Desde que el ser humano surge como tal en la Tierra, ha tenido alguna forma de espiritualidad. Somos el único animal capaz de tener una capacidad de abstracción que nos permite plantearnos cuestiones filosóficas y que van más allá de la mera supervivencia, por lo que incluso el más convencido de los ateos, en el fondo, sigue alguna forma de espiritualidad, consciente o no, una serie de ritos y un simbolismo. Por este motivo es complicado encontrar los orígenes de nuestra fe, puesto que no es algo que se conforme de un día para otro, no se puede poner una fecha exacta de cuando comenzó el Ásatrú. Además a día de hoy seguimos conformando día a día nuestra fe, nuestra espiritualidad y nuestro modo de entender la vida, como individuos y como pueblo, por lo que no se debe caer en la trampa de copiar el pasado de manera total o de hacer una suerte de “arqueología de fe” para vivir nuestra religión y para sentir lo que sentimos hoy.
No obstante, en la era de la información en la que nos encontramos, en la cual el principal problema para encontrar algo no es, por lo general, la falta de información, sino la sobrecarga de la misma que nos dificulta diferenciar cuál es fiable y válida y cuál no lo es; es importante tener claros los cimientos del edificio espiritual que construimos día a día y entender que dichos cimientos los pusieron nuestros antepasados y que nuestros descendientes, seguirán construyendo el edificio. Lo que ocurre en el Microcosmos, repercute en el Macrocosmos, y viceversa. Cada vez que honramos a los dioses, proyectamos una parte de nosotros que identificamos con los atributos que le damos a la divinidad concreta que adoramos, y así mismo, proyectamos nuestra propia identidad como pueblo, por lo que nos fortalecemos a nosotros mismos. Así mismo, la energía que nosotros, como clan, como comunidad, proyectamos a los dioses repercute en todos nosotros, pues nuestra alma es comunitaria y nuestros ancestros forman parte de ella, aunque ya no estén con nosotros, así como los dioses.
Como es arriba, es abajo. La propia física cuántica tiene en cuenta este principio. Así pues, si nuestra cosmovisión se basa en el Yggdrasil, árbol que simboliza el Multiverso; nosotros como persona también somos como un árbol, y todo árbol, para crecer fuerte y sano, necesita tener buenas raíces. El materialismo y el universalismo de nuestros días, a lo que aspira es a arrancarnos las raíces, porque un árbol sin raíces es muy fácil de talar. La importancia de conocer nuestras raíces como personas y como pueblo nos lleva a mirar a nuestros antepasados, a la Historia, pero no para recrearnos en ella, sino para entender el presente y entendernos a nosotros mismos y nuestra realidad.
Si nos remontamos muy atrás, hasta nuestros primeros antepasados podemos apreciar la unidad espiritual de la especie humana, si nos remontamos aún más atrás, a los simios de los que descendemos, sentiremos la unidad espiritual que tenemos con el resto de animales. Así, retrotrayéndonos más y más, a través de millones de años, sentiremos la unión espiritual que tenemos con todos los seres vivos y si nos remontamos a hace miles de millones de años, al polvo estelar del que todo procede, nos daremos cuenta de que somos uno con todo el Universo, con todo lo que existe, ha existido y existirá. Si pensamos en qué somos en comparación con la inmensidad del Universo, nos creeremos insignificantes ¿qué es nuestra nación, nuestra raza, nuestro clan… comparado con los cientos de galaxias que existen? No obstante, el planteamiento lo podemos hacer a la inversa: nuestra nación, nuestra raza, nuestro clan y nosotros mismos somos parte de esa inmensidad inimaginable, por lo que no somos seres insignificantes, somos parte de Midgard, y de ese gran Yggdrasil al que se unen todos los mundos y todos los planos de la realidad.
Si entendemos esto, si entendemos que estamos ligados espiritualmente a todo lo que existe en este y en otros planos, entenderemos la esencia de cualquier religión, de cualquier forma de espiritualidad, que no es ni más ni menos que una interacción con el cosmos, siendo los poderes sagrados que percibimos o intuimos, los dioses, de la misma esencia que nosotros, solo que una magnitud abismalmente superior.
ANIMISMO
Nuestros primeros antepasados ya sabían esto, como si de una memoria ancestral trasmitida durante milenios de evolución se tratase. Del principio de que lo que ocurre en el Microcosmos y lo que ocurre en el Macrocosmos está relacionado, surge la magia simpática, los rituales para atraer la caza, la lluvia, la fertilidad… Nuestros ancestros ya intuían a los poderes sagrados, sabían que más allá de un puñado de huesos y músculos, el homo sapiens y el resto de animales, plantas, lugares… tienen una parte espiritual, más allá de la física. Esa creencia en que hay una realidad espiritual más allá de la material es la primera forma de religiosidad, el animismo, es decir, la creencia de que todo tiene un alma. Sabemos que desde los orígenes del hombre, hace 100.000 años, esta creencia está presente en todos los grupos humanos. Así pues, dado que el ser humano no tiene instintos tan fuertes como el resto de animales, no hubiera podido sobrevivir sin la cultura y sin su trasmisión de generación en generación. Esto quiere decir que, aunque todos los seres humanos tengan lenguaje articulado, existen diferentes lenguas humanas y, del mismo modo, aunque sea común el animismo como religiosidad de toda la Humanidad, cada pueblo desarrolló una forma de animismo adaptada al lugar donde vivía y a su cultura, y así mismo, entendió a los poderes sagrados de una manera diferente.
El ser humano, por su propia naturaleza, es tribalista. Tiende a socializar y a agruparse en clanes, en tribus, en bandas… como el resto de animales se agrupa en manadas, sólo que, por nuestra mayor capacidad para organizarnos, nuestras manadas son mayores que las de otros mamíferos. Como ellos, tenemos el concepto del Yo frente a los Otros dentro del grupo del que formamos parte, y del Nosotros frente al Ellos, pensando de manera comunitaria. La familia, el clan, la tribu… son agrupaciones, cada vez más grandes, que nos permiten sobrevivir y que, en el plano espiritual se traducen a sentir un alma comunitaria, un espíritu común de la colectividad, del grupo del que formamos parte. Así mismo, el culto a los ancestros, está presente desde los primeros momentos, pues el ser humano tiene conciencia de la muerte y entiende que aquellos que ya no están en este plano de la conciencia, siguen ligados a los vivos, a los que aún habitan este mundo. Por lo tanto cada clan o cada tribu tendrá ancestros en común, o un origen común, real o simbólico, que en todo caso sirve para identificarse con la Comunidad con la que se forma parte.
