Preguntas acerca del Odinismo

Entendemos por Odinismo una de las religiones autóctonas de Europa existentes antes de la llegada del Cristianismo a nuestro continente; es pues un conjunto de creencias precristianas de raíz nórdico-germánica, cuyo nombre deriva del dios Odín como deidad principal del panteón nórdico. También el Odinismo es conocido como Ásatrú (“confianza en los Aesir”, es decir en los dioses), moderna recreación de la antigua fe germánica-nórdica. Hablamos por lo tanto una estructura religiosa ancestral, autóctona y tradicional, enraizada en el “lugar”, en la tierra, comprendida dentro del solar de nuestros antepasados como fuente de identidad que nos une al pasado y nos lanza hacia el futuro a través del presente.

Los Visigodos lo practicaban hasta entrar en el Imperio romano (su conversión al cristianismo fue un acto político, destinado a conseguir los favores del emperador romano Valente). Otros pueblos que también estuvieron en la Península Ibérica, como los Suevos, practicaron esta religión en Galicia y Asturias. En la Edad media, los Vikingos y Varegos recorrieron toda Europa, incluso llegando a Galicia, Asturias y Andalucía.

Como ya hemos dicho el Odinismo deriva de las antiguas creencias profesados por las familias europeas de origen nórdico-germánico, unas creencias que estuvieron en pleno vigor hasta bien entrado el siglo XI de la era cristiana. En la época actual la confesión Odinista-Asatrú tiene sus inicios aproximadamente en 1930, cuando Alexander Rud Mills fundó en Australia la Anglecyn Church of Odín (Iglesia Anglicana de Odín). En la década de los años 70 aparecen personalidades como el poeta Islandés Sveinbjörn Beiteinsson (1924–1993), fundador de Ásatrúarmenn, o Else Christensen (1913–2005) pionera del Odinismo a nivel mundial y fundadora del grupo de estudio llamado The Odinist Study Group; siendo una religión oficialmente reconocida por algunos estados europeos, incluyendo el español, que legalizó al COE (Confesión Odinista de España fundada en 1981) como entidad religiosa en 2007.

Es por lo tanto el Odinismo un religión eminentemente nueva, actual, pero con un poso indiscutiblemente tradicional: “Todo lo que no es tradición, es plagio” sentenciaba el genial filosofo catalán  Eugenio D’Ors (1). La fe Odinista enlaza directamente con las creencias ancestrales de nuestros antepasados, y las trae al siglo XXI para estructurar y actualizar la religión del porvenir. Dejemos una concepto claro, tradición no es sinónimo de arcaísmo, ni de inmovilismo ideológico; más bien este termino nos delimita todo lo que el transcurso del tiempo es perdurable: aquello que se ha demostrado como justo, verdadero y positivo, independientemente del espacio cronológico transcurrido. No pretendemos hacer un calco del pasado -realizar una acto de “arqueología religiosa”-, sino revivir las constantes que nuestra herencia ancestral nos ha legado como bellas, justas y verdaderas, para nuestro renacer espiritual.

Los odinistas son hombres y mujeres que han escuchado la voz de su alma ancestral. Aquellos que tienen el valor de sentirse unidos a sus dioses y diosas; así como con todo el universo sagrado y profano que les es propio.

El hombre forma parte de una cultura, de una herencia; de unos hechos tanto pasados como presentes que le condicionan en gran medida lo que de verdad es. Bajo esta perspectiva, podemos delimitar al odinista como el fiel a las creencias ancestrales de sus antepasados, que un acto de  vuelta sobre si mismo ha descubierto esa luz antaño perdida, pero que de nuevo brilla en su interior.

De lo dicho se desprende que el creyente y viviente en la fe odinista, no son simples “individuos” que deciden hacerse de una religión en concreto; sino personalidades que pertenecen a una comunidad humana-cultural definida, y que por lo tanto profesan su religión popular-autóctona. El odinismo no es, por este hecho, para todo el mundo, ni para la humanidad, debido a que está enraizado en una interpretación de los fenómenos humanos y sagrados específicos.

Es evidente que se entenderá e interiorizará más profundamente nuestra religión en aquellos que provienen de nuestros espacio cultural común, que por quines no están imbuidos de estas constantes culturales. Se trata por tanto de situaciones de afinidad y sensibilidad, que nos decantan una adhesión hacia unas u otras posturas religiosas. Al igual que un japonés se sentirá instintivamente abocado hacia el Shintoismo o el Budismo Zen, nosotros también nos sentimos más próximos para con las manifestaciones espirituales de nuestra tradición indoeuropea.

Los odinistas deben ser antorchas que iluminen a todos aquellos que todavía no se han reencontrado con su historia, con su identidad y sus dioses. Cada aportación, cada corazón, cada inteligencia es un peldaño que nos acerca a nuestro objetivo: la creación de una religión autóctona para el siglo XXI, sacada de nuestra tradición común.

Aunque efectivamente el Odinismo hace referencia a las creencias comunes de la gente de habla Germánica (Inglés, Holandés, Alemán, y lenguas nórdicas), actualmente debemos redimensionar el termino y ampliar su significado. En nuestra Europa actual es muy difícil que alguien pueda ya identificarse exclusivamente como un germano, celta o latino… todos en cambio somos europeos, herederos de una misma tradición y de una cosmovisión que nos forma en toda nuestra dimensión humana. El antiguo Odinismo al ser una de las últimas religiones europeas en desparecer (junto a las religiones bálticas ya en el siglo XII, d.C.) nos ha llegado inalterable en muchos de sus aspectos, por ello es un punto de referencia valido para la creación de una religión ancestral de tradición netamente Indoeuropea. El Odinismo así entendido en un medio, y no un fin en sí mismo.

