¿Puede nuestro profundo sentido del objetivismo científico aprender algo de la sabiduría primitiva, allí donde conceptos similares a la sincronicidad eran valorados como vertebrales en sus creencias?
Cuando la conciencia de la sociedad se separó del contacto directo con las armonías de la naturaleza y empezaron a desarrollarse la planificación, el control y las primeras tecnologías, empezó a evolucionar un nuevo orden del tiempo con un concepto del «llegar a ser» que dominaba sobre el del «ser». De este modo, la sociedad llegó a identificarse con el tiempo lineal de sucesiones del pasado hacia el futuro.
Al adoptar este nuevo orden del tiempo, la sociedad ya no se determinaba internamente a través del significado, sino externamente en términos de un orden absoluto del tiempo. Dentro de este orden, a las tareas se les asigna una prioridad y un valor en el tiempo. A menudo no hay «tiempo suficiente» y, por lo tanto, muchos sucesos importantes se deben relegar hasta «mañana».
Los individuos ya no se relacionan según los ciclos, rituales y movimientos complejos de la naturaleza, sociedad y conciencia, sino que están atados a un orden más bien mecánico del tiempo, la «corriente que siempre fluye», que lo arrastra todo en su camino. En la sociedad occidental, este orden del tiempo, y el concepto del progreso que va junto con él, se considera obvio, de modo que los antiguos órdenes eternos y temporales son considerados ilusiones, o ficciones religiosas para mentecatos. De todos modos, no hay tiempo suficiente como para pensar en la eternidad.
La idea de sincronicidad sugiere que podríamos haber basado nuestras vidas y nuestras civilizaciones en una ilusión. Una ilusión de la realidad suprema del «sí mismo», del «llegar a ser», del progreso temporal en vez de órdenes de tiempo infinitamente más sutiles que se funden en la eternidad, de la realidad superficial de las cosas en vez de sus órdenes ocultos más profundos. Las sincronicidades han abierto una ventana hacia una fuente creadora de un potencial infinito, la fuente del universo mismo. Han demostrado que la mente y la materia no son aspectos separados distintos de la naturaleza, sino que surgen en un orden más profundo de la realidad. Las sincronicidades sugieren que podemos renovar nuestro contacto con esa fuente creadora e incondicional que es el origen, el Ørlög, no sólo de nosotros mismos, sino de toda realidad.
La sincronicidad puede ser el eslabón perdido entre dos mundos que parecen definitivamente aislados entre sí. Mundos paralelos que coexisten las distintas unidades temporales, donde las posibilidades de expansión son infinitas. La sincronicidad sería la llave que abre una puerta a lo desconocido, una ventana que ofrece “ver más allá de nuestros conceptos convencionales del tiempo y la causalidad, un puente que conecta los mundos de la mente y la materia, de la física y de la psique”.