinieron después en los mitos y la ficción tienen una gran deuda con los mitos nórdicos. El Señor de los Anillos de Tolkien, aunque asombroso por su innovación y originalidad, no es una excepción.
Entre los escandinavos, el anillo de oro era una forma de valor corriente, un don honorífico, y a veces una herencia de héroes y reyes. (Un anillo semejante pertenece a la Casa Real sueca, el llamado Sviagriss de los reyes suecos). En otras ocasiones, cuando caían los grandes héroes o reyes, y se consideraba que ningún otro era merecedor del anillo, éste era enterrado con su dueño.
En el túmulo o en la caverna, en el mar o en la tumba, sobre una barca fúnebre hundida en el mar, los anillos dormían con sus señores. Más tarde se contaron historias de maldiciones de muertos y guardianes sobrenaturales. En los mitos nórdicos y en los cuentos de Tolkien, los guardianes de los tesoros y de los anillos tienen distintas formas: espíritus malditos, serpientes, dragones, gigantes, enanos, tumularios y monstruos demoníacos.
Los anillos de la mitología nórdica —como los de Tolkien— por lo general eran anillos mágicos forjados por los elfos. Estos anillos de oro eran insignias tanto de poder como de fama eterna. También eran símbolos del poder más alto: el destino, el ciclo de la predestinación.
En verdad, el Domhring —el Anillo del Destino—, el anillo de piedras monolíticas que se erguía ante el Templo de Thor, era quizá el símbolo más temido de la violenta ley de los escandinavos.
(En Tolkien, un «Anillo del Destino» se yergue fuera de las puertas de Valimar, la ciudad de los dioses). En el centro de este anillo de piedras estaba el pilar del Dios del Trueno, el Thorstein. En el siglo IX, el Rey irlandés Maelgula Mac Dungail fue hecho prisionero en el enclave vikingo de Dublín. Se lo llevó al Anillo del Destino y se le rompió la espalda sobre Thorstein. Sobre otro anillo igual en Islandia, en el siglo XII cristiano, un escriba apuntó que aún se podían ver manchas de sangre en la piedra central.
Sin embargo, el templo sostenido por grandes pilares del Dios del Trueno, feroz y de barba roja, albergaba otro anillo muy distinto —para la sociedad nórdica— e infinitamente más importante. El arma de Thor era el rayo, el martillo llamado Mjölnir, «el triturador», pero el don más preciado de Thor era el anillo del altar que se guardaba en su templo: el Anillo del Juramento de Thor, el emblema de la buena fe y los tratos justos. Sobre el altar sagrado había un cuenco de plata, una varilla de unción y el mismo Anillo del Juramento. Bien fuera de oro o de plata, pesaba quizá más de veinte onzas. La estatua de Thor, montado en un carro tirado por cabras, dominaba el santuario mientras alrededor del altar se agrupaban las doce figuras de los dioses hermanos, los ojos clavados en el Anillo.
Cuando se iba a tomar un juramento, se sacrificaba un buey, y se rociaba el Anillo con la «hlaut», la sangre sagrada. Luego el hombre ponía una mano sobre el anillo, con la mirada de Thor fija en él, se volvía de cara a la gente, y en voz alta decía:
Pronuncio un juramento sobre el Anillo,
un juramento sagrado; por ello ayúdame Freyr,
y Njörd y Thor el Todopoderoso…
Para los escandinavos este juramento era legalmente vinculante, y cuando el primer parlamento democrático del mundo, el Althing, se estableció en Islandia en 930 d. C., los sacerdotes del templo presentaron los Anillos del Juramento para reforzar la ley.
No obstante, Thor no era el único señor del anillo entre los dioses, ni el suyo era el más poderoso. El poder mayor se encontraba en el anillo de la mano de Odín, el rey mago de los Dioses. Odín era el Padre Supremo, el Señor de las Victorias, de la Sabiduría, de la Poesía, del Amor y de la Magia. Era el Amo de los Nueve Mundos del universo nórdico, y por medio del poder mágico del anillo que él llevaba era casi literalmente «el Señor de los Anillos».
Pero Odín no siempre fue el líder de los Dioses y durante mucho tiempo buscó el poder y el anillo mágico y sólo lo consiguió a un alto precio. Recorrió los nueve mundos en su busca y se ocultó bajo muchas formas, aunque más a menudo aparecía como un anciano: un errante barbudo de un solo ojo. Llevaba un abrigo gris o azul y un sombrero de ala ancha de viajero. Sólo portaba un bastón y fue el modelo de los magos y hechiceros peregrinos que vinieron después, desde Merlín a Gandalf. Sin embargo, antes de adentrarnos más en el mito del anillo de Odín, merece la pena, y es necesario, echar un amplio vistazo general a la Tierra Media de Tolkien y compararla con las tierras de la mitología nórdica. Aunque en el mundo de Tolkien las perspectivas morales y filosóficas no son las de la mitología vikinga, hay muchas y significativas similitudes.
