PRESENTACIÓN
Este cuaderno que tienes en tus manos, representa una nueva andadura dentro de la Comunidad Odinista de España, orientada hacia la formación y puesta en claro de muchos de nuestros principios y creencias esenciales. Con ello pretendemos no sólo dar a conocer toda la cosmovisión Odinista, sino también ayudar a los miembros de nuestra comunidad en su preparación intelectual, acorde siempre con la sabiduría inherente a nuestra tradición ancestral. La formación es precisamente una tarea que desde el COE siempre se ha entendido como prioritaria, puesto de nada vale autoproclamarse como Odinista, si no somos capaces de esbozar una respuesta coherente de lo que significa precisamente ese Ser Odinista.
Esta colección de textos que ahora comienza, esperamos sea una ayuda de cara a presentar a propios y extraños, nuestra visión del mundo: de lo sagrado y de lo profano. Un compendio de aquellos temas y cuestiones, que por su importancia y gravedad, deben ser tenidos en cuenta a la hora de estructurar un cuerpo doctrinal definido inequívocamente como Odinista. Temática por lo tanto actual, pero también intemporal; temas del ayer, de hoy y mañana; cuestiones que han importado, e importarán siempre, al hombre dentro de su existencia en el Midgard.
Como primer asunto tratar, hemos querido empezar por delimitar a la familia Odinista, en cuanto a pieza esencial de nuestra comunidad. La importancia que damos a esta institución viene dada por ser la fuente de la cual brota toda nuestra idiosincrasia religiosa. Es precisamente por una línea generacional entre hombres y mujeres de un mismo pueblo, desde donde parte toda nuestra constitución cultural, espiritual y arquetípica. Por ello consideramos a la familia desde el Odinismo, como el núcleo original de nuestra religión nativa.
El ánimo que nos mueve el realizar estos Cuadernos de la Comunidad, no es otro que el de ofrecer limpia y sin dobleces, toda nuestra explicación de los fenómenos humanos y divinos que nos impelen. Cuestiones analizadas de manera franca y sincera; expresadas de forma sencilla pero contundente. Hemos huido de toda retorica hueca, así como de cualquier artificio innecesario de cara a exponer de manera abierta qué es el Odinismo. Somos conscientes que no está aquí toda la verdad. Efectivamente existirán matices y cuestiones por ampliar y desarrollar. Estos cuadernos no pretender ser un TODO doctrinal, sino un esbozo primordial de nuestra forma de pensar y de sentir. En la medida que se vayan cumpliendo los objetivos marcados, iremos comprobando el efecto y alcance de nuestro trabajo.
Comunidad Odinista de España
LA FAMILIA ODINISTA
Lo Masculino y lo Femenino.
Previamente, y de cara a abordar la figura y relevancia de la familia dentro del Odinismo, se hace necesario delimitar la dimensión y alcance de los conceptos masculino y femenino, desde una óptica genuina y congruente con nuestra comprensión ancestral. Este preámbulo es imprescindible si queremos comprender en su justa medida el significado real de la institución familiar, en cuanto a resultado de esa unión polar-arquetípica que representa tanto lo femenino como lo masculino.
Dentro del pensamiento Odinista, la dualidad constitutiva de lo existente es reconocida e interpretada como fuente enriquecedora, a la vez que estructura fundamental del universo humano. El hombre y la mujer; lo masculino y lo femenino, son dos expresiones de una misma realidad; dos mitades de un mismo cuerpo. Nuestro concepto tradicional de los “opuestos complementarios” nos manifiesta que los contrarios se necesitan para armonizar el mundo, uniendo así lo que está separado para su realización completa. La visión masculina debe ser complementada con la femenina -y viceversa-, puesto que de no ser así, caeríamos de este modo, en la descompensación y en la desestructuración del universo social y humano. Para el pensamiento indo-europeo la dualidad primordial presente en el multiuniverso, la esencia y la substancia, son partes de un todo que necesitan ser completadas y unificadas. Todo lo existente está principalmente constituido por estos dos elementos. No puede existir dentro del Midgard el espíritu sin la materia; no puede ser concebida la vida profana sin formar parte de lo sagrado, y lo masculino tampoco puede estar disociado de lo femenino. El dualismo antagónico (maniqueo) que nos ha dejado las religiones absolutas, es una evidente perversión de los principios y visiones genuinamente entendidas como indoeuropeas. En fondo de la cuestión está esa ideología bipolar derivada de la duplicación divina del monoteísmo, que tiende a desligar y enfrenta el cuerpo con el espíritu, al hombre con la mujer, y lo sagrado con lo profano.
