“Es el sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia ha sido superada”. Friedrich Nietzsche (1844-1900)
La felicidad es una especie de control que cada uno tenemos sobre nuestro entorno. Paralela al concepto de felicidad y de una manera inherente, existe la llamada Voluntad de Poder, una fuerza que nos da la vida y que nos ata a ella y que al mismo tiempo la convierte en atractiva, ya que es la que nos hace enfrentarnos a todas las adversidades.
Cuando experimentamos que la fuerza aumenta en nosotros y nos sentimos con una vitalidad desbordante, cuando comprobamos que hemos superado aquello que nos oprimía, es cuando somos felices.
La felicidad del hombre es inherente a su propio ser, en el alma, es decir, en el sujeto que es el principio guía y el dispositivo del cuerpo. El alma del hombre es una ventaja, y por lo tanto también un beatus, un buen acto, cuando está actuando de acuerdo con su propio ser, cuando está completamente actualizada en su plenitud, sin limitaciones, y por lo tanto presenta su propia virtud en su integridad. En un sentido amplio, una entidad dada realiza su bien cuando sus actos están orientados hacia la realización de su naturaleza esencial, el mismo ser es perfectamente bueno cuando su esencia está plenamente realizada o implementada.
El significado propio del término felicidad indica «aquello que es completamente fructífero», es decir, madurado, completo, por lo que podemos decir que solo cuando el alma se cumple, se realiza completamente y opera en su actividad perfecta, es realmente feliz, hasta este punto. Un estado de felicidad completa es en sí mismo, porque el alma está debidamente establecida en su bien. Cualquier grado de limitación de esta perfección de felicidad-felicidad determina diferentes grados de dolor, insatisfacción e inquietud, y promueve la tensión hacia el objetivo final de cada acción, la felicidad, hasta que este término se realice por completo. Por lo tanto, solo cuando el alma alcanza el cumplimiento de su acto esencial es completamente feliz, cuando el hombre realiza plenamente su naturaleza y la pone en acción en toda su integridad, alcanza su perfección final, después de lo cual no hay No es nada más que perseguir. Hasta que este estado se realice, el alma avanza hacia este resultado, pero si no sigue el camino correcto, nunca lo alcanzará.
Para conocer mejor el concepto de felicidad el camino más corto es transitar precisamente por su ausencia, por aquello que nos impide ser felices
¿Cuál es el motor de la felicidad?
Sin duda, el sentirnos dueños de nuestra vida: Cuando esto ocurre, el miedo y la ansiedad, tan habituales hoy en día, son sustituidos por la seguridad y la serenidad. Sin embargo, a veces no nos sentimos ni libres ni dueños de nuestra vida, estamos atrapados en realidades donde vivimos, con poco margen de maniobra para cambiarlas—Pensamos erróneamente— ¿Cómo transformar nuestra gris y tediosa vida en algo emocionante de merecer la pena de ser vivido? En primer lugar debemos ser conscientes de la diferencia entre sentirse y ser. Que no nos sintamos libres y dueños de nuestro destino no implica que no lo seamos, de la misma manera que no sentirse atractivo o atractiva no implica que no lo seamos. En nuestra percepción de la vida, el componente subjetivo tiene un peso muy grande y da forma a la realidad en que vivimos porque nuestra realidad es siempre una percepción. Indudablemente que nos podemos encontrar en una situación de vida en la que nuestra libertad esté limitada: tenemos que ir todos los días al trabajo, tenemos que ocuparnos de nuestra familia e hijos, tenemos que pagar la hipoteca… tenemos, tenemos, tenemos.
Odín, el caminante no tenía ninguna obligación que su propio motor interno de búsqueda, de ser libre, de cumplir con su destino en el Ragnarök.
Para poder ser los dueños de nuestro destino, primero hemos de ser los dueños de nuestra vida. No podemos permitir que otros decidan por nosotros, tenemos la llave y lo sabemos, nuestro enemigo está dentro de nosotros mismos, la indolencia, la búsqueda patológica de seguridad, el miedo paralizante, en fin, aspectos todos de nuestra sombra que no son malos, que tenemos que cuidar, mimar y superar.
Nuestra religión germánica, con Odín/Wotan a su cabeza junto con su constelación de poderes, nos ayuda a devolvernos a la realidad y la vida, huyendo de la Ilusión en la que a menudo nos encontramos.
Uno: Hemos olvidado notar el que estamos vivos
Lo sabemos en teoría, por supuesto, pero no estamos en el día a día propiamente en contacto con el gran misterio de la existencia, el misterio de nosotros mismos: “el Ser”.
