El ser humano es libre por naturaleza, como el resto de los animales. El sometimiento de unos seres humanos por otros es antinatural, ya sea un sometimiento económico, político, de género… o el más perverso de todos, el ideológico, pues en este último, el hombre es esclavo pero no es capaz de ver sus cadenas y piensa que es libre. Así mismo, el ser humano es tribal por naturaleza. Como animales sociales que somos, nos sentimos parte de un grupo, de una comunidad, desde la familia hasta la nación, pasando por el clan y la tribu, tenemos el sentimiento de pertenencia arraigado porque es lo que nos permite sobrevivir como especie. Necesitamos que haya un “Otros” para poder afirmar el “Yo”, ya sea un Yo individual, o un Nosotros colectivo. La identidad y el amor propio son pues tan naturales como el lenguaje o como el bipedismo, una persona no puede ser libre sino pertenece a una comunidad libre. Sin embargo desde siempre ha habido gente o grupos que han tratado de romper este equilibrio natural en el que el ser humano no sirve a nadie ni tampoco es amo de nadie, este estado natural cuya expresión en el gobierno es la anarquía. Desde los albores de la Humanidad, ha habido grupos o individuos que han pretendido dominar a sus semejantes, rompiendo el orden natural de las cosas. La esclavitud consiste en reducir a los semejantes a simples cosas, instrumentos, “cosas que hablan”, como les llamaban las primeras civilizaciones mesopotámicas. Es decir, un esclavo deja de ser una persona y se convierte en “mano de obra”, en un factor productivo, en un número, fácilmente reemplazable por otro. Esta dominación ha ido evolucionando desde el surgimiento del Estado, legitimación política de esta dominación antihumana y antinatural, pasando desde el esclavismo al feudalismo y de este al capitalismo, siendo cada vez mayor la dominación, pero más sutil para los dominados. De las cadenas de la esclavitud se pasa a la servidumbre y de esta al trabajo asalariado, que en teoría es fruto del “libre mercado”, un trabajador trabaja a cambio de un salario porque ha pactado “libremente” esas condiciones con quien lo contrata, dentro del “libre mercado”. Nunca se habían llenado tanto la boca con la Libertad aquellos que la cercenan.
Hay que tener en cuenta que tenemos, a mi parecer, una triple esencia como humanos. Desde el punto de vista biológico, somos homo sapiens, desde el punto de vista cultural somos personas y desde el punto de vista espiritual, tenemos un alma. Estas tres naturalezas se dan simultáneamente y a la vez, nuestra estirpe se compone de las tres cosas pues las vamos transmitiendo. Desde el punto de vista biológico, nuestros hijos llevan nuestra sangre del mismo modo que nosotros llevamos la sangre de nuestros antepasados, todo ser vivo aspira a reproducirse para que la especie no se extinga. La pertenencia a un pueblo nos hace pertenecer a una cultura, la cual también transmitimos a nuestros descendientes, pues sin la cultura y sin su perpetuación, la tradición, el ser humano tendría que estar inventando continuamente la rueda o aprendiendo a manejar el fuego. Aunque biológicamente exista un grupo humano, si su cultura se pierde, dejará de ser un pueblo. Si una persona nunca conoce a sus padres o hermanos, aunque lleve su sangre, no sabrá que son su familia. Por último, nuestra alma es parte del espíritu colectivo de nuestra comunidad, la unión con nuestro pueblo, con nuestro linaje, con nuestra estirpe, no es solo material, sino que es una conexión mucho más profunda. Estamos conectados espiritualmente con nuestros antepasados del mismo modo que estamos conectados con la Tierra y con todo el cosmos.
Esta triple naturaleza también está en la Divinidad, pues los poderes sagrados desde un punto de vista espiritual, pueden sentirse, están con nosotros, son parte de nosotros o nosotros parte de ellos, según se quiera entender; desde el punto de vista cultural, los dioses son un arquetipo, un reflejo de la cultura y la mentalidad del pueblo que los adora, que percibe espiritualmente los poderes sagrados, y crea culturalmente a los dioses; y desde un punto de vista material entendemos que los dioses son intangibles en este plano de la realidad en el que existe la materia, pero han de ser tangibles en otro. Intuimos a los dioses, del mismo modo que intuimos que existen más dimensiones que aquellas que nuestros sentidos perciben, del mismo modo que intuimos conceptos como el infinito, que no podemos imaginar con la razón humana. Por lo tanto, para dominar al ser humano, aquellos enemigos de la Humanidad que a lo largo de la Historia han pretendido hacerlo, han pretendido siempre eliminar su parte cultural y espiritual, para quedarse sólo con su parte biológica, con su fuerza de trabajo, como una simple bestia de carga, como una mano de obra que se puede conducir al matadero. Reducir al ser humano a su aspecto material es cercenar lo que tiene la persona de sagrada, es mutilar su naturaleza. Por eso, cuando un grupo que pretende dominar al resto tiene la fuerza suficiente para hacerlo, crea el Estado y crea una estructura ideológica de dominación, consciente de que es la dominación más perfecta que existe. Al esclavo, primero hay que arrebatarle su identidad y su amor propio, para que sea dócil, para que esté domesticado y obedezca al amo. Sino tiene conciencia de lo que es, no podrá levantarse contra lo que no conoce, si se siente un número, una bestia, se limitará a trabajar y servir a su amo para perpetuar su miserable existencia, pasando los años enriqueciendo a otros que lo empobrecen a él, para finalmente morir. Nacer, servir y morir, esa es la miserable existencia de un esclavo, que pasa por esta vida sin pena ni gloria, inculto y transmitiendo esa incultura a sus descendientes, servil y transmitiendo su servilismo a sus descendientes, reducido sólo a su aspecto material.
El Estado, aunque como hemos visto, es contrario al orden natural; a la anarquía (los lobos, los elefantes, los leones, los pájaros… no tienen Estados y sus sociedades están organizadas, por lo que lo no debemos confundir que una comunidad se organice políticamente, con un Estado) siempre se legitima como garante del “orden”. La razón es que cualquier Estado, ya sea esclavista, feudal, capitalista… nace siempre en un momento de caos. El caos es la degeneración política de la anarquía. En un estado de anarquía no hay violencia generalizada, puesto que la sociedad tiene mecanismos para solucionar los conflictos. Sin embargo cuando los grupos son más grandes que unos 200 individuos, se hace necesaria una organización y si esta falla, lo que se produce es el caos y en medio del caos, se produce la violencia. Cuando uno de los grupos que lucha por dominar al resto se impone, surge el Estado, no porque se restablezca el orden (es decir, la anarquía) sino porque ese grupo ejerce el monopolio de la violencia como elemento de dominio. Las sociedades estatales solo aceptan la violencia ejercida por parte del Estado como violencia legítima, el resto es terrorismo, delincuencia…
Si analizamos la Historia podemos ver que todos los Estados han surgido después de una época de caos. Los primeros Estados surgen cuando las sociedades prehistóricas, organizadas en tribus, en clanes… que se unían federalmente entre sí, degeneran por el motivo que sea (probablemente, por una crisis económica o simplemente por la acción negligente de sus líderes, que eran unos primus inter pares en estos momentos) y se produce el caos. En medio del caos, el Estado encarnado en el príncipe, establece el orden, que no es el orden natural, sino un orden artificial, ficticio, que en el fondo es el dominio de esa facción o ese individuo. Se establece la paz, pero la paz del cementerio. Lo mismo ocurre con los Estados feudales, surgidos del colapso del Estado esclavista, siendo el capitalismo una evolución del feudalismo, dentro de la corriente de privatizar el Estado. Una cosa es abolir el Estado mediante su colectivización, y otra abolirlo mediante su privatización, siendo en el segundo caso el resultado de que los grupos que dominan a la sociedad ya se sienten tan fuertes que no necesitan siquiera el parapeto ideológico del Estado para dominar al resto. El llamado anarco-capitalismo no es restablecer el orden natural anarquista, puesto que habría dominación de unos sobre otros, en este caso, organizados en corporaciones para dominar a sus semejantes, que serían como Estados privados.
