En las últimas décadas se ha extendido de forma exponencial el uso de la meditación y derivados (como el Mindfulness) en el tratamiento de algunos trastornos mentales. La meditación está de moda dentro y fuera de contextos científicos, se aplica para el manejo del estrés, para fomentar el autocontrol emocional, retirarse del mundanal ruido, para encontrar remedios a los males del alma, superar síntomas de ansiedad, depresión, angustia existencial, etc.
En todos los caminos espirituales, ligados a tradiciones antiguas, la meditación se enseña solo a personas con un compromiso espiritual y que cumplen ciertos requisitos (como, por ejemplo, tener un adecuado comportamiento ético en su vida cotidiana). No se enseña a la ligera a cualquiera e incluso se pide al discípulo atravesar algunas pruebas, para comprobar si está o no preparado para el camino que va a iniciar. Parece que no se quiere sembrar sobre un terreno que no esté convenientemente abonado y asentado.
En la actualidad, las técnicas más utilizadas en contextos científicos derivan de un tipo de meditación budista que se llama Vipassana, que ha recibido el nombre de Mindfulness, y que en castellano se ha traducido como “atención plena”. El Mindfulness es el “método” con el que se han desarrollado más trabajos de investigación, habiéndose producido un crecimiento exponencial de publicaciones en los últimos años. Por otro lado, nos encontramos con pocos datos, en publicaciones científicas, sobre los posibles riesgos y contraindicaciones de estas técnicas, cuando hay numerosos testimonios acerca de dificultades psicológicas sufridas en retiros de meditación y complicaciones más graves, como cuadros psicóticos o incluso suicidios. Además, ya nos han advertido acerca de posibles peligros los maestros de las diferentes tradiciones espirituales. Por estos motivos, intentaremos recopilar datos sobre los posibles “efectos adversos” que pueden estar asociados a la práctica meditativa.
EFECTOS ADVERSOS” ASOCIADOS A LA PRÁCTICA DE LA MEDITACIÓN
1) Efectos psicológicos negativos.
2) Alteraciones psicopatológicas.
3) Efectos espirituales “negativos”.
A continuación desarrollamos una explicación detallada de estos tres tipos de efectos adversos:
1) Efectos psicológicos negativos:
Consistirían en reacciones psicológicas que producen malestar en el individuo, en sus relaciones interpersonales, o en la forma de afrontar los problemas cotidianos, pero no necesariamente desencadenan alteraciones psicopatológicas. Por ejemplo, Shapiro (1992) encuentra en un estudio aumentos paradójicos en la tensión emocional, aburrimiento, dolor, alteración del sentido de la realidad, confusión y desorientación, ser más juzgador, tener menor motivación por la vida, aumento o aparición de dolor y adicción a la meditación.
Epstein (2007) nos habla de una mayor obsesividad, dolores musculares, aumento de la rigidez psicológica y mayor intelectualización como consecuencia de la práctica de la meditación. Epstein (1988) también encuentra intensas reacciones de transferencia hacia el maestro que suponen una expectativa de fusión con el mismo (Epstein, 1988) o una excesiva “fijación emocional” en el gurú (Chaudhuri, 1994), que pueden llevar a la sumisión, dependencia emocional, dinámicas sectarias, etc. Las reminiscencias narcisistas de etapas infantiles también pueden generar sentimientos de superioridad y grandiosidad u otras fantasías, o sentimientos de vacío por no conseguir llegar a la deseada perfección (Epstein, 1988). Walsh & Roche (1979) hacen referencia a disociación y tensión muscular. Parece ser que la disociación de las emociones puede dificultar la conexión con las emociones ajenas, perdiéndose empatía hacia los estados emocionales de otros.
Otros efectos negativos pueden ser una excesiva introversión y aislamiento, ensimismamiento, regresión a etapas más infantiles, o represión de la sexualidad (Chaudhuri, 1994).
También se hace referencia a intensas reacciones emocionales (sollozar, gritar, “ponerse histéricos”) y a la emergencia de recuerdos infantiles desagradables o incluso traumáticos (Myers Owens, 1994)
Otro efecto psicológico negativo tiene más que ver con lo que se ha llamado by-pass espiritual (Tart & Deikman, 1991), que consiste en recurrir a la espiritualidad y sus prácticas para evadir los problemas de la vida cotidiana, autoengañarse o no resolver los conflictos mediante métodos más adecuados (como un tratamiento psicoterapéutico). En esta línea, Engler (1984, citado por McGee, 2008) ha encontrado que algunas personas con estructuras de personalidad narcisista o borderline pueden usar la meditación para llegar a ser “puros” o para identificar los sentimientos de vacío y fragmentación con la vacuidad o el desapego de la iluminación.
