¿Monarquía o República?: Tribalismo Libertario

198243_1753979700705_5017405_nTras la abdicación de Juan Carlos I y la inminente subida al trono de Felipe VI, se está produciendo un debate nacional entorno a la forma del Estado, simplificado esto en una diatriba entre Monarquía o República que yo reputo una simpleza. Pocas voces se alzan, sin embargo, para cuestionar la esencia misma del Estado, más allá de cuestionar la Jefatura del mismo.

En muchas ocasiones he señalado la diferencia entre un Estado y una comunidad nacional organizada políticamente. El tribalismo libertario se basa en que el ser humano ha de ser libre para poder ser humano, porque la libertad es la esencia misma de su condición. Pero como animal social que es, no podría sobrevivir en la Naturaleza sino perteneciese a un grupo, a una comunidad. Nacemos dentro de una familia, de un clan, ya sea un clan fijado conscientemente, o un clan sociológico, entendido como el grupo de amigos, la gente cercana. Está en nuestra naturaleza este deseo de pertenencia a un grupo, el tribalismo. Por lo que una persona sólo puede ser libre, si pertenece a una comunidad libre. Aparte de la familia y el clan, que son las unidades sociales más inmediatas, está la tribu como concepto, que por encima de todo es un concepto afectivo y cultural, siendo la nación una unión federal de tribus, una familia más grande.

            Para poder funcionar, la Comunidad necesita tener una organización. Esto es lo que realmente es la política, esa organización, sea del tipo que sea. Con esto muchos pretenden justificar la existencia del Estado, pues son incapaces de concebir una organización política que no sea estatal. Sin embargo un Estado, del tipo que sea, siempre es la superestructura ideológica para legitimar el poder de una minoría sobre el resto de la población. El Estado aspira a monopolizar la violencia como elemento de dominio, la coerción para lograr la obediencia por parte de la población. Por lo que cualquier persona sometida al poder del Estado estará siempre bajo este, será un súbdito. Evidentemente esta forma de organización política es contraria a la libertad y los pueblos organizados de una manera estatal, no pueden ser libres.

            Sin embargo de manera cotidiana los seres humanos nos organizamos para multitud de cosas y lo hacemos de forma libre, por lo que una Comunidad puede organizarse políticamente sin necesidad de un poder coercitivo que obligue a quienes la forman a obedecer. Esta organización se basará en la libertad responsable, en su aspecto político, y en el apoyo mutuo y la solidaridad, en su aspecto social y económico. Podemos deducir de esto que la anarquía no es el caos, sino el orden natural, la forma instintiva de funcionar que tiene la especie humana, como el resto de los animales (no existen Estados de lobos, ni de elefantes, y sin embargo sus sociedades están organizadas), siendo el Estado lo antinatural. Al basarse en el monopolio de la violencia y en la dominación, el Estado es el caos y la ausencia de Estado, el orden.

            Las sociedades humanas se han organizado políticamente sin Estados durante miles de años, y el Estado es una copia degenerada de esa organización política natural. Todos los pueblos indoeuropeos, desde la Prehistoria, combinan las tres formas puras de organización política de las que hablaba Aristóteles: monarquía, aristocracia y democracia. Todos los pueblos, antes de la aparición del Estado, se organizaban en asambleas de hombres libres, que participaban directamente en ellas, y que eran frenadas en sus pasiones por consejos de los mejores (normalmente, de ancianos, más sabios y respetados), eligiendo el pueblo a sus jefes o magistrados de entre los mejores. Por lo que una sociedad sin Estado (tal vez, no sea técnicamente anarquista, puesto que sí hay un Gobierno, lo que ocurre es que es un Gobierno natural y fruto de la libertad y no de la coacción) es la forma pura de organización política, siendo la sociedad estatal una degeneración política de las tres formas puras de las que hablaba Aristóteles, y que se degeneran, respectivamente, la monarquía a tiranía, la aristocracia a oligarquía, y la democracia a oclocracia o demagogia.

