Odinismo: La rebeldía contra el resentimiento
Resaltábamos la importancia de la libertad externa como condición necesaria, aunque no suficiente, para el difícil logro de la libertad interna y la falta de ambas un resultado del monoteísmo judeocristiano[1] y el sometimiento[2]. El Odinismo actúa en el plano espiritual contraponiendo el concepto de resentimiento al de rebeldía: El resentimiento está definido como una autointoxicación, la secreción nefasta, en vaso cerrado, de una impotencia prolongada. La pasividad impotente, y la envidia, son las fuentes básicas del resentimiento, que está siempre motivado por el deseo de coger y de robar aquello que le falta; de querer ser aquello que no es, y no tiene esperanza de ser. En la verdadera rebeldía, no hay propiamente envidia, sino el deseo de conseguir que se reconozca algo que el sujeto tiene, y que ya ha sido reconocido por él mismo como algo valioso. En la rebeldía hay un deseo de dar, no de robar. Hay una vitalidad fuerte y creativa, que trata de transmitir a los otros su propia riqueza humana, y a la par, reconocer la de ellos mismos. El resentido es siempre, sobre todo un resentido contra sí mismo; el rebelde está en paz consigo mismo.
Resentimiento
El resentimiento, al menos el ámbito social, sería escaso en un sistema político que tendiera a la igualdad social y económica; como también lo sería en una sociedad de castas. En cambio, habrá un alto grado de resentimiento en aquella sociedad en la que –“como la nuestra”– los derechos políticos y la igualdad social públicamente reconocida, coexisten con diferencias muy notables en el ámbito del poder, de la riqueza y la educación verdaderamente efectivos. Esto es, una sociedad en la que cualquier persona puede compararse con cualquier otra en cuanto a sus derechos, pero no puede compararse de hecho, donde hay un abismo entre las élites dominantes y el pueblo llano.
El resentido no desea olvidar, está continuamente recordando aquello que dio origen a ese sentimiento, queda esclavizado a su pasado y no logrará liberarse de esa gran carga que es el resentimiento. La persona resentida se siente dolida y ofendida por el trato injusto que ha recibido de determinadas personas o por los acontecimientos desfavorables que han surgido hacia ella en un momento determinado. Los sentimientos de envidia y celos son frecuentes en algunas personas resentidas que consideran que la vida es injusta con ellas. No llegan a entender cómo otros consiguen con cierta facilidad, aquello por lo que ellas a pesar de haber luchado tanto, no logran conseguir. La envidia es pues un elemento motor en el resentimiento:
Ver como los demás van alcanzando éxitos que a ellos se les antoja imposibles de conseguir, pero asimismo cobardes, pues no tienen el valor de restañar el presunto daño, esa venganza que nunca llega a cumplirse en su débil personalidad. El resentido desea vengarse de aquel que le ha ofendido o le ha causado algún daño justa o injustamente. Considera que esa persona tarde o temprano tendrá que pagar por el daño causado y desea realizar una acción semejante a la recibida. En este caso, el resentimiento va naciendo y puede obsesionar de tal forma que lo acompañe a lo largo de toda una vida. l resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria.
Rebelión
Donde no hay orgullo de ser no hay nada que hacer. Y esto precisamente es la rebelión: ¡orgullo de ser! Por esto mismo, sólo podemos hallar mala consciencia cuando se intenta pervertir, confundir, ese «orgullo de ser» con el «resentimiento» o con la envidia. Por esta razón la rebelión Odínica es precisamente bella. Es bella porque en ella se sostiene el sentido mismo de los hombres, o el sentido mismo del mundo. Es bella porque en ella los hombres encuentran lo que no se puede inalienar. La rebelión exhibe lo que no se puede separar de sí mismo. La rebelión es donde la nación en pleno decide mostrar violentamente el orgullo de su ser. El amor propio que no se puede destruir. La rebelión es el amor al ser mismo que se es. La rebelión es, entonces, amor en acción. Pensar de otra manera es haber asimilado el odio que los invasores y los postmodernos nos trasmiten culturalmente a través del nihilismo tecnológico actual.
