Al introducirse el cristianismo en los diferentes países de Europa, los misionarios solían proceder a menudo con mucha tolerancia y precaución. En lugar de destrozar completamente los templos paganos, los habilitaban para el culto nuevo, contentándose con cambiar los nombres de los dioses paganos a los cuales substituían el de Cristo o en muchos casos el de algún santo que por sus cualidades o sus atributos más correspondía a la divinidad destronada. Así conseguían implantar el cristianismo poco a poco adaptándose a la vida y a las costumbres del pueblo para no ofender su mentalidad. Este procedimiento lo recomienda singularmente el papa Gregorio hacia el año 600 a San Agustín, cuando éste se disponía a convertir al cristianismo a los anglosajones de Inglaterra. A esto se debe en parte el hecho de que las divinidades primitivas se hayan conservado en la memoria de los pueblos durante muchos siglos y hasta hoy, pero no como antiguos dioses, sino convertidos en diablos o espíritus malignos o degradados en duendes y trasgos o espectros. Fué Schulten el que primero observó que en las costas de España existen en diferentes lugares capillas dedicadas a Santa Marina donde antiguamente parecen haberse hallado templos de Venus Marina, patrona de los navegadores griegos y romanos. La santa cristiana desposeyó a la diosa Venus heredando de ella con el culto y la veneración tributados a aquélla el templo y hasta su nombre. En Alemania el dios principal de los antiguos germanos de la Europa central, Wodan, ha sobrevivido en muchas regiones hasta hoy día, convertido en cazador feroz Wode o Woden, el cual suele recorrer los campos de noche en medio de un tropel confuso de almas y espíritus y acompañado de una jauría furiosa de perros de caza. Cualquiera que se encuentre con esta cuadrilla bravía, debe acostarse en el suelto para evitar las amenazas del cazador, hasta que haya pasado por completo. Bürger, Goethe y otros poetas aluden en sus poesías a esta creencia popular que, en el fondo, no es otra cosa que un ejemplo más de la tendencia de los pueblos arios primitivos de ver en todos los fenómenos de la naturaleza, como rayos, tempestades, vientos, terremotos, etc., una manifestación de la acción o de la voluntad de algún numen divino.
Esta misma idea nos sugiere un dicho conocido en ciertos puntos de Goyerri de Guipúzcoa. Cuando un golpe de viento pasa rápidamente arrastrando consigo hojarasca y sacudiendo los árboles más firmes con un ruido extraño que recuerda un revoltijo de voces confusas y el aullido lejano de perros suele decir el vulgo «An dabiltz eiztarie ta txakurek», «ahí andan el cazador y los perros». Esta frase seguramente representa un resíduo de alguna creencia antigua o hasta de mitología (1), En la imaginación de los antiguos germanos vivía toda una familia de espíritus del viento, y aún hoy día se llama en alemán a un remolino fuerte o a una tromba «Windsbrautr», lit. «novia del viento». En vascuence no encuentro fuera de la frase citada más ejemplo que la palabra sorginaize. «remolino», lit. «viento de bruja». Schlender en «Germanische Mythologie» (pág. 46), dice expresamente que también entre los germanos se creía que las brujas eran almas de mujeres difuntas o aún vivas que atravesaban el aire ya invisibles, ya en forma de algún animal. Por otra parte la palabra vasca sorginaize admite la explicación de ser la obra de una bruja maléfica, ya que a éstas se les atribuía el poder de valerse de las fuerzas destructoras de la naturaleza, entre las cuales los remolinos de viento y las trombas eran las más temidas, porque aniquilaban las mieses. Pero aún fuera de la esfera mitológica los germanos propendían a concebir como animadas las cosas inanimadas de la naturaleza.
Así llamaban «caballos» o «jinetes» a las nubes que corren rápidamente empujadas por el huracán y a las olas azotadas por la marea hacia la playa, cuyas crestas blancas y espumosas se les antojaban las crines de los caballos. Esta metáfora se conserva durante muchos siglos como giro poético en las canciones tanto anglosajonas como escandinavas y alemanas. No puede menos de acordarse de esto el que ve que en vascuence se llama comúnmente en todos los dialectos zaldizko, es decir «jinete» a la columna de lluvia. En la Guipúzcoa meridional se usa además en el mismo sentido mandako, lit. «muleto». El caballo y sobre todo el caballo blanco o negro es con frecuencia símbolo o atributo de ciertas divinidades en varias mitologías, así como el águila lo es de Júpiter, el mochuelo de Palas Atena y el cuervo de Wodan u Odin.
