Para los senadores y magistrados romanos los bárbaros son los pueblos exteriores al territorio romano, con los que Roma va entrando en contacto en su progresiva expansión en el Mediterráneo occidental y oriental, y que son por naturaleza los enemigos de Roma. Estos pueblos tenían un derecho público y privado diferente del derecho romano, que era considerado a toda luz superior al de estas gentes bárbaras. En época republicana, erigiéndose Roma como defensora del mundo griego frente a estos pueblos incivilizados, el bárbaro es aquél que habita fuera del territorio de las ciudades, de las que son enemigos potenciales.
La extraordinaria expansión territorial emprendida por el Imperio romano provocó que nuevos pueblos bárbaros o extranjeros fueran entrando en la órbita del mundo conocido por la civilización romana. Éste fue también el caso de los habitantes de Germania prerromana, quienes se dieron a conocer principalmente a través de sus guerras contra el ejército romano. El historiador romano Tácito en su Germania, y el geógrafo griego Estrabón en el libro VII de su Geografía, hacen una descripción de las costumbres, forma de vida, organización y creencias de los pueblos germanos, las cuales se remontarían, con ciertas reservas, a la etapa inmediatamente anterior al contacto entre el mundo romano y el germano, es decir, al período prerromano.
Un punto de partida ineludible es considerar que tal descripción, independientemente de cuáles sean las fuentes de información de cada uno de nuestros autores, se hace desde el punto de vista de observadores grecorromanos varones, cuya obra pertenece a la tradición etnográfica griega al servicio de los propósitos políticos romanos. Por ello la situación y forma de vida de la mujer germana prerromana que se revela en las visiones de Estrabón y Tácito no está exenta de los tópicos característicos del género, tendentes a enfatizar la diferencia clara entre el salvajismo y la civilización: precariedad de recursos, entorno natural remoto, poco accesible y de gran dureza, escasa presencia de leyes y derecho, indisciplina y belicosidad, comportamiento regido por las necesidades físicas más perentorias y el instinto animal de libertad y supervivencia. Todo ello justifica la civilizadora conquista de Roma, cuya necesidad se hace evidente a través de la detallada descripción de «lo bárbaro» expuesta en las narraciones de las fuentes grecorromanas.
En consecuencia, los datos relativos a la mujer bárbara en las fuentes literarias grecorromanas son escasos, y aparecen especialmente cuando sus acciones chocan con el concepto tradicional grecorromano de la posición de la mujer en la familia y en la sociedad, o bien, en la línea del «buen salvaje», tomando su comportamiento como modelo de los valores morales tradicionales romanos, o como pretexto para exaltar las virtudes romanas y la clemencia del conquistador.
Así, no están exentas de cierto retoricismo, aunque puedan corresponder a la realidad, las afirmaciones vehementes de Tácito y Estrabón sobre el extraordinario desarrollo físico de la mujer germana, en consonancia con la constitución vigorosa de los varones de este pueblo. Se trataba de mujeres robustas, de pelo rubio, más claro incluso que el de sus vecinos galos, y de ojos azules. Esta fortaleza física facilitaba a la mujer germana la supervivencia en un entorno geográfico duro y difícil. Los detalles de su indumentaria, adaptada a este medio físico, nos los proporciona Tácito, quien constata el uso de pieles y tejidos de lana, y sobre todo de mantos de lino adornados con franjas de púrpura. Tampoco dejaban a un lado estas mujeres el gusto por las joyas y el adorno personal.
Por tanto, el entorno doméstico de la mujer prerromana germana se nos revela duro, carente de comodidades y refinamientos. Es evidente que la actividad de estas mujeres se centraba, en primer lugar, en torno a aquellas responsabilidades que en la supervivencia de una comunidad recaen ancestrálmente en manos femeninas, como son la preparación de los alimentos, el mantenimiento del hogar y el cuidado de los hijos, siendo la meta fundamental de su vida la maternidad y la perpetuación del grupo. Las mujeres se encargarían así de una serie de actividades artesanales con las que contribuían al abastecimiento de la comunidad y la familia, como la fabricación de ciertas bebidas naturales, y la preparación de productos derivados de la ganadería, como quesos, pieles o cueros. El hilado y el tejido tuvieron su puesto en las actividades domésticas de las mujeres germanas, sobre todo el de la lana, que sería la materia prima fundamental de sus prendas de vestir, como ocurría en otros pueblos prerromanos cuya forma de vida describe Estrabón en Gallia e Hispania, y también conocían, como hemos visto, el tejido y el teñido del lino.