            La aspiración de un pueblo libre ha de ser abolir el Estado y organizarse políticamente de la forma tradicional. Desaparecido el Estado no desaparece la sociedad, ni la nación, como muchos creen. Al contrario, se libera a la Comunidad Nacional, al pueblo, del yugo de una minoría que vive a expensas de esta. En el caso de España, las diferentes tribus o nacionalidades deberían constituirse en Comunidades Autónomas (el mismo nombre que ahora, pero un concepto bien distinto, ya que las actuales CC.AA. son una simple división administrativa, meras satrapías del despótico poder estatal, por lo que no son los pueblos de España los que se organizan políticamente en un sentido libre, sino las oligarquías locales las que han llevado a cabo una feudalización del Estado español) y federarse en una Mancomunidad Española, como expresión política de la realidad cultural y afectiva que es España.

            En la futura Mancomunidad Española, organización política no estatal, ¿tendría sentido la Monarquía? Si pensamos en lo que actualmente es la Monarquía en España, la respuesta parece obvia: no habiendo Estado, no tiene sentido que exista un Jefe del Estado. Sin embargo sí que debería existir un poder ejecutivo, una serie de magistrados, un Consejo de Gobierno, presidido por alguien, que habría de coordinar la acción de los demás, que llevara a cabo las disposiciones del poder legislativo. Dicho poder legislativo habría de ser una Asamblea del Pueblo, formada por delegados revocables en cualquier momento, a diferencia de los actuales diputados que tienen un cheque en blanco para cuatro años; y un Consejo de Ancianos, formado por representantes de las diferentes nacionalidades, como cámara alta, pudiéndose vetar mutuamente ambas. Dicho de otra forma, la Mancomunidad tendrá sus Cortes, pero a diferencia de las actuales Cortes estatales, serán unas Cortes que más que revolucionarias, serían una restauración de los usos políticos ancestrales de los europeos.

            Del mismo modo que mantendríamos unas Cortes como poder legislativo, aunque de diferente naturaleza que el poder legislativo estatal, y un Consejo de Gobierno como poder ejecutivo, aunque igualmente diferente al tiránico Gobierno estatal ¿tendría sentido mantener un poder moderador, cuya función sea mediar entre el resto de poderes, actuar como árbitro y evitar que unos se impongan sobre otros, que es lo que en teoría hace un Jefe del Estado? En mi opinión sí, puesto que confiar el poder moderador al mismo que detenta el poder ejecutivo (que sería un sistema presidencialista) conlleva el riesgo de que dicho poder ejecutivo, tienda hacia la tiranía.

            En la Mancomunidad Española, al no ser un Estado, no existiría el Jefe del Estado, pero sí es conveniente que exista la figura del Jefe de la Nación, máximo garante de su soberanía, unidad e independencia, diferente a quien ejerce el poder ejecutivo. La Monarquía hereditaria es una degeneración de la Monarquía misma, cuyo origen en nuestro país es germánico, la Monarquía visigoda. Los reyes godos eran electos de entre los nobles, de entre los mejores. Eran caudillos aclamados por su pueblo que se ponían al frente del mismo, eran primeros entre iguales. Esto mismo está presente en Roma, antes de que el Imperio degenere y divinice a los Césares, convirtiéndoles en déspotas al estilo oriental, cuando la Roma republicana crea la figura del Primer Ciudadano. Yo, por lo tanto, de acuerdo a nuestra tradición, defiendo que sigamos teniendo un poder moderador diferente al poder ejecutivo, del mismo modo que el poder civil es diferente al militar o el religioso es diferente al civil.

            El republicanismo español siempre ha sido muy débil, la I República la trajeron unas Cortes monárquicas y la II República, que ya tenía un republicanismo más serio, fracasó precisamente porque los republicanos siempre fueron minoría. La derecha, salvo excepciones, era antirrepublicana, y la izquierda que sustentaba el régimen, tampoco era republicana, sino socialista y partidaria, en su mayoría, de una revolución al estilo soviético. Por no hablar de los anarquistas, que lucharon en el bando republicano en la Guerra Civil, pero que combatieron a la República prácticamente desde su proclamación, con sucesos como el de Casas Viejas, que evidencian que rechazaban aquel Estado burgués republicano, tanto como el monárquico que le había precedido.

