Cruce del Danubio
En el año 375, las tribus euroasiáticas de los hunos, se desplazaron desde las estepas asiáticas del sur de Rusia hacia el oeste presionando y desplazando a su vez a los ostrogodos. Atanarico II con los visigodos intentó detenerlos en el río Dniéster, pero los hunos consiguieron atravesar el río nadando con sus caballos y los visigodos huyeron. Atanarico se retiró para hacerles frente con su séquito a Transilvania y los líderes visigodos Frigiterno y Alavivo se dirigieron al Danubio para pedir permiso a los romanos para cruzar el río y ponerse a salvo.
El emperador Valente se encontraba en Asia (probablemente en Antioquía) donde los embajadores de Frigiterno se presentaron ante él. Le contaron el terrible peligro al que estaban expuestos sus compatriotas y prometieron que si se les concedía un hogar en Tracia, los visigodos se convertirían en sus fieles y obedientes súbditos. La respuesta tenía que darse de inmediatamente. Tras consultar a sus consejeros, se les autorizó a cruzar la frontera.
Se enviaron órdenes a los gobernadores romanos a orillas del Danubio para que hicieran los preparativos para llevar a los visigodos al otro lado del río, y cuando se reunió un número suficiente de barcos, comenzó la gran inmigración. La condición era los visigodos tenían que entregar las armas al pisar el suelo romano.
Día tras día, desde la madrugada hasta la noche, el ancho río estaba cubierto de embarcaciones, en las que los godos se apiñaban con tanta avidez que muchos de ellos se hundieron durante la travesía, ahogándose todos los pasajeros.
Al principio los romanos trataron de contar y controlar a la gente cuando desembarcaban, pero el número de ellos era tan grande, que tuvieron que desistir.
Se instalaron en la provincia de Mesia, en las actuales Bulgaria y Serbia. Unos 75.000 visigodos de los cuales 15.000 serían guerreros, con unos 5.000 carromatos a los que se sumaron un grupo ostrogodos que ya habían entrado furtivamente en el Imperio y serían unos 30.000 de los cuales 7.000 serían guerreros, presentándose voluntarios para cultivar y defender la zona fronteriza escasamente poblada.
Si los godos al principio sintieran agradecimiento a los romanos por darles un refugio seguro de sus salvajes enemigos, su gratitud pronto se convirtió en ira feroz cuando se enteraron de que sus hijos iban a ser tomados, y enviados lejos a distintas partes del Imperio. La razón de esta cruel decisión era que los romanos pensaban que los godos se apaciguarían cuando supieran que sus hijos podrían ser asesinados si se producía una rebelión.
Todo parece indicar que los godos cumplieron con su cometido esta vez y que fueron los romanos los causantes de que el frágil equilibrio se rompiera dos años después. Los Balcanes eran una zona pobre, y los funcionarios romanos en la región recurrían a todo tipo de corruptelas para prosperar. De entre todos los funcionarios que comenzaron a inflar los tributos en exceso y acosar a los godos con la intención de arrebatarles hasta el último fruto de su trabajo destacaba especialmente el avaricioso «Conde» (Comes, gobernador y recaudador de impuestos) de Mesia, Lupicino, y su ayudante Máximo.
Estos hombres controlaban el suministro de alimentos, y lo repartían a los godos a precios prohibitivos, prohibiendo a todos los demás venderlos a un precio más bajo. Presionados por el hambre, los miserables tenían que entregar un esclavo por el precio de un pan, o diez libras de plata (5 kilogramos) por un animal, y fueron a menudo obligados a alimentarse con carne de los perros o de los animales que habían muerto de enfermedad. Algunos incluso vendieron a sus propios hijos, diciendo que era mejor dejarlos entrar en la esclavitud para salvar sus vidas que mantenerlos donde morirían de hambre.
Durante todas estas terribles penurias, Frigiterno consiguió evitar que sus seguidores comenzaran a rebelarse, e incluso alivió sus necesidades saqueando a sus vecinos.
Una gran concentración de ostrogodos que no se habían sometido a los hunos le pidieron al Emperador que también pudieran cruzar el Danubio y convertirse en súbditos romanos. Por supuesto, la petición fue rechazada, pero encontraron un lugar sin vigilancia, cerca de la desembocadura del Danubio y cruzaron el río, uniéndose a Frigiterno.
