“El mito explica muchas cosas que de lo contrario serían inexplicables, precisamente porque el mito es la reducción de la experiencia universal a su esencia misma.”
El hechizo del antiguo mundo Odínico inunda nuestra imaginación, despertando toda clase de románticas fantasías y remontando nuestros pensamientos hasta viejos relatos olvidados. Dioses y héroes, mitos y leyendas; narraciones atesoradas por los guardianes del saber y transmitidas de generación en generación como eje fundamental de sus sociedades. Sin embargo, las nieblas que envuelven Valhalla parecen más densas que nunca y los caminos que conducen a los viejos túmulos se encuentran cubiertos de hojarasca. El tiempo del héroe parece haberse diluido en la medianoche del mundo; pero las brumas aún aguardan, custodiando su sabiduría, el retorno del mundo de espíritu.
No hay ninguna duda de que el Odinismo despierta pensamientos inquietos dentro de nuestro propio ser. Ya sea presentado en la forma de romántica idealización del pasado, o de salvaje barbarie totalmente alejada de la civilización. Tal vez su idea incluso nos resulte revulsiva, precisamente por tocar una fibra tan intrínsecamente unida a nosotros que haga que una corriente recorra todo nuestro ser. Sin embargo, entender lo que supone el Odinismo y su esencia fundamental puede entrañar problemas de interpretación que resultan casi ontológicos. Y esto es así porque lo que el Odinismo significa e implica es toda una serie de categorías metafísicas que nos resultan tan ajenas como aquellos tiempos en los que las antiguas creencias aún estaban vivas. O, al menos, eso es lo que pudiera parecer en un primer momento[1].
Cuando los europeos a principio del siglo pasado, hijos por igual del mundo moderno y del paradigma judeocristiano, intentábamos realizar una aproximación al mundo de la tradición pagana, solíamos caer en dos concepciones totalmente equivocadas y generalmente enfrentadas. O bien apelábamos a ese Odinismo como:
- Una suerte de dulcificación y visión romántica del pasado.
- Una época de superstición e ignorancia en la que vivían nuestros pobres antepasados[2].
Lo primero nos conduce a interpretaciones neopaganas que no terminan de desprenderse de la Modernidad, cayendo en un recreacionismo figurativo puramente cultural. Lo segundo cae de lleno en el prejuicio más recalcitrante que pueda existir sobre la Antigüedad, ya sea partiendo del pensamiento materialista moderno o de la pura mirada prejuiciosa tan propia del inquisidor[3]. Y tampoco podemos, por otro lado, tratarlo como algo superado y muerto, sólo observable desde un aséptico academicismo.
Sin embargo, es a la hora de interpretarlo (y en muchas ocasiones reconstruirlo) cuando se generan la mayor cantidad de errores y malentendidos. Precisamente porque partimos de un error de concepción fundamental:
No entender la esencia que configura el Odinismo o cualquier otra manifestación religiosa o espiritual. El corazón del Odinismo es su cosmovisión, eje sobre el que pivotan el resto de elementos y sin el cual no se puede construir teoría espiritual o religiosa alguna[4]. Por eso, el principal problema de comprensión radica en la necesidad de, primero ser conscientes, y después superar nuestro propio paradigma de pensamiento.
“Hoy en día las personas pueden creer en lo que quieran. No existe una creencia cerrada e impuesta. Pero sí existe una cosmovisión que la mayoría de la gente occidental acepta, ya sean cristianos o Odínicos, sin ni siquiera percatarse de ello. Hoy muchas personas sienten y desean con fuerza ser ‘Odínicos’ de nuevo y escapar del paradigma judeocristiano dominante, pero eso no puede ocurrir de la noche a la mañana, de igual modo que tampoco de la noche a la mañana se construye ese paradigma.”[5]
Comprender que la cosmovisión es el eje fundamental del Odinismo y que sin ella no puede existir dicho Odinismo es esencial. Un paradigma de pensamiento completamente diferente al que podemos encontrar en la actualidad y en el que debemos zambullirnos de lleno para conocer la auténtica naturaleza del Odinismo.
“Muchas personas no lo entienden, creen que ser Odínico consiste en leer algunos libros, rechazar sus creencias religiosas originales y tomar parte en ritos ‘Odínicos’, o incluso ‘hacer las cosas por libre’. Nada podría estar más lejos de la verdad.”[6]
Este es el error en el que suelen caer la gran mayoría de los nuevos movimientos odinistas, pues pretenden reconstruir un Odinismo partiendo de una cosmovisión actual. De un paradigma de pensamiento que, tanto ateos como judeocristianos actuales, comparten. Se trata del paradigma Moderno; de la cosmovisión vinculada a la Modernidad que inunda y rige el mundo actual y desde la que es imposible comprender el antiguo mundo Odínico. No importa cuantos rituales se realice, no importa los dioses a los que se adore, pues si no se modifica la cosmovisión, no se estará abrazando verdaderamente el Odinismo.
