Hymiskviða

(Cantar de Hymir)

Los dioses de los muertos    volvieron de caza,
ansiosos de festín    hasta saciarse;
lanzaron las ramas    del sacrificio, vieron la sangre,
y en la de Aegir hallaron    muchos calderos.

Allí estaba el montañés,    feliz como un niño,
semejante era al hijo    de Miskurblindi;
miró desafiante    al hijo de Ygg:
“Para los Aesir habrás    de preparar banquete.”

Molestó al gigante    aquel hombre mordaz,
meditó la venganza    contra los dioses;
al esposo de Sif    pidió traer un caldero:
“y a todos vosotros    os haré la cerveza.”

No supieron los dioses    famosos, las grandes
potencias, dónde    lo habrían de hallar,
hasta que a Hlórridi,    Týr, por su lealtad,
un consejo muy amable,    uno sólo, le dio:

“Habita allá al este    de Élivági
el sabio Hymir,    en los lindes del cielo;
mi padre posee    un buen caldero,
una olla muy grande,    tres leguas de hondo.”

“¿Acaso podremos    conseguir el caldero?”
“Sí, amigo, si es que    un ardid usamos.”

Lejos viajaron    todo ese día
desde el Ásgard    a la casa de Egil,
que apacentó los chivos    de orgullosos cuernos;
corrieron al palacio,    que era de Hymir.

El hijo vio a la abuela,    mujer horrible,
novecientas cabezas    tenía la giganta.
Aún otra, de oro,    se acercó a llevar
cerveza a su hijo,    eran blancas sus cejas.

“Pariente de los trolls,    desearía que los dos,
valerosos, tomaseis asiento    bajo los calderos:
a menudo mi amante    con los visitantes
es más que tacaño,    de muy mal talante.”

El troll enredador    llegó ese día tarde,
el tiránico Hymir,    vino de la caza.
Entró en la sala,    sonaban carámbanos,
tenía helado el bosque    de la mejilla.

“¡ Salud, Hymir!    Si tienes buen talante,
ha llegado el hijo    hasta estas tus salas,
aquel que aguardamos,    hizo un largo camino.”

“Está acompañado    del rival de Hród,
amigo es de los hombres,    se llama Véorr.
Vélos sentados    bajo aquel aguilón,
así se protegen,    detrás de un pilar.”

Rota saltó la columna    al mirarla el gigante,
y en dos pedazos    se rompió la viga.
Saltaron ocho calderos,    duramente martillados,
desde el gancho, uno    sólo quedó entero.

Dieron paso adelante,    el viejo gigante
clavó su mirada    en su fiero rival.
Poco le alegró    ver allí en el suelo
al que a las gigantas    procuraba el llanto.

Cogieron entonces    tres toros,
y ordenó el gigante    echarlos a hervir.
A cada uno de ellos    la cabeza quitaron
y al hoyo de asar    luego los llevaron.

Comió, antes de acotarse,    el esposo de Sif
él solo, dos    de los toros de Hymir.
Pareció el canoso    camarada de Hrungnir
que Hlórridi comía    de forma excesiva.

“Mañana, a la noche    los tres deberemos
vivir del producto    de nuestra propia pesca.”
Véorr se dijo dispuesto    a remar en las olas
si el cebo le daba    el horrible gigante.

“Ve a tierra,    si tienes valor,
matador de montañeses,    busca tú el cebo.
No creo que te fuera    difícil de lograr
con los grandes bueyes    la carnaza precisa.”

Al punto marchó    el muchacho al bosque,
encontró allí un toro    de color zaino.
El destructor de trolls    rompió de aquel toro
el alto emplazamiento    de los dos cuernos.

“Yo mando la nave,    no me agrada tu hazaña,
y habría preferido    que no te movieras.”

El señor de los chivos    al gigante pidió
que la nave llevara    aún más a alta mar;
pero el gigante    responde no estaba
dispuesto a seguir    remando más tiempo.

Agitado, sacó    Hymir dos ballenas,
él solo, a la vez,    usando un anzuelo;
pero detrás en la popa    el pariente de Odín,
Véorr, con astucia,    fabricase un sedal.

El valedor de los hombres    sujetó al anzuelo,
– el matador de la sierpe – ,    de la cabeza de toro;
y mordió el anzuelo    por todos odiada,
que enrosca su cuerpo    por todas las tierras.

Sacó osadamente    Thor el valeroso,
la letal serpiente,    y subió a bordo;
golpeó su martillo    el monte del cabello
de la muy odiosa    hermana del lobo.

Retumbaron los ogros,    resonaron las rocas,
la tierra antigua    tembló toda entera.
Sumergióse en el mar    después de esto la fiera.

Enojado iba el troll    al regresar a casa,
durante un rato    Hymir no habló,
empujó la caña    hacia el otro lado:

“Si quieres, harás    la mitad del trabajo,
llevarás la ballena    hasta mi casa,
o el cántaro de las olas    irá a varar.”

Hlórridi cogió    la proa, la sentina
aún llena de agua,    del corcel del mar;
llevaba los remos    y lo demás.
Arrastró a la alquería    la nave del troll
cruzando los riscos,    que eran frondosos.

Pero el gigante    era obstinado,
retó a Thor    por su valía;
dijo que no era fuerte,    aunque pudiera remar
con fuerza y poder,    si una copa no rompía.

La cogió Hlórridi    y al lanzarla
destruyó en pedazos,    un pilar de piedra:
pero intacta la llevan    después ante Hymir.

Pero la bella    concubina le dio
un amable consejo,    sólo uno enseñó:
“Lánzala al cráneo    de Hymir, más duro
es el troll glotón    que cualquier copa.”

Se asentó en las piernas    el señor de los chivos,
y reunió todas    sus fuerzas divinas;
le quedó entera    la base de yelmo,
mas la cuba del vino    redonda se hendió.

“Ahora sé bien    que mucho he perdido
al ver esa copa    quebrada ante mí.”
Dijo el hombre:    “nunca volveré
a decir: cerveza,    estás caliente.”
“Es ahora el momento,    si lo podéis hacer,
del templo el calero    sacar deberéis.”
Intentó Týr dos veces    mover el caldero,
pero en ambas quedó    sin moverse la olla.

El padre de Módi    su reborde asió,
lo arrastró por el suelo,    cruzando la sala,
levantó el caldero    el esposo de Sif,
y en sus talones    la argolla tintineó.

No habían ido lejos    y hacia atrás miró
el hijo de Odín    por primera vez;
vio de las grutas    del este, con Hymir,
llegar una hueste    de muchas cabezas.

Levantó el caldero    desde sus hombros,
y blandió a Mjöllnir,    ansioso de muerte,
mató a todos los monstruos    de los campos agrestes.

No habían ido lejos    y se derrumbó
un chivo de Hlórridi,    medio muerto: el corcel,
por la lanza del carro,    se torció una pata;
y fue el artero Loki    del daño la causa.

Pero ya oísteis    – mejor aún lo sabe
quien posea bien    el saber de los dioses –
y fue resarcido    por el montañés:
pues le dio sus dos hijos    a cambio del mal.

Pujante llegó    al thing de los dioses,
llevando el caldero    que fuera de Hymir;
todos los dioses    pudieron beber
cada otoño cerveza    en el hogar de Aegir.

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