LA SOCIEDAD OCCIDENTAL EGOCÉNTRICA
La cultura occidental es profundamente individualista. Si alguien ha sido responsable de semejante desatino, ese ha sido el cristianismo. Fuente y origen del individualismo actual. En un sentido ético y religioso, la cristiandad ha sido siempre profundamente individualista. Su fundamental preocupación ha sido el bienestar, sobre todo en el otro mundo, del alma individual y mortal. Para ella todas las almas “han nacido libres e iguales. Esto distingue radicalmente a todo el pensamiento cristiano del de la antigüedad clásica anterior a la edad helenística” .
El cristianismo hubo de enfrentarse a las tradiciones culturales de su época que no contemplaban en absoluto la posibilidad de una relación directa entre Dios y el individuo. “La relación directa entre la criatura y su Creador es la base del individualismo occidental». En el Sermón de la Montaña Jesús actualiza los Diez Mandamientos formulando una moral “individualista e incluso antisocial:
El Reino de Dios es prometido a los pobres, a cada uno de ellos, no a la colectividad. El mandamiento ‘amaos los unos a los otros’ es un precepto individualista… Este mensaje evangélico del individualismo absoluto, tan ajeno a la sociedad, se enfrenta rápidamente a las sociedades de la Antigüedad. Después, por una curiosa metempsicosis, se encarna en una de las instituciones más extraordinarias de toda la historia de la humanidad: la Iglesia de Roma”.
Las creencias judeocristianas que alcanzan un mayor nivel de implantación social son aquellas que están impregnadas del veneno en las ideas de un Dios y un alma individual.
INDIVIDUALISMO=EGOISMO
Como bien está reconocido, el camino de la vida Asatru es una vía comunal. Es uno de los principios y valores que fueron centrales para los antiguos paganos, puesto que fueron esenciales y básicos para el crecimiento y mantenimiento como pueblo. Esto no debe ser interpretado de ninguna manera como una forma de comunismo. Nuestros antepasados apreciaban y fomentaban la individualidad y la libertad personal, que siempre han sido elementos esenciales de la salud cultural y emocional de los pueblos indoeuropeos.
Nuestra sociedad es una sala vacía compuesta por una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes, que giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres ruines y vulgares, con los que llenan su día a día sin tener un plan concreto. Retirado cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás, y solo sus hijos y amigos más cercanos forman para él toda la especie humana: se halla al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él solo, y si bien le queda un atisbo de familia, puede decirse que no tiene patria.
En consecuencia, se adopta una actitud hostil hacia la familia y el resto de grupos orgánicos intermedios entre el individuo y el Estado, especialmente aquellos no deliberadamente diseñados por la mente humana. Este individualismo, cuyos más conspicuos representantes son J.J. Rousseau y J. Bentham, es el que llevó a los revolucionarios franceses a tratar de destruir toda tradición y todos esos cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado.
De ahí que el Odinismo-Asatru afirme la necesidad de la tradición, la familia y las relaciones orgánicas de grupo, para suplir y perfeccionar las limitaciones inherentes a la humana condición.
Nos relata el gran estudioso James George Frazer:
«Como consecuencia de las enseñanzas cristianas, los hombres rehusaban a defender su país e incluso a procrear. En su ansiedad por salvar sus almas y las de los demás, estaban contentos y listos para abandonar el mundo material, que ellos identificaban con el principio del mal. Esta obsesión se extendió por mil años. El retorno al derecho romano, de la filosofía aristotélica, del arte y la literatura antiguas al fin de la Edad Media, marcaron el retorno de Europa a sus ideales autóctonos de la vida y de la conducta, y a puntos de vista más positivos sobre el mundo.»
«La religión del Cristianismo, con su curiosa mezcla de crudo salvajismo con aspiraciones espirituales, fue solo una de las muchas religiones orientales que en los últimos días del paganismo se difundieron en el Imperio Romano, que saturaron a los pueblos europeos con ideales extraños de la vida que gradualmente desmontaron las bases de la civilización antigua. La sociedad indoeuropea estaba construida bajo la concepción de la subordinación del individuo a la comunidad, del ciudadano al Estado; se consideraba a la búsqueda de la seguridad y el bienestar de la comunidad como el objetivo supremo de la conducta, por encima del bienestar del individuo en este mundo o en el otro mundo. Educados desde la infancia en este ideal comunitarista, los ciudadanos dedicaban sus vidas al servicio público y al bien común; nunca se les ocurrió anteponer sus existencia e intereses particulares al bienestar y a los intereses de su nación.»
