Los conceptos modernos del paganismo tienen en común que, aun cuando son intuiciones precisas, ancladas en el inconsciente colectivo, están elaboradas de una forma incompleta. En todos los casos se toma a cada uno de los miembros físicos de la religión europea para realizar en el conjunto su proyección espiritual, a uno de los atributos por la sustancia. El problema reside en que, en ninguno de los casos, la intuición abarca más que, en cada ocasión, un solo atributo. Si estuviésemos hablando de matemáticas, trataríamos de conseguir la ecuación integral a partir de innumerables fórmulas diferenciales.
Este estudio temprano que se realizó para la recuperación del paganismo europeo a lo largo del siglo XIX y XX adoleció de tres cosas:
-De no poder concebir el paganismo como algo perfeccionado en sí mismo, sino como antagonista al cristianismo.
-De no poder ver al Paganismo en su sustancia, sino sólo a través de sus atributos y, aun así, en general, sólo a través de determinados atributos y no de la suma de todos ellos.
-El cristianismo, al mismo tiempo que se opone al paganismo, desciende de él, y contiene muchos elementos que de él derivan; pero el concepto así formado adolece radicalmente de haber sido concebido dentro del propio instinto cristiano del que busca deshacerse.
Unos han buscado hacerse paganos, o imitar a los paganos, educándose en una objetividad puramente visual; la objetividad pagana era, sin embargo, no sólo visual, sino estrictamente temperamental. No era sólo el empleo de lo perfectamente objetivo, o de cualquier otro sentido; era la objetividad esencial de que aquéllas representaciones simbólicas eran sólo las manifestaciones de la vida reflejadas en nuestros sentidos.
Era necesario ir más lejos, despojarse del hábito cristiano de hacer que la realidad comience y acabe con nosotros; pasar a vivir de la sensación hacía fuera, y no de la sensación hacia dentro, como ha sido el hábito en Cristo. Reconstruir el paganismo involucra, pues, como primera acción intelectual, hacer renacer el objetivismo puro de la tradición indoeuropea. Todo lo demás que se intente no pasa de reproducción estéril de los elementos secundarios o incluso accesorios del paganismo antiguo. Por eso nunca hubo, dentro de la civilización cristiana, tentativa alguna que de pagana merezca ese nombre, aunque haya habido varias con sobradas pretensiones a ese respecto. No ejemplificaremos exhaustivamente, pues la tarea, además de ser inútil, sería extenuante y larga. Enumerar toda la basura cristiana con las pretensiones paganas de los Matthew Arnolds, de los Oscar Wilde y del Walter Paters del bajo cristianismo, sería tedioso y desolador. Esta gente juzgaba estar con los antiguos paganos, cuando en realidad, chocaban en su confrontación personal con el cristianismo, por lo que ellos [sic] llamarían razones estéticas; no pasan de ser discípulos cristianos, no tienen ningún vínculo real con el paganismo, sino sólo de ciertas escuelas filosóficas que el paganismo produjo.
Pero así como los actuales paganos a fuerza de separarnos de nuestra civilización cristiana de los últimos 2000 años, hubiéramos tenido la noción precisa de lo que constituye la esencia del paganismo, no quiere decir por eso que pasemos inmediatamente a ser paganos, neopaganos o re-paganos. Esas cosas, que habitualmente tratamos de comprender sólo con la inteligencia, nada son y nada valen. Tiene el individuo que nacer con la cosmovisión general arquetípica europea para comprenderla y colocarla en el centro de su sensibilidad. El individuo tiene que nacer pagano para ser pagano. Pagano Nascítur, non fit, como el decimos del poeta, y, al final, como todo lo que es estable en este mundo.
Incluso fijar una teoría filosófica del paganismo, no es posible para quien no tenga una organización naturalmente objetivista de la inteligencia y de la sensibilidad, una construcción de los sentidos y de las emociones de tal modo modelada que interprete objetivamente las cosas. Podría ser así, y nunca considerarse pagano el resultado. Si así no fuera, puede construir un alma postiza con fragmentos de las Eddas, que nunca pasará de ser un vil cristiano. Téngase presente siempre que nacer pagano representa nacer libre de más de veinte siglos de civilización cristiana, porque las influencias que finalmente se revelaron en el cristianismo estaban desde hace mucho en acción en el entorno de los países europeos cuna del paganismo. Recuperar el paganismo europeo no es utópico, porque nada es imposible. Sobre todo no lo es en nuestra época en que la civilización cristiana se esparce hacia todos los puntos de la insania, se deshace por completo, se anula a sí misma en el último arranque de su envilecidísima alma sensual, abyecta, del esclavo que mató al señor y todo lo que de noble tiene la vida.