Tampoco debemos obviar nuestra tradición hispano-germánica, tan despreciada como falseada por elestablishment ideológico actual, pero pieza fundamental del alma española, unida íntimamente a Europa y lo europeo. Una España muy diferente a la versión semítico-africanista de las “Tres Culturas”(2); fábula pseudohistórica carente de toda realidad y mantenida como justificación de una sin razón socio-cultural, muy a gusto del “complejo de culpabilidad” español y europeo.

Los Godos son un pueblo germánico cuyo origen se encuentra en Escandinavia (Gotaland); un pueblo que después de un largo periplo que va desde el siglo III al V d. C.  atraviesan Europa para asentarse en la Península Ibérica y formar el primer reino hispánico conformando así nuestra identidad territorial.

Los godos procedentes de la actual Suecia, cruzaron el mar Báltico hasta llegar a la cuenca del Vístula. Alrededor del siglo III d.C. ya se encontraban en el bajo Danubio, entorno al Mar Negro. Desde la Galia pasan a Hispania tras la batalla de Vouillé (507), en donde los Godos de Occidente (Visigodos) se asentaran definitivamente en la actual España: podemos considerar al Rey Leovigildo (565-586) como el verdadero artífice del concepto estatal hispano-godo, creando así la nueva seña de identidad hispánica independiente. En adelante los “españoles” dejaremos de ser hispano-romanos para convertirnos en hispano-godos; siendo el Reino Godo (Regnum Gothorum) nuestra realidad política, cultural e histórica más firme.

Con la España Goda hubo un verdadero renacer nacional en el arte, la política y la religión; el propio San Isidoro de Sevilla identifica a la patria de los Godos con España en su Laudes Hispaniae: (España) con razón se te puede llamar reina de las provincias, pues iluminas son sólo el Océano sino también el Oriente. Tú, honor y ornato del mundo, la más ilustre porción de tierra donde florece y recrea la gloriosa fecundidad del pueblo Godo.

La derrota del reino Visigodo frente al ejercito musulmán en la batalla de Guadalete (711), y el inicio de la posterior “reconquista” no hacen sino reafirmar los atributos godos en Hispania, siendo este proceso (de la perdida de España) una lucha constante por la “gotización” del territorio, que se mantendrá hasta bien estrada la Edad Media, culminando este proceso con nuestro Siglo de Oro.

La Confesión Odinista de España-Asatru, se siete heredera de su tradición goda en todo sus aspectos; así mismo rinde honor a sus héroes y caudillos como Atanarico II rey de los Visigodos Tervingios y de la nación goda, cuya determinación y valentía mantuvo a su pueblo fiel a la fe Odinista de su antepasados, frente al acoso cristiano-arriano y romano de sus enemigos.

El COE actualiza el mito “Godo” como sistema de fuerza para que nuestro pueblo retorne a sus esencias espirituales. Un elemento aglutinador que nos lance a nuevas metas culturales, y nos devuelva nuestro verdadero ser ancestral.

Podemos concluir que la antigua religión germánica tuvo una caída gradual en el tiempo debido básicamente a dos causas, una interna y otra externa. La primera hace referencia a la debilidad religiosa del paganismo germánico, puesto que éste nunca contó con una estructura fuerte y compacta que la protegiesen de toda agresión –fue una religión sin castas sacerdotales claras-. La causa externa de su derrumbe la encontramos en el empuje de la nueva religión cristiana como heredera del Imperio Romano en franca decadencia. Decadencia causada principalmente por la contaminación universalista y cosmopolita que sufrió dicho imperio a lo largo de los siglos y que recogió la nueva fe del crucificado.

Al no ser el paganismo una creencia dogmática ni proselitista, nuca tuvo la necesidad de imponer sus principios a otros pueblos, ni de basarse en el poder político para acaparar cotas de dominio espiritual. El pagano es tolerante, respeta y acepta a “los demás” siempre que ese respeto no suponga la aniquilación de su estilo de vida y de sus creencias. Quizás por ello en un principio se acepto de forma natural la presencia de grupos cristianos sin saber que eran la avanzadilla de un virus que iba a destruir su mundo y sus dioses…Aunque nuca desparecieron del todo, siguieron viviendo camuflados en la nueva religión, en el folklore, en las costumbres tradicionales, en el arte…Los dioses patrios no han muerto, están dormidos, y es hora de despertarles.

Ya en el siglo III se localizan cristianos aislados entre los germanos de la región del Rin, donde fue más importante la presencia de los romanos en Germania. Hasta el comienzo del siglo IV no se conocen conversiones en masa: en las regiones del bajo Danubio los visigodos abrazan el cristianismo en su versión arriana, traspasándola a los ostrogodos y así a los vándalos, gépitos, rugieros y hérulos. Posteriormente estos visigodos, suevos y alanos, entran en España ya arrianos. En la península itálica se asientan los longobardos también convertidos también al cristianismo arriano por contagio de los ostrogodos.

En la Galia meridional en el siglo V se hicieron cristianos los borgoñones, y posteriormente los francos bajo el reinado de Clodoveo. Los pueblos germanos del interior como los alamanes, turingios, y los bávaros les siguieron en sus conversiones. Pero a pesar de estos cambios religiosos hacia el cristianismo, esta religión nunca  llego a convertirse en una religión del pueblo, permaneciendo ajena para la gran masa de población germánica. Hacia el 600 los anglosajones abrazaron el cristianismo en la Islas Británicas, desde donde se desplegó una gran labor misionera sobre los frisones, los hessen y los turingios. Los sajones fieles a su religión ancestral, solo pudieron ser convertidos por la fuerza de Carlomago en el siglo VIII. Bajo la influencia de los reyes francos el cristianismo penetró en Dinamarca en el siglo IX-X. Les siguieron los noruegos con sus tierras (Islandia y Groenlandia), en donde el rey Olaf Trigvason y Olaf el Santo fueron los grandes azotes del paganismo en sus tierra escandinavas, retomando para sí la vieja máxima de todo monoteísmo totalitario: conviértete o muere.