«Todo esto cambio con la difusión de las religiones orientales como el Cristianismo que inculcaban que la búsqueda de la salvación del alma individual era el único motivo por el cual había que vivir, un objetivo que era superior a la prosperidad e incluso la existencia de la nación, la cual era relegada a la insignificancia. El resultado inevitable de esta doctrina egoísta e inmoral era la separación del devoto de su comunidad y de la esfera pública, la concentración en sus propios pensamientos y preocupaciones espirituales individuales, la introspección individualista, y el rechazo hacia la vida presente y el mundo terrenal que desde ahora eran vistos como un estado transitorio de prueba hacia otro mundo mejor y eterno (El Reino de los Cielos). El santo y el monje, que rechazaban al mundo y contemplaban estáticamente el cielo, se convirtieron para las masas en el más alto ideal al que aspiraba la humanidad, sustituyendo al viejo ideal del patriota y del héroe, que vivía y moría por el bien de su nación. La ciudad terrena parecía pobre y rechazable para los hombres asombrados por la Ciudad de Dios en el cielo. Así el centro de gravedad, se movió del presente hacia una vida futura fuera de este mundo, y sin importar lo mucho que se había logrado en este mundo, esto era incomparable e incluso inferior a lo que había en el otro mundo. Esto tuvo como consecuencia la desintegración del cuerpo político. Los lazos del Estado y de la familia se debilitaron; la estructura de la sociedad se atomizo en individuos preocupados solo por su salvación espiritual y por consiguiente la sociedad cayo en el barbarismo, porque la civilización solo es posible a través de la cooperación activa de los ciudadanos y de su voluntad a subordinar sus intereses privados al bien común.»
LA CONTRADICCIÓN CRISTIANA
Que la base este salvaje individualismo total es cristiana, es un hecho constatado. ¿Pero por qué la iglesia ha estado a gusto con este estado y ahora se queja amargamente?
Estamos acostumbrados hasta la saciedad que la iglesia haya defendido un concepto y su contrario con el único fin de mantenerse en la situación de privilegio en la sociedad, al lado del poder, controlando, dirigiendo los destinos de nuestra sociedad.
Los últimos vientos de cambio que soplan en la iglesia a raíz del Concilio Vaticano II no dejan lugar a dudas:
“…Como es sabido, el Magisterio de la Iglesia se ha mostrado siempre muy crítico con el individualismo: «El individualismo- dice Juan Pablo II- es egocéntrico y egoísta». Benedicto XVI se ha expresado en términos similares, criticando en numerosas ocasiones el individualismo y la «cultura individualista» imperante en los países occidentales en la actualidad. Por tanto, si atendemos a la literalidad de las palabras de los pontífices, existe una absoluta incompatibilidad entre cristianismo católico e individualismo.”
Es evidente que el magisterio de la iglesia católica actual nada tiene que ver con las enseñanzas de su maestro Jesús, hundiendo a sus seguidores en la duda y la perplejidad de una religión cambiante por instantes.
EL CRISTIANISMO LAICO
Esta aparente contradicción se da por el hecho que al ser el cristianismo el elemento disgregador de la sociedad por excelencia, disuelve todos los elementos sociales del individuo hasta hacerlos desparecer, dejando al mismo como único actor, donde incluso solo él mismo tiene relación directa con Dios . Pero el problema revierte cuando la iglesia no puede controlar toda esa serie de múltiples individualismos en los que ha convertido a una comunidad orgánica, un pueblo o una nación. Tradicionalmente la iglesia ha tratado de vertebrar dentro de su estructura toda esa amalgama informe en que ha convertido la sociedad y así ha sido hasta el siglo XVIII, con la aparición de la ilustración y los valores de “libertad, igualdad y fraternidad” se transforma ese cristianismo religioso en uno de carácter filosófico y laico, y como consecuencia de ello, la iglesia deja de ser la cabeza de la sociedad, de todo aquello que anteriormente organizaba y distribuía, girando toda la sociedad en torno a ella, desde el bautismo, la comunión, el matrimonio, la creación de una familia y la muerte del individuo, esta iglesia, bruscamente cedió su relevo al nuevo sistema religioso-político, el liberalismo actualmente vigente, que asumió los antiguos roles de la iglesia católica.
