Según Spengler, toda cultura experimenta un ciclo vital y la antesala de su muerte es la rigidez de sus formas, así como la pérdida del alma que antiguamente las animó. La Civilización Occidental es el producto final de una Cultura “fáustica”, caracterizada por su espíritu imperativo y la conquista de toda clase de posibilidades, la negación de los límites. Ahora, como forma muerta de aquella Cultura, Europa y sus derivaciones occidentales se enfrentan a la muerte pues nada es eterno.
Una de las situaciones más críticas de la condición humana contemporánea puede ser ubicada dentro del ámbito religioso. Las grandes corrientes religiosas experimentan varios problemas. entre los cuales se pueden mencionar el abandono de feligreses, el surgimiento de nuevos movimientos o propuestas religiosas y el rechazo ante los preceptos morales sostenidos por la perspectiva o argumentación religiosa. De manera particular, se puede señalar aquella tendencia – todavía por cuantificar y clarificar- de pérdida deje o convicción, por parte de muchos feligreses, en los principios doctrinarios presentados como básicos para la creencia religiosa en general.
Esta pérdida de seguimiento de una doctrina o dogma es alentada en muchos discursos contemporáneos que propugnan una superación de los modos de pensar arcaicos, «medievales» y obscuros, en favor de la «claridad» y la capacidad autocrítica de la ciencia, la tecnología y el conocimiento contemporáneos. No obstante, existen elementos para destacar la necesidad de que la conciencia humana continúe teniendo en cuenta aquello que se hace presente en el lenguaje, el simbolismo y la doctrina religiosa, especialmente el contenido más profundo del simbolismo religioso y las vivencias que se hacen experimentables a través de éste, a pesar de ser considerado como «superado» por muchos. En este orden, partimos de la consideración de que todo lenguaje religioso —y con él toda manifestación o realidad genuinamente religiosa— se hace presente como una manifestación simbólica, que debe ser comprendida y asimilada por parte del ser humano, y con mayor necesidad en nuestros tiempos, ya que estamos inmersos en un ambiente de inanidad simbólica.
Bien puede decirse que la interacción con la interioridad, esa búsqueda de equilibrio en nosotros mismos, se vuelve un aspecto importante de nuestra existencia. Este proceso plantea una serie de caminos de conocimiento y desarrollo propios que nadie, salvo nosotros mismos, puede realizar. Cierto es que tales caminos o vías de desarrollo exigen la localidad de la persona, conllevan graves peligros e implican importantes tomas de decisiones, como cualquier otro aspecto importante de la vida. Esto siempre origina temor en el sujeto ante aquello que no quiere aceptar o que se ufana de no poseer y, de manera especial, ante lo poco que realmente se conoce, asimismo. En tal marco. mientras no haya conflictos internos todo marcha bien; más, cuando ocurren situaciones críticas que se contraponen al «estado de bienestar», a la forma de vida “normal» y «tranquila» a la que se ha acomodado la conciencia, se advierte que desconocemos mucho de nosotros mismos. La experiencia a lo largo de la historia de la humanidad, y más concretamente en el siglo XX, parece confirmarlo.