La cosmovisión imperante, aquella vinculada a la Modernidad, se rige por principios materialistas y mecanicistas, por una ética de la satisfacción personal que termina por caer en el hedonismo materialista como teleología definitiva del ser. Una filosofía de la inmediatez y de la vanidad que ya era conocida en el mundo antiguo, pero despreciada como la más vil de las ignorancias, tal como nos evidencian textos clásicos como el Bhagavad Gita hindú:
“Dicen que en este mundo no hay verdad, ni base moral, ni Dios. Dicen que su nacimiento es producto de la mutua unión entre los seres, que se debe a la pasión física. ¿Qué otra cosa puede tener? […] Impelidos por innumerables preocupaciones que solo terminan con la muerte, tienen como su más alta meta la satisfacción de los deseos, convencidos de que todo se reduce a eso”.[7]
Una descripción mitológica que, por otra parte, escenifica a la perfección los paradigmas que guían y rigen la Modernidad en la que el mundo se ve envuelto en la actualidad. Es por eso que desde una cosmovisión semejante resulta increíblemente dificultoso llegar a comprender la esencia del Odinismo, pues la cosmovisión de este no sólo resulta premoderna, sino también antimoderna. Así se constituye una cosmovisión, entendiendo esta como la forma de ver y sentir el mundo y la realidad que te rodea, completamente ajena a nosotros. Tan distante a nuestro ser en tiempo y espíritu como lo es la Tradición.
Y es que precisamente definir nuestra cosmovisión nórdica es entroncar directamente con la Tradición y sus paradigmas. Pero cautela, no debemos entender que únicamente el Odinismo constituye la Tradición, ni tampoco que la Tradición se nutre exclusivamente de fuentes antiguas[8]. Al hablar de Tradición estamos hablando de una concepción existencial contrapuesta a la Modernidad. Donde aquella contemplaba la inmediatez material como esencia única de la vida, esta presentará un modelo trascendentalista. Frente a una ética del placer y el consumo, se contrapondrá una ética heroica que dirá:
El mundo pertenece a los valientes, a los que se atreven a cruzar el umbral de lo desconocido y a transitar por el otro lado. Allá podrá haber victoria o muerte, pero en cualquier caso la gloria eterna junto a los dioses de lo alto aguardará a los que tengan el coraje suficiente para luchar y comprobarlo. Y Ante una visión puramente mecanicista, la Tradición ofrecerá una dimensión espiritual, no sólo dentro del propio ser humano sino también en toda la realidad que le rodea. Esta es precisamente la cuestión ontológica que entraña el Odinismo como una de las manifestaciones de la Tradición.
De tal forma que no se debe entender el Odinismo simplemente como la adoración de entidades, sean dioses o espíritus, ajenos al mundo judeocristiano. Ni tampoco puede ser interpretado este como un mero politeísmo. Reducirlo a una serie de ritos, mitos y creencias vacías no conducen a nada salvo a una visión sesgada y parcial del mismo. Una interpretación que, cuando se lleva a la práctica neopagana, acaba convertida en una pantomima; en un régimen de autoayuda espiritual que calme la agrietada conciencia del desarraigado hombre moderno. Si esos dioses no despiertan dentro de nosotros, haciéndonos cambiar el paradigma de pensamiento, no estaremos reconstruyendo Odinismo alguno.
“La cosmovisión pagana hace un fuerte énfasis en la presencia suprarracional y surreal del Otro Mundo, la inmensa realidad que yace más allá de los límites de nuestros pensamientos preconcebidos y percepciones humanas, y que ocasionalmente penetra en nuestro ‘mundo’ y en nuestras percepciones de forma misteriosa, estimulante y aterradora.”[9]
Ese Otro Mundo es el gran Ónfalo[10] de la cosmovisión pagana y el eje fundamental de la Tradición. La realidad metafísica de la que parten dioses, el mundo de los muertos que se esconde bajo los túmulos, el eterno reino de los elfos en las colinas que en ciertas ocasiones penetra en nuestro mundo. Esta dimensión espiritual, metafísica, es aquel mundo oculto que nuestros antepasados Odínicos percibían como parte natural de la realidad. Será precisamente esta visión totalizadora la que permitirá la práctica mágica, entendiendo que esta se produce mediante la fusión de ambos mundos; cuando la realidad del mundo material es penetrada por las potencias del Otro Mundo. Es decir, cuando el goði Odínico aúna ambos mundos, generalmente a través del rito sagrado, trayendo parte de ese Otro Mundo a este.