Los Estados liberales actuales, al servicio de la burguesía, que simplemente desplazan a la nobleza y el clero como clases dominantes, surgen del caos, de lo que se llamó “el terror” durante la Revolución Francesa y que, maliciosamente, en lugar de llamarle por su nombre, el caos, se le llamo “anarquía”, para legitimar que el Estado napoleónico, lo que venía a establecer era el orden. Los mal llamados Estados comunistas, que no son sino Estados capitalistas pero con otra variante del capitalismo, también surgen del caos, en este caso, del “terror rojo” de la Revolución Rusa. En definitiva cualquier Estado en el que pensemos, siempre tendrá su origen en la dominación de un grupo del resto de la sociedad, y su triunfo se produce en medio del caos. Por eso, cuando no existe, lo primero que se hace es provocar el caos, ya sea agitando a las masas, ya sea dando un golpe de Estado… el actual Estado español surge del caos de la guerra civil de 1936, aunque fuese reformado en 1978. Cuando un grupo domina a su propio pueblo, lo que crea es un Estado. Cuando, además de a su propio pueblo, domina a otros, lo que surge es un Imperio. Esto es así desde la Antigüedad, con los Imperios de Mesopotamia, de Egipto, el Imperio de Alejandro Magno, el Imperio Romano… será igual con los imperios coloniales y hoy en día, esos imperios, más que políticos, son económicos. Los bancos alemanes dominan a los bancos españoles, y los bancos españoles son los que financian a los partidos políticos, por lo tanto, controlan en la sombra el Gobierno de España. En la práctica somos una colonia, pero mucho más sutilmente que antes. El capitalismo global actual es el sistema de dominación más perfecto de los existentes hasta la fecha y su principal estrategia es acabar con la identidad y la cultura, que todos vistamos igual, hablemos la misma lengua, escuchemos la misma música, veamos los mismos programas, comamos la misma comida… y de esa forma perdamos nuestra identidad y seamos más fácilmente dominables, pues si se pierde la identidad, se pierde el amor propio.
Llegados a este punto, cabe preguntarse ¿cómo aprendió el hombre a dominar a otros hombres? Sin duda fue un proceso largo a través de los siglos, que comienza en el Neolítico y cristaliza con la aparición del Estado. Desde entonces, lo que ha hecho es perfeccionarse para que la dominación sea más perfecta y más sutil. El primero de estos pasos, fue dominar a otros animales. El ser humano en el Paleolítico cazaba para sobrevivir y tenía un gran respeto hacia el resto de animales, se cubría con sus pieles y representaba a los poderes sagrados como animales, asombrado por la fuerza de estos. Supo darse cuenta, intuir, que los animales tenían alma como él, y los albores de la religión son precisamente esto, el animismo. Es la religión más primitiva de todas, el intuir que todas las cosas tienen un espíritu y que hay grandes espíritus en la Naturaleza que, cuando la cultura se desarrolle, cada pueblo entenderá a su manera y surgirán los Dioses.
Esto quiere decir que hace miles de años, el respeto hacia el resto de animales era absoluto. El ser humano se sentía como lo que es, como un animal más. Respetaba las plantas, a los animales… en definitiva respetaba a la Naturaleza, consciente de que es parte de ella y de que el equilibrio natural es lo que hace que exista la vida, que roto el equilibrio, el hombre podría extinguirse como especie. La relación entre el ser humano y los demás animales, era en aquel momento la natural, es decir, de simbiosis. Lo que hoy llamaríamos mascotas o animales de compañía tenían esa relación con los hombres. Un cachorro de lobo, criado entre hombres, al crecer defendería a su familia, y así surgen los animales domésticos. El ser humano obtenía así protección, defensa… y el animal, alimento y protección del humano. No era una relación “amo-mascota”, el hombre no era dueño del animal, era su compañero. La amistad y el amor sincero entre hombres y animales, es algo que cualquier persona que conviva con animales conoce. Del mismo modo, a la hora de cazar, el hombre como animal carnívoro cazaba a otros animales para comer y se surtía de su piel, de sus huesos… de todo lo que pudiera aprovechar del animal, en cierto sentido, su alma, su espíritu, era absorbido por el hombre. Matar a un animal para comer, por necesidad, era entendido como un sacrificio: había que entregar una vida para mantener otras. Así funciona en la naturaleza, unos comen y otros son comidos. El respeto pues, por los animales, era absoluto. La idea de miles de animales enjaulados, sobrealimentados, hormonados y llevados a mataderos industriales para ser procesados como un mero producto de consumo, despojados de su dignidad, probablemente habría hecho vomitar a un cazador del Paleolítico. Cuando el ser humano sintió carencias y necesidad de más alimento, por crecer su población, desarrolla la agricultura y la ganadería, frente a la recolección y la caza tradicionales. Es en este momento cuando surge el Neolítico y el hombre se hace sedentario, en la revolución más grande y transcendente de la Historia de la Humanidad. Sin embargo en este momento la relación de simbiosis se ve truncada y los animales empiezan a ser cosificados. Es en ese momento cuando se cruza artificialmente a unas razas con otras, en un proceso de ingeniería genética, que da como resultado razas más “domesticables”. Este mismo proceso que ahora los enemigos de la Humanidad pretenden hacer con los seres humanos.
No es que la ganadería sea mala, no se malinterpreten mis palabras, lo que es perverso es el cómo se trata a los animales, que poco a poco dejan de ser vistos como iguales y pasan a ser mercancía. Como ganado es como tratan de tratarnos a los seres humanos ahora. Cuando el ser humano aprendió a dominar a otras especies animales, dio el primer paso en su aprendizaje de dominación para dominar a individuos de su propia especie. El siguiente paso fue aprender a dominar a uno de los sexos. Cuando las sociedades humanas, ya estratificadas y jerarquizadas, pero aún no estatales, desarrollaron el sistema que se ha ido llamar patriarcal, se produce una cosificación de la mujer como antes se había producido de los animales. Es el paso decisivo en el que el ser humano aprende a dominar a un individuo de su misma especie, por lo que la dominación de la mujer es el origen de todas las dominaciones sociales, desde las de clase hasta las dominaciones imperialistas sobre otros pueblos. Ahora bien, la culpa de esta dominación no es del varón, es del grupo dominante que somete a la mujer.