El paralelismo más inmediato, incluso para aquellos poco familiarizados con los mitos nórdicos, es que el mundo de los mortales tiene en Tolkien y en los escandinavos el mismo nombre: el nórdico «Midgard», literalmente: «Tierra Media».
Los dioses inmortales de los nórdicos están divididos en dos razas: los Ases y los Vanes; los dioses de Tolkien en un principio son llamados Ainur, aunque llegan a ser conocidos como los Valar en su forma terrenal. En ambos sistemas los dioses viven en grandes estancias o palacios en un mundo separado de las tierras mortales. Los ases moran en Asgard, a la que sólo se puede llegar cruzando el Puente del Arco iris en los caballos voladores de las valkirias. Los Valar de Tolkien viven en Aman, que sólo se puede alcanzar a través del «Camino Recto» en los navíos voladores de los Elfos.
La cosmología nórdica era algo más compleja que la de Tolkien. Asgard y Midgard sólo eran dos de sus nueve «mundos». No obstante, los dos «mundos» de Tolkien son mucho más cosmopolitas, y la mayoría de los habitantes de los nueve mundos nórdicos se pueden reconocer en ellos. Además de Midgard y Asgard, los mitos nórdicos hablan de unos mundos llamados Alfheim y Svartalfheim: los reinos de los elfos de luz y los elfos negros. Éstos son comparables con los Elfos de Tolkien, que comprenden dos grandes razas: los Eldar, que son (en su mayor parte) elfos de la Luz, y los Avari, que son elfos oscuros.
Los enanos de la mitología nórdica también tenían su propio mundo. Se trataba de un oscuro mundo de cavernas llamado Nidavellir, que se encontraba debajo de Midgard, donde los enanos trabajaban en las minas. Estos enanos comparten muchas de las peculiaridades de los de Tolkien, aunque en él tanto los enanos como los elfos están mucho más definidos, y tienen características más individuales, y genealogías mucho más complejas.
Es sorprendente que Tolkien sacara los nombres de la mayoría de sus enanos directamente del texto irlandés del siglo XII, Edda en prosa. El Edda relata la historia de la creación de los enanos, y luego cita sus nombres. Todos los enanos en El Hobbit aparecen en esta lista: Thorin, Dwalin, Balin, Kili, Fili, Bifur, Bofur, Bombur, Dori, Nori, Ori, Oin y Gloin. Otros nombres de enanos que Tolkien encontró en el Edda incluía: Thrain, Thror, Dain y Nain. El Edda da también el nombre de Durin a un creador misterioso de los enanos que Tolkien utiliza para su primer rey de los enanos del «Linaje de Durin». Otro de los enanos islandeses es llamado Gandalf. Sin duda fue el significado literal de Gandalf —«hechicero elfo»— lo que atrajo a Tolkien al elegir este nombre para su mago.
Los nórdicos atribuyeron dos mundos a sus razas de gigantes: Jotunheim y Múspelheim. Jotunheim era el hogar de los gigantes de la escarcha y de las montañas que moraban en cuevas. En ellos vemos las características reconocibles de los grandes, estúpidos y fácilmente burlados monstruos que evolucionaron hasta convertirse en los trolls de los cuentos de hadas escandinavos. En Tolkien, se transformaron en los también estúpidos Trolls de Piedra y Trolls de las Nieves.
Sin embargo, en el mundo de Múspelheim encontramos unas criaturas mucho más formidables: los gigantes de fuego. Sin duda los gigantes de fuego son personificaciones de los subterráneos poderes volcánicos. Pues una vez que se liberaban de Múspel eran virtualmente incontenibles. En el Ragnarök, la batalla final de los dioses y los gigantes en el fin de los tiempos, desempeñaron una parte importante en la destrucción del mundo. En Tolkien encontramos algo de estos terribles titanes en los Balrogs, los «demonios de poder» del fuego.
Otro mundo era Vanaheim, el hogar de una segunda raza de dioses, los vanes: una raza de espíritus naturales de la tierra y el aire que también son magos capaces de echar encantamientos aterradores. En los mitos nórdicos estos dioses magos no están muy definidos como en los dominantes dioses ases, pero se asemejan a los Valar de Tolkien en sus tempranas manifestaciones, como espíritus elementales o «fuerzas de la naturaleza».