En este contexto. se puede decir que la civilización occidental constituida a lo largo de los últimos dos siglos ha adquirido un carácter o perfil que, finalmente, está afectando de manera negativa al hombre: socialmente, el individuo se subordina a la estructura, a la empresa, a la eficiencia, al Estado, al cual sacrifica su libertad, potencialidad, creatividad e individualidad; mientras que, anímicamente, el sujeto no logra calmar las inquietudes más profundas de su experiencia vital, ya que el medio no le facilita tales condiciones. A veces el hombre aprende a vivir con estrechez de miras y metas, perdiendo la capacidad de soñar e incluso cuestionando la posibilidad de cuestionar. La mediocridad y la depresión que surgen en estos ambientes (tanto en sectores acomodados como en aquellos económicamente débiles) propician una tensión interna que es necesario curar. La “cura”, como la etimología latina del término menciona, implica el cuidar de la condición humana, y para lograrlo debemos en primer lugar conocerla:
“Al crecer el conocimiento científico, nuestro mundo se ha ido deshumanizando. Ei hombre se siente aislado en el cosmos, porque ya no se siente inmerso en la naturaleza y ha perdido su emotiva «identidad inconsciente» con los fenómenos naturales. Éstos han ido perdiendo paulatinamente sus repercusiones simbólicas […] Su contacto con la naturaleza ha desaparecido y con él. se fue la profunda fuerza emotiva que proporcionaban esas relaciones simbólicas. Esa enorme pérdida se compensa con los símbolos de nuestros sueños. Nos traen nuestra naturaleza originaria: sus instintos y pensamientos peculiares. Sin embargo, por desgracia, expresan sus contenidos en el lenguaje de la naturaleza, que nos es extraño e incomprensible…Hemos dejado de creer en fórmulas mágicas, no han quedado demasiados tabúes y restricciones análogas; y nuestro mundo parece estar desinfectado de todos esos númenes supersticiosos como «brujas, hechiceros y aojadores», por no hablar de hombres-lobo, vampiros, espíritus del bosque y todos los seres extraños que poblaban los bosques primitivos. Para ser más exacto, la superficie de nuestro mundo parece estar limpia de todos los elementos supersticiosos e irracionales. No obstante, que el verdadero mundo interior humano (no la ficción que calma nuestros deseos acerca de él) esté también libre del primitivismo es otra cuestión diferente”.
(Jung, 1984; 92-93)
En este largo texto. Carl Jung relaciona el ámbito del mito y de la creencia, de la narración fantástica y del folclore con aquellas fuerzas más profundas de la psique o alma humana; fuerzas que la perspectiva de la modernidad dejara de lado y que, no obstante, ahora continúan haciéndose presentes en nuestro ámbito de realidad: fuerzas que. además, pueden ser consideradas como objetos de estudio indispensables para la comprensión de ciertas propensiones de nuestra conducta actual. Nuestra esencia psíquica se sigue manifestando de manera autónoma —a veces contraria a lo que nuestra visión y voluntad conscientes establecen como «normal», común y aceptable— y se ubica, además, como el contexto de experiencia que permite hacer más comprensible la fuerza y el impacto de la realidad y simbología religiosas en el espíritu del hombre.
Más allá de la manipulación ideológica de contenidos, símbolos y principios expresados en una doctrina religiosa, es necesario inquirir acerca del contenido más primordial y relevante de tales elementos para la experiencia de vida del ser humano concreto. Apartándonos un poco de la postura de fe, que acepta y considera fundamental lo que la doctrina religiosa hace presente ante la conciencia humana —haciendo mucho hincapié en el aspecto trascendental de tales principios—. Se puede explorar la experiencia religiosa dentro del contexto de percepción más íntima de lo «sagrado» o «numinoso», frente al hombre y al mundo. Este contexto tiene un grado propio de realidad y, sobre todo, de influencia en la experiencia de vida humana.
El pasado
El núcleo anímico de toda religión es una vivencia de lo misterioso: a ello se añade, con Otto y Eliade, que es la revelación del myscenim cremendum. Que se hace presente como hierofanía. De igual manera, es sorprendente la postura de estos autores ante la conciencia contemporánea: la experiencia de lo sagrado se da en sí. dentro del ámbito de la realidad humana, y le permite al hombre establecerse en el mundo y en la propia realidad. Nos ubicamos en el siglo XX, centuria de contradicciones. desencanto y grandes transformaciones, los cuales pueden ser considerados como consecuencia o como indicador de nuevas situaciones, tanto en el exterior como en el interior del hombre. Por tal. dicho periodo bien puede ser considerado como el siglo de la conmoción:
Con la guerra mundial parece haber irrumpido en Europa una época en la que pasan cosas que antes como mucho sólo podían soñarse. Se llegó incluso a tener casi por una fábula la guerra entre naciones civilizadas. opinándose que un absurdo semejante se hacía cada vez más imposible en este mundo racional internacional mente organizado. Lo que ha seguido a la guerra ha sido un auténtico aquelarre de increíbles revoluciones. cambios en los mapas, regresos a modelos políticos medievales y antiguos […)
(Jung. 2001: § 371)
La contradicción de la gran guerra originó el malestar y el desencanto que, finalmente, conllevarían a la enorme problemática que actualmente se identifica con el nombre de posmodernidad; misma problemática que sigue influyendo en el mundo interior, en el plano anímico, en la otredad de lo inconsciente. Ante la muerte de Dios, se pregona ahora la muerte del hombre; ante la eficacia industrial y la tendencia impulsada por la utilidad y ganancia de mercado, sigue la cosificación y deshumanización, la expoliación de los recursos naturales, la estupidez política, el fundamentalismo científico y religioso o la indiferencia ante el mundo. El ser humano que se proclamó libre de los dioses viene a caer esclavo de la tecnología y del mercado, nuevos ídolos exigentes a la manera del Moloch cananeo. siempre en reclamo de nuevos sacrificios. Al predominio de una razón estrecha y unilateral le corresponde, psicológicamente hablando, un «rebote de irracionalidad».
