Casi sin darnos cuenta nos hemos deslizado por la pendiente vertiginosa e incierta de esta pandemia que ha roto nuestras vidas y nos ha llevado ante una situación inédita.
Antecedentes
¿Nos acordamos de como vivíamos sentíamos y pensábamos tan solo la semana pasada? ¿Éramos entonces conscientes del mundo que teníamos?
Seguro que sí, pero es verdad que, con problemas (secundarios a nuestro modo de ver), nos quejábamos periódicamente que la naturaleza estaba literalmente reventando, los bosques se quemaban, las tierras se encaminaban irreversiblemente hacia su envenenamiento, los mares se llenaban de plástico, el aire que respirábamos y nos conservaba la vida se convertía en humo hostil que nos hacía enfermar. Sin embargo, todo esto lo considerábamos como una “cantinela” algo “necesario” para que todo continuara… ¿Qué era lo que tenía que continuar? Analicemos donde nos ha llevado hasta aquí:
Para empezar, deberíamos tratar de aclarar nuestras ideas observando, con cierta profundidad histórica, los supuestos que implican la tecnología y la ciencia modernas. La ciencia ha sido tradicionalmente aristocrática, especulativa, intelectual en su propósito; la tecnología se atribuye a las clases bajas, es empírica y orientada hacia la acción. La súbita fusión de estas dos áreas hacia la mitad del siglo XIX está ciertamente relacionada con las revoluciones democráticas contemporáneas y anteriores que, reduciendo las barreras sociales, tendían a sustentar una unidad funcional entre el cerebro y la mano. Nuestra crisis de la Naturaleza es el producto de una cultura democrática emergente, completamente nueva. El punto es si un mundo democratizado pueda sobrevivir a sus propias implicaciones.
Nuestra relación con el entorno está profundamente condicionada por las creencias acerca de nuestra naturaleza y destino, es decir, por la religión. Para los occidentales esto es evidente en la India o Ceilán. Esto es igualmente cierto para nosotros y nuestros ancestros medievales.
La victoria del cristianismo sobre el paganismo fue la mayor revolución psíquica en la historia de nuestra cultura.
El Presente
Hoy se ha puesto de moda decir que, para bien o para mal, vivimos en la “era postcristiana”. Ciertamente, las formas de nuestro lenguaje y pensamiento han dejado de ser cristianas pero la esencia permanece asombrosamente similar a aquella del pasado. Nuestros hábitos cotidianos de acción, por ejemplo, están dominados por una implícita fe en un progreso perpetuo, desconocido tanto para la antigüedad Odinista precristiana como para Oriente. Esto está arraigado en la teleología judeocristiana y no puede separarse de ella. El hecho que los comunistas lo compartan, deja en evidencia lo que puede ser demostrado en muchas otras áreas: que el marxismo y el islamismo son herejías judeocristianas. Hoy continuamos viviendo, como lo hemos hecho por 1.700 años, en un contexto formado en su mayor parte por axiomas cristianos.
¿Qué dijo el cristianismo al pueblo acerca de sus relaciones con el ambiente?
Aunque muchas mitologías alrededor del mundo proveen historias de la creación, la mitología germánica fue singularmente antagónica a este respecto. Lo mismo que Aristóteles, los intelectuales del antiguo Occidente negaban que el mundo visible tuviera un inicio. De hecho, la idea de un comienzo era imposible en la estructura de su concepto cíclico del tiempo. En marcado contraste, el cristianismo heredó del judaísmo no solo una concepción del tiempo no repetitiva y lineal, sino también una notable historia de la creación. A través de etapas graduales, un Dios amoroso y todopoderoso había creado la luz y la oscuridad, los cuerpos celestes, la tierra y todas sus plantas, animales, aves y peces. Finalmente, Dios creó a Adán y, después de una reflexión, a Eva para evitar que el hombre estuviera solo. El hombre dio nombre a todos los animales, estableciendo de este modo su dominio sobre ellos. Dios planeó todo esto, explícitamente para beneficio y dominio del hombre bajo la regla: ningún elemento físico de la creación tenía otro propósito, excepto el de servir aquellos del hombre. Y aunque el cuerpo del hombre fuera creado de arcilla, él no es simplemente parte de la naturaleza: fue creado a imagen y semejanza de Dios.