Esto es así en todos los lugares de la Tierra, en todas las culturas. Desde los nativos americanos, hasta los aborígenes australianos, pasando por cualquier etnia que se nos ocurra. Trasmitidas de generación en generación por vía oral, las historias sobre los antepasados se convierten en leyendas y en mitos, y cada generación incorpora sus valores y su visión del mundo a la herencia recibida, para trasmitirla a sus descendientes. Así, nuestros mitos, la historias sobre los dioses y los héroes, nos llegan a nosotros hoy, a través de milenios, como si nuestros antepasados nos hablaran alrededor del fuego, igual que hace miles de años, hacían los abuelos con sus nietos, y estos con los suyos, y así hasta que alguien los puso por escrito hace solo unos cuantos siglos.
Dado que el ser humano es tribal por naturaleza, cuando un grupo humano era demasiado grande, tendía a desgajarse en grupos más pequeños. Del mismo modo, los grupos pequeños, tendían a unirse con otros. De esta forma, los clanes de una misma tribu serán autónomos, pero se sentirán parte de un mismo tronco común, y las familias de un mismo clan, cada hogar, cada pareja con sus hijos alrededor de un fuego, será parte de un clan. Por ello, uniéndose y separándose, según las circunstancias, nacen las diferentes comunidades humanas, siendo todas de la misma especie. Sin embargo, cuando en un momento dado la sabana africana no fue suficiente para abastecer a todos los seres humanos, cuando los hielos del norte se retiraron un poco, comenzó una gran migración que llevó al ser humano a poblar la práctica totalidad del planeta.
Estos movimientos migratorios tuvieron como resultado que ciertas tribus y clanes, se asentaran en el gran continente Eurasiático, que por aquel entonces, estaba poblado por otra especie homínida, los neandertales. Son muchos los enigmas sobre la relación que tuvieron sapiens y neandertales, quizás el mito de los trolls proceda de la imagen que nuestros antepasados tenían de esos animales, parecidos a los hombres, pero que no eran hombres, cuando se topaban con ellos. En todo caso, ambos grupos se evitarían mutuamente o, quizás en algunas ocasiones, por alguna circunstancia, tuvieron contacto, tal vez hubo hibridación o tal vez las dos especies eran demasiado diferentes, sino biológicamente, sí culturalmente. Sea como sea, lo cierto es que nuestra especie acabó siendo la única sobre el planeta y los neandertales desaparecieron.
Durante milenios separados, alejados de los primeros hombres que permanecieron en África, y por adaptación al nuevo clima, surgieron las razas. Podemos diferenciar tres troncos raciales o quizás cuatro: el tronco racial negroide, los que permanecieron en África y, de los que migraron a Eurasia, podemos distinguir dos troncos raciales, caucasoide o europoide, y mongoloide. Un supremacista negro diría que la raza negroide es la más pura, un supremacista blanco o asiático dirá que es la menos evolucionada. Ambas afirmaciones son absurdas. Sencillamente, es la más antigua y, genéticamente, la más diferenciada de las otras dos. De este origen de las razas podemos ver claramente que no hay razas superior o inferiores, sencillamente la especie se adaptó al medio natural como todas las especies animales.
Esta adaptación al medio natural fue física, con algunos cambios fenotípicos como el color de la piel, que es el más llamativo (razón por la que tradicionalmente se
nombra a las razas por colores, cosa que desde mi punto de vista es una simpleza) pero fundamentalmente, dado que la adaptación humana más importante es la cultura, se trató de una adaptación cultural. Esto quiere decir que cuando hablamos de nuestra raza y ponemos énfasis en preservarla, no nos referimos tanto el plano biológico como fundamentalmente, a preservar la cultura ancestral de la que somos hijos. Sin embargo, es evidente que las razas existen y negarlo forma parte de la obsesión del universalismo de pretender que todos seamos iguales, cuando la propia esencia de la especie, como hemos visto, es su diversidad, dentro de la unidad espiritual que nos liga a todos por el hecho de ser humanos y que nos liga con toda la naturaleza y con todo el cosmos, porque tenemos un alma.
Para algunos existe una cuarta raza, el tronco racial australoide, si bien para otros los aborígenes de Oceanía serían, en algunos casos, mongoloides, y en otros, negroides. Se trata de una cuestión de que la que se encarga la genética y la antropología, pero que escapa a mis conocimientos determinar. En cuanto al tema que nos ocupa, que es el espiritual, surgen aproximadamente en el 40.000 a.C., cuando ya las razas están diferenciadas, diferentes tipos de animismo, y el que nos interesa a nosotros, es el animismo europeo.
CHAMANISMO
Si la primera forma de espiritualidad es el animismo, el saber que todos los seres que nos rodean y nosotros mismos, tenemos alma, el siguiente paso intuitivo es entender que hay diferentes planos de la realidad, que hay un plano o varios que no percibimos, pero intuimos. Sabemos que existen muchas dimensiones, pero nuestros sentidos sólo pueden percibir tres. Del mismo modo sabemos que existen conceptos matemáticos como el infinito, que no podemos imaginar, pues nuestra capacidad es finita, pero sí podemos intuir, representar y hasta operar con ellos.
Si imaginamos que nuestros sentidos sólo pudieran percibir dos dimensiones (altura y anchura), ¿cómo percibiríamos a un ser tridimensional? Pues como una proyección en dos dimensiones, sin profundidad. Así mismo, podemos percibir realidades de cuatro o más dimensiones en tres dimensiones, nuestro ojo no puede ver la cuarta dimensión, pero a partir de la proyección, podemos deducir que un objeto tiene cuatro dimensiones. Este ejemplo es válido para decir que hay una realidad que no vemos, que no sentimos, pero que sí podemos intuir. Por ejemplo, no vemos las ondas de radio, ni las podemos tocar, escuchar… pero están ahí.