Que, en Rusia, se haya sustituido la abigarrada magnificencia de la iglesia greco-ortodoxa por un movimiento ateo deplorable en cuanto a gusto e inteligencia no tiene nada de particular […] En fin, también para Rusia tuvo que despuntar el siglo XIX con su Ilustración «científica».
Pero que, en un país más bien civilizado, que cree haber superado la Edad Media hace mucho tiempo, un dios de la tormenta y de la ebriedad. Wotan, hace tiempo históricamente jubilado, haya podido despertar como un volcán dormido que entrara en erupción es, más que curioso. Verdaderamente picante (…] El movimiento de Hitler puso literalmente a Alemania en pie y produjo el espectáculo de una invasión de los germanos in situ. Wotan. el dios errante, había despertado.
Jung, 2001: § 373-374)
Se señala la irrupción de aquella época y el cómo ha repercutido en el ámbito social, el comunitario y el étnico-cultural inclusive, a través de un mito antiguo; la irrupción de un arquetipo[1] en la conciencia de una nación, así como su preponderancia en la conciencia colectiva predominante: acontecimiento que conlleva implicaciones demasiado inquietantes respecto a aquellas perspectivas que abogan, hoy, por todo el control para la conciencia y la voluntad. Si tuviéramos que partir de una enunciación que expresara la dinámica de este tipo de acontecimientos, bien podríamos recordar en este momento aquella que expone: «lo inconsciente reacciona y compensa a la conciencia»: o, si tuviéramos que expresarlo de una manera análoga a las leyes de Newton, sería de la siguiente forma; «A toda represión de contenidos, corresponde una reacción amplificada».
Wotan es un arquetipo del inconsciente colectivo germánico. Al explicar la influencia de las formas psíquicas en la Humanidad, Jung volvió al arquetipo de Wotan en una carta a su amigo el diplomático y escritor chileno Miguel Serrano. Jung cuando escribía eso en los años ’60 estaba intentando sugerir remedios para la difícil situación moderna del hombre civilizado. A la vez que evitaba la sociedad de masas que estaba siendo acelerada por la tecnología, Jung declaró que el hombre moderno, o al menos el occidental, debe tratar de encontrar su identidad individual sin retirarse al hiperindividualismo: “Solamente puede descubrirse a sí misma [la persona] cuando se encuentra profunda e incondicionalmente relacionada con algunos y generalmente con muchos individuos con los cuales ella tendrá una posibilidad de compararse y de conocerse”
Los complejos psíquicos reprimidos siguen influyendo no sólo en el individuo sino también en la colectividad. Es comúnmente bastante sabido que la represión provoca enfermedad mental en un individuo. Sin embargo, el mismo principio se aplica a la represión en naciones y culturas enteras. Si esos complejos reprimidos no son identificados e integrados, ellos se manifiestan en otras formas malsanas. Al entender los conceptos de represión, la sombra y el inconsciente colectivo, Jung se acercó al nacionalsocialismo con una actitud esperanzada, en cuanto a que se trataba de una manifestación a una escala masiva de una potencial individuación de una nación entera por medio del desvelamiento del arquetipo reprimido y su canalización hacia el consciente, más bien que dejarlo ulcerarse en una manera subterránea y en último término destructiva. Tal ascenso hasta la conciencia era, sin tener en cuenta el resultado final, una necesidad, porque los germánicos todavía tenían esos complejos no resueltos que estaban entrando en la Era tecnológica. De Wotan, Jung declaró a Miguel Serrano que:
“Cuando, por ejemplo, la creencia en el dios Wotan desaparece y nadie más piensa en él, el fenómeno originariamente llamado Wotan permanece; solamente su nombre cambia, y como Nacional-Socialismo ha renacido en gran escala. Un movimiento colectivo consistente en millones de individuos, cada uno de los cuales muestra síntomas de wotanismo, prueba, por consiguiente, que Wotan nunca muere en realidad y que, por el contrario, retiene su vitalidad original y su autonomía”
(Serrano, El Círculo Hermético, Ibid.).