En casi todas partes estas conversiones fueron superficiales, pasando muchos tiempo hasta que el cristianismo se convirtiese en una verdadera religión del pueblo. En las remotas regiones de nuestra geografía europea se mantuvo las antiguas creencias de los dioses y diosas de nuestros antepasados hasta bien entrada la Edad Media; aunque tenemos que recordar que éstos nunca desparecieron del todo, sino que se mantuvieron escondidos, resguardados de las miradas recelosas de todos los adoradores del dios único, esperando su momento, la hora de volver a la luz y compartir la tierra con nosotros, sus hermanos menores y caminar juntos por el Midgard.

Entendemos por Paganismo un conjuntos de creencias, ritos y manifestaciones de carácter religiosos distintas a las comprendidas dentro de las religiones del “Libro”: Judaísmo, Cristianismo e Islamismo. El Paganismo proviene de la palabra latina paganus, cuyo significado es: hombre del campo, campesino, aldeano, paisano. Las antiguas creencias se fueron refugiando ante el avance de la nueva religión cristiana en los campos, alejada de los núcleos urbanos, de ahí la expresión “paganos” apara aquellos que no practican la fe del nuevo dios. Bajo esta perspectiva el Odinismo  efectivamente puede considerarse como una religión pagana, ya que comparte dichas características originarias; pero debido al uso y abuso peyorativo de esta palabra (incluso por muchos grupos neo-paganos) como sinónimo de “primitivismo”, “ignorancia” o “promiscuidad”, nos sentimos a la vez identificados con expresiones tales como: “Politeísmo Europeo” o “Espiritualidad Indoeuropea”, para definir nuestra confesión religiosa.

La nueva religión triunfante en su afán por despojar del alma de nuestros antepasados sus creencias autóctonas, demonizó a sus dioses y diosas -“El dios de la antigua religión se convierte en demonio de la nueva”-, transformando su religión en un mundo de supersticiones bajo el reinado del “mal” y del “pecado”.

Evidentemente esta visión “demoníaca” del paganismo sigue viva en la mente del pueblo debido a la contaminación ideológica de 2.000 años de trabajo en este sentido. No obstante, que estas fábulas y embustes sigan en vigor dice muy poco de las instituciones que las promueven y de los crédulos que las acatan. Pero es más penoso todavía, que ciertos círculos denominados como “paganos” se  hagan eco de tales patrañas, asumiendo el “rol” que “las religiones triunfantes” diseñaron para ellos como “sectas” marginales de credos extraños y adulterados.

Paganos son todos aquellos que dicen sí a la vida, para los cuales Dios es la palabra para designar el gran sí a todas las cosas (Friedrich Wilhelm Nietzsche)

Podemos extraer de la concepción religiosa del paganismo tres constantes que la definen, a la vez que la diferencian de otras doctrinas religiosas. Estos conceptos netamente paganos son:

Religión politeísta-natural: Debido a que el paganismo está íntimamente ligado con la naturaleza del mundo (aquello que es expresa mediante una realidad exterior), y ésta se caracteriza por la pluralidad, podemos concluir que el politeísmo es la consecuencia lógica (natural) de la pluralidad de lo real. Por lo tanto podemos afirmar que la multiplicidad de los dioses es distintivo de toda religión natural.

Religión humana (más que humana): Los dioses del paganismo son hombres magnificados; de la misma naturaleza que éstos pero pertenecientes a una escala diferente, a una escala divina. La naturaleza divina no es por lo tanto antihumana, más bien es sobrehumana: los dioses no se separan de lo humano sino que lo exceden, y la ascensión del hombre a lo divino se realiza mediante el ejercicio sobrehumano de las cualidades cotidianas del hombre que edifican y apoyan la vida misma. Los dioses son nuestros semejantes mayores.

Religión social: El paganismo como exponente del bien común forma parte siempre de un pueblo, de una comunidad social organizada y estructurada (Rex Publicae), reconocible y diferenciada. En este sentido no puede existir un paganismo universal, ya que ambos términos se contradicen: ser pagano es estar enraizado, mientras que lo universal es en gran medida la ausencia de raíces. El paganismo no quiere expandirse, sino afirmarse; no ansia imponerse, sino reconocerse. Así el paganismo se encuentra en armonía con la voluntad humana en su afán civilizador.

La repuesta es clara y no tiene doblez: por que es la nuestra, la que nos identifica como pueblo y como personas. Seguimos la línea marcada por nuestros antepasados para que la llama de su fe no se extinga, solamente de esta manera podremos llegar encontrarnos con nosotros mismos; con nuestra naturaleza y nuestra alma. No queremos perder nuestras señas de identidad, por que creemos firmemente que son la clave de nuestro desarrollo personal.

Tampoco nos podemos sentir atraídos por credos de “importación”, ya que éstos están alejados de nuestra concepción del mundo y de lo sagrado. Las religiones politeístas pre-cristianas son la verdadera raíz religiosa de Europa, aquellas que han conformado íntimamente a nuestros pueblos comunes y culturas. Por ello partimos de la tradición Indoeuropea como substrato de la religión Odinista, y como mito conductor del futuro espiritual que anhelamos.

Ser otros es no ser. Cuanto más cerca estemos de nuestro espíritu -a lo que de verdad nos conforma-, mejor nos posicionaremos a la hora de construir las bases para un resurgir espiritual acorde con nuestra costumbre ancestral.