La combinación de lo Visible -el mundo material y la dimensión física- y lo Invisible -el mundo espiritual y la dimensión trascendental u Otro Mundo-, la unión entre ambos como parte de una misma realidad, es la esencia de la cosmovisión pagana. Y es en este sentido en el que cobran forma los relatos de dioses y héroes, es decir, los mitos: representaciones de esa compleja Realidad.
“Esta gran presencia, esta realidad extrasensorial, es la fuerza detrás de las leyendas y mitos Odínicos. Es el principio generador de la mitología germánica; el principio único, penetrante y omnipresente por el cual las Verdades universales, de otra manera inefables, pueden invadir la mente y el mundo de mujeres y hombres. Esta realidad es el hogar de los Dioses, la fuente de la inspiración divina. La mitología es la presencia del Otro Mundo en forma de antiguas historias; la mitología -cualquier mitología- puede ser concebida como su manifestación.”[11]
Así los mitos se nos presentan como contenedores de verdades y caminos hacia la Verdad última, pues la consecución de la Verdad es el objetivo teleológico del sabio de la Tradición y, por ende, del mundo Odínico.
“Cualquier mitología puede ser entendida como un portal hacia una auténtica experiencia mística de verdad atemporal. Aunque las historias míticas en sí mismas no tiendan a ser ‘verdades’ literales, sin embargo, siguen conteniendo certezas, siendo estas manifestaciones de la gran Verdad. Los antiguos no veían problema en que sus mitos no fuesen literales. Era la naturaleza metafórica y simbólica de estas historias y tradiciones sagradas la que contenía su poder; [estas historias] les hablaban en la lengua del Otro Mundo.”[12]
Los mitos se vuelven la forma en la que el Otro Mundo toma forma verbal en este. Estos mitos transmiten el significado definitivo del ser. Algo que, desde la Modernidad, mecánica y nihilista, no tiene sentido. El corazón del Odinismo, como el de la Tradición en sí, no puede ser comprendido partiendo desde el paradigma moderno, pues sus patrones y esquemas son completamente enfrentados. ¿Cuál es entonces el sendero que lleva a la reconstrucción pagana?
“La esencia del Odinismo se encuentra en su cosmovisión. La cosmovisión consiste en cómo piensas y sientes las cosas a un nivel profundo y en gran medida preconsciente. ‘Ser Odínico’ consiste en alterar o modificar esos profundos patrones mentales, para estar más alineado con una auténtica cosmovisión pagana. Y una ‘auténtica’ cosmovisión pagana debería estar basada en antiguas ideas e ideales Odínicos.”[13]
Realizar iniciaciones rituales, pasar de un grado a otro dentro de una organización religiosa o recibir tal o cual título no sirven de nada en sí mismos. Revivir el Odinismo implica, por utilizar una metáfora hermética, transmutar alquímicamente nuestra mente; purgarla de impurezas y sublimarla. No consiste en adorar puerilmente a dioses y reproducir rituales antiguos, como ya se ha expresado, sino en reemplazar la cosmovisión moderna con todos sus patrones mentales por un paradigma anterior, el de la Tradición. La cosmovisión del Odinismo se reproduce cuando se restaura aquella antigua forma de ver y sentir la realidad, tanto a un nivel físico y material como a uno metafísico y espiritual. Sólo cuando este hecho se haya logrado, cuando no se partan de idealizaciones románticas ni de paradigmas materialistas, podrá empezarse a reconstruir la cosmovisión Odínica; sus antiguas ideas e ideales. Es decir, la ética heroica como principio vital, la búsqueda de la sabiduría eterna como meta; la restauración del camino del guerrero. Entonces y sólo entonces, reavivando esos fuegos, podrá tener lugar un renacimiento Odínico. Sólo cuando se haya restaurado la cosmovisión trascendental de la que dioses, héroes y espíritus y difuntos participan; cuando se haya tomado conciencia sobre la existencia e interacción de ambas dimensiones, se podrá afirmar que la Tradición ilumina de nuevo la oscura noche.
El aquelarre de brujas, heredero del mundo Odínico, es una manifestación de la Tradición.