Ciertamente no describiríamos con ello todas las singularidades y elementos
propios del fenómeno que ameritan la visión comprensiva de éstos; pero, al menos, podemos señalar que aquella otredad, que muchos cuestionan en su existencia, es capaz de reaccionar ante nuestras actividades y acciones que presumen ser autónomas. La aceptación de la dimensión anímica humana con un aspecto inconsciente implica cuestionamientos que ocasionan temor a la conciencia que los plantea. No preocuparse por lo que nuestra otredad puede decirnos contribuye a quedar bajo su poder de manera sutil e inadvertida, a estar poseídos en el sentido más básico de la palabra. Así. al hablar de lo que aconteció en la Alemania de los años 30. Jung se atrevió a decir que en tal nación ocurrió una circunstancia muy peculiar:
«Quizá podemos llamar a este fenómeno general ‘posesión’. Esta expresión establece tanto un “poseído” como un “poseedor”. Si no queremos deificar directamente a Hitler, algo que ya se ha hecho, el único recurso que queda es Wotan, un sugestionador capaz de hacer que los varones sean poseídos»
(Jung, 2001; § 386).
De vuelta con el caso singular llamado por Jung el «retorno de Wotan», parece bastante inconcebible considerar que una nación pueda ser poseída (habría que precisar qué tipo de posesión es la que se manifiesta en este caso y a qué sectores de la población poseyó de esa manera) en sus perspectivas, ambiciones, metas y actividades comunitarias, reforzadas de manera importante por su propia idiosincrasia, su carácter étnico-nacional. Jung. en su obra con el mismo nombre (escrita por primera vez en 1936). nos presenta la evolución o variación de la figura del Dios supremo del panteón germánico y el cómo siguió en relación con el hombre de esa parte de Europa.
Wotan, el incansable, el errante, el agitador que suscita la pendencia tan pronto aquí como allí, o que ejerce efectos mágicos, fue primero convertido en Diablo con la llegada del cristianismo y ya solo llameaba como un fuego fatuo en las noches de tormenta, cual cazador fantasmal con su comitiva de caza, en tradiciones locales que iban desvaneciéndose. Sin embargo, el papel del errante sin paz. lo asumió la figura surgida en la Edad Media, de Ahasvero (el Judío Errante), en una saga que ya no es judía sino cristiana. Es decir, el motivo del errante, que Cristo no asumió, se proyectó sobre el judío, del mismo modo que, por regla general, los contenidos que se han vuelco inconscientes, vuelven a encontrarse en el otro.
(Jung. 2001: § 374)
En esta descripción se hace presente una dinámica de motivos arquetípicos emergentes, con los cuales se identifica un antiguo numen que se consideraba ya erradicado. Sus atributos o características peculiares, sin embargo, establecen relación con otras figuras numinosas y se entremezclan. Las «imágenes del alma», como son manejadas a partir de la argumentación de Richard Schwarf, son manifestaciones de los arquetipos, que se entremezclan y devienen a lo largo del tiempo; pero, en momentos determinados, tales características básicas se manifiestan junto con el núcleo que podemos identificar como «numen primario». En este caso, una fuerza importante para la cosmovisión de los antiguos germanos habría resurgido en el ánimo de los germanos del siglo XX, favorecido por la crisis de la conciencia occidental y de los símbolos dadores de sentido que el cristianismo había establecido en la mentalidad alemana, los cuales ahora estaban trivializados o desgastados por una crítica racionalista radical, propia de la modernidad.
