El anillo mágico

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Hreidmar, un rey de los enanos, tenía tres hijos: Fafnir, el mayor, poseía un alma valerosa y un brazo fuerte; Otter, el segundo, era astuto y contaba con el poder de cambiar de forma a voluntad; Regin, el más pequeño, era poseedor de vasta sabiduría y gran habilidad de manos. Para complacer al codicioso Hreidmar, su hijo menor construyó para él una casa forrada de brillante oro y gemas preciosas. Fafnir era el encargado de custodiarla y nadie se atrevía tan siquiera a acercarse.
Un día, Odín, Hœnir y Loki, disfrazados como seres humanos, llegaron al reino de Hreidmar en una de sus muchas expediciones para poner a prueba el corazón de los hombres. Mientras se acercaban a la casa de Hreidmar, cruzaron un riachuelo y Loki alcanzó a ver una nutria que tomaba el sol. Se trataba en realidad de Otter, el segundo hijo del enano, que había tomado esta forma para salir a pescar. El malvado dios mató a la nutria de una pedrada y se echó el cuerpo al hombro, pensando que luego les serviría para preparar la cena. Al entrar a casa de Hreidmar, en cuanto el rey enano vio la nutria muerta, entró en cólera, pues había reconocido de inmediato a su hijo. Antes de que los dioses pudieran hacer nada, Hreidmar los encerró y declaró que nunca recobrarían su libertad a menos que pudieran satisfacer su codicia entregándole oro suficiente para cubrir el cuerpo de la nutria por dentro y por fuera. Aquello no parecía tan difícil, especialmente para un dios.
Los dioses accedieron y empezaron a vaciar sus bolsillos de todo el oro que llevaban con ellos. Pero la piel de la nutria comenzó a crecer y crecer, tanto que los dioses se dieron cuenta de que pronto no existiría oro suficiente en el mundo para cubrirla. Al quedarse sin nada, Hreidmar accedió a liberar a uno de ellos, para que sirviera como emisario y fuera a traer más oro para pagar el rescate. El elegido fue Loki, quien rápidamente se dirigió a la catarata donde vivía el enano Andvari, famoso por sus vastas riquezas. Este enano una vez había pretendido el amor de las Ondinas, guardianas de una inmensa cantidad de oro en el fondo del Rin. Para asegurarse que el oro no fuera robado, Odín había lanzado sobre él una maldición: quien quisiera hacerse con dicho tesoro tendría primero que renunciar al amor. Pero Andvari ya había sido rechazado por las Ondinas y su esperanza de conocer el amor había muerto en ese momento. Maldiciendo al amor, robó el oro de las Ondinas y con una parte de él forjó un anillo mágico.Se trataba de Andvaranaut («el obsequio de Andvari»), un anillo mágico que aseguraba que su poseedor siempre contaría con inmensas riquezas, ya que atraía el oro como un imán.
Loki buscó por mucho tiempo a Andvari en la cascada, pero lo único que encontró fueron salmones nadando contra la corriente, como es su costumbre. Razonó muy astutamente que Andvari podría esconderse bajo esa forma, así que visitó a Ran, la maligna diosa del mar, y pidió prestada su red. Con ella, capturó a Andvari y el enano, para salvarse, no tuvo más remedio que entregarle todo el oro que poseía, pero Loki se dio cuenta de que el enano intentaba ocultar un anillo de oro, el mismísimo Andvaranaut. Loki se lo arrebató riendo, no sin que antes el enano maldijera al poseedor del oro que el dios le robaba. Aquel oro sólo traería miserias a su dueño.
Al regresar a casa de Hreidmar, Loki se dio cuenta de que el tesoro que había traido no sería suficiente; la piel de la nutria no había cesado de crecer en su ausencia y ahora alcanzaba proporciones descomunales. Depositó todo el oro que consigo llevaba y, por último, se quedó sólo con el anillo, que tenía la intención de retener para sí. La maldición de Andvari comenzaba a surtir efecto. Loki tuvo que entregar también el anillo mágico y se quedó sin nada. Sin embargo, Hreidmar cumplió con su palabra y liberó a los dioses, quienes partieron de inmediato.
Fafnir y Regin, al contemplar tanta abundancia de oro, empezaron a codiciar para sí una parte, pero su padre era tan codicioso que no tenía pensado compartir con ellos nada. Entonces el hijo mayor, fafnir,  asesinó a su padre para apoderarse del tesoro. Cuando Regin se dio cuenta de lo sucedido, le reclamó a su hermano la parte de la herencia que le correspondía, pero Fafnir, furioso, le dijo que si apreciaba su vida, se largara de allí de inmediato y se buscara la manera de ganarse la vida.
Furioso y sin un centavo en el bolsillo, Regin tuvo que partir. Pero la venganza empezó a crecer en su corazón. Los años pasaron y Regin pacientemente esperaba la ocasión de vengarse de su hermano. Durante ese tiempo, Fafnir descubrió que entre los tesoros robados a Andvari también estaba Huliðshjálmr («casco del terror»), un casco que permitía a quien lo usara tomar cualquier forma o incluso volverse invisible. Así que Fafnir, lleno de codicia, se transformó en un dragón para poder custodiar mejor su tesoro y se deleitaba revolcándose en el oro en la cueva de Grítaheid («horno fulgurante»).