            Pese a ello la Mancomunidad es heredera de muchas ideas republicanas, sobre todo del republicanismo federal de Pi i Margall, cuyo federalismo es de clara inspiración anarquista, de Proudhon, pero también y fundamentalmente, se rescata la ética republicana, de que los cargos públicos están al servicio de la nación, que la soberanía reside en la nación exclusivamente, de la que emanan los poderes públicos. El concepto fundamental de la ideología republicana es que el interés general, representado en lo público, debe prevalecer sobre el particular. No implica esto abolir la propiedad privada, como la izquierda marxista o la mayoría de corrientes anarquistas propugnan, pero sí el hecho de que la cosa pública, la res publica, está por encima de los intereses individuales. Lo comunitario sobre los intereses egoístas.

            Todo esto nos lleva a tener que establecer una magistratura política suprema en la Mancomunidad, que sea Jefe de la Nación y detente el poder moderador, sobre el resto de poderes. Que marque las líneas maestras de la organización política, que sea una figura de referencia, el Jefe de todos los Jefes de España, por lo que tiene que ser un ejemplo de lo que un Jefe ha de ser. El principio monárquico de liderazgo y mando existe en todos los países, incluso en las repúblicas. En una república presidencialista como las americanas, el Presidente tiene más poder que cualquier Rey europeo de una monarquía parlamentaria. Serían monarquías en las que se denomina Presidente al Rey y en lugar de ser hereditarias, cada cuatro o cinco años, se elige uno nuevo. Como el Estado es una degeneración de la organización política natural, se elige al Presidente, no dentro de la misma familia (como la monarquía hereditaria), sino dentro de la oligarquía, de las altas instancias de dos partidos políticos. Por lo tanto los Estados con fachada republicana son tiranías, del mismo modo que los que tienen fachada monárquica.

            En la futura Mancomunidad, abolido el Estado, la máxima magistratura de la nación no se heredaría como si España fuera un cortijo (como ocurre ahora) y tampoco debería ser un tirano elegido entre la oligarquía quien la detentase (como ocurriría en una hipotética III República, que muchos creen que sería la solución de todo). Ese Jefe de todos los Jefes debería ser aclamado por el pueblo de entre los mejores, como tradicionalmente ha sido la Monarquía goda.

El resto de magistraturas de la Mancomunidad han de ser temporales, tener un mandato definido y transcurrido este, abandonar el cargo. Si acaso, poder renovar una vez su cargo. La razón es que perpetuarse en un cargo puede llevar a la tiranía. Sin embargo ¿debe ocurrir lo mismo con la máxima magistratura de la nación? En mi opinión no. Los padres de familia lo son hasta su muerte, los jefes de los clanes también, salvo que algo excepcional haga que no sea así. Esto da estabilidad y permite que el jefe tenga total libertad de acción. Dado que el Jefe de la Nación no tiene un poder ejecutivo ni depende de una asamblea, tener un cargo vitalicio le hace actuar sin depender de ser elegido y con independencia al resto de poderes, por lo que puede cumplir sus funciones de moderar mejor. Además, a nivel internacional, el cargo vitalicio le permitirá tener mucho mejores relaciones con otros países.

Por ello, en mi opinión, la mayor magistratura de la Mancomunidad, ha de ser vitalicia, salvo que excepcionalmente, dicho magistrado actuase deliberadamente contra la Mancomunidad o pretendiese convertirse en un tirano, en cuyo caso podría ser depuesto. Esta posibilidad ya estaba contemplada como fundamento de la autoridad real en la Monarquía goda, reflejándola Isidoro de Sevilla en sus Etimologías:

“De la potestad se ha de usar rectamente. El concepto de Rey se toma de su oficio, que es reinar; mas no rige el que no corrige; luego obrando rectamente se tiene el nombre de Rey, y pecando se pierde. Por eso era proverbio entre los antiguos: Rex eris si recte facies, si non facies non eris.”