Identificamos al pueblo indoeuropeo como una comunidad histórica (3) que vivió entre el V y IV milenio a. de C. entre Europa Central y las estepas de Siberia. Posteriormente Las migraciones de las tribus indoeuropeas comenzaron en el II milenio diseminándose por Europa y Asia, difundiendo su lengua, sus costumbres y creencias: dando lugar así a numerosas culturas y lenguas como el Germánico, Céltico, Latín, Griego, Iraní, y Sánscrito. El término Indoeuropeo nació en el siglo XIX como una definición que englobaba a diferentes familias lingüísticas con un sustrato común. Autores como Alexander von Humboldt o Franz Bopp trabajaron es este sentido comparando las diferentes leguas europeas para llegar a la conclusión de que tuvo que existir en nuestra antigüedad más remota una lengua originaria que con el transcurso del tiempo dejó numerosas interpretaciones idiomáticas en el continente europeo. Lo mismo vale para las lenguas Indias e Iranias, pertenecientes también al mismo núcleo lingüístico que las europeas. Evidentemente si declaramos que el latín y el sánscrito tienen notables similitudes idiomáticas, y que el alemán y el español comparten un común origen es de suponer que todas ellas parten de una cultura-lengua análoga (Ursprache), que tuvo que existir en tiempos antiguos un pueblo (Urvolk) poseedor e irradiador de esa cultura, y que tal pueblo tuvo un origen, una Urheimat o patria originaria desde la cual la migraciones se distribuyeron desde el Europa hasta Asia central, India, Irán y Afganistán.

Los Indoeuropeos en cuanto a origen y devenir de nuestros pueblos comunes deben ser puestos sobre el tablero de la historia como pieza básica para entender quiénes somos y hacia dónde debemos dirigirnos; tienen que obrar como la argamasa que nos una en la misma mística en aras de construir el futuro espiritual de Europa.

 

Los pueblos Indoeuropeas nos han dejado una serie de elementos comunes en el apartado cultural y de creencias, que pueden considerarse como puntos de referencia de cara a elaborar un teoría religiosa unificada.

Dentro de las constantes que informan estas creencias podemos destacar las siguientes:

Sentido vertical-celeste de la divinidad. Dentro de las diferentes ramas indoeuropeas sólo un nombre de “dios” se mantiene: es “Zeus”, Iupiter, Dyauh, Tyr (Zío). Todos estos nombres tienen una raíz común indoeuropea de la que derivan, “Diehu” cuyo significado es “cielo luminoso”, el “día”, la luz, lo que identifica a la divinidad. Por lo tanto los dioses principales de los Indoeuropeos son dioses eminentemente celestes (deiwos), en contraposición a las divinidades terrestres, ctónicas, generalmente de origen preindoeuropeo. Esto otorga a nuestra religión una inestimable carga espiritual, y de “elevación” supra material.

No obstante que los dioses primordiales de los indoeuropeos tengan una dimensión vertical-solar-viril, no imposibilita la aceptación de otra vertiente horizontal-lunar-femenina del hecho religioso, sino su complementariedad necesaria sin exclusiones.

Sistema ideológico trifuncional. Aunque este punto lo abordaremos también más adelante, se puede considerar la división tripartita, ya sea en el apartado social como el lo referente a las divinidades, como una de las características básica de los pueblos Indoeuropeos. El universo social y el divino estaban divididos en tres funciones diferenciadas:

1.      La función soberana: Los reyes, sacerdotes (dioses “padres”, jueces y soberanos).

2.      La función guerrera: los guerreros (dioses de la guerra y la fuerza).

3.      La función productora-reproductora: los productores, la reproducción sexual (dioses y diosas de las prosperidad, la abundancia, la sexualidad y la magia).

La armonía del mundo depende de la cohesión entre las diferentes funciones y de su correcta disposición jerárquica.

Es habitual en las tradiciones indoeuropeas la tríada de dioses como representación de este esquema funcional: Odin-Thor-Frey (en la mitología nórdica); Júpiter-Marte-Quirinus (en Roma); Mitra-Varuna-Indra (en la tradición Védica). También podemos encontrar tríadas femeninas como exponente de esta misma interpretación ideológica: son las germánicas normas, o las greco-latinas moiras, parcas y keres. Estas tríadas unidas a la divinidad femenina, tienen funciones claramente tutelares y protectoras, a la vez que engloban el conjunto del ciclo existencial –el nacimiento, la vida y la muerte-. Por ello poseen gran poder y sabiduría ya que se erigen en defensoras de la vida y emisarias de la muerte. Todo ello obedece al mantenimiento de orden tanto sagrado como social, necesario para la convivencia virtuosa, equitativa y conveniente.

Visión heroica de la vida. El heroísmo es visto como una cualidad semireligiosa, impregnando así toda la mitología, leyendas y relatos de nuestra tradición indoeuropea. Desde Esparta hasta Germania; en Roma, Grecia y la India aria se ha mantenido la figura del héroe como un ser a caballo entre los hombres y los dioses. El heroísmo pasa a ser una de las mejores virtudes para los indoeuropeos; es la actitud que consigue alcanzar metas elevadas y nos acerca a nuestra naturaleza sobrehumana, considerándose por este hecho como una verdadera ascesis. Un Siegfrido, Aquiles o Arjuna héroe de Bhagavad Gita (4) nos muestran un camino de renuncias y sacrificios personales en la consecución de un bien superior. La existencia de este modo, es considerada como una batalla por la superación humana que nos acerca a la divinidad.