El cristianismo es la religión más antropocéntrica que el mundo ha conocido, especialmente en su forma occidental. El hombre comparte, en gran medida, la superioridad de Dios sobre la naturaleza. En la antigüedad, cada árbol, cada vertiente, cada arroyo, cada montaña tenía su propio genius loci, su espíritu guardián. Estos espíritus eran accesibles a los hombres, pero eran muy diferentes de los hombres; elfos, gnomos y ninfas muestran su ambivalencia. Antes que alguien cortara un árbol, explotara una mina o dañara un arroyo, era importante apaciguar al espíritu a cargo de aquella situación particular y había que mantenerlo aplacado. Destruyendo el animismo pagano, el cristianismo hizo posible la explotación de la naturaleza con total indiferencia hacia los sentimientos de los objetos naturales.
Los seres sobrenaturales
Con frecuencia se dice que la Iglesia sustituyó el animismo por el culto a los santos. Es cierto, pero el culto a los santos es funcionalmente bastante diferente del animismo. El santo no está en los objetos naturales; puede tener santuarios especiales, pero habita en el Cielo. Además, un santo es completamente humano: puede ser abordado en términos humanos. Junto con los santos, el cristianismo tuvo ángeles y demonios heredados del judaísmo. Sin embargo, en el paganismo, los espíritus en los objetos naturales, quienes en un principio habían protegido a la naturaleza de la acción del hombre, se esfumaron. El monopolio efectivo del hombre sobre el espíritu en este mundo fue confirmado y las antiguas inhibiciones para explotar la naturaleza desaparecieron.
El cristianismo, en contraste absoluto con el paganismo antiguo y las religiones asiáticas (exceptuando, quizás, al zoroastrismo), no solo estableció un dualismo entre el hombre y la naturaleza, sino que también insistió en que era la voluntad de Dios que el hombre explotara la naturaleza para su propio beneficio.
La tecnología
la tecnología moderna puede ser explicada, al menos en parte, como una expresión del dogma cristiano occidental voluntarista acerca de la trascendencia del hombre sobre la naturaleza y de su legítimo dominio sobre ella. Personalmente dudo que el desastroso impacto ecológico pueda evitarse simplemente aplicando más ciencia y más tecnología a nuestros problemas. Nuestra ciencia y nuestra tecnología han nacido de la actitud cristiana respecto a la relación del hombre con la naturaleza, que es casi universalmente sostenida no solo por cristianos y democristianos, sino también por quienes se consideran a sí mismos postcristiana. A pesar de Copérnico, todo el cosmos gira alrededor de nuestro pequeño planeta. A pesar de Darwin, nosotros no somos en nuestros corazones, parte del proceso natural. Somos superiores a la naturaleza, la despreciamos y estamos dispuestos a utilizarla para nuestros más mínimos caprichos. Para un cristiano, un árbol no puede representar más que un hecho físico.
El concepto de bosque sagrado es completamente extraño para el cristianismo y para el ethos de Occidente. Por casi dos milenios los misioneros cristianos han estado cortando nuestros bosques sagrados que consideraban objetos de idolatría porque suponen el espíritu de Odín en la naturaleza.
¿Qué remedio hay?
El hecho que la mayoría de la gente no crea que estas actitudes sean cristianas, es irrelevante. Nuestra sociedad no ha aceptado ningún nuevo sistema de valores para desplazar aquellos del cristianismo. Por lo tanto, continuaremos agravando la crisis de la Naturaleza hasta que rechacemos el axioma cristiano que la naturaleza no tiene otra razón de ser que la de servir al hombre.
Tanto nuestra ciencia como nuestra tecnología actual están tan penetradas por la arrogancia cristiana ortodoxa hacia la naturaleza, que no puede esperarse que ellas puedan solucionar nuestra crisis ecológica. Debido a que la raíz de nuestro conflicto es tan profundamente religiosa, el remedio debe también ser esencialmente religioso, llamémoslo así o no. Debemos repensar y resentir nuestra naturaleza y nuestro destino
Nuestra reacción
La crisis del coronavirus es solo una reacción de la naturaleza hacia la actitud agresiva del hombre. Estos últimos días y noches contemplo la ciudad sola, sus calles vacías, sin ruidos ni movimientos, una auténtica “naturaleza muerta” y dentro de sus madrigueras (casas, y edificios) sus habitantes refugiados, agazapados, encerrados dentro de la cárcel que nosotros mismos nos hemos forjado.