Esa gradual y sutil sustitución de factores religiosos, por filosóficos y económicos es lo que ha dado lugar a lo que consideramos la “sociedad individualista moderna” donde el Dios que la rige es el dinero, y el materialismo la doctrina que fundamenta a la nueva religión, pero que conceptualmente se haya arraigada en los mismos valores que el cristianismo instauró sobre el imperio romano.
Hoy por hoy la globalización es el máximo exponente de la evangelización mundial, donde desaparecen las diferencias e identidades nacionales.
UNA NUEVA SOCIEDAD PAGANA
1) El valor de los individuos fuertes
Nuestros antepasados siempre estructuraron comunidades compuestas de grupos familiares o de clanes, cuyos miembros formados por las unidades familiares básicas, configuraron la raíz básica de la sociedad. Los individuos fuertes y prometedores fueron vistos como una bendición. Hijos e hijas sanos y fuertes fueron vistos no solo como bendiciones para la familia sino también para la comunidad.
Las sagas están llenas de historias de individuos que hacían fuertes a menudo eran animados desde edad temprana para luchar por la excelencia. Todos los prometedores jóvenes héroes no solamente salieron en busca de su propio destino, sino también en el regreso, para construir sus familias. Por lo tanto, puede observarse cómo los antiguos equilibraban las necesidades del individuo frente a las necesidades de la familia. Ambas fueron claramente reconocidas, y su sociedad concilió ambos factores.
2) la excelencia individual dentro de la sociedad
Puede ser contradictorio afirmar que Cultura pagana promueva una fuerte individualidad y la obligación comunal al mismo tiempo. Pero no es el caso, como se puede comprobar fácilmente mediante el examen de los valores de nuestros antepasados. Ellos no ven una contradicción entre lo que era bueno para la gente y bueno para el individuo, que vieron una unidad que se llama «excelencia».
La búsqueda de la excelencia es una antigua tradición en nuestro pueblo. La palabra moderna, que significa «de gran calidad«, no solamente da una idea de lo que nuestros antepasados buscaron, sino que va mucho más allá, es mucho más profundo que eso. Para nuestros antepasados, era un lugar de honor personal luchar por el logro excepcional en todas las áreas de su vida. Fue una marca de nobleza ser considerado un gran hermano padre, amigo, trabajador, deportista, guerrero, artesano, poeta y comerciante. Tales hombres fueron llamados excelentes.
El concepto es muy antiguo. Lo vemos en la cultura griega donde se le llama » ἀρετή[1]«. Se esperaba de los griegos competir en los juegos, recitar a Homero, luchar como infantería pesada, servir como funcionarios del gobierno, ganarse la vida como un comerciante o agricultor, navegar con confianza a través del mar, conocer la filosofía, y formar una familia amplia. No alcanzar estos objetivos era visto como un fracaso personal.
Los germanos valoraban al máximo nivel esta excelencia. Un germano siempre deseó ser visto como un hombre de virtud, tuvo que luchar por ser excelente en todos los sentidos. Este concepto se encuentra fuertemente arraigado entre los nórdicos. En las sagas, los hombres que eran más venerados son los grandes guerreros, marineros, poetas, hombres de leyes, comerciantes, y los padres. Estos hombres se esforzaron por ser los mejores de todos los aspectos de su vida.
El impacto de la excelencia va más allá de la persona; es un elemento esencial de la sociedad pagana germánica [recibida de la sociedad politeísta indoeuropea], ya que la excelencia de una persona solo tiene lugar dentro de la sociedad.
Por ejemplo, un padre o madre excelente, deben de tener hijos de la mejor calidad que luego llegarán a ser los pilares de la comunidad tal y como fueron sus padres en sus día. El logro individual acontece como parte del logro de la comunidad. El individuo se esfuerza a nivel personal, y su logro le trae honor y recompensa directamente a él, pero la sociedad en su conjunto, se beneficia directamente de la contribución de una persona excelente. De esta manera, el deber social del individuo se cumple por la realización personal del individuo en cada aspecto de su vida.
Al igual que en todas las vivencias paganas, tiene que haber un equilibrio dentro de lo personal dentro de todo odinista, necesario para alcanzar su máximo potencial vital. La verdadera excelencia llega sólo cuando el individuo equilibra sus potencialidades de desarrollo y la necesidad de vivir una vida plena interior. Por ejemplo, querer ser un atleta es una cosa maravillosa, y una persona que esté en excelentes condiciones debe ser un activo para nuestro pueblo. Sin embargo, si se dedica servilmente al deporte ya dejar de ser en la práctica útil para el Folk, aunque lo practique a diario. También hace que esa obsesión por el deporte en el deporte, descuide otras áreas de su personalidad. Nuestros antepasados se exigían a sí mismos toda la excelencia en cada área, y despreciaron lo que la cultura popular ahora venera como el «especialista» que sólo es bueno para una cosa.