Principio y destrucción del mundo. La creación del mundo (cosmogonía) no es obra de una divinidad todopoderosa, sino la manifestación de lo inmanifestado (caos, abismo), establecimiento espontáneamente los principios opuestos (fuego-hielo; noche-día). En está dinámica se erige un mundo-naturaleza, las divinidades, los semidioses y los hombres, los cuales han sido originados después de proceso inicial de creación. Esto nos lleva a establecer una relación directa entre los marcos sagrados y profanos, sin antagonismos inaccesibles. No es pues la divinidad indoeuropea la creadora-propietaria de todo, sino una parte diferenciada de un mismo entramado junto con los hombres y la naturaleza.

En cuanto al sentido del fin del mundo (escatología), este no está basado en una visión de destrucción total como castigo divino por los pecados de la humanidad (claro sentido apocalíptico), sino como resultado de un hecho necesario para el mantenimiento del orden universal, y el cumplimiento del destino (Ragnarök), al cual están sujetos tanto la raza de los dioses como la de los hombres.

Al igual que todos nacemos, nos desarrollamos, perecemos y volvemos a surgir; así el mundo conocido desaparece para volver a existir de nuevo totalmente renovado. Este proceso obedece a un movimiento cíclico del tiempo que nos acerca a la eternidad.

Si hemos afirmado que el Odinismo es una religión ancestral y autóctona, fácilmente podemos deducir que estamos hablando de una fe originada en Europa, creada por europeos y destinada para los europeos; debido a que sus raíces, desarrollo y dimensión están en sintonía con un substrato cultural determinado y no otro. Por ello decimos que el Odinismo es efectivamente una religión Europea, no sólo por que parte geográficamente del continente europeo, sino y lo más importante, por que hace relación a una determinara manera de entender e interpretar el mundo y sus fenómenos ya sean estos profanos o sagrados: interpretaciones que sólo se encuentran en nuestra cosmovisión genuinamente europea.

Cuando hablamos de Europa, no estamos haciendo mención únicamente a un concepto meramente geográfico, sino que delimitamos la expresión de una “idea de fuerza”, articulada por los europeos en cuando a sujetos históricos de dicha idea. Es por lo tanto Europa el símbolo del porvenir; el futuro al que nos debemos sumar como matriz y destino cierto de todos nosotros, herederos, depositarios y trasmisores de su espíritu solar.

En absoluto. El Odinismo no es un religión para el “mundo” ni para los “seres humanos”, sino una creencias emanada y destinada a un pueblo-cultura determinado, el europeo. Al no ser el Odinismo una religión de la “salvación” no tiene ninguna pretensión de “redimir” a la humanidad; sino de afirmar su idiosincrasia en el conjunto de las culturas y la creencias existentes.

No es el individuo nuestro sujeto religioso (un ser desligado de todo lazo cultural y natural), sino la persona (el fruto de la natura y la cultura juntos). Por ello el Odinismo distingue entre las religiones del individuo (cristianismo, islamismo, budismo….), y las religiones del pueblo (Odinismo, Shintoismo…) (5). Las primeras mantienen una relación “unipersonal” religiosa entre la divinidad y el individuo (un “contrato religioso” entre dios y el sujeto en cuestión). Mientras que las segundas son emanaciones religiosas encarnadas en un pueblo-cultura que crea una personalidad concreta, y por lo tanto no susceptible de expandirse universalmente.

Por definición el “universalista” no puede (ni sabe), comprender, y por lo tanto respetar, toda la basta diversidad de fenómenos y hechos que se dan en este mundo. El ideal para éstos es la homogenización total bajo un principio que puede ser religioso, pero también político-económico o cultural. Este concepto –el universalismo-, paradójicamente está íntimamente ligado a la idea de “unidad” como desligamiento de lo real, en la consecución de un control absoluto y despersonalizado: se busca la unión de las almas, de los credos, de los hombres, para fundirlos en un cuerpo único, y crear así el hombre masa, la cultura masa y la religión masa..

Sin embargo para el politeísmo odinista, el “universalismo” (en su sentido absoluto) es tan imposible como la “paz perpetua”, ya que ambos son conceptos totalmente antinaturales, y por lo tanto enormemente falaces, así como destructivos. Nosotros no partimos de lo general para llegar hacia lo particular: el hombre no es la emanación de la “humanidad”; ni las diferentes culturas son el resultado de una cultura global y genérica. Es precisamente en lo particular donde podemos encontrar un desarrollo universal sin merma de esa particularidad: Richard Wagner es un artista y compositor universal, sin perdida de su identidad alemana; Velázquez es un pintor universal sin merma de su españolidad.

El Odinismo es una personificación religiosa del ser europeo, y por ello no puede ni debe confundirse con posiciones globalizadas del pensamiento y el espíritu, las cuales buscan un dominio uniforme como resultado de la omnipotencia divina del monoteísmo, ya sea en su versión religiosa o en su deriva laica (política-económica e ideológico-cultural).

La diferencia más importante entre los monoteísmos de deriva oriental y el Odinismo, es la creencia por parte de los primeros de un “totalitarismo” divino ejercido por un único dios; mientras que el Odinismo presenta un mundo de lo sagrado y lo humano plural y diverso, fuera de todo determinismo absolutista.

Las ya mencionadas religiones del Libro contemplan un dios alejado de los hombres y del mundo (son en sí mismas una desacralización de lo existente). Solamente existe una única divinidad creadora de todo y dueña a la vez de todo. Un dios que no se relaciona con los hombres sino es bajo una actitud de subordinación por parte de sus fieles-siervos;  estableciendo una división insalvable entre los hombres y la divinidad, entre lo físico y lo espiritual, entre el cuerpo y el alma humana. Un dios único (y solitario, ya que el dios del monoteísmo no tiene “familia” sino “súbditos”) siempre predicará un hombre  también único (igualitarismo antropológico), un mundo único (mundialismo), y un pensamiento igualmente único (totalitarismo ideológico).

