El Odinismo a la luz del pensamiento tradicional
Por Carlos Daniel Trueba
“My principles are only those that, before the French Revolution, every well-born person considered sane and normal.”
EL MOVIMIENTO ASATRU, EN LA ACTUALIDAD.
La Comunidad Odinista de España-Asatru (COE) se ha caracterizado siempre por difundir y buscar un acercamiento a la esencia más pura del paganismo germánico-escandinavo, intentando entender las raíces cosmogónicas, filosóficas y culturales que imanan del núcleo más íntimo de la antigua religión europea, y que hoy mueve a varios cientos de miles de personas en Europa y el mundo entero. Por ello, hoy nos vemos en la interrogante de plantear una nueva metodología o epistemología filosófico-antropológico-teológica hacia la religión de nuestros antepasados para poder distinguirnos de las innumerables asociaciones, sectas y grupos que en pleno 2015 se adjudican o proclaman como únicos y verdaderos depositarios de esa tradición milenaria. Para ello, hemos decidido tratar el tema apuntando a una grave problemática: ¿qué escuela o pensamiento rigen a los distintos grupos que se aglutinan en las más variadas corrientes llamadas “Odínicas” o “Asatru”? ¿Cómo sobrellevar esa confusión entre diversos grupos, desde la ultra derecha biologicista hacia la extrema izquierda universalista? ¿Existe una ‘Tradición’, o son varias ‘tradiciones’?
Estos planteamientos, aunque opacos en sí, plantean un dificilísimo y escabroso problema que asola, en pleno siglo XXI, al odinismo y su desarrollo en el mundo contemporáneo. Y ello se debe a que hemos de identificar las dos diversas ramas fundamentales que hoy separan a quienes se consideran “hijos de Odín” o del norte: el universalismo y el movimiento völkish. Hemos decidido enumerar a la primera corriente como “universal” dado el interés político del nuevo sistema socio-económico denominado como “globalización” y que se haya enmascarado en una cruzada políticamente correcta contra todo lo que no representa una visión lineal, materialista e incluso dialéctica del mundo. Por el otro lado, el llamado “movimiento völkish” aglutina a los grupos de individuos que pregonan un sentimiento “de tipo étnico-cultural” (popular, del alemán “Volk”), una vueltas a las raíces primigenias que conformaron las primitivas religiones de los pueblos indoeuropeos. Asimismo existe otro movimiento compuesto por los grupos de marcada tendencia racista neopagana—denominados wotanistas— que llegan a negar incluso el elemento metafísico del paganismo germano-escandinavo tanto en su vertiente universalista como en la étnica.
Habiendo hecho esta separación, hemos de advertir al lector que no son las únicas, y además, son demasiado vagas estas categorías pues no incluyen un sinnúmero de sectas y grupúsculos post-posmodernos, algunas de signo gnóstico o político, y que hemos decidido no tratar aquí por no ser pertinentes a nuestras consideraciones. Pero al analizar el curioso mundo de la dicotomía “universal-racial”, ya vislumbramos desde antemano la transposición del dilema “izquierda-derecha”, plasmado ahora en un ambiente abiertamente hostil. Dicha división ha fracturado más de lo que ya se encontraba el incipiente mundo del neo paganismo germánico. Si bien fue desde el sector de la “derecha”, anglosajón y abiertamente influenciado por el paganismo germánico, que la primera “Anglecyn Church of Odin” del australiano Alexander Mills inició con el camino de la apertura de los primeros grupos paganos en el mundo, hoy en día los llamados grupos “universalistas”, encabezados por el “Asatruarferlag” de Islandia son los que llevan el peso de la atención y hasta se consideran la “autoridad central” del camino a seguir por parte de cualquier organización odinista-Asatru, siendo éstos de carácter netamente “de izquierda” o “progresistas”, estando vinculados al fenómeno de la globalización.