Lupicino, el gobernador de Mesia, había invitado a Frigiterno y los otros jefes a un banquete en Marcianópolis, y fueron acompañados por algunos asistentes al palacio, y el pueblo godo estaba acampado fuera de las murallas de la ciudad. Mientras se celebraba la fiesta, surgió un alboroto en las puertas de la ciudad entre los soldados romanos y los hambrientos godos, que vieron ante ellos un mercado bien provisto de alimentos, donde se les impedía comprar.
Algunos de los soldados fueron asesinados, y la noticia de lo sucedido fue mantenida en secreto por Lupicino, quién dio órdenes para la matanza de los godos. Frigiterno oyó el clamor, y pronto adivinó lo que había sucedido. Se dirigió al campamento godo, contando su historia a sus compatriotas y anunciaron que la paz con los romanos se había terminado. Los godos rompieron en gritos salvajes de aplausos mientras escuchaban la tan deseada declaración. Dijo es «Mejor perecer en la batalla que sufrir una muerte prolongada por el hambre«. Muy pronto el sonido de las trompetas góticas advirtió a la guarnición de Marcianópolis que debían prepararse para la guerra.
Batalla de Marcianópolis 377
Lupicino reunió a toda prisa las fuerzas pudo, y salió al encuentro del enemigo; la lucha fue dura y en mitad de la batalla, Lupicino huyó para su vida antes de que la batalla estuviera decidida, y se refugió en la ciudad. Ahora los godos repararon sus privaciones pasadas saqueando a la gente inocente de las provincias de Tracia. A ellos se unieron algunos regimientos godos que estaba al servicio imperial, que habían sido empujados a la rebelión por la loca insolencia de los romanos; y también los esclavos que trabajaban en las minas de oro de Tracia, que estaban contentos de servir a los godos como guías, y de mostrarles dónde estaban escondidos los víveres y los tesoros.
Las fuerzas de Ricomeres y Frigérido reunieron sus fuerzas con Trajano y Profuturo en Ad Salices (los Sauces), Frigérido tenía problemas de salud, posiblemente gota, los ostrogodos se encontraban en su campamento fortificado de carros o laager. El ejército romano estaba al mando de Ricomeres, tenía de 5.000 a 6.000 infantes y unos 1.000 jinetes, muchos de ellos de mala calidad. Había limitanei locales, tropas venidas de Armenia no acostumbradas a pelear contra germanos y auxiliares traídos desde la Galia muy mermados por las deserciones.
El ejército godo no debía muy superior en número a los romanos, si estos hubieran presentado batalla. Algunos ostrogodos estaban armados con equipo romano y tenían algunos desertores romanos entre sus filas. Llevaban a sus familias en los carromatos.
Ricomeres no tenía fuerzas suficientes para asaltar el campamento, así es que espero a que los godos se moviesen para buscar comida o forraje. Los godos por su parte enviaron mensajeros en busca de las partidas que estaban diseminadas para reforzarse. Cuando consideraron que eran lo suficientemente fuertes, presentaron batalla. Salieron del laager y desplegaron. Los romanos posiblemente en una línea y una reserva. Los godos desplegaron con más fuerzas en su flanco derecho.
Ambas fuerzas se acercaron y cuando estuvieron cerca, ambos bandos lanzaron sus habituales gritos de batalla e insultos. Luego se lanzaron una lluvia de proyectiles y finalmente chocaron. La batalla duró todo el día, el ala izquierda romana fue puesta en retirada pero llegaron refuerzos de la reserva a ese lado y consiguieron restablecer la situación. No hubo un ganador claro y ambos ejércitos se retiraron a sus respectivos campamentos con fuertes pérdidas, los godos se encerraron en el laager y no salieron durante una semana.
Las pérdidas romanas fueron tan grandes que tuvieron que retirarse a Marcianópolis, dejando el camino abierto a los godos, que una vez recuperados, continuaron su avance hacia Marcianópolis donde se les sumó un contingente de alanos y hunos, que habían cruzado el Danubio. Posteriormente, llegaron a Dibaltum y de allí a Beroia para unirse a Frigiterno. Tras su victoria anterior, a Frigiterno y sus tervingios ya se le habían añadido otros grupos de ostrogodos hasta alcanzar los 15.000 combatientes, este nuevo contingente le aportaba quizás unos 4.000 nuevos guerreros, la mayoría a caballo.