Ante esta situación, en parte consecuencia de la modernidad, en parte reacción a la misma, bien se puede preguntar si los seres humanos no vivimos y actuamos —muy a nuestro pesar, ignorancia o empeño— en un trasfondo mítico, el cual apenas podemos hacer consciente en determinadas situaciones. Autores como Mircea Eliade atestiguan la existencia de trasfondos míticos en pleno siglo XX al hablar del ideal esgrimido por el socialismo marxista —la época comunista como nueva edad de oro— y. en contraste, de las metas señaladas por el nacionalsocialismo alemán —con el desconcierto del autor ante la tendencia pesimista del Ragnarök de la mitología germánica, hecha presente en el nacionalsocialismo—. El explorar qué Implicaciones presentan los argumentos sobre el «retorno de los dioses» en la mente del hombre contemporáneo puede visualizar o aclarar elementos importantes de la condición humana en nuestros días, así como las oportunidades latentes y posibilidades de resolución de dichas situaciones en la Europa contemporánea:
Si podemos olvidar por un momento que estamos en el año del Señor de 1936 y que, en correspondencia con esa fecha, creemos poder explicar racionalmente el mundo basado en nuestra explicación en los factores económico, político y psicológico, y si podemos echar a un lado esa bienintencionada racionalidad, humana, demasiado humana, y cargar a Dios o a los dioses, en vez de a los hombres, la responsabilidad de los acontecimientos de hoy […]no sería nada inadecuado recurrir a Wotan como hipótesis causal. Me atrevo incluso a hacer la herética afirmación de que el viejo Wotan, con su carácter abismático, nunca exhausto, explica mejor el nacionalsocialismo que los mencionados tres factores racionales juntos. Si bien cada uno de ellos sirve para interpretar un importante aspecto de las cosas que están ocurriendo en Alemania. Wotan dice más precisamente respecto al fenómeno general, que el no alemán, incluso después de la más profunda reflexión, siente en el fondo, extraño e incomprensible.
(Jung, 2001; § 385)
¿Cómo entender el que nuestro autor se atreva a hacer la afirmación sobre el despertar de un dios tribal de tiempos precristianos, así como de su acción posesiva en una nación moderna? Si nos atenemos al contexto de la teoría psicoanalítica, podremos señalar que lo descrito es el cuadro más pintoresco posible de una situación anímica inconsciente o arquetípica de una nación. Pero, ¿acaso esa argumentación agota todo lo que el propio Jung intenta hacer ver del fenómeno y su propuesta de solución ín extenso o ín profundis, Podemos considerar que, si bien la explicación «terapéutica» puede ser indicadora o reveladora de un aspecto importante del fenómeno, existe algo que se pierde al presentarlo así:
Al fin y al cabo, se puede prescindir, para una mejor comprensión, del nombre y el concepto, cargados de prejuicios, de «Wotan». y expresar lo mismo llamándolo Furor teutonicus. Se habría dicho exactamente lo mismo, pero no tan bien. Pues el «furor» en este caso una mera psicologización de Wotan, y lo único que quiere decir es que el pueblo está enfurecido. De ese modo queda fuera de consideración una preciosa característica de todo el fenómeno; el aspecto dramático del poseedor y de los por él poseídos. Pero eso es precisamente lo más impresionante del fenómeno alemán, que alguien evidentemente poseído posea en tal medida a todo un pueblo hasta ponerlo al unísono en movimiento, empezando a rodar y deslizándose también inevitablemente hacia el peligro
(Jung. 2001: § 388)
Sin pretender tomar esto como argumento afirmativo acerca de la existencia de los dioses o de lo divino en su aspecto trascendente, o metafísico —en el sentido kantiano—, bien podemos señalar que las experiencias presentadas en este contexto indican otro aspecto de la influencia de productos simbólicos en la existencia humana y, asimismo, afirmar que los distintos dioses que ha tenido la humanidad duermen en el inconsciente del hombre. Si consideráramos que es un arquetipo el núcleo de tal símbolo, no se resolvería la duda de qué es en realidad esa fuerza vigente en la mente humana, con un carácter sutil pero efectivo. Si ciertas consideraciones sobre el arquetipo lo presentan como raíz primordial de la psique, esquema conformador, arquetípico-espiritual, motor de conducta, así también podríamos considerar algunos de ellos como las huellas de lo sagrado en el alma del hombre, dados su carácter numinoso y su influencia ante la razón y presencia en el mito. Desde la perspectiva de Jung. el mito es semejante al sueño, ya que se presenta ante la conciencia de manera independiente al control de la conciencia. Aunque en este caso, el mito se manifiesta como narración o explicación de lo primordial, donde aparecen las fuerzas primarias que interactúan con el mundo y los hombres, de entre los cuales surgen los héroes, llamados a hacer grandes proezas que les permiten encontrar su porqué estar aquí.