Mientras tanto, Regin entró al servicio del rey Elf, como tutor de su hijastro Sigurd. El taimado enano sabía que Sigurd podía convertirse en el instrumento de su venganza. Regin entrenó a Sigurd en el uso de la espada, la lanza, el escudo y todo tipo de armas, a cambio de la promesa de obedecerle, cuando el momento llegara, sin preguntar nada.Cuando Sigurd alcanzó la estatura de un guerrero, Regin supo que el momento de su venganza había llegado. Le dijo al joven que pidiera a su padrastro un caballo, a lo que el rey accedió. Sigurd fue a ver a Gripir, el encargado de las caballerizas, y éste le dijo que escogiera por sí mismo el caballo que quería. Mientras Sigurd se dirigía al campo, donde pastaban los caballos, se encontró con un extraño hombre tuerto. Éste le dijo que condujera los caballos al río y que escogiera el caballo que cruzara las aguas más rápido. Así lo hizo Sigurd y el caballo elegido fue Grane, descendiente de Sleipnir, el corcel de Odín.
El viaje del héroe dio inicio y mientras cruzaban el mar, Sigurd presenció un prodigio. Un hombre caminaba sobre las aguas en dirección al barco. Sigurd lo invitó a abordar y aquel hombre, que dijo llamarse Fiöllnir, le enseñó cómo distinguir los augurios reales de los falsos. En realidad, se trataba de Odín, pero Sigurd nunca sospechó su identidad.
Al llegar a tierra, Regin llevó a Sigurd a través de las montañas hasta que llegaron a Grítaheid. Entonces, el enano le contó la historia de su familia, de cómo su hermano se había apoderado de la porción del tesoro que le correspondía por herencia. Sin embargo, Regin admitió ser demasiado cobarde para enfrentarse e su hermano, así que necesitaba la ayuda de Sigurd para llevar a cabo la hazaña. Mientras Sigurd continuó caminando a solas hacia la caverna, un extraño con un sólo ojo se le acercó y le dijo que cavara numerosas trincheras en el camino que el dragón debía tomar al salir de su cueva para dirigirse al río a beber agua. Luego le indicó que se escondiera en una de las trincheras y esperara a que el dragón pasara sobre él, para poder clavarle su espada en el vientre. Sigurd agradecidamente siguió las instrucciones del hombre tuerto y consiguió dar muerte el dragón ese mismo día. Pronto el dragón salió de su cueva para saciar su sed. Al arrastrarse sobre el terreno, no tuvo más remedio que pasar sobre la trinchera donde Sigurd se había escondido. Éste tomó su espada Gram («ira») y, armándose de valor, atravesó el corazón de Fafnir. Un enorme lago de sangre se formó alli donde el dragón fue muerto.
Regin, al ver a su protegido victorioso, salió de su escondite. Sorpresivamente, acusó a Sigurd de haber asesinado a su hermano, pero dijo que se mostraría satisfecho si Sigurd, sacaba el corazón del dragón y lo asaba al fuego para que él pudiera comerlo. Sigurd hizo lo que se le ordenaba y pronto el corazón de Fafnir estaba preparado y servido. Para comprobar que estaba apropiadamente cocido, Sigurd tocó con los dedos aquel espantoso platillo y, al estar demasiado caliente, le quemó los dedos, que instintivamente se llevó a la boca. En cuanto la sangre de Fafnir tocó sus labios, Sigurd descubrió, para su enorme sorpresa, que podía entender el lenguaje de las aves, muchas de las cuales se habían reunido allí para comer de la carroña. Un cuervo en la rama de un árbol, le advirtió que no entregara a Regin el corazón del dragón, y que en su lugar lo comiera él mismo. También le explicó la manipulación de la que el enano le había hecho objeto, convirtiendole meramente en un instrumento de su malévolo complot para recuperar un tesoro que, de cualquier forma, no le pertenecía. Entonces Sigurd dio muerte a Regin. La maldición de Andvari cobraba otra víctima. Luego tomó el corazón y lo comió, salvo una pequeña parte que guardó para comer en otro momento.
Una cosa más le reveló aquel cuervo, que si se bañaba en la sangre del dragón mientras ésta aun se encontrara tibia, su piel se volvería completamente invulnerable de cualquier daño. Sigurd se despojó de todas sus ropas e hizo lo sugerido por el ave, pero al momento de saltar para zambullirse en el lago de sangre, una hoja de tilo se pegó a su espalda. Este único punto no fue bañado por la sangre y se convirtió en el único punto vulnerable en el cuerpo del guerrero. Después, recorrió la caverna del dragón donde encontró inmensas riquezas, todas ellas robadas a Andvari, así como el anillo Andvaranaut y el casco Huliðshjálmr. Cargó su caballo Grane con cuantas riquezas pudo y se marchó de allí.
Sin embargo, la historia de Sigurd no termina aquí.

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