EL DEPORTE COMO INSTINTO VITAL ODINISTA

El patriarca Kiril, líder ortodoxo de Rusia, cree que los atletas se están deslizando hacia el paganismo, un conjunto de creencias que existió en Rusia antes de que fuese cristianizada.

En el país existen todavía comunidades que siguen profesando el paganismo, que sobrevivió a las rigideces soviéticas: espíritus del fuego, dioses del agua y otras peculiaridades que nunca han molestado demasiado por estar arraigadas en lugares recónditos.

«La promoción del estilo de vida sano revive estos cultos paganos, incluyendo una actitud pagana hacia el cuerpo», ha dicho Kiril aprovechando la reunión de una comisión religiosa sobre deporte. Los atletas y quienes los emulan no son los únicos expuestos. También en el ejército hay una devoción muscular que los guardianes de la fe observan con recelo. El líder religioso dice que su preocupación proviene de una extensa investigación: el paganismo, con sus deidades salvajes, está de vuelta en Eurasia.

El deporte se caracteriza por ser libre y exterior: Con esto se quiere resaltar que la libertad de que goza el deportista no es sólo interior, sino también, señaladamente, exterior. Para algunos autores, la palabra deporte proviene etimológicamente de estar ad portas, fuera de las puertas, al aire libre. El deporte es originariamente paralelo, en esto, al teatro. Durante muchos siglos los actores de teatro formaban compañías que se instalaban fuera de la ciudad. Justo porque estaban fuera podían tomar la distancia precisa para objetivarla y, así, comprenderla. Un cómico busca simbolizar lo que es la ciudad. Le dice a las personas que en ella viven lo que son, y les ayuda de esa manera, con el teatro.

El deporte también exterioriza en el espacio abierto aspectos básicos del ser humano —pasión, capacidad de lucha, capacidad de autodominio— y, de esa forma nos objetiviza, y nos ayuda a comprender quienes somos. La diferencia entre teatro y deporte radica en que el primero representa y es más exterior, mientras que el segundo ejercita y es más interior.

Por eso en el mundo germánico el deporte siempre ha estado ligado a la religión, ya que ellos se dieron cuenta de que cumplía la función religiosa de ayudar al autoconocimiento. “El que conoce su verdadera identidad es un ser divino”. Y lo divino es también lo perfecto.  Así pues, el deporte nos da perfección. El buen deportista es el que está en forma, expresión profundamente filosófica: desde hace 2.300 años, forma en filosofía significa perfección. Perfecto significa lo mejor y más completo, aquello a lo que no le falta nada.

Como ahora es ya bien sabido, el mejor deportista no el que tiene sólo la forma física, sino el que psicológica y anímicamente la posee también. Si falla esto, de poco vale lo otro. Y, viceversa, el que está bien anímicamente pero mal físicamente, acaba con muchas dificultades o incluso viniéndose abajo. Dicho en otros términos: la perfección corporal se requiere para la perfección total del hombre. En la riqueza de la unidad humana, las virtudes necesitan y piden la colaboración del cuerpo y, por eso también, hay que entrenar al cuerpo por y para la virtud, del mismo modo que hay que usar la virtud también para  mejorar el cuerpo.

Sólo excepcionalmente se puede renunciar a la colaboración virtud-deporte. Forzar el cuerpo contra la salud o no tenerlo en forma, no es lo común ni lo mejor, como tampoco es bueno forzar la virtud en favor del cuerpo. Y menospreciar el deporte en nombre de la virtud, es pereza o cortedad.

En el mundo antiguo, los griegos tenían un profundo sentido del deporte; los romanos menos, porque eran más utilitaristas, y el sentido del deporte se estropea con el utilitarismo. El deporte es un juego y, por tanto, una actividad desinteresada. El profesionalismo en el deporte es perfectamente posible si el dinero no es el fin principal. Cuando el deportista sólo busca puros intereses económicos, el profesionalismo rompe el deporte.

De otra parte, el deporte se realiza en un espacio y un tiempo fijados, lo cual significa una primera determinación reglamentaria. Además, con un orden y unas normas particulares de cada deporte. Todo lo cual demuestra, una vez más, que es cultura, pues la regla es un producto de la inteligencia y la voluntad humanas, y en el deporte es menester interiorizar la regla y convertirla en propia disciplina de conducta.