La existencia de elementos para considerar que los símbolos, que han dado sentido a la humanidad, han tenido un origen en el plano anímico del ser humano es obvia. Todo símbolo importante ha nacido de la interrelación de la conciencia con su «otredad» inconsciente, a fin de comprender el mundo exterior. Todo símbolo es expresión de algo que no puede ser agotado por nuestro conocimiento y que, a la vez es una reunión de elementos o visiones contrarios: de ahí que no sólo se exprese algo del mundo exterior, sino que además la propia Interioridad desconocida —inconsciente— salga a nuestro encuentro, exigiendo ser comprendida. Esta comprensión permitirá posicionarnos mejor en la «realidad del mundo» y. así, conseguir madurar nuestra conciencia y sus facultades. Por tanto, se puede hablar de que existiría una maduración de la conciencia, una constitución dinámica de ésta y su desenvolvimiento en el mundo; los símbolos humanos expresados en las mitologías y religiones parecen indicarlo. Así. pues, el símbolo cristiano habría sustituido, en vigencia, la imagen primordial de Wotan, que a su vez representaría un estrato más antiguo de una perspectiva y modo de vivir:
La liquidación de Cronos, al que Ninck atribuye un íntimo parentesco con Wotan, podía indicar una superación y fragmentación, en el periodo helenístico, del tipo de divinidad que representa Wotan. En cualquier caso, el dios germánico en su totalidad corresponde a un nivel primitivo, a una situación anímica en la que el hombre apenas querría algo distinto a lo que quisiera el dios, razón por la cual quedaría fatalmente a su merced. Entre los grifos había en cambio dioses que prestaban ayuda frente a otros dioses, y el padre universal Zeus no andaba lejos ya del ideal del déspota Ilustrado y benevolente
Jung. 2001: § 394)
Al comentar la monografía de Martín Ninck sobre Wotan, Jung establece esta curiosa relación entre las «genealogías divinas» y su influencia en el ser humano. Wotan corresponde a una cosmovisión más temprana de la conciencia humana, más primordial incluso que la de los griegos clásicos. Si nos atenemos a la perspectiva de las «imágenes del alma» de los dioses o figuras divinas, éstas parecen ser o tener relación con las situaciones anímicas con las cuales los seres humanos se enfrentaban a las agrestes condiciones del mundo. Así. la mentalidad germánica se veía reflejada en los atributos con los cuales era identificada su deidad principal:
Ateniéndose a las fuentes. Ninck ofrece en diez capítulos un magnifico cuadro del arquetipo alemán Wotan como berseker. Dios de la Tempestad y Errante, Luchador, Dios del Deseo y del Amor, Señor de los muertos. Señor de los Einherjar (de los caídos en combare), conocedor de lo secreto, mago y Dios de los Poetas. […] Muestra que Wotan encarna el lado instintivo emocional canco como intuitivo-inspirador de lo inconsciente, por una parte, Dios de la furia y el delirio, por otra versado en las runas y adivino.
(Jung. 2001: § 393)
Tales características se hicieron presentes en la mentalidad impulsada por el nacionalsocialismo en su auge y predominio. La constitución de una visión nuevamente pagana, a pesar de y en contraste con una cultura cristiana que se fue revelando cada vez más débil e incapaz de hacer frente a la nueva visión del mundo, influyó de manera trágica en la historia del siglo XX. La irrupción del nacionalsocialismo como emersión de un arquetipo sobre un pueblo, y también las consecuencias anímicas de la Segunda Guerra Mundial sobre la mentalidad europea, Jung plantea la necesidad de una formación de individuos para conectar con las fuerzas anónimas que actúan dentro de las grandes masas de población, y de amplificar su interacción ante lo desconocido o lo percibido en el vecino (la proyección de la sombra colectiva en otra nación). Más allá de que el propio Jung terminara sus observaciones sobre Wotan recurriendo al inconsciente colectivo, para canalizar las nuevas irrupciones de lo inconsciente sobre la Europa del siglo XXI.
