CÓMO LOKI Y HEIMDAL LUCHARON POR EL COLLAR DE FREYA

Las leyendas germánicas han perdido mucho de lo que contaban sobre las acciones y los sufrimientos de los dioses.

En un célebre poema, el escaldo Ulf Uggisshon cantaba el duelo de Heimdal con Loki por el hermoso collar reluciente de la diosa Freya. De este poema y de la leyenda que celebraban este duelo, no quedan más que dos líneas que nos cuentan que Heimdal obtuvo la victoria sobre el malvado compañero de los dioses. El sabio islandés Snorri nos dice también que en el curso de esta lucha ambos tenían apariencia de unas focas.

Concedamos al poeta la posibilidad de recomponer una visión general a partir de estos restos:

Una vez, Loki, el retoño inestable de un gigante que los dioses habían aceptado descuidadamente en su comunidad, voló por encima del mar adoptando la forma de un halcón; vio un gran pez en la superficie, cuyas escamas y aletas brillaban como el oro.

En su codicia de apoderarse de la joya, Loki se abalanzó hacia las olas, pero en el momento en que sus garras se hundían en el agua para capturar al precioso pez, la red invisible de la giganta de los mares, Ran, los deseó. Con astucia, haciendo que se forjara ilusiones, había atraído a esa celada al ser ambicioso, y se lo llevó entonces a su sombrío reino del fondo del mar.

Le mantuvo encarcelado durante nueve días, entre los marinos ahogados en las profundidades abisales hasta que prometió por el más sagrado juramento por la cabeza de su fiel esposa Sigrun, traer el collar de Freya como rescate a la horrorosa soberana de los mares.

Este collar de estrellas de la diosa que resplandece cada noche clara en el cielo, era el orgullo de los dioses y la felicidad de los hombres. Freya nunca se lo quitaba de su cuello. Pero Loki, el muy hábil hijo del gigante Laufey, sabía que lenguaje utilizar con ella para que le confiara el celestial adorno.

Freya, la diosa radiante de belleza que inflamaba el corazón de los dioses y de los hombres, y cuya gracia hacía consumirse de deseo a los pesados gigantes era, por su parte, desgraciada en amores. Había entregado su corazón a un hombre llamado Odd y se casó con él; sin embargo, él la abandonó y ella siguió su pista, en vano, en todos los países. Cuando Loki regresó a Asgard, en el castillo de los dioses, fue a ver a Freya y le dijo: «He encontrado a Odd, al que tú buscabas. Ran, la giganta ladrona le ha atraído hasta su nido mortal y le mantiene prisionero en el fondo del mar. No obstante, ella está de acuerdo en devolvértelo si tú le entregas tu brillante collar como rescate.»

Freya no se hubiera separado nunca de su magnífica joya, pero el amor exigía el más alto precio. Lágrimas de alegría resbalaron por sus mejillas: «¡Toma la joya!», dijo ella. «Ninguna joya vale la vida de Odd, mi amado. ¡Trae a mi esposo cerca de mi corazón y te seré eternamente reconocida!».

Loki satisfecho, se zambulló, bajo la forma de una foca, en la profundidad del mar para llevar la joya a la despiadada Ran.

Pero alguien había oído las palabras del taimado; Heimdal, el gran guardián del cielo cuyo ojo lo escrutaba todo, día y noche, y no dormía nunca, y cuyo oído era tan fino que percibía el menor ruido. Él, que podía ver hasta el centro de la Tierra, estaba al corriente de la cautividad de Loki en poder de Ran y se dio cuenta del engaño. Con la rapidez del rayo, adoptó el aspecto de una foca y se sumergió en persecución de Loki.

Entre las olas del mar tuvo lugar un furioso combate entre la fuerza de Heimdal y la pérfida astucia de Loki, que siempre se escurría de las sofocantes presas del guardián del castillo celeste. La horrible Ran quería acudir en socorro de Loki, pero las nueve olas madres de Heimdal, el hijo del mar, la sujetaron y se lo impidieron. Gjalp, la mugiente, Gremj, la sorprendente, Eisth, la atacante, Eyrgjafa, la creadora de arena, Ufrun, la loba, Angeyfa, la opresora, Imd, la murmurante, Atal, la perecedera, Iarnsaxe, la del cuchillo de hierro, todas las que dieron vida a Heimdal, se precipitaron sobre la giganta ladrona, impidiéndole intervenir en el combate.

Las olas se movían con tanta furia, que la encolerizada espuma blanca volaba hacia el cielo, los barcos de los hombres se bamboleaban sobre el tremendo oleaje que se levantaba incluso por encima de las tierras próximas.

Finalmente, Heimdal consiguió atrapar a Loki y le arrebató la brillante joya. Loki, sin fuerzas, se hundió bajo el agua, pero le sacó a la superficie mientras salía volando bajo la forma de un águila hacia las cumbres divinas. «¿Cómo has podido confiar en el corruptor?», reprendió Heimdal a Freya mientras le devolvía la joya. «Sabes, tú no volverás a ver a Odd antes de que llegue el Ragnarök, el crepúsculo de los dioses. Le estás buscando en vano en casa de Ran. Sólo Odín y yo conocemos el secreto que le esconde. Pero volverás a verle el día de la lucha de los mundos, antes de que el nuevo mundo surja de las olas de lágrimas y de sangre. Y entonces Loki recibirá su castigo, él, cuya maldad nos ha perjudicado tan a menudo a nosotros, los dioses.

Cuando el Ase blanco volvió a los puentes celestes, velando que los gigantes no tomaran de asalto el castillo de los dioses antes de tiempo, asió el bastón de madera tallada e hizo en él una muesca, al lado de las muchas otras que allí estaban en memoria de las fechorías del malvado Loki. Éste, que yacía en su cama con una amarga sonrisa, notó súbitamente un dolor en el pecho y gimió, en un suplicio que ya había presentido; pero Sigurd, su fiel esposa, le reconfortó.

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