LA GLOBALIZACIÓN Y EL UNIVERSALISMO
La globalización es un entramado complejo. Una se refiere a la globalización de carácter financiero que ha tenido lugar en el mundo al calor de dos fenómenos: los avances tecnológicos y la apertura de los mercados de capitales. Los factores culturales tienen relación con componentes estructurales que califican la identidad de los grupos, comunidades, comarcas o pueblos, posibilitando distinguir a estos en las dimensiones espacio-temporales, por otra parte constituyen el esqueleto funcional que fortalece el aspecto de la subjetividad de la que forman parte los valores, los cuales, a partir de la conciencia pueden ser estimulados y favorecer a su desarrollo. En cuanto al concepto de identidad, todos la buscan y creen hallarla, piensan haberla perdido y poder recuperarla. Pero, sobre todo, se cree en la existencia de la identidad, como concepto natural diferenciador, desarrollado por la evolución biológica, una identidad propia frente a las otras ajenas. En ella se cifra el sostén de derechos, la pretendida legitimidad de aspiraciones y privilegios. Normalmente se ciñe a una variedad de calificativos, tales como, la identidad cultural, la identidad étnica, la identidad popular, la identidad nacional, etcétera.
Asumimos que una religión vive en la historia y encarna irrenunciablemente en un pueblo, haciéndose reconocible por ir marcando cierto perfil ético, estético, vital, social, metafísico y aún epistemológico y filosófico. Los fenómenos religiosos requieren un enfoque integral debido a que la propia cultura es un sistema complejo que funciona con integralidad y dinamismo y necesita de una adecuada y específica comunicación, en la creación, difusión e intercambio de valores espirituales. El proceso identitario no es algo estático, sino que los elementos socioculturales aludidos como la lengua, la religión, las costumbres, las instituciones y todas las estructuras sociales están expuestas a los distintos procesos históricos, entonces el patrimonio aporta la memoria histórica y la identidad religiosa y cultural de la comunidad. Conceptualmente, la identidad cultural es la condición del ser humano que caracteriza la manera común de vivir en el tiempo y el espacio, el quehacer concreto del hombre en el proceso de producción y reproducción de la cultura en la sociedad misma.
La cultura y la identidad están expuestas a constantes bombardeos. La globalización cultural, los medios de comunicación, el desarrollo de las tecnologías de la informática, Internet, y otros medios, posibilitan aún más rápido el intercambio cultural, La humanidad se debate entre la tendencia a instaurar la unificación y la tendencia natural a mantener y promover la diversificación. Porque la globalización reproduce las lógicas de dominación y de poder en el mundo. Solamente acentuando las autonomías locales se va a poder generar estructuras comunitarias capaces de defenderse de esas lógicas que vienen de los procesos de globalización. Esta es la posición contraria, es la que esta llamada la identidad y las culturas nacionales en defensa propia. Las acciones a tener en cuenta en defensa de las culturas e comunidades populares, no puede faltar la preservación de la religión autóctona, tradiciones, folclore, costumbres, arte, estilos, valores, historia, y demás componentes socioculturales, para evitar la amenaza de marginación, exclusión, estancamiento, retroceso o abandono que posibilita la fragmentación, desmembramiento y desintegración de nuestras comunidades, la prioridad está en el desarrollo sustentable de las localidades en vía de desarrollo.
“Las «libertades políticas» no son nada sin las libertades o la autonomía económica, sea en el terreno individual, o en el colectivo. En este último, porque en régimen democrático son los grupos en posesión de riqueza quienes controlan la prensa y todos los demás medios de formación de la «opinión pública» y de la “propaganda.”
LOS EXTREMOS SE TOCAN
Lo interesante del caso es que en materia de reconstruccionismo histórico y continuidad religiosa, el “Asatruarferlag” y la gran mayoría de grupos que le siguen, pregonan un abierto ateísmo y una negación completa del mundo desigual, en consonancia concreta con los dictados del cristianismo posmoderno (la democracia), y en cuyo sistema no pueden existir mayores diferencias entre una u otra civilización o grupo humanos. Así, bajo la excusa de encontrar tal o cual prueba de contactos del mundo escandinavo con el resto del mundo, tales como las narraciones de algún prodigioso árabe embajador, o una reina de origen indoeuropeo no germánico, se tendrían las pruebas suficientes según las cuales no existían diferencias de tipo “religioso, económico, político o étnico” en el mundo antiguo. Es precisamente aquí donde el elemento marxista disgregador del materialismo histórico entra en juego. Ya no se trata de llamarse “tradicionalista” por entender una tradición primordial de cada pueblo, en base a una interpretación tradicional del mundo antiguo (citando a Coulanges, Nietzsche o Eliade), sino de convertir a la “tradición” en una cuestión meramente cultural, sin ningún trasfondo espiritual sino panteísta y ateo. La tradición solar indo-germánica se ve reducida a una expresión sin mayor cabida que la de una rutina cultural, donde el sólo acto de invocar a los Dioses representa una costumbre y no un verdadero rito iniciático. Y por supuesto, es en estos grupos donde todo lo que no representa la corriente “común” del pensamiento moderno, se tilda de “cristianismo camuflado”, “fascismo”, “racismo”, “intolerancia” o “(algo)fobia”. Por supuesto, podemos a todas luces dilucidar la injerencia del pensamiento moderno en su afán por acabar con la tradición germánica al intentar otorgar a personas o colectivos con ninguna conexión al mundo germánico opciones para reestablecer unos vínculos con una religión no pertenece a todos, sino a determinadas personas. No se puede extrapolar al mundo de las religiones gentilicias o étnicas los fundamentos que rigen para las universalistas. Es obvio que cada persona está en su derecho de profesar la fe que más le guste, y nadie puede impedírselo. Pero profesar y avanzar en la antigua fe solo se consigue mediante un fuerte nexo con los arquetipos míticos de los antepasados—si es que hablamos de la antigua fe— no algo nuevo e inventado por mezcla de muchas tradiciones, un sincretismo que desde luego no representa a Odinismo-Asatru, que tiene una originalidad única.