Ricomeres con sus escasas fuerzas intentó cerrar los pasos de montaña en los Balcanes, fortificándolos con fosos y empalizadas. Después se fue a la Galia en busca de refuerzos. Los godos pidieron ayuda a los hunos y alanos que se unieron, consiguiendo forzar los pasos. Los romanos se replegaron a las ciudades fortificadas, evitando el enfrentamiento a campo abierto. Pero no desperdiciaban la oportunidad para contraatacar si estaban en ventaja como en Bibaltum. Un oficial observó a los godos saqueando la zona, y no dudó salir y atacarlos con una unidad de cornuti y caballería, pero tuvo que retirarse ante la llegada de una fuerza muy superior de caballería.
Frigérido se retiró al oeste para cerrar el paso de Succi, con el fin de evitar el acceso al Imperio Occidental.
Mientras la nueva tropa goda luchaba en Ad Salices, Frigiterno se había refugiado en las regiones montañosas de los Balcanes donde había quedado inmovilizado porque Flavio Saturnino, comandante romano en la comarca, había bloqueado los pasos esperando que los godos murieran de hambre. La estrategia de Saturnino hubiera podido tener éxito, pero el fracaso de Ricomeres para detener la nueva horda goda en Ad Salices, hizo que tuviera que retirarse hacia el sur, al ser amenazado por retaguardia por el nuevo ejército godo.
Quedó a cargo de la situación el general Sebastián, que organizó una exitosa campaña de guerrillas con el objetivo de debilitar a los godos y darle tiempo al Emperador de reunir un poderoso ejército.
Batalla de Adrianópolis (9 de agosto del 387)
La rebelión de los godos cogió por sorpresa a Valente en la ciudad siria de Antioquía, desde donde estaba planificando una campaña contra el imperio Sasánida persa. Aprovechando un pequeño respiro en esa zona, Valente dirigió el trasvase de tropas veteranas desde la frontera oriental a los Balcanes, donde acabó formando uno de los mayores ejércitos romanos de la época.
En Adrianópolis se instaló el campamento y se guardó el tesoro imperial destinado a pagar la campaña. Se reunieron una infantería de 16.000 hombres mandados por el magister peditum Trajano, que disponía de 7 legiones, cuyo núcleo estaba formado por 5.000 hombres veteranos de las legiones palatinas, la élite del ejército romano del momento, ayudados por los auxiliares palatinos y otros tipos de auxiliares. La caballería mandada por el magister equitum Saturnino, estaba constituida por 5.000 jinetes de los cuales 1.500 eran la élite de la guardia imperial (Schola Palatinae), cerca de 1.000 eran équites palatinae y 1.500 eran équites comitatenses. En este último grupo se incluían importantes unidades de caballería árabe y arqueros a caballo.
Los visigodos habían recibido una instrucción similar a la de los romanos, pues muchos habían servido en el ejército romano. Por muy grande que fuera el ejército reunido por Valente, este seguía siendo menor que el de los godos. Valente estaba esperando que se sumase las fuerzas mandadas por su sobrino Graciano el Joven, emperador de Occidente.
Frigiterno sabía que probablemente eran superiores y que aún podían hacerles mucho daño, por lo que trató de contrarrestar esa diferencia multiplicando todavía más sus numerosas tropas. Los emisarios visigodos recorrieron las zonas circundantes e incluso volvieron a cruzar el Danubio para entrevistarse con los pueblos que habitaban allí, entre ellos sus viejos enemigos hunos. Las gestiones dieron un considerable éxito, pues consiguieron el apoyo de los alanos, ostrogodos y otras tribus bárbaras menores. Incluso se unieron al ejército varios centenares de hunos y refugiados romanos (esclavos fugitivos, desertores, etc.) a título personal. Así pues, el ejército inicial de visigodos y refugiados ostrogodos, compuesto por unos 12.000 guerreros, creció hasta unos 25.000.
Los bárbaros no estaban especializados en el manejo de un arma en particular, por lo que marchaban a la batalla con todo tipo de armas, tanto arrojadizas (jabalinas, arcos, hondas, hachas) como de combate cuerpo a cuerpo. Durante el transcurso de la batalla podían luchar tanto montados como a pie, cambiando a menudo de una situación a otra sin problemas. Las unidades no estaban bien definidas, tal vez con la única excepción de un cuerpo de caballería pesada acorazada de inspiración romano-sármata. Un buen número de los guerreros godos llevaban también cotas de malla y cascos de origen romano, así como su característico escudo redondo de gran tamaño.