La unión e integración de los polos sexuales, genera la compensación armónica en la consecución de esa “Gran Unidad” que nos descubre el mito andrógino; la unión de aquello que estaba separado para su integración armoniosa. De tal modo que si no atendemos a esta unión polar (femenino-masculino), no podemos dar una adecuada interpretación de la dimensión que el Odinismo otorga a la familia. Dicha expresión, relacionada con la figura masculina y femenina, va más allá de lo que se entiende comúnmente por familia tradicional. Aquello que existe, y es intemporal, no está sujeto a reinterpretaciones más o menos interesadas; o a conveniencias sociales dependientes de las ideologías dominantes del momento. El hombre y la mujer son y serán, las dos partes sobre las cuales se asienta toda existencia familiar. Sin estos dos principios es imposible (desde una perspectiva biológica) la constitución de un linaje natural. Lo demás es pura y simple ingeniería social.
Bajo esta configuración, se desprende que no concebimos las relaciones hombre-mujer bajo criterios de subordinación; los dos gozan para el Odinismo de la misma consideración y ambos tienen idénticos derechos. No reconocemos, ni mucho menos alentamos, ninguna “guerra de sexos” como trasfondo de un pensamiento perverso que trata de eliminar los perfiles femenino y masculino, para disolverlos en un ideal antropológico amorfo e igualitario (el “ser humano” único e idéntico), de catastróficas consecuencias. Las tendencias ideológicas actuales tienden a difuminar los estereotipos sexuales, como consecuencia de un igualitarismo dogmático que desprecia lo diferente y repudia cualquier manifestación de la diversidad, ya sea ésta de raíz antropológica, cultural, política o sexual. Pero para un pensamiento sujeto a los parámetros de la tradición, hombre y mujer, están enclavados dentro de sus respectivas realidades, sin menoscabo ni lesión de su sana y natural diferenciación, que otorga a cada uno de ellos su más intima razón de ser.
En este mismo sentido, para el Odinismo defender posturas “feministas”[1] es tan absurdo como mantener una actitud “machista”, ya que las dos son partes del mismo entramado falaz. Queremos hombres viriles y mujeres femeninas, y no la disolución de los caracteres para allanar el camino de la impostura. La diferenciación sexual no solamente es palpable desde una óptica fisiológica, sino también esta divergencia se encuentra íntimamente expuesta en los aspectos anímicos y psicológicos, que erigen a los conceptos masculino y femenino en auténticos arquetipos a modo de representación ejemplar de ideas y conceptos eternos. Así lo femenino representará siempre lo horizontal-telúrico, lo cálido y oscuro; mientras que lo masculino se une a lo vertical-celeste, lo frío y luminoso. En la comprensión de estos aspectos arquetípicos, está la base para construir un espacio socio-humano correcto y positivo.
Es cuando menos sorprendente el “buen cartel” que posee el feminismo en la sociedad actual; consiguiendo esta ideología todos los parabienes y bendiciones de la modernidad. Si todo el mundo está de acuerdo en condenar al machismo (en cuanto a perversión de lo masculino), no se explica entonces que su opuesto, el mencionado feminismo, no esté igualmente penado por ser también una deformación evidente de lo femenino, ya que desnaturaliza a la mujer en su autentica identidad. La respuesta hay que buscarla, una vez más, en la deriva laica del monoteísmo abrahámico y sus variopintas doctrinas de la salvación. La primera esquizofrenia moral-teológica que nos dejó el judeo-cristianismo (cuerpo malo, espíritu bueno; el mundo de los hombres es malo, el “reino de dios” es bueno), fue trasladada tras su secularización hacia un estrecho moralismo social (poder malo, individuo bueno; hombres malos, mujeres buenas; occidentales malos, los demás hombres buenos…), a modo de explicación simplista y maniquea de los complejos fenómenos sociales. Karl Marx y Betty Friedan[2] sustituyen aquí a Cristo en sus funciones redentoras. Acaso no hay Empresarios trabajadores y honrados, y asalariados vagos e indeseables; son todas las mujeres, por el simple hecho de serlo, inocentes “victimas”, y todos los hombres por su naturaleza déspotas opresores. Es hora de parar de una vez por todas a este demoledor dualismo antagónico que enfrenta a hombres y mujeres en una autodestructiva lucha de sexos, para mayor beneficio de ciertas camarillas sectarias acomodadas al calor del poder dominante. El fenómeno social denominado como machismo, así como su Némesis feminista, no son más que dos caras desfiguradas de una misma y falsa moneda que hay que desechar para siempre.