Este sometimiento no es exclusivamente por la fuerza, sino que se crea una estructura ideológica para dominar a la mujer, para domesticarla, como se había hecho con los animales. El maltrato a la mujer es consecuencia del sadismo de algunos individuos, del mismo modo que el maltrato a los animales, pero es la consecuencia de una ideología que menosprecia a la hembra, la cual pasa a ser propiedad del varón, en lugar de ser lo que había sido anteriormente, su compañera. Al igual que con los animales, se pasa de una relación de simbiosis entre los dos sexos, a una relación de dominación, totalmente antinatural. Llegados a este punto, conviene aclarar una cosa. El hombre y la mujer no son iguales, del mismo modo que el ser humano no es igual que el resto de animales. Esta desigualdad no implica superioridad de un sexo sobre el otro, sencillamente es algo natural, se llama dimorfismo sexual, es propia de nuestra especie y de otras muchas. Las teorías feministas radicales, en el fondo, lo que provocan es un antagonismo falso entre hombres y mujeres, porque pretenden masculinizar a las mujeres y feminizar a los hombres, enfrentar a los sexos cuando ambos son complementarios y no es el varón el opresor de la mujer, como no es el ser humano el opresor de otros animales, ni el hombre blanco el opresor de otras razas, es el sistema de dominación instaurado el que domina a unos y a otros. En lugar de acabar con la dominación de la mujer, pretenden crear una guerra de sexos cuando no la supremacía de la hembra, el hembrismo, tan antinatural y asqueroso como el machismo. Hombres y mujeres somos equivalentes, es decir, valemos lo mismo, y como tal merecemos la misma dignidad y los mismos derechos, pero no somos iguales. Si lo fuéramos, la reproducción sería imposible, entre otras cosas.
Así mismo, yo rechazo las teorías animalistas radicales, el veganismo llevado al extremo de considerar asesinos a los que comemos carne y otras tantas estupideces que suelen decir. Considerar iguales a los animales, en un sentido total, y por lo tanto, depositarios de los mismos derechos que el ser humano, no tiene ningún sentido, pero menos aún lo tiene comparar lo que ellos llaman “especismo” con el racismo. Nos llevaría al absurdo, si obráramos de esa forma, de legalizar la zoofilia (sino hay discriminación entre especies, nadie tendría derecho a negarle a un hombre el derecho de amar a una cierva y querer hacerle el amor, mientras la cierva no niegue el consentimiento, que entonces sería una violación, claro), concederles derechos políticos a los perros, aunque quizás nos iría mejor con un Presidente del Gobierno que fuese un gato o un caballo… y por supuesto, condenar por asesinato a cada león que cace a una gacela. Entiendo que haya gente vegetariana o vegana porque rechaza las condiciones en las que son tratados los animales y no quiere ser cómplice de ello. Lo respeto, aunque no lo comparto, pues creo que no soluciona el problema de la alimentación y, hasta que podamos solucionarlo, si nos ponemos a pensar en la moralidad de lo que consumimos, no consumiríamos tampoco plantas ni prácticamente podríamos consumir nada. Rechazo las teorías animalistas radicales, como las teorías feministas radicales (no así el feminismo del siglo XIX, de las sufragistas, de Seneca Falls, de Olimpia de Gouges, de Clara Campoamor… y de tantas otras, ni movimientos animalistas como los destinados a abolir la tauromaquia o el maltrato animal y tantas salvajadas que se hacen, a día de hoy, contra los animales, fruto del sadismo y el garrulismo de las masas embrutecidas) del mismo modo que rechazo abolir el Estado poniendo bombas, porque lo que saldría de ahí no sería el fin de la dominación, sino el caos, embrión de una dominación mayor o de diferente cariz, pero de la misma naturaleza.
Volviendo a la dominación de las mujeres, lo realmente interesante es preguntarse por qué se produce, cosa que raramente se suelen preguntar las feministas, más preocupadas de lo superficial o de destrozar el lenguaje con feminismos artificiales como “médica”, “presidenta”, “jueza”…, cuando no de criminalizar al varón, que de ir a la raíz del problema. En un primer momento, es lógico que existiese y que exista, cierto paternalismo hacia las mujeres, por la sencilla razón de que son ellas las que pueden parir. Dotadas de menor fuerza física pero de mayor resistencia al dolor, la capacidad reproductiva de las mujeres también es menor que la de los hombres (una mujer puede parir un número limitado de hijos sanos y cada parto la deteriora y, sobre todo en las condiciones sanitarias del Paleolítico, pone su vida en riesgo; mientras que el hombre puede inseminar a cuantas hembras sea capaz de cortejar, pudiendo tener, en el plano teórico, cientos o miles de hijos). Esto hizo que en los primeros grupos humanos la mujer se dedicase a la recolección pero no se la expusiese al peligro de la caza.
Recolectando y cuidando a los hijos, una mujer podía ser atacada por cualquier animal, pero sin duda era un riesgo mucho menor que la caza mayor. La mayoría de los recursos de los que el grupo humano vivía, procedían de la recolección. Sin embargo, la caza de un mamut o de una gran pieza, aseguraba la supervivencia para un largo periodo de tiempo, quizás, con un gran animal cazado, el clan tendría carne para todo un invierno. Esto hizo que el cazador tuviera, con el paso del tiempo, más prestigio social que la recolectora. Cuando se producen los primeros enfrentamientos entre grupos humanos, cuando nace la guerra, serán los cazadores, que saben usar arcos, flechas, lanzas, mazas… los que vayan a la guerra, del mismo modo no se expone a la mujer al riesgo tan alto como ese porque del hecho de tener mujeres fértiles o no tenerlas, depende la supervivencia del grupo. El cazador se convierte en guerrero y el prestigio del guerrero será mayor que el del campesino agricultor, del mismo modo que el cazador tenía más prestigio que la recolectora. Esto, durante milenios, hizo que se construyera la virilidad alrededor de atributos como la fuerza, la habilidad con las armas… mientras que lo femenino se asociara al cuidado de los hijos y a la protección del hogar. Sin embargo, esto era un mero reparto de funciones por las características del grupo humano y por la necesidad de proteger a aquellas que podían alumbrar hijos. El sistema de dominación surge cuando un grupo se da cuenta de que dominar a la mujer es dominar su útero, por lo tanto dominar la “producción de mano de obra”, dando el primer paso para dominar al grupo humano. De esta forma vemos, que la dominación de la mujer es inhumana y que no solo atenta contra el sexo femenino, sino contra los varones también. La estrategia para dominar a las mujeres será la misma que para dominar a los animales, se las domestica, se las menosprecia y se las reduce sólo a su condición de madres o ni tan siquiera eso, de reproductoras, no solo biológicamente, sino reproductoras del orden social y de la ideología imperante, pues son las que educan a los hijos. Cuando la mujer pasa a tener un papel secundario socialmente, deja de ser sacerdotisa, de ocupar posiciones altas en la sociedad… Es el primer paso para la tiranía.