2) Alteraciones psicopatológicas.
En algunos casos se han detectado alteraciones psicopatológicas relacionadas con la práctica de la meditación, como cuadros de ansiedad, e incluso crisis de pánico (Walsh & Roche, 1979; Epstein & Lieff, 1981, McGee, 2008). También se han dado reacciones de despersonalización, desrrealización, disociación, alteraciones perceptivas y agitación (Walsh & Roche, 1979; Epstein & Lieff, 1981). A otras personas se les ha desencadenado una intensa angustia por emergencia de recuerdos traumáticos (Myers, 1994) o de emociones intensas negativas (McGee, 2008), que quizás podrían llegar a desencadenar cuadros de estrés agudo y posteriormente estrés postraumático.
Hay también datos de recaídas en pacientes esquizofrénicos o personas con antecedentes de psicosis por drogas, al desencadenarse episodios psicóticos, delirios o alucinaciones durante una práctica intensiva de meditación (Walsh & Roche, 1979, McGee, 2008) y algunos psiquiatras hemos detectado en la práctica clínica primeros brotes en personas en las que no se han detectado previamente alteraciones psicóticas. También se han producido una exacerbación de síntomas depresivos con algún caso de intento de suicidio (Epstein & Lieff, 1981) o incluso algún suicidio consumado después de algún retiro intensivo de meditación. La exacerbación de trastornos mentales o la aparición de alteraciones psicopatológicas en personas que están realizando una práctica intensiva de meditación podría deberse a dos motivos: por una parte, a una mayor autoconsciencia por la práctica de la auto-observación (más en la meditación tipo Mindfulness) y, por otra, a una reducción de las barreras mentales mediante la relajación que produce la meditación. Ambos motivos podrían favorecer la emergencia de problemas latentes en el sujeto que practica meditación y, como consecuencia, desencadenar la aparición de los problemas psíquicos ya mencionados (ver gráfico 1).
Hay que señalar explícitamente que hablamos de “problemas latentes” y no de problemas que la meditación genere, aparentemente, por sí misma. Las personas con una estructura de personalidad más frágil pueden ser más susceptibles a sufrir diversas complicaciones como producto de la práctica meditativa, pues como dice Engler (1983) (citado por McGee, 2008) “tienes que llegar a ser alguien antes de no ser nadie”, es decir, hay que tener un yo estructurado antes de buscar el vacío, la disolución del yo, etc. A todo esto podemos añadir las dificultades que personas con una estructura de personalidad límite pueden sufrir ante los rigores de una práctica de meditación intensiva (Epstein y Lieff, 1981)
3) Efectos espirituales “negativos”
En todas las tradiciones se habla de los problemas que pueden surgir en el camino espiritual o más específicamente en la práctica de la meditación. Estos “efectos espirituales negativos” nos señalan bien momentos difíciles, bien situaciones que provocan o movilizan emociones negativas en relación con la práctica espiritual, pero que pueden ser parte de un proceso en sí positivo, por lo que entrecomillamos la palabra “negativos”. Tenemos en cuenta este tipo de experiencias en el presente escrito porque conviene hacer un adecuado diagnóstico diferencial entre problemas psiquiátricos y alteraciones de tipo espiritual, que son compatibles con los contenidos simbólicos y religiosos de las diversas culturas.
Algunos ejemplos en esta línea son: la “noche oscura del alma” de la que habla San Juan de la Cruz, el tomar consciencia del mal que hay dentro de nosotros (como señalan Santa Teresa y otros místicos de diversas tradiciones), “la emergencia de la Kundalini”, la soberbia o vanidad espiritual (en la que uno siente que está por encima de otros por haber llegado a un cierto nivel de pericia espiritual o meditativa), las visiones (que hay que diferenciarlas de los fenómenos alucinatorios), las crisis de fe, la adicción al trance (que algunos han llamado “enfermedad del yogui” o que Santa Teresa llamó “pasmos largos”), la “muerte” del ego (para mirar más allá de uno mismo y superar el egocentrismo), la sensación de vacío, la “glotonería espiritual” (que tiene que ver con la búsqueda compulsiva de experiencias paranormales, etc.