No en necesario que nos vinieran a decir los demás que el cristianismo es más triste que el paganismo, ni que nos viniese a hablar Chesterton, para expresar lo contrario, que es más alegre que el paganismo. Ambas cosas son ciertas. El cristianismo es, de hecho, más triste y más alegre que el paganismo. Siendo por su naturaleza un fenómeno enfermizo, presenta la oscilación característica de la histeria (de aquello que se llama histeria) donde comúnmente se vive en los extremos y en el apogeo de las emociones y donde todo es posible menos el equilibrio y la sobriedad.
El odio de Nietzsche al cristianismo le aguzó la intuición en estos puntos. Fue en nombre del paganismo grecorromano que elevó su grito, creía él; pero sin embargo fue dentro del paganismo germánico de sus mayores, donde buscó y encontró sus raíces más vitales. Y aquel Dionisio, que contrapone a Apolo, nada tiene que ver con Grecia.
El cristianismo está en liquidación. Por todos lados se deteriora y se marchita. Lo que era misticismo e interioridad lo abandona, para formar la sustancia de los diversos agrupamientos ocultistas que abundan en todo el mundo. Lo que era aspiración humanitaria lo abandonó hace un par de siglos, que fue el pan del bizantinismo sociológico de los demócratas, de los socialistas y de los anarquistas. Lo que era tendencia imperialista, se impulsó para su absorción por la sociedad laica, sin embargo se desvaneció como fenómeno cristiano: pasó al campo político, y la fiebre de dominio que agita a las dementes sociedades contemporáneas no es más que un fermento cristiano, desubicado de su lugar religioso. Así, el cristianismo se descompone al pasar, como en todas las decadencias, aquellos elementos que le permiten tener una vida propia, para actuar separados del cuerpo al que pertenecían, y que lo conformaban.
La reconstrucción del paganismo es un auxilio prestado a la causa pendiente por la civilización occidental. Esa reconstrucción pagana habrá necesariamente de seguir tres caminos, porque, el cristianismo se disuelve en tres elementos, que quedan independientes de él, o que el ataque directo al cristianismo los deja vivos y sanos.
-Tenemos que atacar al misticismo y al subjetivismo abyecto del ocultismo y del protestantismo decadente.
-Tenemos que atacar el humanitarismo y la forma pervertida de lo que se autodenomina actualmente “democracia”, productos cristianos, hijos pródigos del cristianismo.
-Tenemos que oponer resistencia, aunque sea de una forma intelectual, a la estulta globalización, imagen y semejanza de la Iglesia católica, que viola aquel principio de la nacionalidad cuyo símbolo máximo es la estirpe o kindred.
Y esta triple tarea —o, mejor, esta tarea triplemente orientada— tiene que apoyarse en una base, y esa base está en la íntima estructura de la naturaleza de las cosas. Esto es, tenemos que invertir los valores fundamentales del cristianismo, para que lo sequemos en su misma fuente y origen.
Así las cosas, el cristianismo no solo se deshace, sino que las partes en que se deshace, a su vez, se deshacen unas a otras. En veinte siglos de dominio de las almas, el cristianismo no consiguió ni imponerse ni deshacerse, y todo cuanto ha hecho, ha sido hecho por serie de reacciones contra él, como en la imperfecta reacción humanista, casi neopagana, del Renacimiento, y la abyecta reacción neo humanitaria de la Revolución francesa.
Nosotros, los nuevos paganos, debemos comenzar por el principio, por el adoctrinamiento abstracto, intelectual de los principios del contracristianismo. Con el asedio y Ia decadencia de la religión cristiana, con el debilitamiento, sobre todo, de su poder en los espíritus, y de su valor en las evaluaciones de la vida social —que progresivamente se revela en la época que es costumbre fechar, por conveniencia de claridad, desde la Revolución francesa, y que hoy está vigente—, sucedió que muchos espíritus intentaron, según les era posible, reconstruir el sentimiento pagano. La mayoría se vio influenciada por consideraciones provenientes por un lado del estado social creado por el crecimiento de las industrias y el consecuente aumento del proletariado más culto, y por otro lado hijas del pasajero prestigio que el estrecho materialismo científico, de moda en el siglo XIX, creó, y de ese modo, al pretender salir del cristianismo y por no poder, por la fatalidad del espíritu humano, desligarse del molde religioso, se congregaron en torno a ideales de naturaleza religiosa, pero desnudos del cuño espiritual casi siempre, en el nivel más allá de lo terrenal, que la filosofía del siglo imponía. Así se formaron las corrientes socialista, sindicalista y anarquista en el pensamiento dinámico de nuestra época.