No es casual que cuanto más libre es un pueblo, más igualdad social exista entre hombres y mujeres dentro de este. No hay más que comprar la situación de una mujer asiria con la de una mujer griega o romana, o de una mujer griega con una celta o germana. A día de hoy, una mujer europea con una mujer de Afganistán. De esta forma, una vez el grupo dirigente aprende a dominar a la mujer, el siguiente paso, y usando los mismos métodos, será dominar a los artesanos, los campesinos… creando un sistema de castas, con la casta guerrera y sacerdotal como dominantes. Si antes, cada campesino tenía en una mano el arado y en la otra la espada, siendo guerrero en tiempos de guerra y campesino en tiempos de paz, ahora habrá un ejército mercenario al servicio del líder y se prohibirá a los ciudadanos ir armados, como corresponde a su condición de hombres libres. Si antes la religión era libre, ahora habrá una casta que fije dogmas y domine las conciencias vetando las discrepancias y arrojándose como únicos intérpretes de lo sagrado, cortando la relación natural entre los dioses y los hombres, legitimando religiosamente esta dominación antinatural. Surge el Estado teocrático, que es la expresión de la dominación de unas clases sociales sobre otras. El último paso es que estos Estados conquisten otros pueblos, y dominen sobre ellos, naciendo los Imperios. Esta dominación podemos apreciarla en la religión, pues mientras que un pueblo libre tendrá una relación mucho más cercana con sus dioses, será politeísta y tendrá en sus mitos una visión de su propia cultura y su propia sociedad (los dioses griegos se reúnen en asamblea presididos por Zeus, los dioses germanos se reúnen en thing presididos por Odín…), a medida que la dominación esté más implantada, se presentará una visión cada vez más deformada de los dioses, a los que los hombres ya no adoran desde una perspectiva cercana, sino porque los temen y, finalmente, se dará el paso definitivo que es reflejo religioso de la mayor de las tiranías en lo político, el monoteísmo.
Además de las creencias, la filosofía y los valores que transmite, hay que tener en cuenta que una religión es, y sobre todo era, antes de la aparición del monoteísmo, una cuestión identitaria. Las religiones eran étnicas, propias de cada pueblo, por lo que, aparte de implantar la ideología que legitima la dominación, el monoteísmo tenía como misión, quizás más importante, acabar con la identidad de los pueblos. Más importante que el hecho de si la Divinidad es múltiple o existe un Dios único con muchas formas, que sería un debate filosófico o teológico, el monoteísmo recalca que ese Dios único es universal y que todos los demás dioses o bien son demonios o bien son santos. Sino puede asimilarlos, los combate. Por lo tanto, los que adoran a otros dioses que son ese supuesto Dios único, están equivocados y hay que convencerlos de que abandonen “el mal camino” y adoren al Dios único y verdadero, que es “el camino, la verdad y la vida”.
La manera de convencer a los demás de que abandonen sus creencias por la fe “verdadera”, es primero asustarlos, creando el concepto de pecado y del miedo al Infierno, o dicho de otro modo, el concepto de salvación. Solo se salvarán aquellos que sigan “el buen camino”, que sólo es uno, llevando los demás a la condenación. Si esto no funciona, se inventa la “guerra santa” y se conquista a punta de espada lo que es imposible de conquistar mediante la razón. Todos los Imperios trataron de implantar el monoteísmo cuando una crisis hizo que su poder coercitivo normal se tambaleara, conscientes de que es mucho más efectivo dominar a la gente mediante la conciencia que mediante la fuerza, ya que mediante la fuerza, el dominado puede, en un momento dado, tener más fuerza que tú y levantarse, pero difícilmente se va a levantar contra sí mismo si está convencido de que el orden social es justo y sobre todo, es voluntad divina. Así pues, el Imperio Egipcio trató de crear lo que podíamos llamar el Atenismo, el culto a Atón. La llamada, dado que fracasó, “herejía de Amarna”, pero que de haber triunfado, hubiera sido la “ortodoxia”. Sin embargo el pueblo que implantó por primera vez un monoteísmo fue el pueblo hebreo, creando el judaísmo. El pueblo hebreo, como todos los pueblos de Mesopotamia, eran politeístas en sus comienzos. La Biblia está llena de referencias a que los israelitas adoraban a muchos dioses, pero en un momento dado el clero de uno de ellos, Yavhé, se volvió más fuerte e implantó una monolatría, paso previo al monoteísmo, que existen varios dioses, pero sólo se debe rezar a uno. Es entonces cuando se escribe el Antiguo Testamento, y obviamente se llamará “ídolos” o se tachará de dioses extranjeros al resto de dioses que adoraban los israelitas, pero el texto bíblico está lleno de referencias, eso sí, indignándose por ello, de que se adoraba a otros dioses en el Templo de Jerusalén. El yavismo, la monolatría de Yavhé, convierte a Yavhé en el dios nacional de Israel, pero no es propiamente un monoteísmo, pues considera que el resto de pueblos tienen sus dioses. Cuando se fijan unos dogmas, cuando ese yavismo se convierte en una religión revelada (atribuyendo a Moisés esta revelación), nace el judaísmo, influido por el atenismo en sus vecinos egipcios y por el mazdeísmo de sus vecinos persas. Al ser una religión del Medio Oriente, de la misma raíz que la babilonia, sumeria, asiria… el concepto de pecado, de salvación, la visión maniquea entre el bien y el mal y toda la mitología judía será la misma, aunque adaptada al monoteísmo, que la de sus vecinos, mucho más poderosos que ellos, que eran una insignificante nación de pastores entre grandes imperios.
El judaísmo nace para legitimar el orden social, en cierta medida liberador, de Nehemías y Esdrás, pero legitima otros aspectos de ese orden social, como la dominación de la mujer y elimina a la Diosa Madre hebrea, Ashera, equivalente hebrea a la Astarté cananea, a la Isthar babilonia, a la Aset egipcia (llamada Isis por los griegos y romanos) o a la Innana sumeria. También legitima la hierocracia, el gobierno de la casta sacerdotal, por lo que no hay reyes divinizados ni reyes por la gracia de Dios, sino que el pueblo de Israel es el “pueblo elegido” que hace una alianza, un pacto, con Dios… cuyos intérpretes, son los sacerdotes. Esto no hubiera tenido mayor transcendencia histórica sino fuera porque un hombre, Pablo de Tarso, judío con ciudadanía romana, el cual, entre otras cosas, era un completo misógino, decide convertirse a una de las sectas judías, la de los nazarenos, pero ve en ella una posible religión del Imperio. Es en ese momento cuando se admite que los gentiles pueden ser nazarenos, rompiendo el concepto étnico e identitario de la religión judía, y cuando el profeta de esta secta, Yeshua ben Yosef, considerado Mesías, es llamado “ungido” en griego, Χριστός (Cristós) y se inventa el dogma de la Resurrección, que hasta entonces no existía. Esta secta pasa a llamarse cristianismo (aunque más bien habría que llamarlos paulistas, pues es Pablo de Tarso el que transforma la secta de los nazarenos hasta convertirlos en una religión diferente) y se diviniza a Yeshua ben Yosef, es decir, Jesús hijo de José, o Jesús de Nazaret (de ahí el nombre de nazarenos), rompiendo con el judaísmo. Si hablamos de Roma hemos de decir que, políticamente, el Imperio es una degeneración de la República. Cuando, como siglos antes les había pasado a los egipcios, se produce una crisis que hace tambalear esa estructura de dominación que era el Imperio, se tratará de tender hacia el monoteísmo. El intento de divinizar a los Césares, el culto al Divino Augusto, es el primer paso. El culto solar a Helios como único dios, persiguiendo el culto a los demás dioses, fracasó durante el reinado de Heliogábalo, pero es un calco de lo que intentó hacer Akhenatón en Egipto.