Estrabón enfatiza el «barbarismo» de la vida de la mujer germana al afirmar que su hábitat doméstico lo constituían pequeñas cabañas de carácter temporal, ya que seguía con su gente una vida nómada, en la que se desplazaban junto con sus ganados, cargando todos sus enseres y pertenencias en carros. De nuevo la pobreza de recursos del entorno geográfico y la escasa importancia que el cultivo de la tierra y el almacenamiento de alimentos tenían entre estas sociedades serían para este autor la explicación de esta vida nómada. En cambio, la narración que hace Tácito de las costumbres germanas revela que una de las características principales que distinguen a estos pueblos frente a sus vecinos sármatas es que éstos últimos son nómadas, mientras que los germanos tenían viviendas fijas. Por tanto, la vida de la mujer germana se desarrollaría en un hábitat ciertamente estable, lo que no eliminaría la posibilidad de desplazamientos ocasionales, motivados, quizá, por la necesidad de buscar nuevos pastos y alimento para el ganado, ya que de él obtenían los pueblos germanos la mayor parte de su sustento, o bien de elegir tierras más fértiles.
La afirmación de Estrabón de que los pueblos germanos no cultivaban la tierra ni almacenaban los alimentos obedece sin duda al tópico de la precariedad del modo de vida bárbaro. La agricultura, poco favorecida además por las limitaciones del suelo y del clima, no era la principal actividad económica de los pueblos germanos, siendo este papel ocupado por la ganadería, que constituía para estos pueblos su principal riqueza. Pero aunque no gozara de especial protagonismo, el cultivo de la tierra existía en la sociedad germana, y Tácito se hace eco de ello y de la costumbre de guardar los productos del campo cultivado y de la recolección de frutos en lugares protegidos, a salvo de la rapiña del enemigo.
Acerca del reparto de papeles y actividades entre los sexos en la sociedad germana, la descripción de Estrabón revela que el cuidado del ganado y la dirección y desarrollo de la guerra eran actividades reservadas a los varones. Estrabón va más allá, al establecer un paralelismo entre las costumbres y forma de vida de los Celti (galos) y los Germani, afirmando que es entre éstos últimos en donde se pueden encontrar en estado puro las primitivas costumbres galas, que este pueblo perdió al absorber la cultura y forma de vida romanas. Estrabón afirma del pueblo galo que los trabajos entre hombres y mujeres se distribuyen de manera inversa que entre los romanos, lo que es común, además, a otros pueblos bárbaros.
Para un observador perteneciente a la civilización romana, este reparto inverso de papeles entre hombres y mujeres implicaba que la mujer desempeñaba otras tareas al margen del hogar y aparte de las propiamente femeninas, especialmente algún trabajo que en la sociedad romana estaba reservado a los hombres. Tácito nos da la pista de cuál podía ser este reparto inverso de papeles entre los sexos en la sociedad germana prerromana. Era ésta una sociedad muy belicosa, de manera que la principal actividad de los varones, o de un grupo importante de ellos, era la guerra y el pillaje, que por otro lado constituían también una fuente importante de ingresos para la comunidad. El varón germano se consideraba fundamentalmente un guerrero, y ésta era la ocupación más prestigiosa para los hombres. Las mujeres se encargaban del cuidado de la casa, pero también del cultivo del campo y de la recolección de frutos, trabajos que no eran propios de un guerrero, y que por tanto debían realizar aquéllos que eran débiles para luchar en el combate. Se trataba, por otro lado, de una agricultura fundamentalmente cerealística, de escasos rendimientos y de técnicas rudimentarias, que podía llevarse adelante únicamente con la fuerza femenina, al menos antes de un proceso de mejoras técnicas que se aceleró con la llegada de los romanos. En definitiva, existía en la sociedad germana prerromana un delicado equilibrio de responsabilidades y actividades entre hombres y mujeres. Este equilibrio garantizaba la pervivencia de la comunidad, y en él las mujeres gozaban de un notable peso económico, al menos aquéllas relacionadas con varones cuya principal ocupación era la guerra.