El Presente
Se puede considerar que la argumentación sobre Wotan «puede ser entendida como la representación» o sublimación de fuerzas naturales: pero, la perspectiva presentada aquí hace hincapié en aquellos aspectos que parecen indicar una «psicología de los dioses» en cuanto a fuerzas autónomas que se hacen presentes en el horizonte de la motivación e influencia humanas. Si la tesis principal de Jung acerca del desequilibrio anímico en nuestro tiempo es cierta —existen múltiples indicios para afirmarlo—. bien se puede retomar el argumento que refiere la necesidad de una formación de aquella parte de la condición humana que los antiguos llamaron espíritu. Todo ser humano tiene que desarrollar una capacidad para interactuar con el entorno a partir de un conjunto de valores, convicciones y actitudes ante el cosmos, una capacidad donde también se articulan otros aspectos como las vivencias afectivas, y es codo ello lo que constituye nuestra posición en y ante el mundo, en y ante el hecho de existir. Dentro del proceso de existencia. la condición humana experimenta, a su vez. un proceso de desarrollo y maduración: pero, ¿qué elementos nos permiten aseverar que realmente nuestro desarrollo actual es el que beneficia al hombre en su totalidad? Si le hacemos caso a las aportaciones de la psicología de las profundidades, bien podemos decir que ahora se están mostrando aquellos aspectos de la condición humana que han sido descuidados, y que regresan por sus fueros frente a la limitada y estrecha conciencia que las necesidades —a veces más aparentes que reales— de nuestro tiempo establecen como modelo a seguir.
Si el discurso de nuestro tiempo desdeña la influencia de lo que hace siglos servía como elemento dador de sentido a la existencia de los seres humanos, la argumentación Jungiana logra que nuevamente tengamos ante nuestra conciencia el modo de actuar y conocer de las creencias antiguas;
Los dioses no han muerto: duermen en lo más profundo del corazón del hombre.
En nuestro tiempo asistimos a un paradójico «eclipse de Dios»: el hombre de nuestro tiempo es criado y se desarrolla con un hambre de lo sagrado, con una necesidad de lo trascendente y de lo divino que el ambiente contemporáneo no logra colmar: la ciencia y el conocimiento moderno, a pesar de sus actividades demoledoras dirigidas contra el contexto de las creencias religiosas, no han extirpado el impulso de creer en algo más grande que uno mismo. Este impulso, que ha logrado experiencias peculiares a lo largo del tiempo y del espacio de la humanidad, no ha desaparecido, y las contribuciones de Jung, Eliade. Otto, Campbell, entre otros, postulan que forma parte inherente de nuestra condición y de nuestra existencia, en cuanto individuos e, incluso, en cuanto sociedad o nación. Estas experiencias se hacen presentes con un rico lenguaje simbólico y una no menos importante influencia anímica. SI, independientemente de los factores socioeconómicos, científico-tecnológicos y culturales en general, existen manifestaciones que logran hacerse presentes de una manera semejante a como ocurre con las narraciones míticas o las antiguas leyendas folclóricas en nuestros días, éstas no podrán ser pasadas por alto.
El futuro
Llega a ser sorprendente que, en algunos aspectos, el Wotan nórdico rija el mismo lugar cósmico que el Tezcatlipoca prehispánico. y que esta divinidad haya sido la más temida por el hombre prehispánico, ya que representaba un destino caprichoso y cambiante. Si a pesar de toda una perspectiva moderna, nos atrevemos a explorar la posibilidad de un «retorno de los dioses» —permítasenos esta expresión—, lo hacemos como una forma de considerar sus influencias en determinadas conductas o perspectivas limitadas de vida (las cuales deberán ser examinadas y complementadas para permitir un mejor equilibrio interno o «espiritual» que posibilite una plena actuación de ellas para cuando nuevas manifestaciones semejantes al renacimiento del Wotan germánico, si no el retorno del mismo Wotan que ya predijo Jung puedan hacerse presentes de manera más visible:
Si usamos consecuentemente nuestro modo de ver, que reconocemos como muy peculiar, debiéramos concluir que Wotan no sólo debe manifestar su carácter inquietante, dominador y tempestuoso, sino también su completamente diferente otra cara de su naturaleza, aquella extática y adivinatoria. Si esta conclusión se confirma, el nacionalsocialismo no tiene ciertamente la última palabra; cabría esperar, en cambio, en los años o décadas por venir, que surgieran del trasfondo cosas que todavía no podemos ni siquiera imaginar.