En contraposición el credo Odinista es esencialmente politeísta (en cuanto a termino cualitativo más que cuantitativo); es decir cree en la rica diversidad de las manifestaciones divinas y humanas, sin que por este hecho exista una dualidad antagónica y excluyente (aunque si de diferenciación) entre los planos sagrado y profano: cuerpo y alma también forman parte de un todo orgánico indivisible. Ni el mundo, ni los hombre son algo ajeno para nuestros dioses; esto más bien son nuestros hermanos, nuestros guías tutelares en el humano caminar: los dioses, los hombres y el mundo son creados de la misma manera, pertenecen a un mismo entramado cosmogónico, por ello su ínter actuación es constante y accesible. La naturaleza en también un símbolo de lo sagrado que nos enseña un mundo vario y desigual: de este modo el Odinismo es una forma de sacralizar y ensalzar este mundo.

Para el politeísmo Odinista, “Los dioses son hombres inmortales, mientras que los hombres son dioses mortales; nuestra vida es su muerte y nuestra muerte su vida” (Heráclito). No cabe mejor explicación del apartado que nos ocupa.

En cambio para las religiones de la salvación, el individuo no es más que un pecador arrojado a este “valle de lágrimas”, con el objetivo de expiar sus culpas y así conseguir la salvación eterna (si el fiscal-dios todopoderoso lo estima oportuno).

Podemos considerar de este modo a la religión Odinista como una observancia de lucha y de valores que crean en el hombre la voluntad de su impulso vital. El monoteísmo, en contraposición, es un entramado religioso eminentemente moralista (simplismo del bien y del mal), y de resignación total ante la voluntad divina.

Resumiendo. Odinismo es decir sí a la vida, sin fugas a la realidad ni cesiones a nuestra debilidad; mientras que las “religiones del individuo” contemporáneas, son de hecho la negación de la vida para refugiarse en un “mundo verdadero” como explicación y consuelo del drama existencial humano.

Podemos establecer un cuadro comparativo en relación a diversos puntos claves para comprender las diferentes concepciones existentes entre el paganismo odinista y el monoteísmo.

MONOTEÍSMOODINISMO
Dios único, dueño y creador de todo.Varios dioses, originados en un proceso cosmogónico natural unidos a la creación del mundo.
Dios diferente ontológicamente de los hombres.Hombres y dioses comparten una misma naturaleza.
Un mundo desacralizado por la duplicación divina.Un mundo como manifestación de lo sagrado.
Separación absoluta de lo sagrado y lo profano.Accesibilidad entre los planos sagrado y profano.
Dualismo antagónico: hombre frente a mujer; espíritu frente al cuerpo…Complementariedad de los contrarios: lo masculino y lo femenino; el cuerpo y el espíritu…
Hombre como siervo de la divinidad. Dios castrador y celoso.Hombre como “dios en potencia”. Divinidades ligadas a las proezas humanas.
La vida como expiación de los pecados.La vida como voluntad y auto superación.
Sometimiento ante la voluntad de Dios. El hombre sólo puede “hacer”.Lucha y coraje por la conquista del destino personal. El hombre también puede “crear”.
Glorificación de la pena y el dolor. Lo feo y lo deforme pueden y deben ser ensalzados.Exaltación de la belleza y la fuerza. Lo bello es signo de lo bueno.
Tiempo lineal-orientado (inicio absoluto y final previsible).Tiempo cíclico, regido por el Eterno Retorno (todo lo que es perece, todo lo que fue volverá a ser).
Tendencia a la unidad de “todo” bajo los designios divinos.Reconocimiento de la diversidad objetiva del mundo.
Doctrina de la “salvación”. Visión negativa de la vida.Doctrina del combate. Visión positiva de la existencia.
Hombre moral. Obediente de leyes y preceptos divinos: primacía del Logos.Hombre religioso. Interiorización de valores,  virtudes y arquetipos unidos a lo sagrado: Mythos.
La ley por encima del “poder”: nomocracia teocrática.El derecho equilibrado con la fuerza bajo la tutela del poder soberano.
Lo santo (lo que está conforme con la ley de dios).Lo sagrado (lo que está imbuido por lo divino).
Universalismo absoluto: igualitarismo nivelador.Identidad humana, religiosa y cultural: diversidad natural.
El individuo como sujeto religioso: Individualismo.La persona como ente humano- trascendente: Comunitarismo personalista.
Proselitismo e intolerancia militante: los herejes, infieles, los idolatras…Respeto interreligioso: la aceptación “del otro”
Religión foránea sin arraigo.Religión autóctona con arraigo

En base a este cuadro, podemos ver claramente las diferencias que separan al Odinismo de los monoteísmos religiosos. ¿Por qué somos odinistas? La respuesta a este interrogante es clara, vasta con percatarse en lo expuesto en la columna de la derecha frente a la columna de la izquierda, para darnos cuenta que hemos sufrido una autentica inversión de valores que debemos recuperar de nuevo. Odinismo es belleza y honor; amor a lo propio sin desprecio de lo ajeno; lo sagrado filtrándose a través de lo profano…Un mundo nuevo pero a la vez antiguo que busca su puesto dentro de la historia, y que a buen seguro tiene mucho que decir y bastante que aportar.

La palabra “religión” proviene de la latina “religare o re-legere” cuyo significado es el de “unir con fuerza”. Haciendo honor a esta definición, el Odinismo como fenómeno religioso que es, pretende “reunir” al hombre con sus espacios naturales de desarrollo vital: buscamos la vuelta a Thule (6); a la mítica Hiperbórea, como origen, destino y centro espiritual de nuestra religión.