Los romanos tenían todo preparado para el ataque, cuando un sacerdote cristiano godo acompañado por otros godos de rango humilde, se presentaron ante Valente, llevando una carta de Frigiterno, en la que se ofrecía un tratado de paz, a condición de que los godos fueran reconocidos como dueños de Tracia.
El 9 de agosto de 378, el ejército de Valente dejó la impedimenta, demás pertrechos e insignias imperiales en Adrianópolis, y avanzó hacia el noroeste, para establecer contacto con los godos, tras avanzar 13 km, bajo un sol abrasador, avistaron el campamento godo en una llanura, hacia las dos de la tarde.
No parecía que los godos tuviesen fuerzas de cobertura lejos del campamento, donde las tropas godas parecían acampar al completo, protegidas detrás de los carros vacíos que usaban como muralla (laager) cuando no se estaban moviendo. Los refuerzos de Graciano aún no habían llegado, por lo que se discute cuáles serían realmente las razones de Valente para marchar hasta allí. Quizás aún no esperase entrar en batalla y disponer tropas a la vista de los visigodos fuese solamente una medida de presión con el fin de forzar su rendición. Otros opinan que Valente quería de verdad entrar en combate en ese momento, confiando en que sus tropas veteranas le diesen una victoria que, de esperar a Graciano, sería compartida y, por tanto, menos honorable. Reunido con sus generales, Víctor y Ricimero (este último de origen germano, que había supervisado la llegada de los visigodos a Mesia por orden de Valente) le sugirieron esperar a Graciano y no meterse en problemas de momento. Sebastián, en cambio, recomendó un ataque inmediato que aprovechase el factor sorpresa. No se haría ni lo uno ni lo otro.
Despliegue inicial
Las tropas romanas contaban con unos 21.000 efectivos: 4.000 jinetes, 5.000 legionarios y 11.000 auxiliares y aliados. Avanzaron en posición lineal, los auxiliares en primera línea, y los legionarios en segunda línea mandados por Trajano y la caballería protegiendo las alas. El flanco izquierdo estaba mandado por Saturnino, el flanco derecho por Valente, la caballería del ala izquierda por Casio y la del ala derecha por Víctor.
Los visigodos contaban con unos 25.000 efectivos: 5.000 jinetes, 2.000 arqueros montados y 16.000 infantes y 2.000 arqueros a pie. Cuando los godos vieron a los romanos en las cercanías, Frigiterno solicitó parlamentar. Es probable que en lugar de querer con ello eludir la batalla, su objetivo fuese en realidad el de ganar tiempo. Tenía la infantería y una pequeña parte de la caballería dentro de los límites del campamento, pero la mayor parte estaba en camino al mando de los nobles ostrogodos Alateo y Safrax.
Primera fase
Cuando las conversaciones estaban en curso, el tribuno Bacurio se acercó al laager, y con sus auxiliares y arqueros iberos atacaron el campamento. El flanco izquierdo de la caballería de Cassio los imitó, buscando atacar a los godos por un flanco mientras estas atacaban las unidades de auxiliares, que fueron rechazadas sin problemas y puestas en fuga de forma deshonrosa, volviendo rápidas a sus posiciones iniciales. Frigiterno dio por finalizadas las conversaciones. Se acababa de iniciar la batalla de la peor manera posible.
Entonces apareció a su derecha el enorme ejército de jinetes al mando de Alateo y Safrax, que se encontraron de cara con el destacamento de caballería del flanco izquierdo romano, el cual fue obligado a retroceder hacia sus posiciones originales después de ocasionarle numerosas bajas.
Una vez reorganizados los bárbaros salieron del campamento y desplegaron de la manera clásica, la infantería en el centro y la caballería a las alas, pasando a continuación al ataque general. Cargaron entonces contra las líneas imperiales descargándose mutuamente, tanto unos como otros, todos los proyectiles de que disponían tras lo cual, llegaron al choque. Amiano dice que los godos encendieron los rastrojos y matorrales para dificultar los movimientos romanos.
Segunda fase
La línea romana resistió a duras penas la carga de los bárbaros, comenzando así un largo combate cuerpo a cuerpo, en el que ambos contendientes sufrieron enormes bajas. Las líneas romanas combatían con denuedo. En el centro, la infantería resistía con fuerza, delegando así en las alas la resolución, o al menos, las posibilidades de acabar con éxito el encuentro.