Esta situación es muy similar a la que Estrabón describe con respecto a la forma de vida de las mujeres de los pueblos prerromanos de la franja norte de la península Ibérica. Entre estos pueblos las mujeres se encargaban del cultivo de la tierra y de una rudimentaria minería, lo que, unido a sus actividades artesanales para abastecer a la familia, les otorgaba un indudable peso económico en la vida de la comunidad. Al mismo tiempo, esto permitía a los varones dedicar todas sus energías a las expediciones belicosas y a la guerra. Esta importancia de las actividades femeninas para la supervivencia del grupo era la base que sustentaba una cierta preeminencia del papel de la mujer en las sociedades norteñas, hecho que Estrabón califica como matriarcado, y que parece corresponder más bien a una serie de estructuras matrilineales y matrilocales que conviven con la clara existencia en estas sociedades de una autoridad masculina.
El reparto de actividades entre los sexos dotaba a la mujer germana de un cierto protagonismo, que se traducía en la existencia de una serie de rasgos característicos de antiguas estructuras matrilineales. De hecho conocemos que los maridos dotaban a su futura esposa y que al mismo tiempo ella también aporta ciertos bienes al matrimonio, práctica que Estrabón registra igualmente en los pueblos de la franja norte de Hispania, así como la consideración de que gozaba, por parte de los hijos, la figura del hermano de la madre, es decir, del tío materno o avunculus. Sin embargo, hemos de considerar que estas descripciones etnográficas juzgan aquellas estructuras sociales, familiares y organizativas, que son extrañas a la mentalidad grecorromana de los narradores, de una forma muy superficial, guiándose éstos primordialmente por la preocupación de dejar clara su extravagancia frente al concepto romano de la familia y el matrimonio.
Sin embargo, la mujer en la sociedad germana prerromana pudo disfrutar de una consideración especial, cuyas formas concretas son difíciles de precisar, y que se refleja igualmente en la especial vinculación que existía entre ellas y el ámbito de lo sagrado. Los germanos consideraban a las mujeres dotadas de notables capacidades para lo mágico-religioso, y en este marco su consejo era valorado y estimado. Esta influencia de la mujer en el mundo de las creencias del pueblo germano se articulaba a través de un sacerdocio femenino con facultades adivinatorias, dentro del cual algunas mujeres fueron objeto de especial veneración. Este sacerdocio femenino, posiblemente jerarquizado en función de la edad, era ocupado por mujeres ancianas, o bien en algunos casos muchachas núbiles, que llevaban como distintivos el color blanco de su ropa, la desnudez de sus pies y el uso de cinturones de bronce, prácticas, especialmente las dos últimas, de claro sentido mágico-religioso, y que constatamos también entre los pueblos prerromanos del centro y norte de Hispania, así como la costumbre de utilizar el criterio de la edad para establecer una jerarquía entre los miembros de la comunidad.
Por otro lado, estas mujeres eran también las guardianas de la memoria histórica y de las tradiciones guerreras de su pueblo, que se transmitían de generación en generación contenidas en antiguos versos y canciones de guerra. Así, las prácticas adivinatorias de las sacerdotisas, considerablemente sangrientas, toman su sentido en la necesidad de profetizar el triunfo de su gente en la batalla, cuestión fundamental para una sociedad eminentemente guerrera. Incluso estas sacerdotisas podían estar presentes en los combates, demostrando una doble vinculación de la mujer con dos mundos, a su vez muy ligados entre sí, que son el de la guerra y el de lo mágico-sagrado.
También entre los pueblos prerromanos de la franja central peninsular se constata la existencia de mujeres con facultades oraculares o proféticas, en ocasiones muchachas muy jóvenes, así como el papel de excepción que desempeñaban las madres como depositarias y transmisoras de las hazañas de los antepasados, que enseñaban a sus hijos en forma de canciones que entonaban en la batalla. Ahora bien, este sacerdocio femenino germano hacia finales del siglo I dC estaba siendo sustituido en sus poderes por un sacerdocio masculino. Este hecho concuerda con la imagen de una sociedad cuyas antiguas estructuras matrilineales, hacia el cambio de era, convivían con un pujante poder político, militar, económico y religioso masculino, y un patrilinealismo cada vez más nítidamente imperante.