Es tan sólo en algunos extraños momentos, tal vez tarde a la noche, o cuando estamos enfermos y hemos estado solos todo el día, o estamos en un paseo campestre, que nos encontramos con la misteriosa extrañeza de todo: el por qué existen las cosas como lo hacen, el por qué estamos aquí y no allí, el por qué el mundo es así, el por qué ese árbol o esta casa son de la manera que son. Para capturar estos raros momentos donde el estado normal de las cosas tambalea un poco, hemos de reflexionar, acerca del Misterio del Ser
El mundo moderno es una máquina infernal dedicada a distraernos de la maravillosa naturaleza básica de la vida. Constantemente nos jala hacia tareas prácticas, nos abruma con información, mata el silencio, no quiere dejarnos en paz – en parte debido a que la realización del misterio de la vida tiene sus aterradoras dimensiones. Si lo hacemos, podemos ser embargados por el miedo al llegar a ser conscientes del que todo lo que había parecido arraigado, necesario y oh-tan-importante puede ser contingente, sin sentido y sin verdadero propósito. Podemos preguntarnos el por qué tenemos este trabajo en lugar de ese otro, el por qué estamos en una relación con esta persona en lugar de otra, el por qué estamos vivos cuando podríamos tan fácilmente estar muertos… Gran parte de la vida diaria está diseñada para mantener a estas raras y desconcertantes pero cruciales preguntas a raya.
A lo que realmente le estamos huyendo es a una confrontación con La Nada, la cual se encuentra en el otro lado del mundo.
La Nada está en todas partes, nos acecha, nos tragará eventualmente, pero la vida es únicamente bien vivida cuando uno ha tomado a la Nada y a la breve naturaleza del Yo a bordo
Dos: Nos hemos olvidado del que todos estamos conectados con Odín.
Vemos el mundo a través del prisma de nuestros propios intereses. Nuestras necesidades profesionales colorean a lo que le hacemos caso y con lo que nos molestamos. Tratamos a los demás y a la naturaleza como medios y no como fines.
Pero de manera ocasional es posible que podamos salirnos de nuestras estrechas órbitas y llegar a tener una visión más generosa de nuestra conexión con el resto de la existencia. Podemos llegar a sentir la Unidad del hombre con sus Dioses, el notar – de una manera que no lo habíamos hecho antes – que nosotros, y esa mariquita en la corteza, y la roca, y la nube, todos estamos en existencia en este momento y estamos fundamentalmente unidos por el hecho básico de la vida.
Tres: Olvidamos ser libres y vivir para nosotros mismos
Mucho acerca de nosotros no está muy en libertad, por supuesto. Hemos sido “arrojados al mundo” en el inicio de nuestras vidas: lanzados a un particular y estrecho medio social, rodeado de rígidas actitudes, de arcaicos prejuicios y de necesidades prácticas que no son de nuestra propia creación.
El Odinismo puede ayudarnos a superar esta “Condición de arrojados” al comprender sus múltiples funciones. Debemos tratar de comprender nuestra estrecha visión psicológica, social y profesional – y luego elevarnos por encima de este a una perspectiva más cósmica y trascendente. Al hacer esto, vamos a empezar a vivir para nosotros mismos. Y aun así, la mayoría de las veces, vamos a fallar estrepitosamente en esta tarea. Nos limitamos a rendimos a un socializado y superficial modo de ser en nuestra sociedad. Nosotros seguimos las habladurías de las cuales hemos oído hablar en los periódicos, en la televisión, etc.
Lo qué nos ayudaría a alejarnos de nuestra “Alma”—que es la proyección social de nuestro espíritu— es un enfoque adecuadamente intenso en nuestra venidera y propia muerte. Es tan sólo cuando nos damos cuenta del que otras personas no pueden salvarnos de La Nada que somos propensos a dejar de vivir para ellos; que dejamos de preocuparnos tanto acerca de lo que los demás piensan, y dejamos de renunciar a las partes más importantes de nuestras vidas y energías para impresionar a personas quienes nunca realmente gustaron de nosotros en primer lugar. La “Angustia” acerca de “La Nada”, aunque incómoda, puede salvarnos: tener conciencia de nuestro “Ser-hacia-la-muerte” es el camino para la vida.
Cuatro: Tratamos a los demás como objetos
La mayor parte del tiempo, sin llegar a quererlo, tratamos a las personas como si fueran herramientas, cosas—cosificación de las personas— en lugar de seres en sí mismos.
La cura para este egoísmo radica en la exposición a las grandes obras de arte. Son las obras de arte las que nos ayudarán a dar un paso atrás y a salir de nosotros mismos, y a apreciar la independiente existencia de las demás personas y de las cosas. Que las personas tenemos nuestra parte divina—de la que el arte es su reflejo— nos ayudará a reconectarnos con los Dioses y sus hijos. A enfrentarnos al abandono, la muerte y el Destino con garantías de éxito de alcanzar Valhalla después de esta vida.