El Imperio Romano, como todos los Imperios, fue un Estado que, aparte de dominar a su propio pueblo, los romanos, dominó a muchos otros (celtas, germanos, egipcios, númidas, griegos…) por lo que era necesario una ideología que legitimase ese dominio y esa unidad imperial que, a diferencia de una unión federal (como eran las confederaciones tribales celtas o germanas, o las ligas griegas contra los persas) se basaba en la fuerza. Que todos hablasen la misma lengua, el latín, y adorasen a un mismo dios, era la forma de borrar la identidad de estos pueblos, para que fuesen súbditos del Imperio. Lo primero se había producido de forma natural, el latín se había ido imponiendo por ser la lengua oficial, aunque el griego y otras, en menor medida, se seguían hablando. En cambio, lo referente a la religión, sería más complicado de lograr. En el siglo III se produjeron muchas influencias orientales en el Imperio, puesto que políticamente ya se parecía más al despotismo oriental de los imperios asiáticos que a la forma política tradicional de los pueblos europeos, siempre mucho más libres. Aparte del ceremonial entorno al César, que pasó de ser el Princeps a ser el Dominus, se divinizó su figura mucho más. Muchos dioses orientales, como Mitra o Cibeles, empiezan a ser adorados en el Imperio… y lo mismo ocurre con el cristianismo, pues había judíos dispersos por todo el Imperio, y fue cuestión de tiempo que las sinagogas cristianas admitiesen a gentiles y, en un momento de miseria, se valiesen de la “caridad cristiana” (que en aquel momento, era solo entre los cristianos) para que todos los hambrientos se bautizaran a cambio comida u otras asistencias sociales.
Tras el concilio de Nicea, se fija la ortodoxia católica, es decir, universal y se convierte el cristianismo en la religión oficial del Imperio, en un claro intento de eliminar la identidad de los pueblos que dominaban. Ser romano pasó a ser sinónimo de ser cristiano, pues el cristianismo se romanizó y adoptó las formas y la liturgia de la religión romana. Dicho de otro modo, el cristianismo romano del siglo IV no era sino la judaización de la religión romana. En el arte paleocristiano se aprecia perfectamente esto. Por eso los pueblos germanos, para entrar el Imperio, tendrán que adoptar el cristianismo… pero muchos de ellos, como los visigodos, se harán arrianos y no católicos, pues de esta forma mantuvieron su identidad dentro del Imperio. Como lo natural en el ser humano es el tribalismo, es tener una identidad, el intento homogeneizador de una sola religión universal fracasó. La idea “un Dios, un Imperio y un Emperador” se quebró cuando el Imperio Romano quedó dividido en dos. Cuando cae el Imperio de Occidente, le sucede la Iglesia de Roma. Los obispos suceden a los funcionarios civiles y el Papa al Emperador y la cultura de Roma, aunque judaizada, sobrevive en los monasterios. No es casual que el primer cisma cristiano sea entre Oriente y Occidente, entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa.
Así pues, una de las vertientes orientales del cristianismo unitario, frente al trinitario oficial, será la que con el tiempo derive en Arabia al Islam, que nace con la misma intención, legitimar un gran Imperio y eliminar la identidad de los pueblos, empezando por el propio pueblo árabe, pues el islamismo arrasa a los dioses árabes y solo tendrá respeto por las “gentes del Libro”, es decir, cristianos, judíos y mazdeístas, los otros dos monoteísmos abrahámicos y el monoteísmo persa, pero arrasando a los llamados paganos allí donde los encuentra. El monoteísmo pues era el primer paso para acabar con la cultura de los pueblos, siendo el siguiente paso el individualismo propio del capitalismo liberal, que pretende acabar con el sentido comunitario y el materialismo tanto del capitalismo como de ideologías supuestamente anticapitalistas, que son el último paso para acabar con la identidad y reducir al ser humano a un simple factor en la producción, a un miembro más de una cadena de montaje, sustituible en cualquier momento por otro, en simple mano de obra, en un robot sin alma. Sin embargo como el ser humano es tribal por naturaleza, el intento antinatural del monoteísmo fracasó y el Cristianismo y el Islam han sido simplemente un barniz, muy agresivo a veces, sobre la espiritualidad de los pueblos que ha dominado. Así pues, los árabes han seguido creyendo en genios y convertido en ángeles a los antiguos dioses, y los cristianos europeos han seguido celebrando los ciclos naturales y las fiestas tradicionales, solo que cristianizadas. En última instancia, más allá de las implicaciones espirituales, la religión ha seguido siendo, por encima de cualquier otra cosa, un factor identitario.
Así pues, se asocia lo árabe con lo musulmán, cuando lo cierto es que hay árabes cristianos, agnósticos, ateos… y en menor medida, pero debe haberlos también, los hay que aún creen en los antiguos dioses árabes, con el problema añadido de que, si el cristianismo ha sido un barniz para el alma europea, el islam ha sido como echar ácido al alma árabe, quedando mucho más dañada. Del mismo modo, durante la Edad Media, la Cristiandad, no era otra cosa que Europa. Cuando en España, durante la llamada Reconquista, los reinos del norte defendían la cruz, lo que realmente defendían era la Hispanidad, la Europeidad de esta Península. Cristo era más bien un símbolo, lo realmente importante era la cuestión de la identidad hispanogoda frente al invasor, que tras la fusión entre godos y romanos, unidos por la misma lengua, el mismo código legal y la misma fe, una vez Recaredo se convirtió al catolicismo (que los visigodos se hicieran católicos en Hispania y no antes fue lo que hizo que la fusión entre lo hispanorromano y lo germánico configurase la Hispanidad, siendo esa la matriz cultural de lo que luego sería España) era la fe cristiana el elemento identitario que se asociaba con lo hispano, lo europeo, frente a lo islámico y lo árabe. El mismo ejemplo lo tenemos en el primer cisma de la Iglesia, siendo el cristianismo católico el asociado al Imperio occidental, es decir, un cristianismo sobre un sustrato celta latinizado y germanizado; frente al catolicismo ortodoxo, asociado a lo griego más que a lo latino, y que luego se extenderá a los pueblos eslavos. Sabemos que griegos, romanos, celtas, germanos, eslavos… tenemos un mismo origen, que hace 20.000 años, éramos la misma tribu. Ese origen es la raza europea, pero en el imaginario colectivo medieval, esa unidad se identificaba con la Cristiandad. Por eso hoy muchos europeos defienden el cristianismo como un símbolo de identidad y lo sienten como propio, aunque piensan y actúan como paganos.