La existencia de otros planos de la realidad está presente en la filosofía desde sus comienzos y ya sería intuida por nuestros primeros antepasados. La concepción de esos otros planos y la relación de estos con el plano en el que nos desenvolvemos conscientemente, varía según la cultura y según la corriente filosófica. Para Platón, los planos están separados, y esta misma concepción será propia de las religiones del Medio Oriente, entre ellas, el cristianismo, que no deja de ser un neo-platonismo judaizado. Sin embargo, para nosotros y para otras muchas tradiciones, esos diferentes planos de la realidad están interrelacionados y conectados entre sí, formando un Multiverso que representamos en el Yggdrasil.
Poniendo el ejemplo de antes, un ser bidimensional intuiría a los seres tridimensionales por su proyección en dos dimensiones, por su sombra, y puede pensar que se encuentran en otro mundo, pero lo cierto es que están en el mismo mundo que él, solo que en otro plano que no puede ver. Si tuviera que representar a esos seres tridimensionales, lo haría en dos dimensiones. Hay pues, interrelación entre los planos de la realidad, y un ser de tres dimensiones podría actuar en un plano bidimensional e incluso proyectar su sombra sobre dos dimensiones siendo un ser inter-dimensional. La muerte sería entendida como el paso de un plano a otro de la existencia, siendo la muerte una percepción de nuestra consciencia: consideramos que alguien muere cuando ya no está en nuestro plano de la realidad.
El chamanismo consiste en que ciertos individuos tienen la capacidad para acceder a esos otros planos en determinadas circunstancias, o tienen una segunda visión para percibir a seres que habitan en ellos, especialmente, a los espíritus de los antepasados o de los difuntos en general. Ese otro plano de la realidad, al que muchos han llamado plano astral, y que dividen en diferentes regiones, es el plano al que accedemos durante el sueño o mediante la meditación. Multitud de personas con experiencias cercanas a la muerte afirman haber visto sus propios cuerpos o escuchado conversaciones cuando estaban inconscientes. Deducimos pues que todos, en ciertas circunstancias, podemos acceder a otros planos de la realidad. Pero los chamanes tienen una facilidad superior para ello, tiene una segunda visión, que les permite entrar en contacto con esos mundos, abrir una puerta a esos otros planos.
Así mismo, el tiempo y el espacio son relativos, nosotros intuimos el pasado, el presente y el futuro, pero lo cierto es que no existen como tal, lo que existe es lo que fue, lo que es y lo que puede ser, que nosotros, en nuestra tradición, representamos con las Nornas. Por lo tanto, en otros planos de la realidad, no hay esa diferenciación entre tiempo y espacio, por eso en los sueños podemos viajar a la velocidad del pensamiento de unos lugares a otros, o dar saltos en el tiempo. Partiendo de la base de que, lo que recordamos de los sueños es sólo una mínima parte “decodificada” de lo que hemos soñado, por lo tanto, filtrada y traducida a la realidad que conocemos. El acceso a esos otros planos de la realidad, más allá de nuestra concepción del espacio-tiempo, lleva a ver lo que nosotros conocemos como el futuro. Por eso, las personas con esa segunda visión, los chamanes, pueden adivinar lo que va a acontecer o actuar como oráculos.
Por otro lado, las dolencias físicas tienen una parte espiritual y es posible aliviar una dolencia física actuando sobre el plano espiritual. Muchas enfermedades son meramente psicosomáticas, en otros casos, una buena actitud sirve para curar. Es lo que solemos llamar “efecto placebo”. Por este motivo, los chamanes en la época ancestral que nos estamos refiriendo, también actuarían como curanderos, puesto que no se diferenciaba como ahora la sanación física de la espiritual. La medicina moderna, en una actitud de soberbia y de fetichismo tecnológico, ha subestimado técnicas de medicina tradicional que en otros lugares, especialmente en Asia, tienen grandes resultados. Las persecuciones a las “brujas” durante los siglos más oscuros de la Europa cristianizada tienen la culpa de que gran parte de ese saber milenario se haya perdido en nuestra cultura.
Del mismo modo que el animismo, el chamanismo se desarrolló de forma diferente según la cultura. Tenemos muchos tipos de chamanismo, del que luego surgirán las religiones de la Antigüedad siendo estas prácticas chamánicas la base de la religión en las primeras civilizaciones. No existe, sin embargo, un chamanismo europeo propiamente dicho, pero sí tiene que ver con nosotros el chamanismo de origen siberiano y de los Urales, propio de los pueblos del Ártico que se asentaron en el norte de Escandinavia, como los saami o los ugro-fineses. El chamanismo no surge a la vez en todos sitios, teniendo las primeras formas de chamanismo en Asia más de 14.000 años de antigüedad, pero el origen del chamanismo ártico que nos ocupa, se remonta aproximadamente al 8000 a.C.
POLITEÍSMO
A medida que la sociedad se vuelve más compleja, sus creencias también se empiezan a ocupar de fenómenos abstractos, no sólo de las fuerzas de la naturaleza o de otros planos de la realidad. Muchos ateos se agarran a decir que los dioses son una construcción humana, en un intento de negar su existencia. Pues bien, los dioses son una construcción humana… del mismo modo que las personas lo son ¿duda alguien de la existencia de las personas? Cuando un niño nace sus padres le ponen un nombre, nombre que tiene unas connotaciones concretas, que tiene un significado para ellos. Es el primer acto por el cual se entiende que el recién nacido es parte de la familia, es parte del grupo. Como no nacemos aislados sino que nacemos siendo parte de una cultura, el recién nacido irá adquiriendo los elementos propios de su cultura, desde que aprende a hablar, e irá conformando su propia identidad. La identidad se compone de muchos aspectos: su identidad sexual, su ideología, su religiosidad, sus gustos… y todo ello hace que sea algo más que músculos y huesos, que sea un producto de la cultura, es decir, una persona. Si se acaba con la identidad de alguien, se le destruye como persona, si se acaba con la identidad de un pueblo, se lo destruye como pueblo. Eso es, en el fondo, lo que pretenden hacer quienes promueven una visión materialista de la existencia.