El equilibrio entre los polos femenino y masculino es vital para mantener una relación de respeto mutuo y síntesis constructiva; así como para la aceptación de las heterogéneas percepciones que se encuentran en los espacios de la diferenciación sexual, las cuales enriquecen nuestra dimensión sagrada, social y humana. Hombre y mujer forman parte de una misma concepto, pero no son el mismo concepto, de ahí su necesaria grandeza.
Dimensión de la Familia Odinista.
La familia es uno de los preceptos fundamentales de la fe Odinista vivida en comunidad. Ésta es la estructura que nos une con nuestros antepasados, garantizando el futuro de nuestra colectividad con los actos honorables del presente. Si queremos construir una sociedad estable, positiva y natural, es necesario cimentar, a la vez que proteger, todos los valores familiares como pilares esenciales de un orden justo. Nuestros antepasados así lo creían, honrado a la familia y al hogar como bases principales de nuestra religión autóctona. La unidad familiar fue quizás la primera organización humana conocida. En la medida que las distintas familias se hicieron más numerosas, aparecieron los clanes, los cuales dieron lugar a las tribus y éstas a los distintos reinos y posteriores naciones políticas contemporáneas. Por lo tanto, podemos considerar a la figura familiar como el germen de la cual surgen los diferentes pueblos que configuran nuestro espacio humano-cultural especifico. La familia es por lo tanto el origen de todo aquello que para nosotros significa comunidad; puesto que de ella emerge, dando identidad, a las distintas comunidades populares que configuran nuestro paisaje humano. En este mismo sentido, podemos concluir que el credo odinista es una religión eminentemente COMUNITARIA. No podemos vivir nuestra fe sino es en comunidad. El individuo, entendido como un ser totalmente autónomo e independiente de todo lo que le rodea, sin raíces ni dimensión trascendente precisa, no tiene sentido si no se integra en un colectivo humano con metas, creencias y valores claramente manifestados. La sociedad no es más que la extensión de la personalidad.
Pero aquí se hacer necesario una serie de puntualizaciones. Nuestra noción de “pueblo” (en cuanto a ente comunitario) no tiene nada que ver con el estadístico concepto de “población” (término no cualitativo sino cuantitativo). Para nosotros un pueblo es aquel que comparte un origen común en base a lazos de historia, sangre y cultura, manifestando una voluntad política de convivencia. Nada que ver con líneas universalistas, que no reconocen ni la identidad, y por lo tanto la diferenciación entre los diversos colectivos humanos; sino que exclusivamente atienden a un mundo globalizado y único, con una población igualmente única, definida como “la humanidad”. No podemos sino descubrir la deriva ideológica del cristianismo en estas posturas igualitarias y universalistas. Una explicación de lo real que exclusivamente deja margen para la existencia de un solitario dios, que aspira potencialmente a tener un único pueblo, precisamente “el pueblo de dios”. El igualitarismo humano zootécnico, surge también de una concepción religiosa que iguala a todos los hombres en base a una idéntica alma inmortal capaz de salvarse o condenarse: si todos los hombres son iguales ante dios, también lo serán ante el nuevo “estado providencia”, como creación de un monoteísmo secularizado. El igualitarismo y el universalismo, en cuanto a dogmas sociales contemporáneos, tienen su epicentro en la descomposición moral del cristianismo, cuyo poso pervive dentro del discurso ideológico de la modernidad.
Para nosotros la existencia de una estructura familia es una de las claves a la hora de poder desarrollar una aplicación religiosa efectiva acorde con las convicciones del Odinismo. Todo lo que atenta contra la institución familiar será desechado automáticamente por nuestra religión. La sociedad actual tiende a relativizar todo lo concerniente a las relaciones humanas, y la familia no es una excepción a esta regla. Creemos firmemente desde el Odinismo que el matrimonio, en cuanto a institución social y religiosa -creadora de una relación conyugal y familiar-, debe estar sustentada sobre el honor, el respeto y la fidelidad. Es totalmente incompatible con nuestros principios más sagrados y sublimes, toda superficialidad en relación a estas cuestiones tan importantes y vitales. El amor conyugal sería así, la plasmación afectiva de un compromiso basado precisamente en valores como el honor, el respeto y la fidelidad debidos. Nada que ver con esa pedante y patológica concepción del amor, relacionado con todo tipo de apegos malsanos y distintos desordenes emocionales, que trasforman al “enamorado” en un ridículo títere abocado a la desesperación, la sumisión, y finalmente a la desolación.