La rebeldía es la acción originaria de la humana y humanizadora autodeterminación. La justificación del rebelde reside en «la comunidad de los hombres» y en su nombre defiende la fraternidad humana superando las diferencias. La rebeldía remite a «la dignidad común a todos los hombres» como «un primer valor» El Odinismo se muestra como una propuesta de superación del monoteísmo judeo-cristiano como símbolo de intolerancia y el totalitarismo, y que encuentra en el politeísmo la fuente de la tolerancia y el pluralismo.
Preparar un renacimiento: sentido moral de la rebeldía
«Más allá del nihilismo todos nosotros, entre las ruinas, preparamos un renacimiento. Pero pocos lo saben» El propósito del Odinismo es transformar el nihilismo en un renacimiento mediante el método de la rebeldía frente al mundo moderno tecnológico.
El Desesperado o el Desilusionado no tienen otro propósito que servir políticamente al devenir mismo, porque él es el síntoma de ese desengaño que ha ocurrido en el alma misma de la política y de la civilización. El Desesperado sabe que la civilización, en las ilusiones multinacionales de la contaminación, está a punto de autodestruirse. Estamos a punto de autodestruirnos por el fenómeno nocivo de la contaminación. Y es precisamente la democracia misma quien se ha encargado de general capitalistamente este cáncer. Si la política, además de ser el ejercicio de la toma del poder, es ese proyecto de la justicia ineludible, entonces el Desilusionado, sin toma real del poder democráticamente hablando, alejado de las élites económicas que gobiernas esta “pseudodemocracia” da testimonio de ese fracaso de la política actual.
Tomando el término del francés, Nietzsche[3] introdujo en filosofía el concepto de resentimiento; lo hizo uno de los pilares de la moral de los esclavos, de los sometidos, de quienes son incapaces de actuar por su iniciativa, sino que sólo reaccionan, si lo hacen, después de guardar y cultivar dolor y rencor por su impotencia. En La genealogía de la moral (I, §10) toma como modelo de “bien nacidos” a la aristocracia griega. Ellos experimentaban por el pueblo bajo una cierta lástima, una indulgencia, que se refleja en términos traducidos como “infeliz”, “desgraciado”. Se sentían naturalmente felices y eso los hacía necesariamente activos. Cualquier motivo de resentimiento, en el noble, se agota inmediatamente: por eso no envenena. Es audaz. La moral noble “nace de un triunfante sí dicho a sí mismo”.
[1] Siempre debemos de estar preparados para presentar defensa de la esperanza que hay en nosotros “con mansedumbre y reverencia.” Pedro 3:15.
[2] Islam se define a sí mismo como “sumisión”
[3] En cambio, para Nietzsche el modelo de resentidos son principalmente los judíos, cuyo espíritu se prolonga y se hace como más refinado en los cristianos. Su apocamiento les inhibe de afirmarse a sí mismos, les impide la acción. Su mundo se hace de lo encubierto y tiende a callar, a guardar, a no olvidar. Los de esta clase suelen ser más inteligentes y venerar la inteligencia que les ayuda a elaborar su inferioridad. De ahí surge la inversión de los valores: la debilidad es transformada en mérito; la impotencia, en bondad; la bajeza, en humildad; la sumisión a quien se odia, en obediencia, el tener que esperar de modo inofensivo, en paciencia que es la virtud. “El no-poder-vengarse se llama no-querer-vengarse, y tal vez incluso perdón”. Lo que piden no se llama desquite sino “triunfo de la justicia”. Para Nietzsche, los judíos eran “el pueblo sacerdotal del resentimiento par excellence” (I §16), que se enfrentó a Roma y, en cierto sentido, la venció convirtiendo sus valores en mayoritarios.