Mientras esos valores e ideales no sean asimilados de nuevo y, lo que es más importante, aplicados como motores de vida, no se habrá demolido el decadente y caduco edificio moderno. De nada sirve realizar rituales y adorar representaciones de dioses si el motor de la vida sigue siendo el hedonismo materialista, si seguimos guiándonos por el consumismo y la conquista de bienes terrenales en lugar de la conquista de nosotros mismos. De nada sirve llamarse Odínico si nuestra existencia no se guía por la ética heroica y la consecución del Valhalla tras la muerte, sino por el ya obsoleto modelo de vida aburguesada. Afirmar que el Odinismo guía nuestros pasos es una sentencia vacía si no entendemos a qué hemos venido a este mundo, si no buscamos la trascendencia a través del sendero de la vida y la muerte como la más alta de las realizaciones. Si nuestro espíritu no resuena con los vibrantes ecos del Otro Mundo.
Los túmulos nunca desaparecieron, simplemente los caminos que conducían a ellos cayeron en el olvido. Fueron cubiertos por las hierbas y la hojarasca, del mismo modo que las nieblas que cubrían Valhalla se volvieron densas e impenetrables. Pero la esencia del Odinismo, como la de la Tradición misma, está esperando a ser revivida de nuevo. No en la forma de viejos cultos y rituales, sino en la restauración de aquella antigua cosmovisión. Los viejos valores eternos de coraje, honor, sabiduría, verdad y trascendencia nunca murieron. Sólo aguardan, como los elfos en las colinas del Alfheim, a ser invocados de nuevo cuando la medianoche del mundo dé a luz al mundo del espíritu.
[1] El Paganismo nunca llegó a desaparecer, sólo adoptó nuevas formas. Formas que, bajo el barniz de lo cristiano, aún se mantienen vivas en ciertas regiones de Europa, muchas veces en la forma de viejas leyendas y costumbres. Aunque cierto es que fuera de Europa el paradigma pagano sigue muy vivo, sólo hay que volver la mirada hacia algunos pueblos nativos de Asia, por ejemplo. India es un claro ejemplo de ello, donde el renacimiento hindú está haciendo que esta cosmovisión tradicional cobre nueva fuerza.
[2] Una herencia indudablemente decimonónica. El pensamiento volteriano que tanto ha influido en la mentalidad moderna da buena muestra del prejuicio, la ignorancia y el sesgo que se presentaba sobre el mundo antiguo. Un mundo que muchas veces se manifestaba en la forma de folclore y costumbres rurales, duramente despreciadas por estos “ilustrados”.
[3]Los inquisidores nunca fueron patrimonio exclusivo del cristianismo. Incluso una vez se apagaron los fuegos de la inquisición, siguieron existiendo inquisidores. Un ejemplo de ello lo encontramos en la ya extinta Unión Soviética, donde los comisarios políticos ejercían el trabajo de inquisidor con brutal eficiencia. En nombre de la libertad de los oprimidos y del pensamiento racional pasaron a cuchillo a cientos de seguidores de las antiguas creencias, como el chamanismo siberiano.
[4] Esta cosmovisión es muy antigua, y siempre ha estado presente en la historia humana. Su punto de referencia (su analogatum princeps) es el fenómeno de la vida, especialmente, los impulsos vitales. Percibe el mundo como algo vivo y en movimiento. El animismo antiguo, ve vida y almas en todo lo que se mueve: los ríos, los mares, los volcanes, la tierra, las nubes, los astros… Toda la naturaleza en su conjunto y la tierra se nos presenta en movimiento, y, por tanto, viva. Todo tiene alma. También, las religiones indoeuropeas, que divinizan la naturaleza, la contemplan como un inmenso ser vivo: Los Dioses lo abarcan todo.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX surgieron algunas formas románticas de carácter vitalista; con exaltación de la naturaleza y cierto culto a los impulsos vitales o también a los «sentimientos» nacionales, con recuperación de formas paganas. Era una reacción contra el racionalismo agobiante de la ilustración, defendiendo los derechos de los sentimientos e impulsos vitales (Sturm und Drang). Además de muchas expresiones literarias románticas, esta corriente irracionalista llega a Nietzsche, que defendió los derechos de Dionisos frente a Apolo.
También tuvo expresiones de tipo histórico o sociológico, como el famoso libro de Oswald Spengler, La decadencia de occidente, que era una aplicación de la idea de la evolución a la historia de las civilizaciones. Este último tipo de aplicaciones político-culturales cayeron, inevitablemente, en expresiones nacionalistas; porque si la evolución es la ley fundamental presente en todo, cabe pensar que algunas culturas son superiores a otras. Quienes defendían estas ideas se enfrentaron a la tradición ilustrada liberal y a la cristiana; y quedaron totalmente desacreditados después de la Segunda Guerra Mundial. En cierto modo, se puede decir que perdieron la guerra y desaparecieron con ella del espacio cultural, aunque no de todo el espacio científico. Donde el impulso fundamental que gobierna la vida es el principio de conservación del patrimonio genético
[5] Robin Artisson, The Witching Way of the Hollow Hill. El cambio de un paradigma a otro es un proceso que puede llevar siglos. Conseguir el paso de la Europa pagana a la cristiana costó casi mil años, el total de siglos que duró la Edad Media. Es por eso que un cambio de mentalidad no puede lograrse de la noche a la mañana, ni mucho menos a través de un simple ritual de iniciación.