En el siglo XVI el protestantismo no será sino el intento de crear Iglesias nacionales, no controladas por el Papado, por lo que tendrá un fuerte componente nacionalista y, una vez más, identitario. En el caso de los países católicos, no se produce el cisma pero se toma el catolicismo como una cuestión nacional, plasmado esto en la aparición de la Iglesia Galicana en Francia o del regalismo en España, que si bien seguirán siendo católicas, querrán ser independientes del Papa. En el caso de España, el catolicismo era una cuestión de Estado más que de fe. Ser católico implicaba, por un lado, no ser moro ni judío. La diferencia entre “cristianos viejos” y “cristianos nuevos” era étnica y una cuestión de identidad, puesto que incluso el Papado recriminaba que iba contra la fe católica hacer tales distinciones. Así mismo, la política exterior del Imperio Español era defender el catolicismo frente al “infiel” turco y los “herejes” de los Países Bajos e Inglaterra, o dicho de otra forma, la supremacía frente al otro imperio mediterráneo (el Imperio Otomano) y el otro imperio atlántico (Gran Bretaña), siendo la religión una mera excusa. El mismo caso lo tenemos en Irlanda, donde el nacionalismo irlandés está asociado al catolicismo mientras que el unionismo lo está al protestantismo, siendo la religión una cuestión de identidad y siendo totalmente secundaria la fe. En el caso de España, los nacionalismos periféricos vasco y catalán, en origen, son una reacción integrista católica frente al liberalismo español, no siendo casual que en ambos territorios tuviera tanta fuerza el carlismo antes de la aparición del nacionalismo. Lo que había de fondo es que el nacionalismo español de raíz liberal era profundamente castellanista, y en ambos territorios, de etnia no castellana y con lenguas diferentes al castellano, surge una reacción identitaria en la que, una vez más, la religión es una excusa. En los países islámicos, la diferencia entre suníes y chiíes suele ser más étnica que religiosa.
Otro caso similar ocurre con los gitanos en España, pues al ser la única etnia no hispana que habita la Península Ibérica, muchos de ellos están adoptando el evangelismo como un rasgo diferenciador, o los que son católicos tienen, casi todos, una cofradía específica. Rara es la ciudad que no tiene un Cristo de los gitanos. La razón es que se ha intentado muchas veces integrar en la nación española a un pueblo que no pertenece a ella, y lógicamente ha sido un fracaso. Aunque su DNI ponga que son españoles, aunque su lengua romaní casi se haya perdido, es evidente que no son parte de la nación y buscan marcar sus diferencias para evitar diluirse en la cultura española, entre ellas, aunque no la única, la diferencia religiosa. Así pues, aunque la idea monoteísta inicial era coger aspectos de todas las culturas de Europa y diluirlos para formar un gazpacho, siendo el judaísmo el agua que hacía la mezcla, la realidad es que el pueblo europeo ha seguido manteniendo su identidad y que el catolicismo de España es diferente del de Francia o Italia, del mismo modo que es radicalmente diferente al de América, bajo el cual están las religiones prehispánicas en algunos casos, y las religiones africanas traídas por los esclavos en otros. Del mismo modo, nada tiene que ver el islam marroquí con el islam sudanés ni el budismo tibetano con el budismo del sur de China (pues, en muchos aspectos, el budismo podríamos considerarlo el cristianismo de Asia). La lucha pues, hoy como hace 1600 años, es por defender la identidad. En un mundo globalizado como este, la lucha es mucho más dura que la que tuvieron que tener nuestros antepasados y esa es la razón por la que los que somos fieles a las religiones nativas europeas, no debemos ser beligerantes con aquellos cristianos europeos que, aun diciéndose tales, en su conducta y en su manera de ser, son respetuosos con nuestra fe y se comportan de acuerdo a los valores europeos, a nuestras Nueve Nobles Virtudes en el caso del odinismo. Tampoco debemos ser beligerantes con otros pueblos, debemos localizar bien al enemigo de nuestro tiempo, que es esa misma oligarquía mundial que ahora, gracias a la Globalización, es aún más fuerte, y es enemiga de los pueblos, de las razas, de las naciones, pues quiere destruir a todas.
Después de 1600 años de prácticas monoteístas, estas han seguido usándose en política incluso cuando la religión dejó de tener tanta importancia para los europeos. El dogmatismo, el pensarse en posesión de la verdad absoluta, el tachar de “hereje” o “infiel” al que no piensa como tú… es moneda corriente entre los diferentes partidos políticos que no son corrientes de pensamiento, son una cuestión de “nosotros” frente a “los otros”, y por lo tanto, las elecciones y los debates en los parlamentos son una farsa, todo es simple y llanamente una lucha partidista por el poder y las ideologías políticas dominantes, en la práctica, son como una religión monoteísta y llena de fanáticos ignorantes con la cabeza lavada que se aprenden la propaganda panfletaria como antaño se aprendían el catecismo. Durante la Revolución Francesa es cuando se produce la división artificial entre “izquierdas” y “derechas”, que no deja de ser una evolución de la división entre “católicos y protestantes” o entre “moros y cristianos”, puesto que simplemente hay matices entre una postura y otra, estando de acuerdo en lo fundamental y presentando como posturas antagónicas las dos corrientes del liberalismo. El liberalismo esclavizará pueblos en nombre de la libertad, como el cristianismo y el islam hacían guerras santas en nombre de la paz y el amor. Sustituirán el culto a Dios por el culto a “los mercados” y el dogma de la Santísima Trinidad por otros dogmas como la democracia liberal o la tolerancia. En lugar de los Diez Mandamientos están los postulados de Adam Smith o de Keynes y en lugar de inquisidores tienen “fiscales del odio”, que ya bo persiguen a los que niegan la virginidad de la Virgen María, sino a los que cuestionan verdades oficiales. La derecha dirá defender los valores, la tradición… y la izquierda la justicia social y los derechos de los trabajadores. Sin embargo, a un partido y a otro, los financian los mismos bancos, y los políticos profesionales de uno y otro lado, acaba en consejos de administración de las mismas multinacionales. Aparte de los dos grandes partidos, el sistema liberal consentirá pequeños partidos, sin opciones de gobernar, que en el fondo son iguales, pero dar un cierto aire de color a los parlamentos y aparentan pluralidad y democracia. Pero si alguno consigue ganar unas elecciones, cosa muy improbable dado que la misma élite domina las televisiones, los periódicos, las radios… y el sistema educativo, se sacan los tanques a la calle y se terminó.