Así pues, si desde un aspecto material tenemos un cuerpo, unos órganos, un esqueleto… que nos hace ser homo sapiens, desde un punto de vista cultural tenemos una identidad que nos hace ser personas y desde el punto de vista espiritual tenemos un alma que es nuestra esencia y nos hace ser parte del cosmos; los dioses también tienen una naturaleza múltiple. Del mismo modo que en matemáticas intuimos el concepto de infinito y podemos representarlo y operar con él, pese a que sea un concepto que nos supera, desde tiempo ancestral nuestra especie ha intuido el concepto de divinidad, lo ha representado y ha operado con él. Así mismo, poniendo el mismo ejemplo, sabemos que hay muchos infinitos (la suma de los números impares es infinita, la suma de los números pares, los múltiplos de cualquier número, los decimales del número Pi…) que no son iguales entre sí, intuimos el concepto de divinidad (como el de infinito) pero sabemos que hay muchos dioses. Nace así el politeísmo.
Un dios o una diosa no es sólo la intuición de un poder sagrado, sino que además es el reflejo del alma del pueblo que los ha creado, que los representa a su imagen y
semejanza y se identifica con ellos, y también les atribuye determinados atributos y características abstractas. Hay varios tipos de dioses, en función de su naturaleza, y el dios o la diosa nos sirven como un canalizador a la hora de central nuestra energía, nuestra espiritualidad, hacia aquello que proyectamos de nosotros mismos, y hacia aquello que buscamos del Macrocosmos hacia nuestro Microcosmos personal.
Por poner un ejemplo claro, los godos tenían a Gaut como su dios nacional, y se denominaban a sí mismos gautas, es decir, descendientes de Gaut, ligándose como un ancestro común con el dios. Así pues tenemos de una parte la intuición de un poder sagrado, la unión con los ancestros y con el propio pueblo, y la construcción de un arquetipo concreto, como Padre, dios de la guerra, de la sabiduría… pues de Gaut evoluciona Wotan, como era nombrado por todos los pueblos germánicos, y finalmente de Wotan deriva la palabra Odín, hasta hoy. Del mismo modo que nosotros como cinco años y con veinte somos la misma persona, pero hemos evolucionado, también evolucionan los dioses y el concepto de Odín en el siglo IX no es el mismo exactamente que tenemos hoy, ni el que tendrán nuestros nietos.
La naturaleza de los dioses es compleja y siendo los mismos dioses, no todos los vemos igual. Pero lo que sí está claro es que los dioses son propios de cada pueblo, precisamente porque han sido elaborados por una cultura, son la proyección del mismo pueblo y de los propios ancestros, por lo que no puede existir un dios universal, todo lo más, el dios de un pueblo barrerá a los dioses del resto de pueblos si su pueblo elimina al resto de pueblos de la Tierra. Del mismo modo que todos hablamos una lengua y no hay una lengua “verdadera” siendo las demás “falsas”, con independencia del número de hablantes que tenga; cada pueblo tiene sus dioses, fruto de su cultura, y no hay unos “verdaderos” frente a otros “falsos”. Los diferentes pueblos irán elaborando su concepción de los dioses, entre ellos los indoeuropeos, que lo harán aproximadamente en el IV Milenio a.C.
El politeísmo indoeuropeo nace en la zona de los actuales India e Irán. Los pueblos indoeuropeos migrarán desde esa zona originaria hacia el este, estableciéndose en Irán, los indo-arios, y conformando el politeísmo indo-iranio posteriormente, propio de la civilización persa y del cual se derivará posteriormente el mitraísmo y el mazdeísmo. Otros migrarán a la actual Europa y a la península de Anatolia, y un tercer grupo se establece en el Valle del Indo, conformando el politeísmo védico, antecesor del hinduismo entre otras religiones.
De la fusión de los pueblos indoeuropeos con los habitantes pre-indoeuropeo del continente, que podemos denominar cromañones, y con los pueblos de origen siberiano establecidos en el Ártico, nace la milenaria cultura europea de la que somos hijos. Los indoeuropeos tenían una cultura guerrera y patriarcal, que se fusionó con la cultura campesina y matriarcal de los cromañones, de pueblos como los vascones, los iberos, los estonios o los etruscos, indo-europeizando también a estos pueblos. Este proceso, en nuestra tradición, se explica mediante la guerra entre los Ases y los Vanes, y la paz entre ellos, con intercambio de rehenes. Así pues, el culto a divinidades telúricas y a las fuerzas de la naturaleza, así como a la Diosa Madre, propio de los cromañones, se fundió con el culto a los fenómenos atmosféricos y los dioses que representan conceptos abstractos, propios de los indoeuropeos, y con el chamanismo del Ártico.
De ese origen indoeuropeo surgen varias familias de pueblos: los germanos, los celtas, los grecolatinos, los eslavos y los baltos, desarrollando cada uno de ellos su propio politeísmo, del mismo modo que desarrollaron su propia lengua y costumbres, pero todos hermanos de sangre y, por tanto, con muchas características comunes. Entre estas características el hecho de la división social en tres estamentos: sacerdotes, guerreros y campesinos; fruto de la fusión entre el sustrato pre-indoeuropeo y los indoeuropeos. Esta división social se plasma en una tríada de dioses principales, que generalmente tienen que ver con estos aspectos, que en nuestro caso serían Odín, Thor y Freyja o Freyr. De esta división triple, el cristianismo derivará a la Santísima Trinidad (que a todas luces es politeísta, por muchas vueltas que le den) y la división social medieval entre clero, nobles y campesinos.
Son muchas las características comunes de las religiones de origen indoeuropeo, pero principalmente podemos entender que hay una cosmovisión formada por las fuerzas primigenias de la naturaleza desbordada (gigantes, titanes, fomorianos…) que representan el caos, en antítesis a las fuerzas de la naturaleza creadora y dadora de vida, y de los dioses atmosféricos y que representan conceptos abstractos, que representan el orden. A diferencia de las religiones del Próximo Oriente, cuya cosmovisión se basa en una antítesis entre el Bien y el Mal, la cosmovisión indoeuropea se basa en la antítesis
entre el Orden y el Caos, que se suceden de manera cíclica: a un mundo le sucede otro del mismo modo que las estaciones se suceden o que hay que morir para volver a nacer.