            Si entendemos que debe existir una magistratura suprema que detente el poder moderador en la Mancomunidad, diferente del poder ejecutivo, y que dicha magistratura ha de ser vitalicia ¿debemos adoptar las formas monárquicas o las republicanas a la hora de establecerla? En mi opinión, está claro que por historia, por tradición, y para dotar a esta magistratura de la solemnidad que le corresponde al Jefe de la Nación, es la opción monárquica la que ha ser empleada. Un Presidente de la Mancomunidad podría irle a bien a naciones con trayectoria política republicana, como Islandia, pero dentro del Renacimiento Gótico en el aspecto cultural, y de acuerdo a nuestra tradición, liberada la magistratura de su carácter hereditario, tener un Rey nos resulta mucho más adecuado.

            Según nuestra Constitución, la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. Como hemos visto, la organización política estatal siempre es una forma de organización al servicio de una minoría, siendo el resto súbditos del Estado, por más que legalmente se nos llame ciudadanos. Pero el hecho de que la Constitución reconozca la soberanía nacional hace que nuestra causa tenga un fundamento jurídico: si la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, el mismo pueblo español puede disolver el Estado, puesto que es soberano, y organizarse políticamente de otra forma. Así mismo, cualquier acto que lleve a cabo el poder estatal contra el pueblo, contra el soberano, es un acto inconstitucional, siendo pues legítimo que el pueblo se levante si fuera preciso contra la tiranía: Rex eris si recte facies, si non facies non eris.

            Este principio, en el derecho romano, es la maiestas, la Majestad. La Majestad reside en aquel que es origen del poder público. Durante la Edad Media y Moderna se entendía que el Rey lo era por la “Gracia de Dios”, es decir, la Majestad era de origen divino. Esta concepción, propia del cristianismo, es la de las monarquías orientales del Próximo Oriente. Los reyes persas, asirios, babilonios… eran reyes por deseo de la Divinidad. Con la orientalización del Imperio Romano, se llega a este concepto de Majestad de origen divino, que es totalmente extraño al concepto indoeuropeo, más cercano al liberalismo, que establece que es el pueblo el que detenta esta Majestad, y la soberanía procede del pacto social fruto del cual se constituye el poder político.

            Por lo tanto, el magistrado supremo, el Rey, en la Mancomunidad Española, deberá tener el tratamiento de Majestad puesto que este cargo encarna la Majestad del pueblo soberano. Hay que diferenciar el ciudadano que ocupa el cargo, que es un igual con el resto, con el cargo en sí mismo, que simboliza a la nación misma. La nación española surge como tal en el siglo XIX, pero España como matriz cultural es la Hispania Gothorum, por lo que nuestro goticismo es lo que nos define como pueblo (entendido por tal toda la herencia acumulada, latina e indígena, no sólo la visigoda) y el máximo magistrado de la nación, debe tener el tratamiento de Majestad Gótica.

            El Rey no ha de ser Rey de España, entendiendo que el dueño del territorio, sino Rey de los Españoles, que quiere decir que es el jefe de la nación. España es el territorio, la patria, el lugar en el que descansan nuestros ancestros. Pero lo que nos define como nacionalidad no es el suelo, sino la sangre, entendida no en un concepto exclusivamente literal, sino de la herencia cultural de nuestros ancestros. Por eso hablamos de Mancomunidad Española, no de Mancomunidad de España. Si un extranjero invadiera nuestro país y nos deportara a la otra punta del mundo, España estaría donde estuvieran los españoles, por mucho que estos reivindicaran su derecho ancestral sobre la Península Ibérica, como hogar nacional. Del mismo modo, el extranjero que nace en España, no es español, pero sí lo es el hijo de españoles que nace fuera de ella. Pasó con los exiliados republicanos tras la Guerra Civil, pues sus hijos nacieron en México, en Francia… pero eran españoles, realmente nacieron en una España fuera de España. En un Estado, el Estado domina un territorio y a la población que habita en él, que son súbitos (como ocurría en el Imperio Persa por ejemplo, en el que daba igual ser israelita, persa, asirio, accadio, griego…). Pero en una polis griega o en una civitas romana, lo que importa es pertenecer a la comunidad política, siendo los extranjeros moradores de España, pero no españoles, como un invitado en mi casa, no será miembro de mi familia y dejará de ser parte de la suya por cruzar el umbral de la puerta.