Por todo ello el Odinismo busca la consecución de en un hombre nuevo, pero a la vez de base tradicional. Un hombre que interactúa en cuatro planos de su existencia conforme a una ética y valores acordes con su espíritu hereditario: dentro de un plano físico,  sagrado, cultural y comunitario. No podemos ni debemos separar estos aspectos como si fuesen compartimentos estancos, sino que deben formar parte de un todo armónico como estratos de un orden humano. Cuando el hombre es estructurado bajo esta dimensión, cerrando los círculos de estos planos, es cuando podemos hablar de una estructura orgánica que define a la persona.

Por lo tanto la creencia en un salto evolutivo, la afirmación en un constante dinamismo que hace avanzar al hombre hacia cotas de elevación humana, sagrada, social y cultural, es la base del Odinismo moderno. Un credo religioso holístico que se manifiesta en un frente por supuesto netamente religioso y espiritual, pero que también se adentra en aspectos físico-materiales de la persona, sin olvidar su participación en cuestiones de índole social-comunitario y cultural-constitutivo.

Nuestra religión no está destinada para los desesperados, que ante la angustia de su existencia buscan una “salida”. Nosotros nos dirigimos al hombre y la mujer “fuertes”, aquellos que buscan en “la acción en el desprendimiento y el entusiasmo sin esperanza”; los que luchan siempre sin tener que sentirse recompensados por “un paraíso” o por un mundo “mejor”, sino que obedecen a lo más profundo de su deber para con los dioses, su pueblo y ellos mismos.

“La única “salvación” es combatir, sin cesar y sin miedo”.

Las ideas religiosas orientales han puesto su empeño en separar el cuerpo del alma, el espíritu de la carne. Para el Odinismo el hombre es un todo orgánico, cuerpo y alma están unidos en una misma personalidad. No cabe separar lo uno de lo otro ya que ambos forman parte de una unidad orgánica, de un mismo entramado. Visto así el hombre, como ya hemos apuntado anteriormente, no es solamente producto de la natura sino también de la cultura, de un espíritu heredado de sus antepasados; poseedor de un carácter que lo definen ante otros hombres y culturas. Debido a esa unión entre lo corporal y lo anímico, entendemos que una determinada alma crea un cuerpo concreto y no otro. Esa es precisamente la clave para entender nuestra concepción de lo humano como manifestación comunitaria de un alma popular. El hombre para nosotros no es equiparable al “individuo” ya que éste no es más que la consecuencia de un monoteísmo laicizado; un ser totalmente autónomo e independiente de todo lo que le rodea, sin raíces ni dimensión trascendente precisa. Para nosotros el hombre se define en cuanto a persona poseedora de un alma y un cuerpo específicos, heredero de una cultura y una estirpe, así como transmisor de los valores de esa alma común a la que pertenece y de la que se ha hecho carne.

Nosotros no somos seres abocados a la desesperación, sino “guerreros” que ven en sus existencia la visión innegable para una auto superación humana en la búsqueda de sus esencias divinas (somos dioses en potencia). Aceptamos el drama (7) de la vida sin quejas, y sin ningún beneplácito a la autocompasión: la vida es nuestra batalla, nuestra oportunidad y también nuestra maestra.

El hombre no es la consecuencia de una serie de azares biológicos, ni meramente una “maquina” de carne y hueso compuesta por conexiones eléctricas más o menos complicadas y reacciones químicas precisas. No, en el interior de todo hombre bulle una fuerza interior innegable que le conduce y dirige ha metas sobre humanas. La  catedral Gótica de Burgos, la Novena Sinfonía de Beethoven o las Eddas (8), nos son fruto de la casualidad, ni el resultado de una combinación de fenómenos químico-eléctricos fortuitos, sino el resultado evidente de un espíritu creativo que eleva al creador hacia cotas más allá de lo estrictamente humano para alcanzar lo eterno, en contacto con lo divino, y arrastrar así a los demás seres a esa elevación espiritual.

Ya hemos apuntado que lo anímico es una parte sustancial de la persona, inseparable de su otra mitad físico-corpórea, de ahí deviene nuestra clásica concepción tripartita del alma, diferente a la única de las religiones “oficiales”. Por un lado contemplamos la Fylgia la “seguidora”, que es un doble espiritual el “otro yo”, vinculado a la persona y a la familia, atribuyéndole funciones tutelares. El Harm, que es un doble “físico” y sería la segunda parte en la que se divide el alma. El Harm puede actuar en el plano físico y permanece sujeto al cuerpo hasta su total destrucción. La tercera y última parte de alma es el Hugr, el principio vital del hombre, que está investido de él. El Hugr no pertenece al hombre pero se manifiesta directa o indirectamente en éste.

Nuestra visión tripartita del alma proclama que existe una parte de ese alma que es externa al cuerpo físico, que no muere cuando el cuerpo muere, otra parte que desaparece cuando el cuerpo muere, y otra que es el principio vital que lo anima todo.

Si hay algo más alejado del Odinismo son todo tipo de materialismos, ya sean éstos de corte económico, histórico, social o humano. Creemos firmemente que el materialismo es el gran enemigo contemporáneo; la ideología que carcome todo lo verdaderamente noble y elevado, para degradarlo a consideraciones meramente estomacales, genitales o dinerarias. Por todo ello el Odinismo es una religión que reconoce la dimensión trascendente de la persona, pero que no desecha, ni condena, su parte física y natural.

La mitología es un conjunto de relatos simbólicos, cuyo trasfondo nos descubre un universo ideológico arraigado en un substrato cultural y religioso determinado. Por consiguiente podemos establecer una pautas o puntos clave dentro de la mitología nórdica, como sistema simbólico-ideológico de la religión Odinista.