Entre todos esos politeísmos se encuentra el politeísmo germánico, que surge aproximadamente en el 1700 a.C. Este es origen de nuestra fe actual, aunque lógicamente, después de casi 4.000 años, estando proscrita los últimos diez siglos en toda Europa, nuestra forma de entenderla ha cambiado sustancialmente a como nuestros antepasados la concebían en el II Milenio a.C. No obstante, la esencia sigue siendo la misma, los valores siguen siendo los mismos, que hace 4.000 años. Los dioses de la naturaleza serían los Vanes, los dioses de la guerra, del trueno, de la templanza, de la justicia, de la venganza… serían los Ases, y el chamanismo o la magia rúnica, el seidr y el galdr, procedería del chamanismo ártico. Esta fe dio a los pueblos germánicos, ya fueran godos, francos, longobardos, alamanes, getas, marcomanos, suevos, vándalos, burgundios, hérulos, vikingos… una serie de valores y una visión del mundo.
Esta visión del mundo y esa espiritualidad, persistió en ellos pese al barniz cristiano, y se extendió por toda Europa con las migraciones e invasiones germánicas durante la Edad Media, para fusionarse con el sustrato celta, eslavo, báltico o grecolatino y conformar las naciones europeas, desde los Urales hasta Lisboa. Desde que Islandia se convirtió formalmente al cristianismo por votación de su Althing, para evitar la invasión de los reyes noruegos, en el año 1000, la vieja religión germánica que quedó relegada frente al Cristo blanco del Medio Oriente. Desde que los godos entraron en el Imperio Romano y se inició una lucha entre los partidarios de romanizarse y cristianizarse, liderados por Fravitas, y los partidarios de mantener su identidad y sus creencias, liderados por Eriulfo, hasta los últimos vestigios escandinavos, hubo una dura lucha entre los germanos y finalmente las élites impusieron el cristianismo al pueblo, pues este servía bien a sus propósitos de dominación.
MONOTEÍSMO UNIVERSALISTA
La religiosidad natural de los pueblos, cuando estos son libres y no están sometidos al yugo de una minoría, es totalmente contraria a dogmas e imposiciones, y mucho menos al concepto de universalismo. Nadie, hasta los últimos dos milenios de la Historia de la Humanidad, pretendió “convertir” a otro pueblo a su religión, porque la religión era una cuestión, sobre todo, identitaria. Un celta adoraría a los dioses celtas, un germano a los dioses germanos, un egipcio a los egipcios, un sumerio a los sumerios…
y nadie pretendía a otra cosa. Sin embargo cuando surge la dominación de unos seres humanos sobre otros, surge el Estado y con este, la casta sacerdotal como un órgano separado del resto de la población, que aleja la religión, antaño al alcance de todos, y se autoproclama como único interprete de la Divinidad. No se trata de la función sacerdotal, que antaño llevaban a cabo algunas personas, con especial prestigio social por ser responsables de esta función, pero que a fin de cuentas era fruto de un reparto de tareas (hay quienes se dedican a los dioses, como hay artesanos, campesinos o pescadores). Cuando se establece una casta cerrada, privilegiada, se da el paso de una sociedad jerarquizada pero igualitaria, a una sociedad estratificada, con desigualdades sociales. Es en este momento cuando la religión pasa de ser algo popular, a ser un instrumento de dominación, y se crean los dogmas y el concepto de pecado. Este proceso se dio en el Próximo Oriente, cuna de los primeros Estados, pero en Europa fracasó cuando se produjo en la civilización micénica, siendo los europeos un pueblo libre organizado en Comunidades, pero no en Estados. Cuando estas Comunidades (polis, civitas, confederaciones tribales…) degeneraron, surgen los Estados y se copiaran los usos orientales, propios de la teocracia, en lugar de los usos europeos, propios de una democracia comunitaria, identitaria, donde los hombres libres elegían a sus jefes como primeros entre iguales. Cuando un Estado, parapeto ideológico de una minoría que domina al pueblo, aspira no solo a dominar a su propio pueblo, sino también a otros pueblos, surgen los Imperios. El Imperio es el máximo grado de la dominación política en una sociedad, glorificado hasta la saciedad, sin embargo es el reflejo de la decadencia y la muerte de la libertad. Es en el seno de los Imperios, cuando se pretende acabar con la identidad de los pueblos y convertir así a la gente en masa, fácilmente esclavizable y sumisa, cuando surge el concepto de Dios único y verdadero, frente a los “falsos ídolos”.
No hay que confundir este monoteísmo con la monolatría o el henoteísmo, siendo la monolatría el culto por encima del resto de dioses de uno en concreto, generalmente un dios nacional, pero admitiendo la existencia de otros dioses para otros pueblos; y el henoteísmo la creencia de que todos los dioses son manifestaciones de diferentes aspectos de un único ser divino. Esta corriente henoteísta es una visión filosófica o teológica que puede perfectamente convivir con otras, del mismo modo que hoy en día, en el hinduismo hay escuelas panteístas, politeístas y henoteístas, e incluso
variantes no teístas, y todas son hindúes. Sin embargo lo que ocurrió en el Imperio Romano, cuando el henoteísmo empezó a tener mucha aceptación entre las élites culturales, es que el poder imperial aprovechó esto para tender, poco a poco, hacia el monoteísmo. Del culto al Divino Augusto se fue pasando al culto al César, como dios viviente, copiando los usos orientales.
La influencia asiática del despotismo oriental en el aspecto político, también tuvo implicaciones religiosas, entre ellas la introducción del culto a dioses orientales como Mitra o Cibeles, que fueron asimilados por el panteón romano. Por la influencia oriental surgieron los cultos mistéricos, entre los cuales estaba el hermetismo y el gnosticismo, y que serán el germen de la teosofía y posteriormente del ocultismo y de sociedades secretas como la masonería, los rosacruces, la aurora dorada… así como de religiones que tienen influencias de diversas fuentes, como el Thelema o la Wicca e incluso, por la lógica influencia cristiana, del luciferismo.
Una de las influencias religiosas orientales fue la llegada de la secta judía de los nazarenos, que había sido helenizada por Pablo de Tarso, recibiendo influencias de intentos fallidos de monoteísmo como el atenismo en Egipto así como del monoteísmo persa, el mazdeísmo. Toda esta mezcla de influencias dio como resultado el cristianismo.