En cuanto a la participación de las mujeres germanas en la guerra, Estrabón y Tácito insisten en lo que consideran actitudes no usuales, ajenas a la mentalidad romana sobre la mujer, y en rasgos típicos de la imagen del bárbaro, como son el carácter aguerrido de las mujeres y su apasionado amor por la libertad, con los que enfatizan aún más el barbarismo de estas gentes. Por ello, señalan ciertas actitudes sorprendentes, como que las mujeres acompañaban a los hombres a sus expediciones, que permanecían cerca de ellos en la batalla, junto con los niños, aunque no aparecen tomando las armas directamente, a diferencia de lo que ocurría en los pueblos prerromanos de la mitad norte de la península Ibérica, sino que ofrecen apoyo moral a los combatientes, animándoles en la lucha, y cuidando y honrando sus heridas.
Ahora bien, la mujer también era una víctima de la guerra, y podía ser asesina- da, o bien hecha prisionera si tenía algún valor para el vencedor, como aquellas mujeres que pertenecían a las élites aristocráticas. Los varones de las élites dirigentes de las estructuras germanas tenían en sus manos el prestigio social y el poder político y militar, junto con una preeminencia económica cada vez más clara. Las mujeres que pertenecían a estos grupos privilegiados compartían el rango, poder y prestigio de sus familiares varones, padre, hermano o marido. Este hecho era el que confería a estas mujeres germanas un valor como rehenes, y por ello los romanos tomaban como prisioneros de guerra no sólo a los varones destacados, sino también a estas mujeres notables. Las fuentes romanas reflejan en Germania el mismo rechazo por parte de los indígenas ante esta política de rehenes, aun- que, según la propaganda romana, el trato correcto de los conquistadores a estas mujeres les valió la alianza con sus padres y esposos. Este rechazo al cautiverio existía también entre las mujeres de los pueblos prerromanos de la mitad norte de Hispania.
Aunque también se tenía en cuenta el mérito personal como guerrero, la pertenencia a estas élites dependía en buen grado del nacimiento. Por ello dentro de su grupo la mujer germana prerromana cumplía un papel como transmisora del linaje y del patrimonio, que heredaban los hijos. Esto explica, en primer lugar, el que los matrimonios endogámicos fueran frecuentes, bien entre familias de un mismo pueblo o entre las élites de distintos pueblos germanos, ya que así se conservaba el poder dentro de un reducido grupo de familias. Aunque el matrimonio entre los germanos era monógamo, parece que los jefes practicaban la poligamia, la cual se explicaría probablemente por su necesidad de usar la unión con princesas de otros pueblos como alianza política.
En consecuencia, las descripciones de los germanos que nos brindan Tácito y Estrabón no escapan a los tópicos y rasgos retóricos característicos de la tradición etnográfica griega, que se centran en el contraste entre la civilización, que representa Roma, y la barbarie, así como en la presencia de cierto tono moralizador, especialmente en Tácito, con una exaltación de los ideales de la «vida salvaje», y que ofrece convencionalismos literarios como el amor a la libertad y el carácter indo- mable de estos pueblos. Igualmente, los narradores grecorromanos utilizan la imagen femenina para fines políticos y propagandísticos, de manera que la visión que obtenemos a menudo es sospechosamente generalizadora y superficial. Pero ello no impide que en su perspectiva la mujer germana aparezca como un elemento vivo y activo, preparada para vivir y para morir, exigiéndosele un valor no inferior al de los varones de su familia y su comunidad, tanto en la paz como en la guerra. Estas mujeres demuestran participar activamente en su entorno social, contribuyendo a la supervivencia de su pueblo y compartiendo con los varones el poder y prestigio de su grupo familiar, para el que actúa como transmisora del linaje. A pesar de la vaguedad de los datos al respecto, parece que el reparto de actividades entre los sexos en la sociedad germana permitía a la mujer un cierto protagonismo que se traducía no sólo en la probable supervivencia de una serie de rasgos propios de estructuras matrilineales, sino también en una participación femenina especialmente destacada en dos aspectos fundamentales en la vida de una comunidad, como son el mundo de las creencias y la guerra, ambos estrechamente unidos a la esencia íntima de un pueblo y su capacidad de supervivencia.
Henar G. F.