La caballería del ala izquierda romana se revolvió y atacó de nuevo a Alateo y Safrax. Tal maniobra les cogió desprevenidos y permitió a los romanos hacerles retroceder, persiguiéndoles prácticamente hasta los carros visigodos.
Se considera que este fue el punto álgido de la batalla, pues de haber recibido entonces ayuda de otras unidades, quizá la caballería romana hubiese podido poner en fuga a la bárbara, a pesar de que era superada en número, y atacar por retaguardia a la infantería visigoda.
La caballería romana comenzó a perder empuje y la caballería visigoda recibió el refuerzo de infantes que se habían quedado dentro del campamento, incluido el propio Frigiterno. La desproporción de fuerzas se hizo patente y que la caballería romana en ese flanco fue derrotada, huyendo los pocos supervivientes del campo de batalla.
Tercera fase
Una vez puestos en fuga los équites romanos, la infantería de Frigiterno avanzó para sumarse a las primeras líneas de la infantería goda. Mientras tanto, la caballería de Alateo y Safrax envolvió por el flanco derecho para atacar el flanco y la retaguardia de Trajano, comenzando a cercar a los romanos por la izquierda. Amiano Marcelino relata lo que debió de ser especialmente aterrador para los soldados romanos, que vieron salir de entre el polvo a la caballería goda, por sorpresa y a sus espaldas. Esto dejó a gran parte del ejército romano sin capacidad de maniobra.
Cuarta fase
Los soldados situados en el flanco izquierdo estaban ya perdidos, sabedores de que no había posibilidad de huir ni esperar clemencia de los visigodos; al ser presionados por delante y por detrás, los soldados no disponían espacio para moverse como ocurrió en la batalla de Cannas, solo esperar el turno para combatir hasta la muerte, llegando a cargar sin posibilidades de victoria contra las cada vez más nutridas filas de bárbaros. Las bajas fueron enormes en los dos bandos, hasta el punto de que pronto el número de cadáveres y los charcos de sangre comenzaron a hacer dificultoso el moverse por el campo de batalla. Las unidades romanas perdieron la comunicación entre ellas. Mientras unas aprovecharon para huir, otras, viéndose cercadas, tuvieron que pelear hasta el final.
Entonces empezó una huida general de aquellas tropas romanas que podían, abandonando al resto a su suerte. Mientras las últimas unidades de Trajano eran aplastadas, Valente corrió a refugiarse tras lo que quedaba de la caballería del flanco derecho, que unida a las últimas unidades auxiliares intentaban organizar un núcleo final de resistencia en torno al emperador. Los generales Trajano y Víctor estaban con él.
Sobre el final de Valente circulan distintas versiones, sin que se pueda afirmar con seguridad cuál es la correcta. La primera y más simple cuenta que, sencillamente, Valente murió tras recibir el impacto de una flecha enemiga, acorralado y combatiendo junto a los hombres que lo acompañaban, como un soldado más. Otras dicen que pudo ser evacuado por sus generales (quizás herido) y se refugió en una casa cercana o, más probablemente, en una torre de vigilancia. Los visigodos ignoraban que Valente estaba dentro, pero al observar que se guarecían soldados romanos en su interior, prendieron fuego al edificio, matando a todos los que se encontraban dentro. Sea como fuere, lo cierto es que nadie pudo identificar después el cuerpo de Valente entre todos los caídos en la batalla, por lo que tuvo que ser sepultado como un soldado anónimo más.
En el combate cayeron también los generales Trajano y Sebastiano, los palatinos Equino y Valeriano y hasta 35 tribunos. Del ejército romano no sobrevivió más allá de una tercera parte.
Asedio de Adrianópolis 378
Los visigodos no se detuvieron tras la batalla. Acababan de destruir el mayor del ejército y se podía decir que ya eran los dueños de los Balcanes. Incluso habían matado al emperador sin que este tuviera hijos, dejando a todo el Imperio huérfano. El paso más lógico fue proseguir su política de saqueos y decidieron comenzar por Adrianópolis, a poca distancia, con el tesoro imperial en su interior y hacia donde había conseguido huir alrededor de un tercio (8.000) de los hombres de Valente.