Esa estúpida carrera por producir y por consumir, por viajar y no parar. No reflexionar. No existir. Esa veneración por el dinero y las cosas materiales, esa destrucción de la naturaleza parece que nos ha pasado factura.
El Coronavirus no es ningún castigo. En el Odinismo rechazamos cualquier concepción de “castigo divino” los Dioses no tienen necesidad de ello, pues su moral está más allá del bien y del mal, todo lo que nace debe morir. Algo que quizá se nos había olvidado… en nuestra sociedad orientada de espaldas a la muerte ahora se enfrenta como si de una sorpresa se tratara, al frio camino de Hel.
Pero no hay que alarmarse, esto pasará… un mes quizá dos y ya podremos salir a la calle a intentar aniquilar lo que quede en nuestra madre Tierra. Podemos estar seguros, las secuelas serán altas, muertos y enfermos por doquier, y de colofón otra gran crisis económica que nos hará un poco mas siervos del capital y mas esclavos de las élites actuales. Pero que nadie se llame a engaño, esta es la primera señal, una muestra que lo que veremos en los próximos tiempos, hasta que el equilibrio natural se alcance, sea cual sea el número de humanos que habite el planeta en ese momento: 9.000 millones, 9 millones… o quizá ninguno.
No es de nuestro estilo el tener miedo a la muerte, sino amor a la vida, los odinistas somos personas conscientes, herederos de la fe de nuestros ancestros, portadores de su llama eterna, y sabemos que tenemos una misión aquí y ahora.
Hago un llamamiento a los hijos de Odín a erradicar el miedo en su alma como al coronavirus de la sociedad, y de nosotros depende aprovechar este momento, a menudo las crisis y los momentos críticos han servido para relanzar la humanidad y éste puede ser uno de ellos.
Debemos transformar la reclusión domiciliaria impuesta por el gobierno en un retiro espiritual voluntario.
Constantemente se nos apremia que el hombre y su técnica es el poder superior que está sobre nosotros y esta reclusión y crisis médica nos indica que no es verdad, que sigue habiendo algo mas por encima de nosotros, que nuestros Dioses y sus Poderes siguen ahí como al principio de la historia. Que necesitamos un poco mas de humildad y menos soberbia. Que los médicos no nos curarán del coronavirus: será nuestro organismo con sus anticuerpos quien lo logre, no olvidadlo nunca.
Que mucho peor que el coronavirus es el miedo -que nada tiene que ver con la prudencia a la hora de tratar de no contaminar a nadie ni a nosotros mismos- pero hemos de conseguir que nuestros actos no los guie el ciego miedo que nos aturde los sentidos. Que por comprar 100* rollos de papel higiénico no nos sentiremos más a salvo. Recordad: de este mundo ninguno vamos a salir con vida, pero nuestra obligación es hacerlo con dignidad y honor.
Por lo tanto, el mensaje que nos lanzan los Dioses es claro: Debemos parar. Este estado de alarma es una buena ocasión para ello. El gobierno nos mantiene encerrados en casa. Nuestra obligación es clara, debemos espabilar, estudiar discernir y analizar si el modo de vida que llevábamos era el adecuado. Debemos meditar pensando en los poderes, en nuestros amados Dioses y las oportunidades que ahora tenemos.
Hay quien piensa que esto solo son unas vacaciones, pero se equivocan, se nos acaba el tiempo y ahora es el momento de ser consciente, de tomar fuerza y cuando llegue el momento volver a brotar con la fuerza que emana de Thor y nos envía a sus hijos. Hay que trabajar y trabajar duro, no es el momento de lamentaciones ni de lloros, es el momento de los fuertes, de los que estamos arrogados con el espíritu de Odín, pues tenemos un futuro y no consentiremos que nos lo arrebate nadie, aunque éste sea un microscópico coronavirus
¡Odín Vive!
Saldremos Victoriosos en Nombre de Nuestros Dioses !
Um ótimo texto.
A pandemia realmente levou a todas as pessoas a se colocarem em uma posição de auto reflexão.