El despertar de Wotan es una regresión y un retorno al pasado; el río, por causa de un atasco, ha debido interrumpir su transcurso por su antiguo lecho. Pero la obstrucción no durará para siempre; tal vez es un reculer pour mieux sauter [retroceder para saltar mejor], y el agua superará el obstáculo. Entonces por fin será manifestado lo que Wotan «murmuró junto a la cabeza de Mimir«.
Jung (Wotan, 1936)
Conclusión
Nos hallamos pues, ante toda una profecía que podemos denominar de una manera teológica: La segunda venida de Wotan a la tierra, o como Jung lo denomina “el despertar de Wotan”. Jung, era una personalidad excepcional en todos los campos del conocimiento, pero especialmente intuitivo, nunca se equivocó en ninguna predicción.
De esta relación tan cercana entre el mito Odinista y el nacionalsocialismo han surgido fricciones en nuestro mundo contemporáneo, obviamente la derrota militar de esta ideología supuso su prohibición y consiguientemente, la demonización total la misma. Esto ha sido evidente en todos los puntos de contacto con ella y no hay sido el menor, su relación con la antigua religión de los germanos. Mas se diría, que ha sido uno de los puntos donde mas ha marcado el sistema su propaganda y prohibiciones respecto al nacionalsocialismo. Llegados a este punto, resulta obvio ver que fue antes, la gallina o es hubo. La religión ancestral germánica es tan antigua como su historia: nace cuando se crea el pueblo germano, ¿Cuánto podemos datar la edad ¿4000 o 5000 años? Lo que si podemos hacer es datar con precisión al movimiento nacionalsocialista: 100 años.
Queda demostrado pues que la ideología nacionalsocialista es absolutamente posterior y la asunción por la misma de Wotan, contemporánea y ampliamente demostrada en este escrito.
El Odinismo, que no tiene nada que ver en la ideología política nacionalsocialista tiene su propio corazón vital. Es un movimiento independiente y desligado de cualquier otra creación posterior. Puede ser que haya nacionalsocialistas odinistas, pero nunca un Odinista nacionalsocialista. Un Odinista no necesita apellidos. Nuestra religión forma un universo cósmico anclado en lo mas remoto del espacio y del tiempo: a-temporal y a-espacial al mismo tiempo. El concepto subliminal de espacio es el de “separar y dispersar”, es decir espaciar. Lo contrario es “unificar, concentrar”, como si todo el universo fuese alojado en un gigantesco agujero negro donde el espacio estuviera comprimido en un átomo. Unido a este mismo concepto, en esa molécula primigenia comprimida no habría tiempo, al no haber sucesos ni secuencias, Todo el universo en máxima potencialidad en mil dimensiones.
Si volvemos a las palabras de Jung en que decía:
Si usamos consecuentemente nuestro modo de ver, que reconocemos como muy peculiar, debiéramos concluir que Wotan no sólo debe manifestar su carácter inquietante, dominador y tempestuoso, sino también su completamente diferente otra cara de su naturaleza, aquella extática y adivinatoria. Si esta conclusión se confirma, el nacionalsocialismo no tiene ciertamente la última palabra; cabría esperar, en cambio, en los años o décadas por venir, que surgieran del trasfondo cosas que todavía no podemos ni siquiera imaginar.
Jung (Wotan, 1936)
Obviamente no fue el nacionalsocialismo quien tuvo su última palabra. ¿Quién será sobre el que nuevamente Odín/Wotan se manifieste otra vez? Mientras tanto, por el mundo ya se vuelve a requerir a Wotan, reclamándolo desde las profundidades del inconsciente colectivo de sus hijos, quien ya empieza a andar como un viajero infatigable, otra vez por Midgard.
Estaremos atentos a su nuevo regreso.
[1] Arquetipo. Imagen primordial, manifestación de dinámicas anímicas profundas que aparecen en mitos, leyendas, narraciones folclóricas y arte como motivos o símbolos que contienen propuestas para la conducta humana, a la vez que un ámbito de realidad autónoma a la conciencia de éstos. Rara conocer la concepción propia de Jung. Cfr. Tipos Psicológicos. Voz «Arquetipo», o El hombre y sus símbolos. «Acercamiento a lo inconsciente».