            Si el Rey es el Jefe de la Nación, lo ha de ser de toda la nación, no sólo de un grupo. Por ello, la persona que ocupa el cargo, como ciudadano, puede tener sus ideas, sus creencias… pero el Rey ha de serlo de todos, como de todos es la Mancomunidad en sí misma. Del mismo modo que las Fuerzas Armadas deben ser el pueblo en armas, que en tiempos de paz somos ciudadanos, pero en tiempos de guerra somos guerreros; en tiempos de paz el Rey es el Primer Ciudadano, pero en tiempos de guerra ha de ser el primero de los guerreros, el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, y por lo tanto tener la dignidad de Capitán General de los Ejércitos, aunque sea un estratega, un general, quien de las órdenes efectivas, y aunque exista una Comisión de Defensa que sea la que disponga en estos asuntos. Esto es importante porque todos los miembros de las Fuerzas Armadas, que juran fidelidad al Rey al jurar bandera, que en un futuro apoyasen la abolición del Estado, de acuerdo al deseo soberano del pueblo español, y la constitución de la Mancomunidad, no estarían en ningún caso rompiendo el juramento que empeñaron.

            El Rey así mismo ha de ser el Rey de todos los pueblos que forman España, el Rey de los castellanos, los aragoneses, los catalanes, los andaluces… y ello implica que ha de tener conocimientos suficientes sobre la Historia y la cultura del país, y deberá conocer las diferentes lenguas de España, aunque sea a un nivel básico, y las costumbres de cada región. En el aspecto religioso, aun siendo lo deseable que todos los españoles retomaran su espiritualidad ancestral y profesasen las religiones nativas de Europa (que en el caso de España, con herencia indígena, latina y germana, se traducen básicamente a su reconstrucción moderna: Druidismo, Cultus Deorum Romanorum y Odinismo-Ásatrú) incluso dentro de estas religiones nativas, existen diferentes formas de concebir a los poderes sagrados. Hay que tener en cuenta que después de 1600 años, muchos españoles asumen el catolicismo como una religión propia, y aunque esta esté paganizada y, en el fondo, actúen, sientan y piensen como paganos, mantendrán su espiritualidad formalmente cristiana, con influencias judías más o menos claras (puesto que el judaísmo, pese a ser una religión asiática, está fuertemente helenizado cuando surge el cristianismo). Esto, en principio, no supone una amenaza siempre que la Iglesia Hispánica se rija por los principios del tribalismo libertario, en los que se basa la Mancomunidad, y no dependa de un poder extranjero como es el Papado. Además de esta circunstancia, muchos españoles serán ateos o agnósticos, o bien mantendrán una filosofía que puede ser panteísta, animista, henoteísta… con independencia de la confesión religiosa de la que se sientan parte.

            Es por esto que la Mancomunidad Española ha ser laica, aunque se inspire en los valores ancestrales europeos, que son los valores de las religiones nativas, muchos de ellos, asumidos luego por el cristianismo dado que este se configura tal y como lo conocemos en el Imperio Romano, copiando muchos de los usos clásicos para aquellos aspectos en los que su propia doctrina no tenía respuesta. Por ejemplo, el ideal caballeresco cristiano, del guerrero como miles Christi, viene de los valores guerreros latinos y germánicos, y no del Evangelio que predica “poner la otra mejilla”.

            Al igual que la Mancomunidad debe ser laica, el Rey, Jefe de la Nación, como ciudadano puede profesar la religión que sea, pero debe mantener la neutralidad entre todas las confesiones, cosa que no ha sido así en los últimos siglos de la Monarquía Española, asociada con el catolicismo hasta el punto de que el tratamiento de los reyes de España, hasta Alfonso XIII, era de Majestad Católica. Asumiendo el goticismo, la herencia cultural de la Hispania Gothorum, no se prejuzga la espiritualidad del pueblo español. Esta neutralidad de la Mancomunidad es fundamental para el respeto y la cohesión social y freno para el integrismo, incluyendo el integrismo anti-teísta, que quizás sea el mayor fanatismo en materia religiosa que tenemos hoy en día, y que se basa en la persecución de cualquier forma de espiritualidad.