En esto, podemos decir que tanto el “Asatruarferlag”, o al menos su ideología, como los diversos grupos políticamente correctos (Heathens Against Hate, Asatru, Rokkatru, Thursatru, etc.) se autodenominan “tradicionales” en las formas modernas del culturismo y la farandulería, donde está mal llevar una opinión contraria a lo que la sociedad y el mundo pregonan, y donde la intransigencia –tan grande a niveles inquisitoriales- les impide aceptar formas de ver diferentes a la suya. Y es tanta la locura de estos grupos que hoy por hoy se acusan mutuamente de intransigentes y no permiten que exista una “pluralidad” pagana, tan cacareada por los grupos que apoyan y financian a estos “neopaganos”. Los pueblos nórdicos se guiaban por un culto solar-masculino, donde los aspectos femeninos o matriarcales estaban presentes, pero de una manera muy diferente a la planteada por la dialéctica moderna, por lo cual, intentar dar mayores pruebas culto solar y la tradicionalidad del paganismo escandinavo resultan tareas imposibles frente a fanáticos que no pueden –y no quieren- aceptar nada que no lleve su impronta moderna. En este sentido, nosotros no los condenamos, solamente los consideramos una parte de más de la confusión actual de cualquier grupo autodenominado “odinista-Asatru”. Nosotros no somos intolerantes, los reconocemos como una parte (sui generis) del mundo pagano, pero que jamás podrán, con un pensamiento postmoderno, materialista, dialéctico o secular, entender la mente del hombre antiguo.
Así mismo, los grupos neopaganos racialistas o racistas del mundo moderno se encuentran divididos en diversos grupos o amalgamas de grupos que también aportan, en un sentido muy similar a los universalistas, mayor confusión. De estos grupos, al Anglecyn Church of Odin de Mills marcó los inicios racistas o etnocéntricos del odinismo moderno. Ya antes durante y después de la I guerra mundial existieron innumerables sectas o grupúsculos de dudoso origen que intentaban reivindicar para sí la tradición indo-germánica. Ya sea la Sociedad Thule, la Orden Templaria de Liebenfels o el círculo wagneriano de Bayruth, se pregonaba varias interpretaciones, curiosas en sí, del paganismo germánico. Quizá lo más importante a destacar es la presencia clarísima del pensamiento moderno en cuestión de biologicismo, donde ideólogos como Alfred Rosenberg o más cercanos, Christian “Varg” Vikernes (ahora Louis Cachet) también despojaron del transfondo mítico-espiritual al paganismo y lo llenaron de un profundo biologicismo ateo, donde la raza se supeditaba al espíritu. Ya no importaba creer o no, pensar o no como un hombre de la antigüedad, sino contribuir a la raza, porque según ellos, la raza sería la via hacia una inmortalidad. Aunque digna de estudio, esta corriente ha provocado consecuencias nefastas en materia de historicidad, política o metafísica, pues de esta rama aparecen grupúsculos aún más nefastos o absurdos, como la llamada “Sabiduría Hiperbórea”, de carácter universalista-nazi-gnóstico. Y por otro lado, ya el mismo Vikernes afirmaba que “yo no soy religioso, la religión no sirve; soy pagano, sí, pero no religioso”. Pues para el músico noruego de black metal, el paganismo germánico sería, de igual manera que el mismo universalismo, una ritualidad cotidiana con simbolismo o metáfora del día a día, sin ningún sentido metafísico, solar uránico o trascendental. En ese sentido no podemos sino dejar entrever una gran decepción al encontrar un desequilibrio entre ambos extremos. Al desconocer los valores trascendentales del hombre antiguo, no podemos inclinarnos a uno o a otro. Nuestro camino es pues la vuelta a la tradición.