Pero, fuera de esa mayoría, aquellos espíritus cultos para quienes la antigüedad pagana no era algo desconocido, se acogieron a su sombra benigna, e intentaron, de una forma o de otra, reconstruir en sí el paganismo latente. Se diría que el intento no pasaría de un entretenimiento de escolásticos o de eruditos, si no fuera porque en el cristianismo, y sobre todo en el cristianismo católico, están incluidos fuertes elementos paganos. El cristianismo se nos presenta compuesto por tres elementos:
-El elemento cristiano propiamente dicho.
-El elemento pagano contenido en la presencia de aquellos santos que todos sabemos son sólo sucesores deformados de los dioses,
-Aquel elemento propiamente religioso que todas las religiones contienen.
Con la disolución reciente del sentimiento cristiano se escindió el cristianismo en sus elementos que se desprendieron de él con varios rumbos. El sentimiento cristiano propiamente dicho —la compasión, la caridad— continuó, despojado de los atributos religiosos, en las doctrinas llamadas de la Revolución francesa. Libertad, Igualdad y Fraternidad es un lema que pudo ser del cristianismo, si éste no tuviera además el elemento sobrenatural típico de lo religioso. Este mismo elemento, aliado ya al religioso, motivó las diferentes broad churches y low churches, diferentes disidencias, y sobre todo las distintas formas aproximadas de socialismo cristiano que han surgido no hace mucho. El sentimiento de lo sobrenatural, liberado del sentimentalismo cristiano, desembocó en el renacimiento del ocultismo, patente hoy por todo el orbe. Ciertas escuelas del ocultismo —como la Sociedad teosófica, que es, ostensiblemente, la más fuerte— no abandonaron, es cierto, el sentimiento cristiano, en su intención fraternal. Pero el hecho es que el renacimiento ocultista, como tal, no se apoya directamente en el humanitarismo cristiano, y sí en la pura revivificación de la noción de lo sobrenatural, sin otros atributos o elementos anexos.
La pluralidad de los dioses es, en efecto, una de las características del paganismo. Pero es necesario que se entienda cuál es el sentido que subyace a esa pluralidad, hay que ver cuál es el espíritu que la anima. Y para eso es necesario tener presentes tres cosas:
-Que encima de los dioses, en el sistema pagano, está siempre el Örlog incorpóreo, que somete a dioses y a hombres a sus decretos inexplicados.
-Que los dioses se destacan de los hombres y son superiores a ellos por una cuestión de grado, que no de orden, que ellos son hombres perfeccionados o perfectos, hombres mayores, por así decirlo, antes que hombres diferentes o ultrahombres;
-Que un arbitrio absoluto, y no una razón de orden moral —como la intervención de Cristo por los suyos, o las apariciones de la Virgen a sus méritos virtuosos— rige las relaciones de los dioses con los hombres.
Con la percepción clara de estos tres elementos típicos del plurideísmo pagano, se podrá comprender el sentido íntimo de la mitología germánica.
El primero de estos elementos se refiere a la noción, intuitivamente exacta y confesa en sus creyentes, de una ley natural —el Örlog—que rige por encima de la propia fuerza y grandeza de los dioses, y cuyo sentido se desconoce, pero que actúa siempre y sobre todo impera.
En el segundo elemento se reconoce una mentalidad que tiene necesidad de objetivar todo, y para la cual los dioses no son fantasías concretizadas, sino probabilidades aumentadas.
En el tercer elemento se recoge la justa noción de las cosas que tuvieron los pueblos que observaron que la ley moral no tiene valor fuera de la ciudad y del poblado, y que, en su conjunto, no rige al mundo. Ellos vieron bien que la religión y la moral son necesidades sociales, no son hechos que valgan en la metafísica de las acciones; que en todo gobierna el arbitrio, en el sentido de lo amoral. Esta noción instintiva, de asumir la moral y la religión antes como virtudes cívicas que como realidades metafísicas, es uno de los hechos en que más hay que reparar en una apreciación del espíritu del Paganismo.