Cuando los pagamos recordamos a nuestros mártires y a las persecuciones por parte de la Iglesia, tendemos a remontarnos a la lejana antigüedad y eso es equivocado, necesitamos recuperar la memoria histórica: Los mártires de Gaztelu
En una época en la que no se para de hablar de «arraigo» y de «memoria colectiva», en la que el reproche de «anticuado» cae por sí mismo. Todo hombre nace ante todo como heredero; no hay identidad de los individuos o de los pueblos sin tener en cuenta los intereses que los han producido, la fuente de la que provienen. Igual que ayer era grotesco espectáculo el ver denunciar los «ídolos paganos» por los misioneros cristianos adoradores de sus propios idolillos, hay hoy algo de cómico en los que denuncian el pasado europeo y no cesan de alabar la continuidad Judeocristiana y de reenviarnos al ejemplo «siempre actual» de Abraham, Jacob, Isaac y otros beduinos protohistóricos.
Pero para llegar al fondo mismo de nuestras raíces, debemos eliminar todas las estructuras que el cristianismo nos ha impuesto en 1600 años, con su veneno ha emponzoñado nuestra sociedad, la ha neurotizado, transformado en un monstruo enfermo capaz de realizar los peores crímenes. Quiero recordar a los últimos mártires del paganismo en España, allá por los inicios de la guerra civil, en 1936, que puso de manifiesto lo anteriormente dicho. Esto, que hubiera sido impensable en una sociedad pagana ocurrió en nuestra cristiana España.
ANTECEDENTES
La terrible historia de Juana Josefa Goñi Sagardía y seis de sus siete hijos se extendió pronto aquellos días de agosto de 1936 en el valle de Malerreka, La mujer, de belleza extraordinaria, dicen los que supieron del relato por boca de sus mayores, había salido huyendo del pueblo, Gaztelu, amenazada por los vecinos que aquellos días anidaban las peores intenciones; se refugió, embarazada del octavo hijo, en un chamizo de la montaña con todos los críos. No muy lejos de allí estaba la sima. Mandó recado a su marido, que fue encarcelado al bajar al pueblo. Nada pudo hacer y durante los casi 80 años que han pasado desde entonces el más que rumor local habla de un crimen execrable: la familia presumiblemente fue arrojada a la sima de Legarrea, en Gaztelu, mientras el marido y padre, Pedro Sagardía Agesta, que se alistó al Requeté, estaba encarcelado y el hijo mayor, José Martín (fallecido en abril de 2007 en Pamplona) trabajaba fuera del pueblo.
SILENCIO CÓMPLICE
El crimen de los Sagardia-Goñi ha permanecido durante 80 años bajo un manto de silencio. Si se buscó explicaciones a lo ocurrido, quedaron ocultas por el silencio de los vecinos. Nadie, o mejor muy pocos, quisieron hablar y primó el tabú impuesto por la Iglesia católica. El cura del pueblo que tuvo que estar enterado de todo, al fin y al cabo, a él le confesaban los parroquianos todos sus pecados, no hizo absolutamente nada. Bueno, si, en tres ocasiones se activó el enjuiciamiento criminal y en otras tres fue desestimado, recordemos que en aquellos tiempos el mayor poder que había era la iglesia, y al fin y al cabo solo eran herejes y paganos los que habían muerto, eso sí, por honorables y católicos practicantes que iban a misa todos los domingos, la iglesia no podía dejar de proteger a los verdugos, a los que mataban y se manchaban las manos de sangre en lugar de ella.
SEGUIDORA DEL PAGANISMO
A pesar de los años en que oficialmente se había abolido el paganismo—nada menos que 1600— Andresa, la madre de Petra y Juana Josefa, creía en los dioses antiguos, hacía sortilegios y no iba a la iglesia. El cura de Dona llegó a ofrecerle dinero para que fuera a misa. Su hija mayor, Petra, siguió las mismas creencias. Sorginkeriak, en euskera. Brujería. María Asunción recuerda perfectamente que su abuela Petra, para evitar que su marido se fuera con otras mujeres, «preparaba las brasas en el fuego, cogía una tijera abierta, recubría las cuatro partes con cinta de algodón y la echaba a las brasas. Luego esparcía sal y decía una jaculatoria en vasco. Repetía la operación varias veces y sorprendentemente la tijera no se quemaba». Es decir, nos encontramos con una familia desapegada de la moralidad y de la religiosidad cristiana.
