Renauld-Krantz es el responsable de la edición de una Antología de la poesía nórdica antigua aparecida en 1864, hasta ahora la mejor selección de textos eddicos y escáldicos accesible al público.
A partir de la antigua literatura nórdica, Renauld-Krantz profundiza en el carácter de los antiguos dioses germánicos a la búsqueda de estructuras, es decir formas organizadoras, constitutivas e irreducibles a simples procesos históricos, de la religión germánica.
La mitología nórdica prolonga en sus grandes líneas una mitología germánica común, sobre la cual profundizaron los autores de la Antigüedad (Tácito) y la Edad Media (Adam de Breme, Saxo Grammático) antes que los modernos (Jacob Grimm, Jan de Vries, Georges Dumézil, Otto Hofner), buscando sus contenidos.
“Escandinavia – escribe Renauld-Krantz – es, en efecto, el único país germánico (y uno de los raros países de Europa) en donde la literatura todavía se baña en el paganismo. Si exceptuamos las inscripciones rúnicas, los primeros monumentos de esta literatura datan del siglo IX, y los últimos documentos religiosos importantes del siglo XIII. En esta época, Escandinavia ya era cristiana desde doscientos años atrás (en Islandia, la adhesión oficial al cristianismo fue proclamada justamente en el año 1000)”.
El paganismo continúa viviendo en los cultos locales, las tradiciones de las familias campesinas y las costumbres populares.
Las tres funciones
Las figuras dominantes de la mitología escandinava son: por una parte los Ases Tyr, Odín (Wotan, en la Alemania meridional) y Thor (Donar, en bajo alemán); por la otra, un conjunto de divinidades (Nyordh, Frei y Freya, principalmente) que forman la familia de los Vanes y suelen patrocinar sectores o actividades determinadas.
Este panteón se articula en torno a tres funciones que son la base de la estructura ideológica de los indoeuropeos tal y como pudo ser establecida por Georges Dumézil: el sacerdocio y la soberanía (plano cósmico, primera función, con Tyr y Odín), la fuerza militar y guerrera (plano humano, segunda función, con Thor), la fecundidad y la productividad (plano social, tercera función, con Nyordh, Frey y Freya).
En el origen de la armoniosa sociedad de los dioses, el mito germánico localiza una “guerra de fundación” que enfrentó a los Ases y los Vanes (el mismo tema se descubre entre los romanos, bajo una forma historizada, con las guerras etruscas; o entre los indios, en la epopeya del Mahabharata). Una diosa vane, Gullweig (es decir, “sed de oro”) es la causa. Divididos, los Ases son derrotados y los Vanes invaden su territorio, Asgard (“El jardín de los Ases”; cfr. alemánGarten, inglés garden, “jardín”). Pero los Ases terminan por imponerse, ya que su jefe, Odín, que conoce el secreto de las runas y vigila el orden del mundo, consigue “domesticar” a los asaltantes gracias al poder de unión de su magia.
En la sociedad unificada que sigue a este periodo de discordia, los Ases obtienen las funciones de soberanía (Odín) y de combate (Thor), en tanto que los Vanes obtienen la función económica: son los encargados de producir las riquezas. Tal es la forma de “contrato social” entre los indoeuropeos.
La función de soberanía comprende dos aspectos: uno “jurídico” y religioso, el otro “político” y administrativo. El hecho de que se encuentren asociados muestra que, en la sociedad de los dioses (y, por extensión, en la de los hombres) deben obligatoriamente ir a la par. El aspecto político establece la relación de autoridad, o de coacción; el aspecto jurídico establece, mediante la noción de “ley”, la justificación de esta autoridad, al mismo tiempo que asegura la cohesión social y la buena marcha del mundo. Entre los antiguos nórdicos, el mando implica un apoyo y protección asegurados por la “fidelidad” (Treue), de la que se pueden citar muchos ejemplos, desde la pax romana (ciudades sometidas y protegidas) hasta el sistema feudal (relaciones entre vasallo y soberano).
La unión de la razón, la pasión y el trabajo
Toda una tradición historicista ha querido ver en el mito de los Ases y los Vanes el recuerdo más o menos deformado de dos pueblos diferentes; el uno viviendo de la caza y la ganadería, el otro de la agricultura, que habrían combatido entre sí antes de superponerse. Los arqueólogos han avanzado los nombres de Megalithenvölker (“pueblos de los megalitos”) y Streitaxvölker (“pueblos del hacha de guerra“). Hasta que Georges Dumezil, en su obra Los dioses de los germanos(1959), escribió:
La dualidad entre los Ases y los Vanes no es un reflejo de eventos del pasado. Lo que aquí se esconde son dos términos complementarios de una estructura religiosa e ideológica unitaria; dos términos en donde el uno implica al otro, y que son expresión común de todos los pueblos indoeuropeos”.