Por otro lado tenemos el marxismo, que es un cristianismo para ateos. Del mismo modo que el cristianismo pretende tener la verdad absoluta, el marxismo se considera el “socialismo científico”, siendo el resto de las “herejías” socialistas, “socialismo utópico”, cuando no elementos contrarrevolucionarios y siendo todo movimiento social que ellos no controlen, un movimiento social al servicio del capitalismo. Dicen defender a la clase obrera, teniendo una visión mesiánica de redención del género humano en una suerte de paraíso terrenal que será la llegada del Comunismo, entendido como fin de la Historia. Los últimos serán los primeros en el Reino de Karl Marx. En lugar de tener monasterios en donde se martirizaba a los monjes para redimir al género humano, tienen gulags. Todos se consideran marxistas, creen en Marx y su palabra plasmada en El Capital es sagrada (como todas las herejías se consideraban cristianas y creían en Cristo y los Evangelios) pero tienen muchas sectas: leninistas, maoístas, estalinistas, trotskistas… como los cristianos eran nestorianos, arrianos, pelagianos…
Predican la paz y la igualdad pero cuando llegan al poder, establecen un orden social igual de injusto que el que se supone que combaten. Hablan de libertad, pero cuando tienen el poder acaban con las libertades. Como los cristianos, practican el proselitismo y quieren convertir a todo el mundo a su fe, que es la fe verdadera. Si no pueden con la propaganda, con la AK-47. Dicen ser “internacionalistas”, es decir, defienden la última revolución de un país de África que no saben situar en el mapa, pero en España dicen “el Estado español”, porque les da vergüenza pronunciar el nombre de su país, o bien apoyan a cualquier movimiento independentista financiado por la burguesía capitalista, en nombre de la “lucha de la clase obrera”. Aman a todo el mundo, menos a su propia gente. Ante esto se podría decir, con buen criterio, que hay muchos marxistas buenos, que no todos piensan así… indudablemente, como hay muchos cristianos buenos que ponen vacunas o fundan escuelas en el Tercer Mundo, como Cáritas, que ayuda a los pobres o las monjas que hacen magdalenas son gente estupenda, pero eso no quita que el sistema ideológico que les sustenta, sea monstruoso. Durante siglos la Iglesia tachaba de paganos o herejes a todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con su moral, y tanto unos como otros, eran satánicos. Tanto acusar a la gente de satanismo, muchos se lo llegaron a creer y surgió el satanismo como una anti-religión y la Iglesia de Satán de LaVey. Por moda, por llevar la contraria, por revelarse contra lo establecido… muchos jóvenes empezaron a usar símbolos satanistas, a ponerse cruces invertidas… a considerarse ellos mismos satánicos. A fuerza de que se lo dijeran tanto, muchos se llegaron a creer que eran algo que no eran. Así el satanismo tuvo cierto auge y aún hoy está de moda en ciertos círculos y sobre todo, a ciertas edades. No deja de ser una postura infantil y el satanismo solo se define por su anticristianismo, por aquello que no es. Dicho de otra manera, sin el cristianismo al que tanto odia, no tendría razón de ser. Es un cristianismo en negativo, puesto delante de un espejo… pero cristianismo al fin y al cabo. Lo mismo cabría decir de los llamados antifascistas con respecto al fascismo.
Del mismo modo que la Iglesia tachaba de satánicos a todos los disidentes y muchos se han creído que de verdad lo son, hacen misas negras, invocan a Satanás y le dan la vuelta a símbolos cristianos, la Iglesia ha acusado de ateos a los que les discutían sus verdades oficiales. Así pues, muchos se dicen ateos por rechazo a la Iglesia o al cristianismo y las religiones abrahámicas que conocen, pero en el fondo, con sus actos y su forma de ser y actuar, demuestran que sí tienen una espiritualidad. Su concepción de lo divino es diferente a la concepción monoteísta, y dado que no conocen otra, piensan que son ateos, pero no lo son. Otros efectivamente lo son pero son conscientes de que negar la Divinidad es un acto de fe, tanto como aceptarla, y respetan a los creyentes. Sin embargo hay un tercer grupo, que yo llamo anti-teos, que son más fanáticos que cualquier cristiano o musulmán integrista. Han creado una religión en negativo, niegan a la Divinidad pero tienen una creencia ciega, fanática y enfermiza en ese no-Dios. A menudo dirán cosas como que “creen en la ciencia”, como si la ciencia fuera incompatible con la religión… que por supuesto no lo es, al contrario, las Ciencias Naturales nos explican la Naturaleza, que nosotros sacralizamos, y las Ciencias Sociales nos explican cómo actúa la Humanidad, la Historia de nuestro pueblo… que también consideramos parte de nosotros y sagrada. Por lo que la ciencia, nos acerca a los Dioses. Sin embargo estos anti-teos creen en lo que ellos llaman “la ciencia”, que viene a ser dos o tres documentales que han visto, en la mayoría de los casos, como un dogma de fe, sin entender realmente las cosas. Creen en lo que les dicen los expertos, una suerte de sacerdotes modernos. El tertuliano profesional, el economista, el profesor universitario… se convierten para ellos en lo que el cura de su pueblo era para un campesino del siglo XIII.
A pesar de que la ciencia es un producto humano y como tal, lo que en la ciencia tomamos por una ley, no es inmutable, sino que cambia cuando otro investigador descubre algo que contradice o modifica lo que se tomaba, hasta ese momento, por cierto; a pesar de ello, estos anti-teos te miran por encima del hombro con una pretendida superioridad moral y un arrogancia bajo la cual, suele esconderse su profunda ignorancia, del mismo modo que los fanáticos religiosos. Suelen ser engreídos y pedantes, mentes adoctrinadas que desprecian aquello que se sale de su verdad y generalmente, este tipo de gente, suelen ser o bien defensores del capitalismo liberal o bien defensores del comunismo marxista, no es por casualidad que esto vaya de la mano. El argumento que suelen utilizar es que las religiones son una respuesta del ser humano al miedo que tiene a la muerte, por lo que se inventa una vida de ultra tumba. Del mismo modo, dicen que todo aquello que no se comprende, se le da una explicación mágica. Esto es erróneo porque, para empezar, las preguntas existenciales, entre ellas el sentido de la muerte o qué ocurre cuando morimos, no son exclusivas de la religión, es de hecho una cuestión filosófica. Un sistema religioso tiene una filosofía concreta y por lo general, una idea al respecto de esos asuntos, pero no todas las filosofías están dentro de un sistema religioso. Entre ellas, las filosofías ateas. El ateísmo no deja de tener su visión de ultratumba, el Olvido. Según su visión, al morir se produce la no existencia, lo que somos desaparece, no tenemos alma y se produce la disolución del Yo. Esto no deja de ser una visión de lo que ocurre después de morir, aunque sea pesimista, pero que tiene el mismo fundamento científico que la creencia en otra vida, en la reencarnación… es decir, ninguno. Es una simple creencia como cualquier otra, que ellos quieren imponer como la verdadera y ridiculizar otras visiones.