ACUSACIONES FALSAS
Se le había acusado de pequeños robos propios de una familia necesitada, única acusación que aparecía en el sumario; se habría añadido la lujuria desatada por una joven y bella mujer como otro de los detonantes de los hechos; sumamos a ello la locura de la guerra civil, las posibles envidias, como posible monto de razones que explicaran de alguna manera lo inexplicable. Pero nunca se pensó añadir la brujería a la lista. Eso explica mejor la actitud del cura párroco. Andresa, Petra y la malograda Juana Josefa podrían ser las continuadoras de las dos mujeres de Gaztelu que en 1610 fueron acusadas de brujas por los inquisidores. Cuatro siglos más tarde, Barandiarán y Satrústegui anduvieron por esos valles recogiendo esas prácticas. Hoy día siguen existiendo sorguiñas y santeras. Hace 80 años, en pleno inicio del nacionalcatolicismo, en un lugar perdido y arcaico del País del Bidasoa, unas mujeres se salían del molde oficial.
ASESINATO RITUAL
Hay algo que extraña de manera especial en toda esta historia, esta familia fue expulsada de la localidad y obligada a vivir en los montes, hecho que cuadra con las penas que establecía de la inquisición.
La inquisición se abolió en España en 1820, tiempos muy recientes para una institución tan antigua. La iglesia, sin embargo ha mantenido su retórica intacta: Perseguir y exterminar a los paganos. A los brujos y brujas condenados la Inquisición les imponía la pena de destierro de seis años de la ciudad donde viviera, hasta la pena de muerte como en el famoso caso de las brujas de Zugarramurdi (1610)
Así que esta familia en principio sufrió un destierro a causa de sus prácticas religiosas.
Otro dato que marca este suceso fue que la noche del asesinato era luna llena, el momento donde teóricamente las brujas practicaban sus rituales.
Se descarta el móvil político, ya que el marido luchaba junto a las tropas de Franco y el pueblo se hallaba en su zona.
VERTEDERO PREMEDITADO
El lugar donde asesinaron a la familia se había convertido en un «vertedero premeditado», en palabras de algunos de los vecinos. Sacaron frigoríficos, 20 colchones, piedras, toda clase de basura. Hoy en día está prohibido tirar algo al medio ambiente, en todos los ayuntamientos hay sistemas de recogida de residuos, ¿Por qué entonces este empezó de utilizar esto como vertedero? Pues sencillamente, en la memoria colectiva del pueblo, lo que se habría hecho era solamente tirar basura sobre “basura”, la madre junto con sus seis hijos eran indignos a los ojos del señor, no se merecían estar enterrados al lado de la iglesia, donde descansan “los justos”.
Esta jugarreta del inconsciente colectivo, se convirtió en herramienta para justificar su execrable asesinato; para contrarrestar su culpabilidad, ellos echaban la basura allí, en un acto de reafirmación, que lo que se hizo estuvo bien, se acabó con una bruja y el mundo a partir de entonces ya fue un poco mejor.
¿QUIENES FUERON LOS CULPABLES?
Mucho tendría que haber dicho el cura del pueblo, quien conocía efectivamente a sus asesinos. Los autores fueron el pueblo entero menos tres casas, afirman descendientes de los muertos, en un pueblo de 250 habitantes, los secretos no existen.
El culpable fue sin duda el judeocristianismo, esa fanatización inculcada a las gentes de pueblo, que les era presentado que cualquier practicante de la antigua fe era un demonio que debería ser exterminado, y eso fue lo que hicieron, matarlos a todos.
Ese odio por la vida y por todo lo bueno que sale de ella del cristianismo, que actúa como virus mortal de nuestro corpus orgánico como sociedad, esa infección que transforma la salud en enfermedad, que quiere acabar con todo lo bueno actuó ese día.
Es la típica ejecución del trabajo realizado por la iglesia en su lucha contra el paganismo, mientras ella juzga y señala, la chusma se lanza a asesinar, ocurrió en Hipatia y también en España, Gaztelu 1936.