Siendo fieles a nuestra autentica tradición, entendemos la monogamia como el modelo de relación matrimonial inherente a nuestro ser cultural y religioso: el respeto mutuo entre los cónyuges y el deber para con nuestra estirpe, son piedras angulares del edificio familiar. En la antigüedad, y dentro de nuestros pueblos comunes, no existía tanto la poligamia como el concubinato (entendido como una forma inferior al matrimonio). Solamente, y por motivos en la mayoría de conveniencia política, reyes y emperadores tuvieron que poseer varias esposas, representando por ello la excepción a la regla que mantenía la figura de la “Domina” o la “Frau” en cuanto a esposa legítima, madre-continuadora del linaje familiar y señora del hogar. Para nosotros, la unión matrimonial entre los cónyuges obedece más a un sistema de orden religioso, que a un hecho estrictamente “natural” destinado a la procreación biológica. La “familia sacralizada” lo es, en la medida que ésta representa el sistema por el cual se trasmite la “fuerza mística” presente en la sangre heredada de nuestros antepasados primordiales, y que fluye por todos aquellos que formamos una misma gens. Es cuando menos curioso, que la poligamia se de precisamente con más fuerza en zonas de cultura oriental (recordemos la fuerte misoginia inherente a los cultos semíticos), en donde la figura femenina no está muy valorada y considerada cultural y socialmente: el patrimonio del varón se mide por el número de cabras, alfombras y de mujeres sometidas a su férula. Son escasísimas las manifestaciones poligámicas en donde la mujer tenga derecho a poseer varios maridos (estas generalmente se dan en culturas matriarcales primitivas). La práctica totalidad de la poligamia es entendida como el derecho del varón en contar con numerosas mujeres a su servicio. Evidentemente este es un sistema discriminatorio, que claramente subordina la mujer hacia el hombre-propietario, rebajando en papel de la esposa a un mero bien patrimonial; algo totalmente contrario a los principios Odinistas, basados en el reconocimiento de la igualdad entre los cónyuges. Precisamente la palabra matrimonio deriva de la acepción latina incluida en el Derecho Romano «matri-monium»: «mater», «madre», y «munium», que significa «función o cargo», es decir, legitimación social que adquiere la mujer para poder ser madre dentro de la legalidad. Una clara expresión de la importancia y consideración que dentro de nuestra cultura clásica se da a las mujeres.
Ya Táctico es su “Germania” nos habla de la monogamia como una seña distintiva de los pueblos germánicos, así como de su estricta moral y fidelidad entre los esposos; algo que chocaba en ciertos aspectos con algunas conductas romanas más flexibles. La imagen de unos pueblos “bárbaros” totalmente salvajes, promiscuos y amorales, sólo son el producto de la propaganda cristiana de la época (retomada por el Hollywood moderno), cuyo objetivo era demonizar (“difama que algo queda”) a unos colectivos humanos en expansión, que por entonces amenazaban seriamente al imperio romano-católico. Significativo es el caso del pueblo vándalo, que en su adaptación a las estructuras socio-culturales de sus nuevos territorios conquistados en el Norte de África, monarcas y caudillos de este grupo germánico tuvieron que aceptar la poligamia a pesar de ser ésta una conducta fuera de su espacio de costumbres y tradiciones. [3]
Te damos, Loddfáfnir, buen consejo
que te ha de servir, si lo tomas
te será bueno, si lo sigues:
la mujer de otro nunca seduzcas
para hacerla tu amante.