En cuanto a la magia, no es que aquello que se desconoce se le dé una explicación fantasiosa y cuando se conocen dejen de considerarse magia, es que no conocemos todo lo que ocurre en la Naturaleza o no podemos explicarlo, pero si podemos interrelacionar con esa fuerza natural que no conocemos. Cuando la ciencia nos lo explica, no deja de ser mágico. Por poner un ejemplo claro, la vida, la ciencia nos explica cómo surge ¿pero acaso deja de ser mágico por ello? Aunque el amor responda a impulsos celebrarles, a reacciones químicas… ¿no se produce magia cuando dos personas se enamoran? La ciencia nos explica la teoría del Big Bang como origen del universo ¿le quita eso algo de magia? El problema es el mal entendido racionalismo que desprecia los sentimientos desde una concepción materialista, pero aunque la razón pueda explicar por qué se producen los sentimientos, no podrá sentirlos. Si el marxismo es un cristianismo para ateos, también necesita obviamente su particular satanismo, en este caso, el nazismo. Hitler es tan necesario para el marxismo como Satán para el cristianismo y si en la Edad Media te acusaban de hereje, de pagano… ahora la acusación favorita cuando alguien se sale de lo políticamente correcto es acusarlo de nazi o de fascista. Para la derecha liberal, también está la acusación de terrorista, muy recurrente. Si te sales de lo políticamente correcto, la derecha te acusar de ser terrorista y la izquierda de ser nazi. En el caso de España, Franco es el Satán de la izquierda, y ETA el Satán de la derecha. Del mismo modo que ocurre con el satanismo, a fuerza de decirle “nazi”, muchos jóvenes se han creído que de verdad lo son y usan esvásticas o símbolos del Tercer Reich, cuyo significado desconocen, o repiten lemas panfletarios y dicen Sieg Heil sin saber lo que significa y sin haber leído siquiera el Mein Kampf o tener la más remota idea de lo que es el nacional socialismo. Para la derecha, luchar contra los desahucios o reunirte en la calle para hablar de política, te convierte en simpatizante de ETA. Para la izquierda marxista, llevar una camiseta de la selección española te convierte en un fascista. El nazismo y el fascismo son en la práctica, como el satanismo respecto al cristianismo, una reacción infantil y que no tendría razón de ser sin su ideología espejo. Es una ideología que se define en negativo: son antiliberales, antiparlamentarios, anticomunistas… con lo que si no existiese todo eso, no tendrían razón de ser. Lo único en positivo que son los fascistas, es nacionalistas, pero del mismo modo justifican ese nacionalismo exacerbado en enemigos internos y externos de la nación, por lo que si no existiesen dichos enemigos, su defensa no tendría sentido. Si el marxismo es una ideología de acción, aunque sea una acción nefasta, el fascismo es una ideología de reacción y también plantean una visión mesiánica del líder como salvador de la Patria.
Como he dicho del cristianismo y el marxismo, que haya fascistas que son gente estupenda y buenas personas, no contradice el hecho de que la ideología que los sustenta sea lo que es. La diferencia con el satanismo, es que ha habido Estados cristianos, Estados islámicos, Estados judíos, Estados liberales, Estados marxistas, Estados fascistas… pero nunca un Estado satánico. Si lo hubiese, no sería muy diferente, con respecto a un Estado cristiano, de lo que un Estado fascista lo es con respecto a un Estado marxista: teóricamente todo lo contrario, en la práctica exactamente igual. Todas estas ideologías totalitarias, que llevan siglos siendo el sustento de la dominación humana, tiene como origen, directa o indirectamente, el judaísmo. Ya sea porque se desgajan de él, ya sea porque sus fundadores son judíos, ya sea porque tienen su razón de ser en el anti-judaísmo. Es conveniente diferenciar entre semitas, hebreos, judíos y sionistas, porque con frecuencia se tacha de “antisemita” a todo aquel que critique, fundamentalmente, el sionismo, y las prácticas de los judíos.
Los pueblos semitas son muchos, los caldeos, los cananeos, también llamados fenicios, los árabes, los asirios, los babilonios, los amorreos… entre ellos, están los hebreos, pero no son los únicos, ni mucho menos. Por lo que, por ejemplo, en el conflicto entre israelíes y palestinos, los palestinos son árabes y, por lo tanto, semitas. Luego criticar al Estado de Israel, no puede ser, en ningún caso, antisemitismo. El judaísmo es una religión que nace dentro del pueblo hebreo, pero que por circunstancias se extiende a otros pueblos, por ejemplo en los etíopes, o los jázaros, que se convierten en masa al judaísmo en la Edad Media. Así pues, los judíos askenazíes, son descendientes de los jázaros, no son descendientes de los judíos de época bíblica, ni Palestina es su “tierra prometida”. El sionismo es el nacionalismo judío, nación que tiene una base religiosa, y sirve de sustento ideológico al Estado criminal de Israel.
Entender cómo funcionan las ideologías totalitarias, legitimadoras de la dominación, y que hoy están más presentes que nunca, no siendo sólo el cristianismo y el islam nuestro principal enemigo, como lo fueron en el pasado, es fundamental para poder defendernos frente al intento de acabar con la cultura y la espiritualidad de los europeos y en general, de todos los pueblos de la Tierra. Nos toca quizás la batalla más difícil de cuantas hayan librado nuestros ancestros. Nunca antes una generación de europeos vio tan amenazada su identidad como hoy y fue menos consciente del problema, porque nunca un sistema de dominación fue tan perfecto como este, tan sutil que la mayoría no saben que existe. Su mayor arma no son los ejércitos, ni las leyes, ni siquiera la pobreza a la que están conduciendo a los pueblos de Europa. Su mayor arma es el discurso y el eco mediático que su discurso tiene frente a otros. Debemos oponernos con todas nuestras fuerzas a la destrucción del pueblo europeo, su cultura y su identidad.
Así mismo debemos saber que el mismo destino les aguarda al resto de pueblos de la Tierra y no ser cómplices de su destrucción, solidarizándonos así mismo con ellos,pues tenemos un enemigo común. Esta ya no es sólo una guerra entre Europa y sus enemigos, lo es entre la Humanidad y quienes la quieren destruir, pero en esta ocasión, su estrategia no es dividir a los pueblos, es homogeneizar a todos en una sola Humanidad mestiza y sin arraigo, ni cultura, ni amor propio, en una gigantesca granja humana. La única manera que tenemos que vencer es amar nuestra identidad, aferrarnos a ella, y fomentar que el resto de pueblos hagan lo mismo. Así podremos marchar separados, pero combatir juntos.
José Manuel
Jarl de Fauces de Tormenta
Delegado de la Comunidad Odinista de España-Ásatrú en Andalucía
Cómo vegano no creo que un animal no humano tenga derecho al voto pero si a la vida y a no ser torturado, cosas basicas vamos…
Creo que así si resolveriamos muchos problemas alimentarios. La misma ONU en su informa La Larga Sombra del Ganado afirma que la ganaderia además de ser una de las principales causaas de contaminación por encima del transporte, es un desperdicio de alimentario ya que con una,dieta vegetariana podrían coner varios miles de millones de personas más en el planeta. Esto a causa de algo que la gente suele olvidar y es quecel ganado se alimenta de plantas, muchas más de las que consumiriamos nosotros directamente, fundamentalmente de soja transgenica que se cultiva en Argentina y en Brasil talando bosques y selvas.
Hoy día al menos en España no hace falta cazar ni matar animales para sobrevivir.
En lo demás estoy totalmente de acuerdo con lo expuesto en el texto. Nuestros antepasados verían cómo un insulto la caza moderna y la ganaderia industrial y esa es toda la carne que se consume hoy.