Para los Odinistas-Ásatrúar modernos, la búsqueda de la excelencia debería ser el objetivo primordial. Las Nueve virtudes nobles proporcionan un amplio marco guía para que nuestros esfuerzos fructifiquen lo mejor de nosotros en todos los aspectos de nuestras vidas. En nuestra búsqueda por la excelencia, fortalecemos nuestro músculo para construir nuestra comunidad que mantiene viva a nuestro pueblo. Cuando nosotros mismos somos los fuertes pilares de los que todo el mundo depende, debemos dar el cien por cien en cada esfuerzo, cumplimos con nuestra sagrada obligación de construir una reputación como persona verdaderamente honorable. De esta manera, los Ásatrúar podemos equilibrar a nuestro yo personal para el logro individual con nuestro deber para con la comunidad.
3) Nuestra comunidad, lo primero
Este equilibrio entre la comunidad y su unidad elemental y básica—la persona—es omnipresente en las antiguas sociedades politeístas indoeuropeas, ahora por desgracia está totalmente ausente hoy en día en nuestra cultura popular. Hoy en día, los individuos son empujados al primer plano de la representación vital, dentro del ataque generalizado de egoísmo cultural y consumismo rabioso. En todas partes se nos anima a mirar hacia fuera de nosotros mismos y practicar el «Just do it» sin pensar en las consecuencias para nuestra familia o comunidad. La excelencia que se persigue es sólo la auto-gratificación egoísta.
Esta falta del sentido de deber al pueblo y a la familia es la primera causa de la fractura de las familias, las comunidades y la educación de hoy en día. La cultura mediática moderna promueve ideales egoístas dentro del individuo, dibujando la idea qué es él, en última instancia, el fin último de la existencia. Esta cosmovisión está en contradicción con el sistema de valores Odinista y pagano donde la familia y por extensión la comunidad es lo primero.
Nuestro Folk prioriza las éticas para poder equilibrar las necesidades de nuestra comunidad y los individuos que la componen. Todos los miembros de este tipo de comunidad deben darse cuenta de que tiene el deber de ser un contribuyente positivo. No sólo tienen que apoyarla apoyando sino defenderla, ya venga la amenaza desde fuera o desde dentro. Por otro lado, las personas que formamos parte de la comunidad, sabemos que todo somos diferentes y tenemos distintas habilidades, y por lo tanto nuestras contribuciones nunca serán las mismas. Cada hombre debe que dar lo mejor de sí mismos, y esta es la clase de igualdad o equilibrio, que se encuentra en una fuerte comunidad Odínica donde cada persona busca la excelencia para ellos y su pueblo.
Por ejemplo, apreciamos a los hombres fuertes cuando es necesario realizar un gran esfuerzo físico, cuando en una situación de emergencia son capaces de rescatar a unas personas atrapadas, por ejemplo, sin embargo, cuando el niño de algún amigo cae enfermo, no nos importa que sea un hombre de poca envergadura física el encargado de salvarlo (un médico, por ejemplo). Esta es la verdadera fuerza de una comunidad, cuando el individuo que busca la excelencia sirve como una ayuda para el conjunto.
Este servicio a nuestra comunidad no es enteramente desinteresado. Como en todo Paganismo, es práctico para todos nosotros. Igual que hacemos para nuestros Dioses, que siempre damos algo para recibir cualquier don, cualquier actividad nuestra a nivel social comporta un retorno de la misma. Recordemos que día a día, cuando trabajamos para construir una Midgard mejor y más justa, estamos mejorando la comunidad donde vivimos. No sacrificamos nuestro esfuerzo para no obtener ningún beneficio, nuestro trabajo debe estar destinado a un fin; buscamos la excelencia en nosotros mismos para fortalecer y mejorar nuestras vidas dentro de nuestra comunidad.
Cuando ponemos a nuestro pueblo por delante, nosotros nos servimos a nosotros mismos. Esa es la clave.
[1] Es uno de los conceptos cruciales de la Antigua Grecia; sin embargo, resulta difícil precisar con exactitud su extraño y ambiguo significado. En su forma más general, para algunos sofistas la areté es la «excelencia»; la raíz etimológica del término es la misma que la de αριστος (aristós, ‘mejor’), que designa el cumplimiento acabado del propósito o función.