(hávámal)
En relación a este apartado conyugal, aceptamos el divorcio como situación necesaria para extinguir una relación matrimonial por motivos significativamente graves. No nos posicionamos en cambio, con esa actitud superficial que se dan en las actuales relaciones de pareja, y que se materializan en las “Relaciones Express” y los “Divorcios Express”. El matrimonio es un vínculo fuerte y serio, destinado al desarrollo personal de la pareja y a la creación de una familia que garantice la sucesión de su linaje. Por ello se desea que el matrimonio sea lo más estable y enriquecedor posible, pero no se obliga a que sea indisoluble: si las circunstancias son tan importantes como para recomendar la ruptura del vínculo matrimonial, es totalmente admisible dicha suspensión. El hombre y la mujer gozan dentro del Odinismo de idéntica consideración y reconocimiento. No existe por lo tanto dentro de nuestras creencias una subordinación de la mujer hacia el hombre, ni del hombre hacia a la mujer. Nuestro universo social está basado tanto en la libertad, como en la igualdad dentro de la diferenciación arquetípica entre los polos femenino y masculino. Somos una misma realidad, pero no somos la misma realidad.
En otro orden de cosas, estimamos que la protección de la infancia es esencial para establecer una organización social con porvenir. Cualquier atentado contra la misma tiene que tener una respuesta directa y sin fisuras. En este mismo sentido, rechazamos la presente polémica sobre el aborto ya que ésta obedece a la naturaleza propia de nuestra sociedad empobrecida; en la cual se establecen polémicas intencionadamente partidistas, de cara a soliviantar a las masas y crear así situaciones destinadas a la obtención de beneficios políticos o de descarado control social. Todo ello no es óbice para que los Odinistas tengamos nuestro propio punto de vista sobre esta cuestión, la cual nos posiciona más allá del simple aborto sí, o aborto no: ante esta disyuntiva nos declaramos firmes partidarios de defender los derechos de la infancia y de la existencia digna. En cuanto al moderno concepto de aborto masivo, creemos que éste no es más que la consecuencia de un totalitarismo anti-vital “individualista”, así como secuela de un burdo materialismo social camuflado bajo una palabrería demagógica de derechos. Eliminar irresponsablemente a los miembros no nacidos de nuestra comunidad, a nuestros propios hijos, es una autentica aberración que sólo se explica si se está interesado en aniquilar a nuestro pueblo para sustituirle por “seres humanos” (bípedos implumes) desarraigados y fácilmente manipulables por las superestructuras político-económicas, que ansían el triunfo del “numero” frente a la personalidad, el carácter y la identidad.[4]
Es útil un hijo, aunque tarde nazca
y luego que el padre murió;
tan sólo el pariente en honor del pariente
piedra en la senda erige.
(Hávámal)
No obstante, aceptamos la posibilidad de la interrupción del embarazo cuando las causas así lo justifiquen; básicamente por medidas terapéuticas destinadas a mejorar la salud de nuestro colectivo humano: en situaciones en las que el feto o la madre sufran deterioros y peligros graves, o el futuro nacido tenga taras tan importantes que hagan de su vida un autentico suplicio. Así entendido, el aborto jamás podrá ser tipificado como un delito, ni la madre que aborta declarada como una criminal, ya que obedecen a criterios superiores a la vida misma.
Si nuestro pueblo desaparece, también desaparecerá nuestra religión. Así de simple, y así de duro. Nosotros, no nos cansaremos de repetirlo, somos una religión del pueblo, no del individuo. Por lo tanto, si ese grupo humano-cultural del cual procedemos y por el cual existimos es diezmado, no podremos contar con otras “almas” fuera de nuestra entidad particular para “evangelizar” en aras de una persistencia religiosa: simplemente nuestro espíritu ancestral transmitido de generación en generación, y nuestros dioses, sucumbirán para siempre. En este sentido, no sólo rechazamos todo aquello que erosione los principios vitales de nuestra comunidad popular, sino que, como ya hemos manifestado anteriormente, nos vinculamos con actitudes destinadas a fomentar y proteger una adecuada natalidad, como herramienta necesaria para nuestra supervivencia y engrandecimiento religioso de la comunidad que nos es propia. La política actual tendente a disminuir la natalidad en Occidente, es la consecuencia inequívoca de una corriente mercantilista que mide y cuantifica, bajo estrictos criterios de rentabilidad, todos los aspectos y fenómenos humanos. En este sentido, los hijos son vistos primordialmente como un gasto: un obstáculo para el desarrollo material y social de las parejas, que desechan o retrasan la procreación, en aras de una vida “confortable” y pacíficamente aburguesada. Por ello consideramos que el sustento familiar debe estar siempre garantizado en base a un apoyo comunitario justo y preciso. No podemos abandonar a las familias en una jungla regida por las “leyes del mercado”. Como ya hemos expuesto anteriormente, el cuidado, promoción y desarrollo del ámbito familiar deben ser prioritarios dentro del espacio socio-político que el Odinismo pretende.