El deporte, además, supone un aprendizaje, que se da en el entrenamiento, lo cual indica, una vez más, que es cultura. El deportista tiene que aprender primero las reglas, pero luego tiene que aprender también la práctica, lo cual sólo es posible mediante la repetición inteligente.

Quien golpea mal con la raqueta muchas veces, al final adquiere unas manías que no solamente le hacen perder el campeonato de tenis, sino que le estropean el brazo. Y lo mismo vale para todos los demás deportes. Otro elemento esencial es la tensión física y psíquica. En ella se expresa la lucha por la mejora, por la superación hacia lo más perfecto, característica del equilibrio deportivo, pues la tensión física debe ser tal que fuerce sin romper, la psíquica, tal que agudice la atención sin llevar al nerviosismo.

Táctica y estrategia son necesarias y muy importantes, sobre todo en los deportes de campeonato, pero también para todo deporte, pues cada acción, cada ejercicio momentáneo es un paso en el camino general hacia la meta propuesta de mejorar. La inteligencia ordenadora es fundamental también en todo deporte: sin plan no se logra nada, aunque éste haya de ser sólo básico, y no deba ser rígido.

La diferencia entre la táctica y la estrategia está en que la táctica se aplica a cada partido, o a cada actuación, y la estrategia está para ganar el campeonato o para conseguir el objetivo final. Se puede perder un partido para ganar un campeonato.

En cualquier caso, es particularmente importante subrayar que sin tensión para superar y superarse, no hay deporte. Siempre hay que intentarlo, aunque la competición sea contra uno mismo: superar la marca anterior o superar las dificultades o la desgana de un día determinado. Superar cada vez la tendencia hacia abajo, negarse al pacto de comodidad total firmado con uno mismo.

De hecho, la clave está en la propia mejora y en el ejercicio de la ayuda, al servir de estímulo al contrincante para que él también mejore. Todo buen deportista quiere ganar, pero sabe que se enfrenta a otro para ayudarse mutuamente. El contrincante no es un enemigo. Si no es así, se trata de guerra, pero ahí ya medio un espíritu completamente diferente. La guerra no es deporte verdadero.

Por último, hay que hacer mención de los conceptos que constituyen y dibujan lo que es el deporte desde el punto de vista de la virtud. ¿Qué es la deportividad? Se trata de comprender cómo realizar y con qué estilo esa actividad que llamamos deporte. La respuesta es: con autodominio hacia dentro y con magnanimidad hacia fuera. Es decir, en conjunto con lo que Séneca consideraba la virtud por excelencia, la más hermosa de las virtudes: la grandeza de ánimo. Ella está profundamente unida a la deportividad.

No se puede encontrar lesionado al portero contrario y meterle un gol. Es evidente que un deportista no ha de actuar así.

Los tratados de ética no han tomado suficientemente en cuenta la relevancia de esta virtud ética fundamental que es la deportividad. Ella nos enseña en general a tomar el esfuerzo de superación y mejora como un juego, y a dominar nuestra vida en orden a nosotros mismos y a los demás. El deportista sabe luchar, sabe ganar y sabe perder. Es fácil aprender de la derrota; pero son muy pocos los que aprenden de la victoria. La deportividad es también la virtud del que sabe usar el cuerpo al servicio del alma, y percibe la importancia básica del cuerpo humano.

La deportividad nos enseña a convertir en un reto gozoso y felicitario al esfuerzo, el cual en la moral antigua era concebido como dificultad que debía soportarse con espíritu ascético.

El deporte tiene, por tanto, valor trascendente y trascendental. Nos ayuda a conocernos mejor, pues nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, si no es invitado a ello, y aquí lo somos, pues hemos de poner en ejercicio nuestra capacidad de esfuerzo, de mejora, de dominio de la pasión. Nos sorprendernos al observar nuestras reacciones inesperadas y al descubrir en nosotros posibilidades ignotas. Nos abre a los demás, al comprenderlos mejor, al dialogar con ellos en la competición, y al ayudarles con nuestro estímulo. Nos muestra la unidad del ser humano, al experimentar cada uno cómo mejora el cuerpo con la virtud y cómo mejora la virtud con la perfección corporal.

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