En un estudio titulado Histoire et societé, aparecido en la revista Nouvelle École, Giorgio Locchi precisa: “Lo esencial es que, efectivamente, los Ases y los Vanes representan dos modos de vida diferentes: de una parte la antigua tradición de los grandes cazadores-recolectores; de la otra la nueva sociedad de los productores, que se infiltró por aculturación en el seno de las culturas indoeuropeas”.
La sociedad ideal realiza entonces la unión de la inteligencia (de la razón) de la fuerza (la pasión) y de las virtudes apetitivas (el trabajo). Los Ases ocupan una posición dominante; los Vanes una posición subordinada. Pero esta jerarquía constituye un conjunto armónico. Todos los dioses se reúnen para combatir contra Utgard, la comunidad de los monstruos y los gigantes. “Los dioses se oponen a los gigantes – precisa Renalud-Kreantz – como los civilizados a los salvajes, al mismo tiempo que como los padres a los hijos”.
Los dioses principales son Odín y Thor. El primero está asociado al aire y al viento, el segundo al fuego y al rayo (los Vanes son entidades de la tierra y el agua).
Odín no es el creador, pero sí el ordenador del mundo. Él garantiza (junto con Tyr) el orden del cosmos. Dios de los reyes, es también el rey de los dioses. Al igual que sus homólogos indoeuropeos (Zeus-Pater, Júpiter, Varuna etc.), su poder reposa en la ciencia y la magia. Sus éxtasis son de orden uránico, celestial y espiritual.
Thor, dios de la guerra y la tormenta, es hijo de Odín, como el trueno es hijo del cielo. Al igual que el rayo se abate sobre la tierra su actividad se despliega sobre el plano humano. Su poder reposa no en la sabiduría, sino en la fuerza física, simbolizada por su martillo. Thor encarna la virtudes del corazón y de la acción: coraje, generosidad y lealtad.
Entre “Barbarroja” y “Barbagrís”, es decir entre Thor y Odín, comenta Renauld-Krantz, existe una relación estructural binaria, demostrada por numerosos documentos.
“Odín es el dios de las funciones intelectuales, cuyo asiento está simbolizado en la cabeza Thor es el dios de las funciones activas, cuyo asiento está simbolizado por el corazón al mismo tiempo que su medio de expresión y de aplicación es el cuerpo. Odín representa el poder del espíritu y Thor la fuera del cuerpo, y el dúo Thor-Odín expresa la misma polaridad que la dualidad cuerpo-espíritu”.
En la religión védica se descubre una relación análoga entre Varuna e Indra. El hinduismo ha conservado el eco, muy deformado, en la oposición entre Shiva y Vishnú.
Las relaciones entre Thor y Odín también traducen una relación original entre los edades cronobiográficas que también lo son de jerarquía: el padre y el hijo, el soberano y el guerrero, el rey y el caballero. Por el contrario, la tercera función, que trata de la fecundidad (humana) y de la productividad (económica) se relaciona por una parte al elemento femenino, sin distinción de edad, y por la otra al gran número: el pueblo, la masa, el Tercer Estado.
El “Guardián del Santuario”
A partir de la alta Edad Media, el culto de Thor tomó la primacía sobre el de Odín. Su nombre se inscribe en numerosos patronímicos y locativos, en los nombres propios de personas y lugares. En el gran templo pagano de Uppsala, nos dice Adam de Breme, era el dios del martillo quien ocupaba el lugar principal. Era, en efecto, el momento de las conquistas. Y de las respuestas.
Escuchemos a Renauld-Krantz: “Thor, en los finales del paganismo, se convirtió en el combatiente y el defensor de los dioses, el “guardián del santuario”. Nada lo prueba mejor que la invocación general, en la que es sujeto, de los paganos contra el cristianismo emergente. Es a él a quien invocan los creyentes de la antigua fe: es a él, y no a Odín, quien oponen a Cristo, a San Olaf y a los conversos”.
Y concluye: “Las nociones sobre la personalidad que tenían los antiguos escandinavos, su conocimiento de las capacidades humanas, de una cierta imagen del hombre, ni mucho menos reflejan un pueblo “bárbaro”. El hombre se sentía proyectado en el mismo universo que intentaba explicar, de tal modo que no es exagerado explicar su mitología como una suerte de antropología cósmica”.