Cuerpo y Alma

La vieja concepción del Cristianismo establece una diferen­cia de naturaleza entre el cuerpo y el alma. Tienen un origen diferente: el cuerpo es de origen terrestre y material, el alma de esencia divina y espiritual. Cada uno sigue un destino diferente: el cuerpo muere y se descompone, el alma es inmortal y continúa viviendo después de la muerte. Tienen, igualmente, un valor muy contrastado: el cuer­po es fuente de instinto, de bajeza, de inferioridad y de vileza: el alma es el soporte de lo que es grande y hermoso, es decir, de valor absoluto. Una fosa infranqueable les separa; hostiles, se enfrentan cara a cara. El cuerpo, profano, es la cadena que retiene al alma en su vuelo inmaterial y divino hacia las alturas. Él es su argolla terrestre, impura.
El dualismo es una corriente filosófica-religiosa, que proviene de los conceptos materialistas de la existencia humana

Pitágoras, basándose en el orfismo, defiende la existencia del alma inmortal, arrojada al mundo por un pecado contra los dioses y condenada a la prisión del cuerpo, hasta su liberación, la que únicamente puede hacerse pagando sus culpas y llevando una vida ejemplar, un camino de rectitud y conocimiento, de vida contemplativa. Platón supone la culminación del dualismo, con su Teoría de las Ideas que basa todo su sistema filosófico, incluida la concepción del ser humano, dividido entre cuerpo y alma.

Pero ha habido una religión que ha defendido otra concepción distinta: El Odinismo, que asegura que la realidad no se puede dividir en dos, que el ser humano es una única entidad, que cuerpo y alma no pueden separarse, que sólo se conciben como realidades diferentes en la mente, no en la realidad. La culminación de nuestra concepción está representada por Nietzsche así como por la psicología científica.

Nuestra visión del mundo y la creencia propia de nuestra fe contradicen esos principios de un mundo decadente y agonizante. Consideramos que formamos parte de una pluralidad de individuos que estamos hechos de la misma substancia. Nosotros sabemos que estos dos aspectos, alma y cuerpo, nos han sido concedi­dos por los poderes primigenios. Ambos son para nosotros la manifestación de la divina naturaleza, siempre creadora, eterna y maravillosamente activa. Sabemos que nuestros antepasados nos las han transmitido y que revivirán en nuestros hijos. Sabemos que somos los responsables de su supervivencia o de su muerte Somos plenamente conscientes de que nuestra misión consiste en continuar la obra de nuestros Dioses y revalorizarla en el curso del tiempo.

El ideal del hombre contemporáneo parece asemejarse al muñeco creado por Gepetto, una marioneta que, incapaz de ver los hilos que la manejan, se cree autónoma, libre y feliz. Y cuando le parece oír una tímida vocecilla que le avisa de su error, enseguida la ahoga con una retahíla de evidencias creadas por su orgullo. Poco a poco su silencio va adquiriendo ecos mortuorios hasta que la entierra en la fosa negra del olvido. Entonces, lo que se esconde tras la madera pulida y perfectamente barnizada de nuestro Pinocho no es otra cosa que madera y nada más. Una vez que se ha deshecho de Pepito Grillo, al muñeco de madera muerta ni tan siquiera podrá crecerle la nariz: “Su espíritu leñoso será incapaz de sentir vergüenza, remordimientos, dudas, incluso de sentir la satisfacción espiritual que deja el bien que se ha hecho y sólo temerá al poder destructor de las llamas.” Y en momentos de crisis, cuando la vocecilla parezca querer resucitar, Pinocho acudirá al carpintero, quien, a base de lija y barniz, convertirá sus defectos en serrín y sus sombras en brillos. Definitivamente, no podrá escuchar el rumor que le avisa, desde la astilla más recóndita de su alma, de las minúsculas carcomas que van creando galerías en su interior. Barniz sobre barniz, el muñeco irá perdiendo su propio yo.

«Identidad espiritual encarnada»
Sabemos que la nobleza y la pureza de nuestro cuerpo constituyen también la de nuestra alma, y recíprocamente. Quien corrompe su cuerpo corrompe también su alma. La educación de nuestra alma y el desarrollo de nuestro cuerpo van a la par.

Nosotros sabemos que nuestro cuerpo y nuestra alma, a fin de cuentas, no son más que una unidad básica y que honrar a uno es también honrar al otro.

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