            Otra de las cualidades que ha de tener un Rey, quizás la más evidente, es capacidad de liderazgo. Una persona puede ser muy culta, puede ser sabia, puede ser honrada, honorable, leal… y en definitiva tener todas las virtudes que se desean en alguien, pero de nada le servirán como jefe sino tiene carisma, sino es capaz de conseguir que los demás le sigan. La autoridad de un jefe, en una sociedad no estatal, en la que no se usa el poder coercitivo, no se basa en la fuerza sino que es una autoridad moral. Un líder es aquel que se pone al frente, no el que manda desde la retaguardia. Esto implica tener unas cualidades innatas y sobretodo, tener decisión. De un jefe se espera que actúe, por lo que ha de estar preparado para actuar.

            Como todas las cosas de la vida, a liderar también se aprende. Por lo tanto quien ha de ocupar la máxima jefatura, quien ha de ser el Jefe de la Nación, es recomendable que haya tenido antes otras responsabilidades, otras jefaturas inferiores. Antes de la aparición del Estado, las diferentes tribus tenían sus jefes, que salían de entre los jefes de los clanes (por lo que ya eran jefes antes de ocupar la jefatura de la tribu). Cuando varias de estas tribus se unían, por una amenaza puntual, le daban el mando a uno de esos jefes tribales mientras duraba el peligro. Cuando esta situación puntual se convierte en permanente, es cuando surgen los reyes. Por lo que un rey había sido un jefe tribal antes de serlo. En la antigua Roma, antes de acceder al consulado, la máxima magistratura republicana, había que haber desempeñado magistraturas menores, un cursus honorum. Por ello, en muchas ocasiones, se pierde a posibles grandes jefes, por elevarlos a la condición de tal con demasiada premura. En una sociedad estatal, salvo a los hijos de la oligarquía, se nos enseña a obedecer. En una sociedad libre la educación será diferente, por lo que el liderazgo natural emergerá de forma mucho más fácil en cualquier persona que tenga dotes carismáticas.

            Un Rey ha de ser un modelo de conducta, un referente moral, puesto que las faltas del ciudadano que ocupa el cargo, ensuciarán la magistratura que detenta. Tiene que tener sangre fría en los momentos difíciles, pues si el jefe pierde la calma, la perderán todos. La gran desgracia de España es que hemos tenido reyes timoratos, pusilánimes y que en la mayoría de los casos han sido meras marionetas de la oligarquía. Es preferible un Rey que actúe con seguridad aunque se equivoque, que uno que no actúe. Pero pese a ello, el Rey ha de ser prudente. Es importante que cuide tanto lo que hace, como las formas con que lo hace. Así como un jefe ha de conocer a su gente, un Rey ha de conocer a su país, el carácter nacional, las sensibilidades que se pueden despertar por un acto o una omisión. Una de las pegas de la monarquía hereditaria es que los príncipes son criados en palacio, en una jaula de oro, y no saben cómo siente y cómo piensa su pueblo. Que el Rey sea electivo, soluciona este problema.

            Un Rey no tiene por qué ser el mejor en todo ni saber de todo, es imposible que una persona sepa de leyes, de Historia, de ciencia, de arte… pero sí ha de saber rodearse de los mejores. Tan importante como saber tomar decisiones, es saber delegar responsabilidades. No puede tener un gran ego, ni ser presuntuoso, pero ha de saber tomar las riendas cuando haya una situación de indecisión que impida avanzar. Ha de estar siempre dispuesto a renunciar a la Corona en beneficio de su pueblo, pero no puede desprenderse de ella cobardemente ante la menor dificultad. En definitiva un Rey ha de ser el equilibrio, pues esa es la función que desempeña en la Mancomunidad, el poder moderador.

Kiara_1

José Manuel
Jarl de Fauces de Tormenta
Delegado de la Comunidad Odinista de España-Ásatrú en Andalucía

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