Pandemia, Ira de los Dioses y espejismos humanos

En toda sociedad religiosa tradicional, cada hombre sabe que ningún evento ocurre por casualidad, sabe que todo lo que ocurre fenológicamente tiene una causa numénica[1], los hechos y la conducta están presididos y regulados por los Altos Poderes, que siempre actúan de acuerdo con el destino y la Justicia para crear un diseño finalista universal preciso, en el que las diferentes entidades determinadas sean solo peones. El hombre religioso tradicional es un actor consciente del plano fatal, actúa de cierta manera cuando está en una sociedad religiosa, sociedad normal y recta, el hombre no religioso está inconscientemente desubicado en su sujeción al Destino y vive en la ilusión de ser «independiente», «libre» y capaz de «determinar su propio destino», el hombre irreligioso vive hoy en una sociedad completamente anormal y al revés, que tiene una naturaleza radicalmente contrarreligiosa y contradictoria, que quiere seguir desarrollando hasta sus consecuencias extremas.

En una sociedad como la actual, al revés en comparación con la tradicional, se cree que todos los fenómenos tienen lugar de acuerdo con una causalidad natural, mientras que lo natural es siempre un epifenómeno de lo sobrenatural, porque en el mundo existe exclusivamente un proceso teofánico[2] continuo, gobernado por causas eternas trascendentes, que siguen un orden dinámico temporal preciso, que es absolutamente necesario y tradicionalmente se llama en nuestra religión Örlog y Urð —Porque el destino significaba tanto a la religiosidad indoeuropea, encontramos muchos nombres para ello en sus idiomas: la moira de los helenos corresponde al fatum de los romanos, el ananke y heimarmene de los helenos a la necessitas y fatalitas de los romanos. Los germanos nombraron el destino de acuerdo con el aspecto desde el cual lo vieron, como el örlog, metod, wurd, skuld y giskapu). Con los hindúes, la idea del destino se había convertido en la idea del Karma. La idea de una migración del alma que, según su conducta moral durante la vida, invariablemente conducía a una vida mejor o peor después de la reencarnación, concepto que sin embargo era peculiar de los hindúes. La idea de un ciclo de nacimientos, según la descripción de los helenos de un Kyklos tes geneseoos, originalmente fue probablemente peculiar a todos los indoeuropeos, y también se ha demostrado que existió entre los celtas y los germanos—El destino es pues, el poder sobrenatural inevitable e ineludible que, guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad. En una sociedad religiosa tradicional, que es recta y de acuerdo con el orden divino, el hombre y las comunidades se comprometen a vivir de acuerdo con su decisión y a aceptar las provisiones fatales de manera apropiada—por ejemplo, la llegada del Ragnarök—. Las acciones correctas permiten que la vida humana se coloque en condiciones de favor divino o de Frith, por lo que la Divinidad la apoya, protege, salva y mantiene intacta. Las acciones incorrectas, las disposiciones rebeldes, contrarias y opuestas a las disposiciones divinas, dan lugar al enojo y la desventaja, por lo tanto, desencadenan acciones correctivas que reconstituyen el orden armónico producido por las Altos Poderes según su Wyrd.

En el contexto de la religión Odinista-Ásatrú, una situación como “peste”, según la definición del término, que se compone de la raíz pis, o pish, que significa «golpear» y «aplastar», es una situación en la que la comunidad o el grupo de hombres reunidos por un destino determinado son batidos, aplastados o golpeados, del mismo modo que alguien que debe ser sancionado o castigado por haber hecho algo contrario a la justicia y el bien común es castigado con una vara o un látigo. En un sentido amplio, el término “peste” indica todo lo que se constituye como perth-ein, o como «lo que se pierde por destrucción», desintegración o aniquilación, mientras que “pestilencia” es la difusión, propagación, extensión generalizada de una situación de “peste” En los diversos escritos antiguos, el término peste indica calamidad, flagelo, ruina, destrucción, desgracia, muerte, en particular “pestilencia”, se considera una propagación de epidemia contagiosa irrefrenable e incontrolable, cuyo objetivo es perseguir propósitos destructivos, un proceso que se cree que es generado por un vehículo propagador de la peste, que siempre se considera fatal y ruinoso, por el efecto abrumador y aniquilador que produce en lo que golpea.

En la sociedad actual, una sociedad completamente anormal, y en la que no es posible «volver a la ley natural», ya que sería necesario rectificar y reconvertir por completo la situación actual en una situación religiosa, la única verdaderamente normal y tradicional, nadie, ni siquiera por un momento, atribuye la causa de ciertos fenómenos epidemiológicos y pestilenciales a entidades sobrenaturales, sino que se cree que dependen exclusivamente del hombre o de la naturaleza externa. En realidad, debe repetirse que la esfera fenoménica siempre tiene una causalidad divina, en la «vida natural» nunca puede atribuirse a las causas «naturales» o «humanas». En particular, todas las epidemias, ya sean mayores o menores, son expresiones específicas de la «ira de los dioses», que se implementa porque en el contexto colectivo existe una condición de infracción más o menos grave a la paz humana del Frith que deviene cuando se está en armonía con la divinidad. Cuando existe una condición de culpa sacrílega, derivada de contravenir el orden natural, tanto en relación con la naturaleza o de abominaciones precisas que interrumpen la relación normal de favor, protección y apoyo de los Dioses a la Salud personal y colectiva, entonces se produce la intervención divina. La violación reiterada y agravada de todo lo que es venerable produce «maldición», el ataque a las leyes religiosas y el incumplimiento de la conducta normal del hombre conducen inevitablemente a la sanción divina, en particular producen el sufrimiento físico dado por la peste.


[1] Deidad dotada de un poder misterioso y fascinador. El término en la actualidad se refiere a cada uno de los dioses de las distintas religiones indoeuropeas. Abarca el sentido sagrado y de inmanencia que había en todos los lugares y objetos para las religiones precristianas.

[2] Teofanía es la manifestación local de una deidad a seres humanos; como pueden ser las apariciones visibles. La mayor parte de las teofanías se describen como experiencias terribles, que llenan a sus testigos de un sentimiento de miedo; pues la presencia física de la divinidad suele entenderse como incompatible con la vida de los mortales. Así le ocurre a Arjuna cuando presencia la teofanía de Krishna; en la tradición judeocristiana, ninguno puede en realidad ver el rostro de Dios​ y vivir.

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