Adrianópolis era un botín muy valioso, y aún se revalorizaba más por el hecho de dominar los caminos hacia Constantinopla, la propia capital de los romanos de Oriente. La captura de la ciudad no iba a ser fácil. A la guardia urbana se sumaron los soldados supervivientes de la batalla, aunque las autoridades locales no permitieron a estos entrar en la ciudad. En su lugar debieron construir a toda prisa un segundo muro de barricadas en torno a la ciudad tras los que refugiarse ellos y la propia Adrianópolis, donde la propia población comenzó a colaborar de forma masiva con el ejército para hacer frente a la inminente llegada de los godos.
El furioso ataque germano fue rechazado después de un sangriento combate, una anécdota del mismo es el contraataque lanzado por 300 auxiliares, quienes saliendo de sus empalizadas junto a la muralla, cargaron, en formación de cuña, contra las densas filas germanas. Este desesperado y sin duda heroico ataque terminó con la total aniquilación de los participantes. Rechazados en el primer envite, los germanos trataron de introducir en la ciudad a unos falsos refugiados en la idea de que, una vez dentro, podrían prender algún fuego en la población distrayendo así a la guarnición de la defensa.
Los bárbaros avanzaron hasta las líneas de defensa de la ciudad, donde se vieron obligados a detenerse y luchar bajo los muros de la fortaleza, mientras los romanos que había arriba les lanzaban todo tipo de proyectiles. Los godos también lanzaban sus propias armas arrojadizas, pero llegado un determinado momento, los sitiados se dieron cuenta de que los bárbaros recogían lanzas y flechas del campo de batalla y las volvían a lanzar contra ellos, señal de que las suyas se habían agotado. Para dejar a los godos sin posibilidad de lanzar los proyectiles que les llegaban, se ordenó romper la unión entre las puntas y el resto de la flecha o lanza. Así, las armas arrojadizas serían de un solo uso, cuando impactaban con algo (hubiesen acertado o no) se rompían del todo y quedaban inutilizables. Además, las puntas sueltas se clavaban en los soldados enemigos, sin posibilidad de extraerse más tarde.
Mientras la lucha proseguía en los muros de esta manera, se terminó de armar y disponer para el combate un onagro. Los romanos apuntaron al grueso de las tropas godas y lanzaron la primera piedra; esta erró el tiro, pero tuvo un cierto impacto psicológico sobre los atacantes, que no disponían de armas de asedio. Tras sufrir innumerables bajas y fracasar en cada una de sus cargas, y ser expulsados de los muros tan pronto como apostaban una escala, los visigodos se vieron finalmente obligados a retirarse. Se dirigieron a Perinto (Heraclea, en Tracia) y después marcharon contra Constantinopla pero les fue imposible su conquista. Prosiguieron su camino devastaron Tracia, Mesia e Iliria, hasta que por fin fueron detenidos al pie de los Alpes Julianos.
En el año 386, la facción de los ostrogodos que habían seguido a Alateo y Safrax y que entonces estaban encabezados por un jefe llamado Audateo; había regresado a Dacia después de haber hecho una incursión en el norte y el oeste de la Germanía, habían intentado cruzar el Danubio en Tracia. Sin embargo, su flota de barcos fue inesperadamente atacada por los soldados romanos; gran número de los invasores perecieron en el ataque o por ahogamiento, y los que lograron llegar a la ribera sur se rindieron de inmediato a los romanos.
No se sabe mucho sobre lo que los visigodos hicieron en Tracia e Iliria durante los dos años siguientes a su gran victoria. Los escritores romanos se quejan amargamente de los estragos y devastaciones que causaron, pero no dan detalles. Pero seguramente las peores acciones de los bárbaros apenas pueden haber igualado en crueldad y traición el acto infame por el cual los romanos civilizados y cristianos, se vengaron y masacraron a los jóvenes godos que mantenían como rehenes y que habían sido abandonados a su suerte.
En enero de 379, el Gran Teodosio fue nombrado emperador por Graciano. Lo primero que hizo fue reorganizar el ejército destrozado y enseñar a sus soldados a superar el terror que había sido inspirado por la derrota de Adrianópolis. Su política era no arriesgar en una gran batalla, sino luchar solamente cuando tenía ventaja táctica y la victoria fuera cierta. Las luchas internas entre los bárbaros contribuyeron mucho a la causa romana, y de vez en cuando algunos los jefes godos que se creían despreciados por Frigiterno se pasaron al Emperador, que les dio en abundancia honores y recompensas.