En un primer momento el cristianismo fue considerado una superstición y los cristianos fueron perseguidos por negarse a rendir culto al Divino Augusto. Los intentos de instaurar un monoteísmo por parte del Imperio fueron más bien centrados en el culto solar, por influencia egipcia, y se intentó con Helios, pero la tentativa no tuvo éxito. Fue Constantino el que se dio cuenta de que el cristianismo le venía muy bien para consolidar la idea de “un solo Dios, un solo Imperio y un solo Emperador” y despenalizó a los cristianos, creando una versión oficial basada en el dogma trinitario, universal (es decir, católica) para todo el Imperio y desterrando el resto de herejías y sectas cristianas. Construyó la Nueva Roma, Constantinopla, sin un solo templo de la vieja religión romana y convirtió el cristianismo en una religión romana judaizada. Teodosio fue más lejos aún, declarándola religión oficial del Imperio, y proscribiendo a las viejas religiones de Europa. Comenzaba así el largo periodo de 1600 años de persecuciones, hogueras y profanaciones en nombre de la cruz redentora, coincidiendo con la decadencia final y la destrucción del Imperio, sobreviviendo sólo el Imperio oriental.
PAGANOS Y HEATHEN
Como podemos ver, aunque el cristianismo se había expandido entre las capas populares, entre otras cosas porque los cristianos daban asistencia a sus hermanos de fe, cumpliendo una acción social que el Estado romano no ofrecía a sus ciudadanos, convirtiéndose en la religión de los débiles y desfavorecidos; pese a ello, el grueso de la población seguía rezando a sus viejos y ancestrales dioses. La vieja religión fue perseguida, los templos profanados y miles de europeos fueron asesinados por no renunciar a su cultura milenaria y aceptar el judeocristianismo, en el mayor genocidio de todos los tiempos, en nombre de la paz y el amor.
En las ciudades, bajo control de los funcionarios del Imperio, el cristianismo acabó imponiéndose a sangre y fuego, pero en el campo, lejos del control estatal, la gente seguía adorando a sus viejos dioses. Los habitantes del campo, del pagus, eran mirados con desprecio, considerados rústicos y primitivos, y se atribuyó a su ignorancia el hecho de que siguieran aferrados a los viejos dioses en lugar de aceptar “la fe verdadera”. Por eso fueron llamados paganos.
Por extensión se llamó paganos a todos aquellos que no aceptaron la religión cristiana, incluidos los pueblos germánicos y eslavos de fuera del Imperio. En castellano no existe otra palabra aparte de pagano para hacer referencia a esto, pero en inglés hay una sutil diferencia entre el término pagan y el término heathen, que ambos pueden traducirse como “pagano” pero tienen connotaciones diferentes. Para los germanos que vivían fuera del Imperio, cristianizarse era sinónimo de romanizarse. El Dios cristiano era el dios de Roma, por lo que para entrar en el Imperio, situación a la que se veían abocados por la presión de los hunos, era preciso ser cristianos. Esto, amén de otras ventajas para los caudillos germánicos, que ya empezaban a proclamarse reyes asumiendo el ceremonial y los usos romanos, hizo que la mayoría de estos pueblos se bautizara en masa, siendo, como es natural, una conversión puramente nominal. Los germanos eran fundamentalmente una población rural, por lo que la antítesis entre el habitante de las ciudades y el pagano, que vivía en el campo, no tenía mucho sentido. Muchos de estos pueblos se convirtieron a alguna herejía cristiana en lugar de a la variante católica oficial, para mantener su identidad y no disolverse entre la cultura romana. Tal fue el caso de los godos y su conversión al arrianismo. La diferencia entre los germanos no era entre los que son rústicos y aún creen en “los falsos ídolos”, como promovería la propaganda cristiana en el Imperio, sino entre los que conocen a Dios y los que no lo conocen, siendo estos, los primitivos, salvajes, bárbaros… y los cristianos los civilizados.
La palabra inglesa heathen deriva del inglés antiguo hæðen y del nórdico antiguo heiðinn, que a su vez parece derivar del gótico haiþno, término con el que Ulfilas traduce la expresión “gentil” en la Biblia traducida a la lengua goda, palabra usara para referirse a los no judíos y, por extensión, a los no cristianos o musulmanes. Lo mismo sucede en euskera con el término jentil, que se traduce también por pagano, para referirse a los vascones que seguían adorando a sus viejos dioses. Aunque ambos términos, pagano y gentil, son usados peyorativamente, lo cierto es que hoy en día la mayoría de creyentes de las religiones nativas europeas se reconocen como paganos o como heathen con orgullo, precisamente por ese rechazo al Dios cristiano, reivindicando la pureza del campo y sus viejos valores ancestrales (para el término pagano) o el hecho de no conocer, ni querer conocer, al “Dios verdadero” (para el término heathen).
PROSCRIPCIÓN CRISTIANA
Desde el Edicto de Tesalónica del año 380 se inició una persecución paulatina de las viejas religiones europeas. Se talaron arboledas sagradas, se profanaron santuarios, se destruyeron estatuas de los dioses… y se destruyó gran parte de la milenaria cultura europea. Se produjo el exterminio de miles de europeos para mayor gloria de Jehová y su clero… pero no pudieron exterminar el alma europea. Después de las persecuciones imperiales, se produjeron persecuciones por parte de los reyes germanos conversos al cristianismo, algunos de ellos considerados santos por la Iglesia, como Olav II de Noruega. Se glorificó como santos de la Cristiandad a los responsables del genocidio europeo, como San Patricio en Irlanda, que exterminó a cientos de paganos celtas y sin embargo hoy se celebra esa efeméride como fiesta nacional irlandesa. Carlomagno emprendió guerras para convertir por la fuerza a paganos sajones y eslavos, llevando a cabo atrocidades contra ellos. La Orden Teutónica masacró a los baltos en la Cruzada contra Lituania… el número de matanzas y crímenes en nombre del Dios único de los
cristianos es incontable, pero aunque llenaron de sangre la Madre Europa, la cultura europea sobrevivió bajo el barniz cristiano.
Hubo criptopaganos hasta bien entrada la Edad Media, sobre todo en algunas zonas, más o menos tolerados por los poderes cristianos. Pero el cristianismo, para poder imponerse, tuvo que paganizarse totalmente. Las fiestas cristianas son todas de origen pagano, las órdenes de caballería tienen más que ver con los viejos valores europeos que con el “poner la otra mejilla” de la Biblia, el folclore, las leyendas populares, la música, la literatura… la vieja espiritualidad europea sobrevivió pese a todo.