Las leyendas que sobre la Dama de Amboto o de Akategi corren en Guipúzcoa suelen contar que ella fué primero una chiquilla inocente que huyo de su casa después de haberla maldecido su madrastra por una falta insignificante. En una versión que recogí en Amézqueta se dice que ella escapó de casa zaldi zuriren gañen, «montada en un caballo blanco». Hay un toponímico en el monte Aizgorri —no recuerdo si se trata de un peñasco o de una pradera— llamado por los pastores Beorzurieta lo que significa «lugar de la yegua blanca», y que no dista mucho de los lugares donde se supone residía la Dama de Akategi. Por fin hay una locución curiosa en Legazpia que parece ser del caso. Cuando durante la siega del trigo los niños quieren descansar o tumbarse agobiados por el calor y la galbana, se les anima a seguir trabajando diciéndoles «Ekin lanai! Bestela zaldi zurie etoriko zatzue», «¡A trabajar, sino os vendrá encima el caballo blanco!» Los que se valen de esta frase para amenazar a los chiquillos perezosos en la cosecha ya no saben dar cuenta ni de su origen ni de su verdadero sentido. Permanecería bastante misteriosa esta locución si no tuviéramos referencias semejantes en el folklore de otros países. Así según E. H. Meyer «Germanische Mythologie» (§ 144) se emplea en el sur de Alemania en circunstancias parecidas como amenaza el dicho «Die schwarze Kuh (der schwarze Ochs) drückt (tritt) ihn», es decir «la vaca negra (el buey negro) le aprieta (le pisa»). No cabe duda que esta «vaca negra» no es más que una pesadilla o íncubo que sorprende a sus víctimas cuando están dormidos. Este íncubo se confunde en el folklore alemán con los duendes guardadores de las mieses y los espíritus de los campos sembrados que suelen aparecer ya en forma de animal (lobo, perro, jabalí, etc.), ya en forma humana: Hafermann o sea duendecito de la avena, o Kornmuhme, es decir duendecita del grano. En un pequeño poema basado en una superstición popular Kopisch advierte a los niños que no entren en las mieses para coger flores porque la duendecita de los trigos anda en ellas:
«Lass stehen die Blumen!
Geh’ nicht in’s, Korn!
Die Roggenmuhme
Zieht nun da vorn:
Bald duckt sie nieder,
Bald guckt sie wieder
Sie wird die Kinder fangen,
Die nach den Elumen langen.»
Es muy probable que el zaldi zurie de la frase de Legazpia tenga algo que ver con estas creencias y particularmente con el temor a las pesadillas que transformadas en vaca negra amenazan el sueño del que está durmiendo pacíficamente; pues, si bien recuerdo, se les prohibe a los chiquillos precisamente el quedar dormidos en el campo. Alguien ha dicho y no pocos han repetido que el País Vasco está más que otros tan impregnado de espíritu cristiano que ya no queda rastro de su paganismo o religión primitiva. Se me figura que ese dictamen es un poco exagerado, pues en la mayoría de los países al menos en la Europa Central y Occidental ha sucedido lo propio. Las noticias relativas a la religión de los alemanes antiguos y de los galos v. gr., se deben casi exclusivamente a los historiadores romanos y no quedan en las literaturas nacientes de los respectivos pueblos sino vagas alusiones al paganismo primitivo, cosa nada extraña siendo los monjes los únicos que supieran escribir. Carlomagno, es verdad, hizo recoger y coleccionar las antiguas canciones y los poemas épicos de los francos, pero su hijo Ludovico las mandó quemar por su carácter pagano granjeándose así el epíteto de «el Pío» al mismo tiempo que la simpatía del clero ya menos tolerante que los misioneros del siglo siete. Si a pesar de esto el folklore ha conservado hasta hoy día muchas costumbres y leyendas relativas a duendes, trasgos y espíritus que en gran parte no son otra cosa que divinidades que han descendido en categoría, sería sorprendente que no sucediera lo propio en el País Vasco. No es probable que se llegará a levantar algún día un sistema completo de mitología vasca, pero sí será posible deducir del estudio comparativo del folklore y de vocablos y locuciones como los arriba citados datos importantes para el conocimiento de las creencias de los vascos en la época gentil.
Hannover, 11—I—1931.
Gerhard BÄHR