Cómo un precedente al fin del invierno el 2 de febrero es una fecha enigmática desde esencia marcando el punto central del periodo de oscuridad durante el año y el comienzo de días más luminosos, es decir, el punto medio astrológico entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera cuando el sol alcanza los 15 grados de Acuario en el hemisferio norte y los 15 grados de Leo en el hemisferio sur.
Diversos pueblos alrededor del mundo festejan este día desde tiempos atávicos, los primeros vestigios datan de arcaicas culturas paganas quienes celebraban el poder creciente del sol o los egipcios que lo asociaban a la celebración del nacimiento de Nut la diosa creadora de los cielos y el universo. También existen indicios en la vieja Constantinopla (hoy Estambul) y algunos escritos de Egeria (escritora hispano-romana del siglo IV) que dan prueba de su relevancia festiva. Para los griegos representaba la fiesta de “Hypapante” (que significa encuentro), un antiguo rito bizantino que conmemora la primera reunión de Cristo y su madre con los profetas del templo del Señor (San Simeón y Santa Ana).
En la Roma antigua se le relaciona con la fiesta de las “Lupercales” que originalmente se celebraban el 14 de febrero y consistía en una procesión de sacerdotes llamados “Lupercos” o “Luperci” (amigos del lobo) que se reunían en la Gruta de Lupercal dónde efectuaban un sanguinario ritual de purificación para honrar la fertilidad de la loba ya que según la tradición, en este lugar fue dónde Fauno Luperco (dios de los campos y los pastores / divinidad oracular y profética) se convirtió en loba para amamantar a los gemelos Rómulo y Remo fundadores de Roma.
Más tarde el Papá Gelasió I prohibió estas festividades, las cristianizó y las trasladó al 2 de febrero por la referencia que hace en sus cantos San Simeón sobre Cristo llamándolo “luz de las naciones”. Se fusionó entonces con las “Lupercales”, procesiones de fieles que encendían velas, cirios o antorchas para honrar a la fertilidad de la virgen María a los 40 días que dio a luz, ya que en los tiempos de San Ambrosio el 25 de diciembre fue asignado como supuesta fecha del nacimiento de Jesús con el propósito de desterrar el ancestral festejo pagano del culto al sol.
Para el cristianismo la ley de Moisés mandaba que Jesús debía ser presentado a Dios a los 40 días de nacido después de la solemnidad de la natividad, es ésta la conmemoración del primer encuentro entre Cristo y su Creador, se celebra a la propia luz humana y a la del mundo con la bendición de velas y la procesión con ellas representando la unida del espíritu.
La celebración de la Virgen de la Candelaria celebrada por algunos países de América Latina es originaria de Tenerife, España y rinde tributo a la supuesta aparición mariana de finales del siglo XIV en la desembocadura del barranco de Chimisay, en este día se acostumbra bajar a la virgen del camarín y se coloca su imagen debajo de un dosel delante del altar en un trono de plata para ser venerada por sus fieles. Perú tiene en esta fecha una de sus más grandes festividades y es en Sudamérica la mayor celebración después del carnaval de Río de Janeiro. También se conmemora a la Candelaria en Chile, Cuba y El Salvador. En la religión afro-brasileña Candomblé en este día se le rinde tributo a Yemayá diosa del mar llevándole ofrendas.
Para las antiguas culturas británicas e irlandesas es el primero de los llamados quarter days, días que marcaban los puntos medios entre las estaciones del año. Los celtas lo llamaban “Imbolc” que significa “en el ombligo”, en referencia al comienzo del periodo de lactancia de las ovejas, era un festejo de gran trascendencia para su cultura, su acto más simbólico era encender velas e inciensos en altares con flores blancas para rendir tributo a los 4 elementos y pedirles por la renovación de la tierra para que ésta proveyera suficiente comida hasta el verano, era una fiesta de luz y representaba un acercamiento entre los humanos y los seres elementales de la naturaleza.
Durante este día los celtas también condecoraban a Brigid, triple diosa de fuego: de la inspiración, la sanación y la adivinación. Los ingleses lo conocen como “Candlemas” en honor a las velas que llevaba la procesión que condujo por primera vez a Jesús al templo y lo toman de las celebraciones cristianas-irlandesas de Santa Brígida, derivación sincrética de Brigid.
Estados Unidos y Canadá lo festejan como el “Día de la Marmota” con un tradicional método usado inicialmente por los granjeros germanos que emigraron a Pensilvania (en Alemania se le asociaba al tejón) y consiste predecir el fin del invierno cuando este roedor sale de su madriguera. Se tiene creencia que si al salir la marmota no ve su sombra proyectada sobre el suelo por ser un día nublado entonces lo toma como un presagio de que falta poco para que llegue la primavera y sale de su madriguera, pero si ve su sombra quiere decir que continúa el invierno y entonces vuelve a ella por 6 semanas más.
El tiempo indica que el 2 de febrero es una buena jornada para celebrar con fuego en honor al sol y reflexionar sobre nuestra propia llama interna, una fecha que nos invita a encender velas y concentrarnos en su luz, es ciertamente un día de rituales de fe, de esperanza y purificación, es un día para encontrarse con la inherente divinidad, así como la marmota se encuentra con el cielo y los celtas con la naturaleza. Un día de para despedirse de la oscuridad, para cambiar, para regenerarse, un buen día para empezar algo nuevo, para encontrarse con la propia llama que genera nuestro corazón y reconocer que todos somos seres de luz, bellos reflejos del sol.