El Blot, sus fases y significado.

La ceremonia principal entre los germanos lleva el nombre de blót, un rito sacrificial en dos grandes tiempos. En primer lugar, los miembros que tenían obligación de hacerlo procuraban las víctimas sacrificiales, cuya muerte en el hogar central marcaba el comienzo de la primera parte del rito. Se recogía la sangre en un recipiente especial y con ramas se hacía una aspersión general sobre los presentes y los muros de la sala del sacrificio y se tomaban los auspicios. Posteriormente y tras cocinar la carne comenzaba la segunda parte del rito que es el banquete sagrado. Se trata de un rito de cohesión grupal en el que el animal marca el nexo de unión entre hombres, dioses y en su caso difuntos. Una parte del animal se debía a los dioses que presidían la ceremonia; en ciertas fiestas (especialmente en el álfablót, fiesta del solsticio de invierno) había una mesa de jól, que se abastecía para los difuntos y por último la parte principal se repartía entre todos los participantes en la comida.

El ámbito sagrado aseguraba el marco cierto para el cumplimiento posterior de lo decidido, por lo que el banquete se convierte no sólo en un medio de socialización y de nivelación por el mecanismo del reparto sino también en un medio fundamental para sustentar el equilibrio (la paz familiar o tribal) por el mecanismo del consenso. La importancia de los lazos que crea el sacrificio para la estabilidad se testifica en la existencia de una compleja red sacrificial tal como aparece en la Guta saga:

«El país entero tenía un blót supremo y común a todos y luego cada tercio del país tenía su blót y cada grupo menor hacia blót más pequeños en que se ofrecía ganado, comida y cerveza. Se les llamaba hermanos en el sacrificio porque sacrificaban todos juntos»

Ingrediente fundamental en la ceremonia era la cerveza que sellaba por medio del éxtasis la hermandad de los participantes en la comida sagrada, los cuernos debían circular según una rotación benéfica que potenciaba la capacidad unificadora del brebaje. Se testifica una vez más la importancia del extatismo como componente fundamental de la religión escandinava. Gracias al éxtasis las decisiones comunes están dirigidas por la divinidad que puede manifestarse mejor y tiene el camino más libre (para penetrar en el hombre) en los estados alterados de la conciencia. El éxtasis del banquete va parejo con el éxtasis poético y tiene concomitancias con el éxtasis guerrero. Se trata de una característica muy arcaica, otra más de las que testifica la religión germana, y que nos entronca en un mundo que, aunque muy posterior al de los textos romanos o védicos parece plasmarnos una sociedad de un tipo menos desarrollado.

Sobre el significado metafísico del blót, que es la designación corriente del «sacrificio», estamos aceptablemente informados, pero nunca de forma global, y es necesario ir recorriendo diversos textos para intentar una reconstrucción. Se puede decir, igualmente, que implicaba cierto número de momentos esenciales:

  • inmolación de una víctima —que no es nunca humana en la época vikinga, pues ese uso se remonta a tiempos anteriores— cuya sangre recogida en un recipiente especial, o hlautbolli (hlaut designa esa sangre, bolli es la pila),
  • consulta de los augures,
  • petición de dones, la cual era sin duda alguna el punto culminante y a la vez la razón de ser de toda la operación.

Se sacrificaba para «tener noticias» (expresión ganga til frétta, donde frétt es expresamente la «petición») relativas a las próximas estaciones, o a la suerte de uno o varios de los asistentes, o también sobre la evolución futura de acontecimientos inquietantes como hambres, epidemias, etc. Lo que equivale a decir que un sacrificio era ante todo una operación adivinatoria y por consiguiente dependía más o menos de la magia. Luego se consumía la carne del animal inmolado; esto se hacía en común, ya dentro del banquete o veizla, término que ya hemos comentado anteriormente y que existe en composición en la forma blótveizla, banquete sacrificial, por tanto. Es en el curso de ese banquete cuando se brindaba (drekka minni), tal vez, como lo quieren fuentes recientes, en honor de los «dioses», pero más seguramente en honor de los grandes antepasados de la familia, del clan o de la comunidad reunida, a fin de establecer, una cálida comunión entre los dos reinos, o establecer la continuidad de un mundo con el otro ya que, como sabemos, nada separa brutal ni definitivamente este mundo del otro. Quedaba entonces, la prestación de juramentos difíciles de realizar pero que dan testimonio de la vitalidad del culto así consagrado.

Tenemos un ejemplo particularmente elaborado de ello en la Saga de los vikingos de Jómsborg, pero ya hemos mostrado varias veces nuestras reservas respecto a esta saga «legendaria». Está claro que el blót era una ceremonia de tipo completamente colectiva y, si podemos decirlo así, una unión comunal con la divinidad.

Un animal que juega un papel fundamental en el sacrificio es el caballo, relacionado con el acceso a la soberanía; su consumo fue muy perseguido por las autoridades cristianas lo que indica su rango significativo fundamental como víctima sacrificial. El verraco o jabalí también son animales sacrificiales de primer orden y quizás tengan que ver con los grupos de guerreros (en el más allá los einherjar de Odín se alimentan de la carne inacabable de Saehrímnir) aunque también se sacrifican en honor a Freyr para propiciar la fertilidad.

Las fiestas germanas suelen producirse en los momentos críticos del año, equinoccios y solsticios, cumpliendo seguramente un papel en la configuración ritual del año cuyas diversas fases convenía conocer con cierta precisión para así realizar en el tiempo adecuado las tareas agrícolas.

En realidad, se trata de canalizar, incluso de forzar, la suerte, el destino, la (buena) fortuna. Esa es seguramente la noción clave de este universo. El destino rige el mundo del vikingo; él lo sabe, lo cree. Su mitología le enseña, en la medida en que haya tenido para él la coherencia que nosotros queremos darle, que incluso los dioses están sometidos a las decisiones de ese Poder que debemos escribir con mayúscula. «Nadie sobrevive una noche a la sentencia de las Nornas»:
Esta cita de un poema éddico nos marca y señala la columna dorsal de sus más íntimas creencias. No hay un ejemplo mejor que el de la Saga de Glúmr el asesino, donde el héroe, Glúmr, posee dos objetos—habría que decir talismanes— que le vienen de su abuelo noruego, un manto y una lanza, que el texto nos presenta sin ambigüedad como signos de la suerte ligada a su clan. En tanto permanezca fiel a la ética fatídica simbolizada por ese manto y esa lanza, en tanto que no falte al honor del clan que encarnan, él será grande (söguligr, digno de proporcionar materia para una saga). Si, por una u otra razón, falta a ella, perderá de alguna manera su «honor» (vocablo que también admite todo tipo de denominaciones), es decir, no será ya digno de sus antepasados. Ahora bien, eso es lo que le sucede a Glúmr, que incurre en perjurio, ofensa de suma gravedad en este universo donde todo está regido por la idea de pacto, de fidelidad a la palabra dada. Y, por consiguiente, con una perfecta lógica, Glúmr no parará hasta que se vea liberado de esos dos objetos simbólicos; después de lo cual, irá sin flaquear hacia la consumación de su destino.

 
 

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