LA TRADICIÓN COMO META
La creencia subyacente del mundo tradicional es “invisible”. La mera existencia física, o “vivir” por el mero hecho de vivir, carece de sentido, a menos que nos aproximemos al mundo más alto o a lo que es “más que vida”, por lo que nuestra más elevada ambición consiste en participar en la hyperkosmia y en obtener una liberación final y activa del límite que representa la condición humana. El mundo tradicional conoció la divinidad como elemento sacral que lo inundaba todo. Supo del puente que se tiende entre los dos mundos, es decir, la iniciación. Conoció las dos grandes maneras de aproximarse a lo trascendente: la acción heroica y la contemplación. Supo de la mediación, o sea, los ritos y la fidelidad.
La comunidad Odinista de España-Asatru considera la tradición principalmente como un mito arquetípico, esto es, como la presencia de lo Absoluto en formas históricas y políticas específicas. Nuestro absoluto no es el principio religioso monoteísta o un noumenon, mucho menos el Dios del teísmo, sino más bien un dominio misterioso o poder dunamis. La Tradición la sentimos caracterizada por el “Ser” y la estabilidad, mientras que el mundo moderno se caracteriza por el “Devenir”. La cultura indoeuropea, desde la india hasta España siempre se ha llenado de “religiosidad cósmica”: esto es, el papel fundamental jugado por los símbolos y las imágenes, el respeto religioso por la tierra y la vida, la creencia de que lo sagrado se manifiesta directamente mediante el misterio de la fecundidad y la repetición cósmica…
En ciertas cumbres existenciales, así como el calor se transforma en luz, la vida se vuelve ella misma libertad; no en el sentido de muerte de la individualidad o de alguna especie de naufragio místico, sino en el sentido de afirmación trascendente de la vida, en que la ansiedad, el deseo interminable -anhelando y preocupándonos-, la búsqueda de fe religiosa, de soportes humanos y de metas, todo conduce a un dominado estado de tranquilidad. Hay algo más grandioso que la vida, dentro de la vida misma, pero no fuera de ella. Esta experiencia heroica es valiosa y buena por sí misma, mientras que la vida corriente sólo está dirigida por intereses, por cosas externas y convencionalismos humanos.
Debemos medir por ello toda la distancia que separa el espíritu tradicionalista del verdadero espíritu tradicional, que implica esencialmente por el contrario tal conocimiento, y que de alguna manera no es más que uno con este mismo conocimiento. En suma, el tradicionalista no es y no puede ser más que un simple buscador, y es por esto por lo que está siempre en peligro de perderse, al no estar en posesión de los principios que serían los únicos que le darían una dirección infalible; y este peligro será naturalmente tanto mayor conforme vaya encontrando en su camino, a modo de otras tantas asechanzas, todas esas falsas ideas suscitadas por el poder de la ilusión que tiene un interés capital de impedirle alcanzar el verdadero término de su búsqueda. Es evidente, en efecto, que este poder no puede mantenerse y continuar ejerciendo su acción más que a condición de que toda restauración de la idea tradicional se vuelva imposible, y esto más que nunca en el momento en que se prepara a ir más lejos en el sentido de la subversión, lo que constituye, como lo hemos explicado, la segunda fase de esta acción. Por lo tanto, es igualmente importante para él desviar las búsquedas que tienden hacia el conocimiento tradicional, como por otra parte aquellas que, conduciendo a los orígenes y a las causas reales de la desviación moderna, serían susceptibles de desvelar algo de la propia naturaleza del conocimiento tradicional y de sus medios de influencia; hay aquí, para este poder, dos necesidades en cierta manera complementarias la una de la otra, y que se podrían incluso considerar, en el fondo, como los dos aspectos positivo y negativo de una misma exigencia fundamental de su conquista.