En el caso de la religión germánica, que es el que nos ocupa, las Eddas fueron escritas en el siglo XII por Snorri Struluson, preservando la memoria de nuestros dioses y mitos. Las sagas, las historias populares… nos han llegado hasta hoy, trasmitiendo el legado de nuestro pueblo. Lógicamente, cuanto más al norte, cuanto más superficial fue la cristianización y más tardía, más viva está la vieja religión. Sin embargo en España tenemos una gran cantidad de elementos en el folclore popular de origen germánico: los “martinicos” en Castilla no son sino duendes, los “malismos” son trolls, la Santa Compaña es la Hueste Salvaje de Odín, la leyenda de San Jorge y el dragón no es sino la de Sigfrido, los hombres-lobo… el folclore popular español está lleno de elementos de claro origen germánico, celta o latino, en ocasiones cristianizados.
Aunque formalmente cristiana, la sociedad europea ha seguido celebrando sus fiestas y manteniendo, aunque judaizados, los valores de sus ancestros, resistiéndose a morir y celosa de su identidad frente al universalismo. El cristianismo de España no fue igual que el de Francia, el de Italia o el de Alemania y cuando se produce el cisma protestante en el siglo XVI, lo que hay es una intención de crear Iglesias nacionales frente a la Iglesia de Roma, lo cual se tradujo en ocasiones en el cisma, y en otras, en el regalismo y en hacer del catolicismo una política de Estado. Con el Renacimiento se produce una vuelta a la cultura clásica y se inicia el lento pero imparable proceso de descristianización de Europa.
RESURGIR DE LAS RELIGIONES NATIVAS
A partir del siglo XVIII, con la Ilustración, se empezó a cuestionar muchos de los dogmas del cristianismo, en un clima de mayor tolerancia religiosa tras las guerras
de religión y el fanatismo que había caracterizado los dos siglos anteriores. Surgieron muchas corrientes filosóficas cristianas que buscaban una explicación racional de Dios y empezaron a popularizarse entre los intelectuales corrientes como el panteísmo o el deísmo, alejadas del dogmatismo. Este clima propició la investigación y la recuperación de las viejas formas de religiosidad europeas en el siglo XIX, dentro del movimiento romántico, en el contexto de profundizar en la cultura y las raíces de los pueblos. El Romanticismo fue una exaltación de lo nacional frente a lo universal, en todos los aspectos, y ello llevó a que se retomara un gran interés por las viejas formas de espiritualidad.
Es en el siglo XIX cuando surge la Etenería o Etenismo, castellanización del término inglés Heathenry, derivado de heathen, término que he explicado anteriormente. Surge dentro del movimiento romántico alemán y escandinavo, así como en el contexto del “revival” vikingo de la Inglaterra victoriana. El estudio de los pueblos germánicos y el nacionalismo, plasmado en el arte y en la música, sobre todo en la obra de Richard Wagner, impulsó notablemente la recuperación del viejo politeísmo germánico, pero mezclado con el esoterismo, el misticismo y una gran variedad de corrientes ocultistas. En estos tiempos, había una sed de conocimiento, pero después de siglos de persecución cristiana, la vieja religión estaba muy mezclada con otras cosas. Al tiempo que se inicia un movimiento para recuperar el paganismo germánico, ocurre lo mismo con otras religiones nativas europeas, siendo el siglo XIX el periodo en el que surge el Druidismo a partir del politeísmo celta, el Rodismo a partir del politeísmo eslavo, la Romuva y la Dietruba, a partir del politeísmo báltico o el Dodecateísmo a partir del politeísmo griego.
La primera vez que se emplea la palabra “Ásatrú” es en la ópera Olaf Trygvason del compositor noruego Edvard Hagerup Grieg, en 1870. Es una etapa que podríamos llamar de proto-Odinismo, puesto que la religión aún no estaba conformada como tal, estaba empezando a aflorar en medio de las brumas y todavía con una grandísima contaminación judeocristiana. A finales del siglo XIX, dentro del ocultismo y el esoterismo alemanes, nació la ariosofía en Austria, como un sistema ideológico esotérico que mezclaba muchos elementos, entre ellos runas y elementos paganos germanos, pero con un significado muy distorsionado. Uno de sus impulsores, Guido von List, uso el nombre de wotanismo para esta corriente. El wotanismo sería la base del misticismo nazi durante los años 30 del siglo XX, mezclándose con ideas supremacistas y siendo posteriormente, tras la II Guerra Mundial, retomado e impulsado por David Lane. En medio de ese caldo de cultivo en el que se mezclaba esoterismo y ocultismo, cristianismo heterodoxo y un intento de recuperación de la vieja religión germánica, es cuando nace en Australia la Iglesia Anglicana de Odín, también con un carácter más supremacista que religioso, impulsada por Alexander Rud Mills. Rud Mills era un militante de extrema derecha cuyas ideas religiosas eran una mezcla entre el cristianismo, el esoterismo y el paganismo germánico, que sin embargo escribió muchos artículos relacionados con el odinismo. Del mismo modo que en este proto-odinismo nos encontramos figuras de extrema derecha como Rud Mills, también hay que destacar al escritor alemán Ludwig Fahrenkrog, fundador de la Deutscher Bund für Persönlichkeitskultur que impulsó la recuperación de la religión germánica pre-cristiana, siendo su obra censurada por el III Reich, en 1934.
Pero sin duda la figura fundamental del odinismo, tal y como lo conocemos ahora, es la danesa Else Christensen, la Madre Folk. Else, perseguida junto a su marido tras la ocupación nazi de Dinamarca y refugiada después en Canadá, tuvo conocimiento en los años 60 de la obra del proto-odinista Rud Mills, y leyó su obra La llamada de Nuestra Vieja Religión Nórdica, lo que le llevó a conocer a su viuda en Australia, creando en 1969 el Grupo de Estudios Odinistas, posteriormente llamado Hermandad Odinista. Else Christensen, a través de su informativo The Odinist, fue la gran impulsora del Odinismo moderno, tal y como lo entendemos hoy, razón por la que está considerada como la gran Madre del Odinismo.