[6] Robin Artisson, The Witching Way of the Hollow Hill. Hay quien entiende el Paganismo como una suerte de rechazo al cristianismo actual, aplicando fórmulas New Age o intentando escenificar viejos ritos como si fuesen pantomimas. Todo ello sin abandonar la cosmovisión de la Modernidad. Este es el error más frecuente en el que caen seguidores de corrientes neopaganas como la Wicca, el Odinismo o el Neodruidismo. En este sentido las religiones neopaganas se convierten en un producto liberal más que hace las veces de válvula de escape frente a una realidad alienante.
[7] El Bhagavad Gita define a estos individuos como “perversos”, identificándolos con el materialismo, la arrogancia, el cinismo y la hipocresía: “Hoy he ganado estas cosas; con ellas conseguiré tal objeto deseado. Esto está en mi mano y aquella fortuna será mía también. Maté a aquel enemigo y mataré a otros también. Soy el señor, el que experimenta los placeres, soy afortunado, poderoso y feliz. Soy rico y de noble cuna, ¿Quién puede igualarse a mí? Realizaré ceremonias y daré limosnas, me regocijaré’. Así se expresan, bajo el engaño ocasionado por la falta de discernimiento. Agitados por numerosos pensamientos, presos de la red de la ilusión y entregados a la satisfacción de los deseos sensuales, caen en un infierno inmundo”.
[8] El cristianismo paganizante primitivo puede ser también, valga la redundancia, una manifestación de la Tradición. La Tradición no está en la religión, sino en la cosmovisión, la forma de ver y sentir la realidad y la búsqueda de la trascendencia.
[9] Robin Artisson, The Witching Way of the Hollow Hill. Ese Otro Mundo, esa metafísica, forma parte indisoluble de nosotros y toma forma verbal a través de los mitos. En ese sentido es donde se encuentra la importancia de estos: son llaves de conocimiento sobre nosotros mismos, sobre el mundo que nos rodea y sobre el Otro Mundo más allá de este.
[10] El ombligo ha sido, desde tiempos remotos en el Viejo Mundo, el símbolo del centro. A partir de ese centro se creía que se había realizado la creación del mundo. Se sabe de la existencia de este símbolo en muy diversos pueblos. Su colocación en un lugar escogido otorgaba su sacralización y lo convertía en el centro del mundo. El historiador y geógrafo griego Pausanias escribió sobre el Ónfalo y decía de él que era el símbolo del centro cósmico donde se crea la comunicación entre el mundo de los hombres, el mundo de los muertos y el de los dioses: Lo que los delfios llaman el Ónfalo está hecho de mármol blanco y dicen los delfios que es el centro de la tierra, y Píndaro en uno de sus cantos dice la misma cosa
[11] Robin Artisson, The Witching Way of the Hollow Hill. Uno de los pilares fundamentales del tradicionalismo y la filosofía perenne es la existencia de una serie de verdades universales conocidas por diferentes culturas en el planeta, pero expresadas bajo manifestaciones culturales diferentes. Todas estas verdades forman parte de la gran Verdad. Por eso hablamos de la Tradición como algo eterno y universal.
[12] Robin Artisson, The Witching Way of the Hollow Hill. Esta es la razón por la que el lenguaje simbólico es tan importante, porque es capaz de esconder verdades que afloran si se trasciende su significado. A este trabajo se dedicó profusamente el mitólogo Joseph Campbell, intentando levantar las veladuras simbólicas de los mitos para permitir que se manifestara el conocimiento universal contenido en ellas.
[13] Robin Artisson, The Witching Way of the Hollow Hill. El Odinismo no puede encontrarse en ritos de iniciación, ni tampoco en la lectura de libros, en la adoración a los dioses o en la recitación de poemas y canciones. Si no se altera esa cosmovisión, si no se modifica para permitir el retorno del espíritu, jamás se podrá reconstruir el Odinismo. La veneración de dioses y espíritus no es lo que dota de significado al Odinismo, sino que esta tiene lugar precisamente porque se comprende la realidad y se ha interiorizado la trascendencia y el Otro Mundo. Y en base a eso se aplican valores Odínicos, antiguos pero eternos. En eso consiste ser Odínico.