LA TRADICIÓN
Cuando ésta es expresada en su totalidad, ha de salir a la luz de manera desvelada en plena época de tinieblas por imperativo cósmico. El término tradición etimológicamente se relaciona con transmisión y contiene la idea de transferir conocimientos, prácticas, técnicas, leyes y muchos otros elementos que pueden ser de naturaleza oral o escrita. Para nosotros, significa exactamente: la comunicación de verdades y principios metafísicos revelados a la humanidad o, más bien, a un sector cósmico de la humanidad, a través de mensajeros, profetas, etc. Y todas las ramificaciones y aplicaciones de estos principios en los más diferentes campos de la civilización, tales como leyes, estructura social, y por supuesto la religiosidad y su simbolismo y, en primer lugar, el conocimiento supremo, es decir, los Principios metafísicos y los métodos para poder hacer operativo este conocimiento. Como se observará estamos definiendo una sociedad sacral donde la naturaleza ocupa un papel fundamental, que es lo que es una sociedad tradicional, la cual ordena todas las actividades humanas según parámetros espirituales.
Quizás la forma más directa de acercamiento al significado de lo sagrado es relacionarlo con lo Inmutable, con la Realidad que es el Motor Inmóvil y lo Eterno. Esa realidad eterna es lo Sagrado como tal; las manifestaciones de dicha Realidad en el flujo del devenir y en la matriz del tiempo poseen la cualidad de sagrado. Un objeto sagrado o un sonido sagrados son algo que lleva la impronta de lo Eterno e Inmutable en la realidad física que comprende exteriormente el objeto o el sonido. El sentido de lo sagrado no es otro que el sentido de lo Eterno e Inmutable”.
La Tradición extiende la presencia de lo sagrado a todo un mundo, creando una civilización en la cual el sentido de lo sagrado es omnipresente. Se puede decir que la función de una civilización tradicional no es otra que la creación de un mundo dominado por lo sagrado.
PERENNIDAD DE LOS SÍMBOLOS CELESTES
Observemos, sin embargo, que, aun cuando la vida religiosa no está ya dominada por los dioses celestes, las regiones siderales, el simbolismo uranio, los mitos y los ritos de ascensión, etc., conservan un lugar preponderante en la economía de lo sagrado. Lo que está «en lo alto», lo «elevado», continúa revelando lo trascendente en cualquier contexto religioso. Alejado del culto y enclavado en las mitologías, el Cielo se mantiene presente en la vida religiosa por el artificio del simbolismo. Y este simbolismo celeste impregna y sostiene a su vez multitud de ritos (de ascensión, de escalada, de iniciación, de realeza, etc.), de mitos (el Árbol cósmico, la Montaña cósmica, la cadena de flechas que une la Tierra con el Cielo, etc.), de leyendas (el vuelo mágico, etc.). El simbolismo del «Centro del Mundo», cuya enorme difusión hemos visto, ilustra asimismo la importancia del simbolismo celeste: es en un «Centro» donde se efectúa la comunicación con el Cielo, y ésta constituye la imagen ejemplar de la trascendencia.
Podría decirse que la estructura misma del Cosmos conserva viva la reminiscencia del Ser supremo celeste. Tal como si los dioses hubieran creado el Mundo de tal guisa que no pudiera dejar de reflejar su existencia; pues ningún mundo es posible sin la verticalidad, y esta dimensión, por sí sola, evoca la trascendencia. Expulsado de la vida religiosa propiamente dicha, lo sagrado celeste permanece activo a través del simbolismo. Un símbolo religioso transmite su mensaje aun cuando no se le capte conscientemente en su totalidad, pues el símbolo se dirige al ser humano integral, y no exclusivamente a su inteligencia.
Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que les circunda: el primero es el «Mundo» (con mayor precisión: «nuestro mundo»), el Cosmos; el resto ya no es un Cosmos, sino una especie de «otro mundo», un espacio extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de «extranjeros» (asimilados, por lo demás, a demonios o a los fantasmas). A primera vista, esta ruptura en el espacio parece debida a la oposición entre un territorio habitado y organizado; por tanto, «cosmizado», y el espacio desconocido que se extiende allende sus fronteras: de un lado se tiene un «Cosmos», del otro, un «Caos». Pero que, si todo territorio habitado es un Cosmos, lo es precisamente por haber sido consagrado previamente, por ser, de un modo u otro, obra de los dioses, o por comunicar con el mundo de éstos.
Um excelente texto, o qual aborda a natureza essencial da luta entre o que é correto, com o que é apenas ilusão – ou loucura – criados para fazer nascer o processo de perda da cultura pessoal, nas pessoas em toda parte, por meio da globalização.