De lo dicho sobre este delicado asunto, podemos concluir que a priori nuestras convicciones nos posicionan en contra de la corriente ideológica pro-abortista contemporánea (ya que ésta obedece a un decadente espíritu individualista, que equipara el embarazo a una enfermedad, y por lo tanto otorga al aborto la condición de mera medida sanitaria); pero también nos enfrentan a las religioso-materialistas, que ponen por encima de todo la existencia vegetativa, obviando que ésta no vale nada si no se vive con dignidad. La vida para el Odinismo no es un valor absoluto (un fin es sí misma), existen conceptos superiores a la existencia física que hacen que esta tenga sentido, o que bien no la tenga. No es la cantidad lo importante (“creced y multiplicaros”). Lo verdaderamente significativo es la calidad y el decoro con la que nos enfrentamos al reto que representa el drama vital. Nos es tremendamente incomprensible, y no podemos estar más en desacuerdo, con aquellas proclamas que colocan la vida (entendida como la capacidad para respirar) en la cúspide de los valores humanos. Existen fundamentos por encima de esa vida vegetal, que hacen precisamente que la misma tenga un sentido significativo. Uno puede matar y morir por la familia, el honor, la libertad, la patria, la dignidad, la justicia, la fidelidad y la camaradería; por grandes y sublimes principios, sin que ello suponga una postura despreciable y deleznable, sino la manifestación de una visión superior y heroica de la existencia. Jamás aceptaremos una estrecha concepción borreguil que rebaje al hombre a una mera concepción animalesca de corral: súbditos de un dios absoluto, dueño de cuerpos y almas.
El espacio familiar es una pieza indispensable del entramado comunitario; dentro del cual goza de una importancia relevante a la hora de vertebrar y dar sentido a todo un colectivo humano-cultural. Es quizás Ahora, y desde una posición centrada en la modernidad, en donde aparece en escena una nueva dimensión del fenómeno individualista: “la familia autárquica”. Una concepción que no atiende a la familia en cuanto a expresión de la necesaria cohesión y organización comunitaria, sino como un ente aislado y autónomo de cualquier estructura supra-familiar. La doctrina del “individuo”, ya sea en su versión unipersonal o familiar, aborrece de todo lo que signifique bien común, o ligazón a estructuras más allá de lo privado o domestico. Deriva ideológica ésta de un judeo-cristianismo antropocéntrico, que erige al hombre en el “rey de la creación” (el único ser con derecho real a existir), desnaturalizándolo y apartándolo de su dimensión comunitaria, para arrojarle a la egolatría salvífica más radical. No nos debe extrañar por lo tanto, que los sumos apologistas de esta autentica “autarquía familiar” sean precisamente las jerarquías religiosas monoteístas, empeñadas en aislar al hombre (y la familia) de su ámbito social y cultural, para su adoctrinamiento en exclusiva dentro del regazo de los cenáculos de las religiones reveladas. De ahí sus continuos llamamientos a la desobediencia civil, y su repulsa no disimulada para con los superiores fundamentos comunitarios situados fuera de su influencia religiosa; tachándolos a todos como manifestaciones de un inequívoco “panteísmo estatal”. El monoteísmo (religioso-laico) nunca ha querido competidores, y nos lo demuestra cotidianamente en todas sus manifestaciones y comunicados. Así mismo, jamás ha entendido el tradicional principio heredado de nuestros antepasados que concilia lo doméstico con lo público; es decir la conformidad de la esfera privada con la pública, sin que la segunda anule la primera, pero también sin que la dimensión doméstica interfiera ni contradiga la dimensión cívica, el Imperium, la norma superior por la que se rige toda la comunidad. Esta conformidad entre lo público y lo privado dentro del Odinismo, se hace patente en los actos litúrgicos de nuestra confesión, en donde existen unos cultos comunitarios (ligados sobre todo a las grandes fiestas y acontecimiento anuales), y otros estrictamente familiares, de culto a los “lares” (genios) familiares, así como a los divinidades tutelares de cada familia. No existiendo, por ello, contradicciones ni antagonismos entre la esfera comunitaria y la particular.