El impulso de Else y de la Hermandad Odinista fue lo que posibilitó el que desde los años 70 fueran surgiendo confesiones nacionales en casi todos los países. En 1972 se fundaba la Ásatrúarfélagið en Islandia, impulsada por Sveinbjörn Beinteinsson, reconocida por el Estado islandés al año siguiente, siendo la primera confesión odinista reconocida por un Estado soberano en el mundo, precisamente en Islandia, el último país en abandonar de forma oficial la vieja religión germánica en el año 1000. En 1973 se fundaría el Odinic Rite en Inglaterra y en 1974 la Ásatrú Free Assambley en Estados Unidos, impulsada por Steve McNallen. En lo referente a nuestro país, en 1981 se funda el Círculo Odinista Español, impulsado por Ernesto García, precursor de la actual Comunidad Odinista de España. La restauración y reconocimiento oficial de la vieja fe puso fin a 1600 años de persecución, pero lógicamente no es el final del camino.
ACTUALIDAD
La religión es algo vivo y, como hemos ido viendo, nuestra fe tuvo que pasar un largo invierno de persecución, pero no llegó a morir nunca. Del Odinismo han surgido, como es normal, varias tendencias, destacando el Ásatrú y el Vanatrú, como las principales variantes. Si hace un siglo estábamos saliendo de las brumas, hoy ya somos una religión consolidada, aunque minoritaria, como si nuestros dioses, que nunca llegaron a morir, hubieran comido otro bocado de la manzana de Idunn y tras ese largo invierno, por fin, volviese la primavera. No hay que borrar los 1600 años de cristianización de Europa, porque como en otras ocasiones he dicho, bajo el barniz cristiano estaba el alma europea latente. Se trata sencillamente de re-europeizar Europa, de eliminar lo extraño, lo que nos fue impuesto, y restaurar lo nuestro.
Recrear no es hacer arqueología de la fe y pretender copiar lo que hacían nuestros antepasados en el siglo X como si nada hubiese pasado. Es, como la palabra indica, re-crear, volver a crear, pero desde el conocimiento y desde la tradición que nos ha llegado. Somos un puñado de fieles, pero del mismo modo que aunque sólo unos cuantos cristianos vayan a misa los domingos la cultura cristiana es mucho más amplia, nuestra cultura odinista se proyecta más allá de las creencias.
La literatura, la música, el arte… todo está impregnado de nuestros valores. Mucha gente, aunque quizás no sabe ponerle nombre, tiene los viejos valores nativos europeos en su corazón, pese al lastre del cristianismo. Los valores pueden haberle llegado porque le gustan los videojuegos o juegos de rol basados en la mitología nórdica, porque le gustan grupos de heavy metal como Manowar o el viking metal, porque le gusta el neo folk, porque le gusta la literatura y se ha leído las Eddas o alguna saga, porque le gusta la recreación histórica o la historia en general, porque le gusta la esgrima medieval… nosotros no somos ni hemos sido nunca proselitistas, precisamente nuestra fe se basa en que es propia de un pueblo por lo que no pretendemos “convertir” a nadie, somos lo contrario al universalismo, no hay nada parecido a la evangelización en nuestro credo.
Pero sin embargo si podemos, y debemos, extender nuestros valores, dar ejemplo a la sociedad, crear clanes y comunidades fuertes que funcionen de otra manera y servir de luz, ser una antorcha en medio de un mundo de oscurantismo en el que ya no es el enemigo el cristianismo, puesto de rodillas, sino el materialismo anti-religioso y la crítica destructiva que hace de la civilización occidental, preparando la entrada de un enemigo joven y fanatizado, como hace mil años eran los cristianos y de la misma raíz abrahámica: el islam. La Modernidad, el individualismo liberal, el materialismo, el marxismo cultural y las ideologías que han partido de él, es lo que realmente nos supone una amenaza hoy. Todo ello, bajo la gran mentira del universalismo, la globalización, la multiculturalidad.
La guerra hoy es entre quienes quieren una humanidad sin alma, mestiza, con una cultura global, con un idioma global, individual, sin ningún tipo de sentimiento de identidad, de sentimiento comunitario… en otras palabras, una humanidad anti-humana; frente a los que defendemos que cada pueblo, cada etnia, debe mantener su tradición, sus costumbres, y relacionarnos los unos con los otros en pie de igualdad. Los que no queremos conquistar a nadie, ni someter a nadie, pero por lo mismo tampoco nos vamos a dejar conquistar y someter por nadie. Los que no queremos ser esclavos ni tampoco amos.
Esa guerra se libra en muchos frentes, el cultural, el ideológico, el político… pero el principal de todos, el pilar que nos puede hacer vencer, es el espiritual. Quienes desean dominar a la Humanidad nos pueden quitar todos los bienes materiales que quieran, nos pueden perseguir y hasta matar. Pero no nos pueden quitar el alma, salvo que renunciemos a esa parte de nosotros, salvo que aceptemos su concepción materialista de la existencia. Por eso es importante conocer nuestras raíces, saber que el odinismo y las religiones nativas de hoy, tanto en Europa como en toda la Tierra, tienen un origen ancestral milenario, llegar hasta lo más profundo de nuestra alma y del alma de nuestro pueblo para conocerlo, para amarlo, que a fin de cuentas, es amarnos a nosotros mismos. Ese amor propio, a la propia identidad, es lo que no quieren que tengamos.
Somos algo vivo, no somos algo del pasado sino del presente y de lo que seamos capaces de construir, pero hemos recogido un legado milenario y nuestra obligación es dejárselo a nuestros hijos, mejor y más grande de lo que lo hemos recibido. Nuestra civilización no puede perderse en el olvido, no dejemos que talen nuestras raíces.
José Manuel
Jarl de Fauces de Tormenta y Delegado de la Comunidad Odinista de España en Andalucía
Buenas aca en Uruguay como asatru autodidacta es medio difícil encontrar la información mas razonable entre el reconstruccionismo cerrado y los sincretismos new age asi como tampoco hay mucho material didáctico en español pensando en mi hijo que tiene ocho años asi que no se si es el lugar adecuado pero quisiera sugerencias sobre todo de versiones reducidas de las sagas para el y tambien alguna buena traducción para mi por mi parte me llevo bien con el ingles pero las.buenas traducciones me han resultado un poco densas gracias y wassail
Entiendo lo que me dices, Sagas para niños, creo que tenemos algo….Tienes muchísima razón, deberíamos crear unas versiones «light» para los peques, ¡muy buena idea! Te contesto en privado cuando las encuentre. Un saludo