Contraindicaciones de la práctica de la meditación
Ante las diferentes alteraciones que pueden surgir durante la práctica de la meditación parece pertinente hablar de contraindicaciones, que serían, según Shapiro (1994), las siguientes:
– Antecedentes de cuadros psicóticos.
– Vulnerabilidad a la psicosis (aunque en este caso tenemos el problema de saber hasta qué punto es fiable la detección de dicha vulnerabilidad).
– Personalidad esquizotípica.
– Personalidad esquizoide.
– Trastornos disociativos.
– Trastornos somatoformes (hipocondriasis y somatización).
Este tipo de pacientes es posible que experimenten distrés o se vean sobrepasados por lo que puede emerger en la experiencia de meditación. Aunque por otra parte tenemos a personas con graves trastornos de personalidad que refieren haber experimentado alivio de su sintomatología mediante el Mindfulness, como cuando se aplica para pacientes con Trastorno límite de la personalidad la Terapia Dialéctico-Comportamental de Marsha Lineham. Quizás lo adecuado sea aplicar estas técnicas con una adecuada supervisión psicológica y/o psiquiátrica y dentro de un programa de tratamiento más amplio que la mera aplicación de técnicas de meditación.
La meditación está ligada a un concepto religioso oriental, extraño al mundo occidental.
La meditación se está aplicando en un contexto de psicoterapia que es occidental, cuando la meditación tipo Mindfulness surge en una cultura oriental con una finalidad distinta a la de un tratamiento de psicoterapia. La meditación oriental tiene como finalidad principal el alcanzar la iluminación y no el alivio de problemas psicológicos. Ante esto nos surge la pregunta de hasta qué punto se puede trasplantar un método de una cultura a otra. Por otra parte nos encontramos con duras críticas desde escuelas psicoterapéuticas occidentales, como el psicoanálisis, que considera que la meditación principalmente lleva a estados regresivos preedípicos, por lo que nos dirige a encontrarnos con residuos narcisistas que convendría trabajar en el ámbito de la psicoterapia (Epstein, 1988).
Aún resulta más duro en sus afirmaciones John Rowan (1996, p.119) cuando dice:
«Originalmente, la meditación formaba parte de un modelo único de individual de desarrollo. En la actualidad, sin embargo, se la ha aislado de su contexto original y se ofrece como un producto más de consumo, como si fuera una especie de panacea universal, irrisoriamente barata y carente de efectos secundarios. Tal vez quienes utilicen de ese modo la meditación consigan aumentar su tranquilidad, su alegría e incluso su eficacia pero lo cierto es que difícilmente alcanzarán la sabiduría. También es posible, por otra parte, que estemos tratando de disfrazar de espiritualidad la introversión esquizoide, la megalomanía, la vanidad y la dependencia.”
¿Estaremos los occidentales pervirtiendo la práctica de la meditación al servicio de nuestros deseos egoístas? ¿Los practicantes budistas occidentales, realmente practican budismo?
En vista del boom que hay con la práctica de diferentes técnicas de meditación y específicamente con la práctica del Mindfulness y la avalancha de publicaciones mostrándonos sus bondades podemos preguntarnos:¿Por qué se habla tan poco de estas experiencias negativas o de las complicaciones que puede generar la meditación? ¿Hay personas que han de ser evaluadas previamente antes de iniciar estas prácticas? ¿O se generan los efectos adversos por la aplicación, a la ligera, de técnicas de contextos culturales diferentes al nuestro?
En este texto nos planteamos estas cuestiones con el objetivo de que nuestra práctica psicopatológica tenga en cuenta estas posibilidades, para diagnosticarlas, tratarlas y prevenirlas adecuadamente; estableciéndose un adecuado diagnóstico diferencial con las experiencias de tipo espiritual, que más bien están relacionadas con el sistema de creencias y cultura del sujeto que las vive, que con auténticas alteraciones psiquiátricas. De hecho, en el DSM V ya aparece una categoría que se llama “problema religioso o espiritual” que se ha de diferenciar de los diferentes trastornos mentales.