El universo social es para nosotros un reflejo del universo divino. La familia Odinista es una plasmación de las familias divinas, las cuales marcan los atributos y funciones de la sociedad humana. Dentro de la mitología nórdica se distinguen dos familias de dioses claramente diferenciadas: los Ases (Aesir) y los Vanes (Vanir). Los primeros representan una concepción celeste, vertical, guerrera del panteón Odinista; mientras los segundos son la personificación de elementos telúrico-horizontales de origen posiblemente pre-indoeuropeo. Siguiendo las teorías del filólogo e historiador francés Georges Dumézil[5], la característica fundamental de los dioses indoeuropeos es que éstos parten de una división funcional tripartita: la función soberana, la función guerrera y la productiva. Cada dios o diosa están comprendido en una de estas tres funciones jerarquizadas (en ocasiones en varias a la vez), con las naturalezas típicas de cada una de ellas: así los dioses de la primera función serán dioses soberanos, padres y madres de otros dioses, jueces, sabios y sacerdotes; los de la segunda función eminentemente guerreros, dioses del valor y el combate; y los de la tercera dioses y diosas destinados a la reproducción, la magia, la fertilidad y la prosperidad. Únicamente dos dioses del panteón Odinista tienen la capacidad de englobar en su naturaleza las tres funciones referidas, dado que son divinidades con la atribución de manifestarse en los diferentes mundos de nuestro cosmos. Odín, el chaman, es el dios padre, soberano de la guerra y también mago. Freya participa con éste de similares atributos, ya que es madre sacerdotisa, diosa de la fertilidad y el amor, y a la vez guardiana de guerreros, puesto que comparte con Odín la mitad de los caídos en la batalla (los einherjar) para morar en su reino de Fólkvnangr. Nos situamos ante la visión dual de lo existente, en donde los polos femenino y masculino son parte de lo mismo, pero no son lo mismo; es decir dos realidades diferentes pero complementarias que se necesitan para explicar la armonía del cosmos.
De la correcta disposición de este orden jerárquico, depende no solo la avenencia del mundo de los dioses, sino también el de los humanos. Somos politeístas porque el mundo es también plural y diverso; por que caben varias interpretaciones de lo manifestado, y por que conviven la variedad de las cosas, de los hombres, las ideas y creencias en un mismo universo. Un dios único siempre querrá un pueblo único, con un único pensamiento y una sola ley de cumplimiento universal. La relación con nuestros dioses rompe las cadenas de la tiranía del monoteísmo, de la unicidad, con su total subordinación ante un dios omnipotente, incompresible y por lo tanto extraño para el hombre.
Los distintos dioses y diosas vinculan a los hombres con esa otra realidad superior, siendo imágenes vivas de una visión más amplia que se manifiesta en nuestra existencia vinculada al mundo sensible.
La familia es quizás uno de los principios capitales de nuestra confesión religiosa, ya que por ella circula toda nuestra común herencia ancestral; siendo fuente de valores y referente socio-cultural, capaz de articular y cohesionar el sistema de convivencia que nos han legado nuestros antepasados. El cuidado, así como el respeto debido a esta fundamental institución, es prioritario para nuestra confesión enmarcada en un contexto cultural, espiritual y social. La existencia y fortalecimiento de la familia Odinista supondrá la más firme garantía para asegurar nuestro futuro como pueblo, cultura y religión.
¡Hagamos honor a nuestra estirpe!
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“…los adulterios son escasos; su castigo es inmediato…No hay ningún perdón para la honestidad corrompida…”.
“(las mujeres) Reciben un solo marido, a la par que un solo cuerpo y una sola vida, a fin de que no haya lugar para otros pensamientos ni para caprichos tardíos, y lo amen no como un marido, sino como al matrimonio”.
Germania. Cornelio Tácito
[5] Nacido en París, el 4 de marzo de 1898, y falleció el 11 de octubre de 1986. Estudioso de las sociedades y religiones Indoeuropeas. Sus estudios se centraron en el desarrollo de la teoría trifuncional comprendidas en las mitologías de toda la familia indoeuropea desde la India hasta Roma. Entre sus trabajos cabe citar: Mito y epopeya; Los dioses de los indoeuropeos; Los dioses soberanos de los indoeuropeos, o Los dioses de los germanos: ensayo sobre la formación de la religión escandinava.