El mundo más profundo de todos era Niflheim, la tierra oscura y nebulosa de los muertos. En esta tierra fría y venenosa se alzaba la gran ciudadela amurallada de Hel, la diosa de los muertos. La puerta de esta fortaleza estaba guardada por Garm el Perro y dentro se guardaban prisioneros los espíritus de los muertos. Esto puede compararse en El Silmarillion de Tolkien a la fría y envenenada tierra de Angband («fortaleza de hierro») que está gobernada por Morgoth, el dios de la oscuridad. La puerta de la fortaleza de Angband la vigilaba Carcharoth el Lobo, y allí muchos elfos eran espantosamente torturados y transformados en una raza de seres malditos llamados Orcos. Durante la Guerra de los Anillos, el discípulo de Morgoth, Sauron, intenta recrear Angband en la sombría y maligna Tierra de Mordor.
En última instancia, tanto las cosmologías del mito nórdico como la ficción de Tolkien comparten un estoico fatalismo. En el mito vikingo, los espíritus de los guerreros muertos se reúnen en la Estancia del Valhalla en Asgard, mientras que en los cuentos de Tolkien los espíritus de los Elfos muertos habitan las Estancias de Mandos en Aman. Los dos están allí esperando el tiempo en que serán llamados a participar en los cataclismos que acabarán con los mundos en que viven. Éste es el gran conflicto de las fuerzas elementales que los escandinavos llamaron Ragnarök, y Tolkien el Fin del Mundo.
La visión de Tolkien del Fin del Mundo está deliberadamente velada, pero hay algunas similitudes entre el Ragnarök vikingo —cuando el dios rebelde Loki conduce a los gigantes a la batalla contra los dioses— y la Gran Batalla cataclísmica de Tolkien en El Silmarillion. Cuando Eönwë el Heraldo de los Valar sopló su trompeta, los Valar partieron a la batalla contra el Vala rebelde Morgoth y sus monstruosos servidores al final de la Primera Edad del Sol. El Ragnarök vikingo fue una batalla entre los dioses y los gigantes, y de manera similar comenzó cuando Heimdal el Heraldo de los Dioses sopló su cuerno. Ragnarök terminó con la destrucción de los nueve mundos. La Gran Batalla de Tolkien tuvo como resultado la total destrucción de Morgoth y el maligno reino de Angband, pero también provocó trágicamente que los hermosos reinos élficos de Beleriand se hundieran en el mar.
Algunos relatos de Tolkien repiten de modo directo episodios de aquel cataclismo del Ragnarök. En «La Búsqueda del Silmaril», el héroe Beren intenta usar el Silmaril de fuego para repeler a Carcharoth, el lobo gigante de Angband. Sin embargo, la bestia arrancó de un mordisco la mano de Beren a la altura de la muñeca y se tragó tanto la mano como la joya llameante, en un claro paralelismo entre El Dios Tyr y el lobo Fenrir. Carcharoth Fauces Rojas sintió un dolor horrible cuando la joya le abrasó la carne maldita y desde el interior le consumió el alma. La enorme bestia es como un meteoro salvaje suelto por la tierra, llena de dolor y de iracundo poder hasta que por fin la destruyan.
En el cuento de Tolkien, Carcharoth puede compararse con el mito nórdico de Fenrir, el lobo gigante, que le arrancó la mano a Tyr, el heroico hijo de Odín. Fenrir era el monstruoso vástago del malvado dios rebelde, Loki, y junto con Carcharoth era el lobo más grande y poderoso en las esferas del mundo. Durante el Ragnarök, el lobo devoró el sol, que lo quemó y consumió por dentro, pero lo llenó con un colérico poder hasta que al fin muere.
En El Señor de los Anillos, la batalla de Gandalf con el balrog de Moria refleja otro duelo en el Ragnarök. El gigantesco balrog de Moria que lucha con el mago Gandalf con una espada de fuego en el puente de piedra de Khazad-dûm, es una versión reducida de Surt, el gigante de fuego, que lucha contra el dios Frey con una espada de fuego en el Puente del Arco iris de Bífrost. Ambos duelos terminan en desastre cuando los puentes se derrumban y todos los combatientes se precipitan al vacío envueltos en un frenesí de llamas.
Aunque tanto Tolkien como los nórdicos comparten una visión cataclísmica del fin de sus cosmologías, esta visión no carece de esperanza. De esos conflictos, las dos prometen que dicho fin también es una transición: un mundo más nuevo, mejor y más pacífico renacerá del antiguo y violento. Las fuentes de inspiración de Tolkien son extraídas de un abanico de fuentes mucho más amplio que lo que sugiere esta breve comparación de cosmologías. No obstante, resulta innegable la influencia del mito nórdico en la formación del mundo de Tolkien. Ello se hace aún más evidente cuando examinamos los mitos del anillo de esa civilización; y en especial aquellos mitos que están relacionados con el Rey de los dioses escandinavos, Odín.