A modo  de resumir lo más esencial del vasto y rico universo de la mitología germánica, dividiremos ésta en algunos puntos básicos:

El comienzo del mundo. Antes del principio de los tiempos existía el Ginnungagap “Abismo abierto”, un lugar impregnado por el caos. En el sur de  éste “abismo” se encontraba el Muspellheim (el Mundo de Muspell), un lugar imperado por el fuego ardiente.

En el polo opuesto, el Norte, se haya la región de lo hielos y el frío, Niflheim (Mundo Tenebroso). En este lugar se encuentra la fuente de Hvergelmir, desde donde surgen numerosos ríos.

Cuando las chispas de fuego que se escapan del Muspellheim se encuentran con los hielos del Niflheim fundiéndolos y creando al gigante primordial Ymir. Mientras Ymir dormía, sudaba, y de su sudor surgieron la primera pareja de gigantes. Así mismo, del deshielo también surgió la vaca Audumla. El gigante Ymir se alimentaba de los ríos de leche que manaban de Audumla, que a su vez se nutria lamiendo los bloques de hielo. Al lamer la escarcha que cubre las piedras, deja al descubierto al primer ser, Buri,  un andrógino capaz de reproducirse a sí mismo: de este modo tuvo a su hijo Burr, que se casó con Bestla, hija del gigante Bolthor, descendiente de Ymir.

Burr y Bestla tuvieron tres hijos: Odín, Vili y Ve (los primeros dioses). Éstos se revelaron contra los gigantes matando a Ymir, colgándole en medio del Ginnungagap. Con él formaron el mundo conocido: con su cuerpo hicieron la tierra, con su sangre el mar y los lagos; las montañas de sus huesos; las piedras y guijarros fueron sus dientes rotos. También utilizaron su cráneo para  hacer la bóveda del cielo, sujetada por cuatro enanos en cada punto cardinal. Para construir el mundo de los hombres (Midgardr), utilizaron las pestañas de Ymir, realizando con sus sesos las nubes.

El hombre-Ask (fresno) y la mujer-Embla (parra), fueron creados en base a troncos de árbol: Odín les dio aliento de vida (ond); Vili les otorgó entendimiento y movimiento, y Ve, los sentidos y el lenguaje.

Yggdrasill. El Fresno del Mundo. En todas las culturas y tradiciones el árbol ha sido un elementos importante como símbolo de vida, regeneración y de unión con lo divino.

Yggdrasill (Corcel de Yggr), es el árbol cósmico (Axis Mundi) de la mitología nórdica:  un fresno que representa el centro; todo saber, el destino y la vida. Entre sus raíces y ramas se unen los nueve mundos: Asgard, Midgard, Helheim, Niflheim, Muspellheim, Svartalfheim, Alfheim, Vanaheim y Jotunheim. De sus raíces mana la fuente de Mimir, que es manantial se sabiduría.

Es su copa mora un águila. La ardilla Ratatösk, sube y baja por su tronco. Ocho reptiles roen sus raíces y  cuatro ciervos mordisquean sus ramas: Dáinn, Dvalinn, Duneyrr y Duraþrór; así como la cabra Heidrun Las normas riegan todos los días a Yggdrasill con agua y arcilla claras, junto a la fuente de Urdr.

Los Nueve Mundos. Yggdrasill divide los nueve mundos, que son los siguientes:

1.      Asgard: El mundo de los dioses Aesir, que a su vez lo forman el Walhalla (Estancia de los Ociosos), morada de Odín y paraíso de los guerreros. Thrudheim (Mundo dela Fuerza) dominio del dios Thor. Valaskiaff lugar del trono de Odín. Gladsheim (Mundo Brillante) lugar en donde se encuentra el palacio de Odín., y en donde se reúnen los dioses en asamblea.

2.      Vanaheim: Lugar de origen de los dioses Vanes, divinidades de la naturaleza, la fecundidad y la magia.

3.       Midgard: Mundo de los hombres. El Asgard y el Midgard están unido por el Bifrost (Vacilante Camino del Cielo), por el cual los dioses pueden bajar a la tierra.

4.        Muspellheim: Lugar ardiente en donde vivía en gigante Surt, señor del fuego.

5.      Alfheim: Tierra de los Elfos Luminosos. Estos elfos solían bajar al Midgard en un rayo de luna para danzar en círculos mágicos.

6.       Jotunheim: Morada de los gigantes enemigos de los dioses y de los hombres. Este espacio rodea al Midgard, aunque está separado por él por la serpiente Jomurgand.

7.   Svartalfheim: Mundo subterráneo, lugar de los enanos (elfos) oscuros, eran excelentes herreros y aparecían en el Midgard por la noche; ya que si les sorprendía un rayo de sol quedaban petrificados.

8.      Helheim: Reino de la diosa de la muerte, Hel. Allí iban a parar los que miran por muerta natural.

9.       Niflheim: Mundo subterráneo frió y sombrío, habitado por la serpiente Nidhogg que roe las raíces del Fresno del Mundo.

 Las Dioses. Sobre este apartado hablaremos más adelante.

Seres sobrenaturales.  Citemos algunos de los más importantes:

·         Las Normas: Hacedoras del destino. Urðr (“lo que ha ocurrido”), Verðandi (“lo que está ocurriendo”) y Skuld (“lo que debería suceder”).

·         Gigantes/Etins: Representación de la violencia y la brutalidad. Son enemigos de los hombres y los dioses.

·         Enanos (dvergr): Son una raza asexuada, ya que no se pueden reproducir. Viven en las entrañas de la tierra, son excelente herreros y orfebres. Cuentan con una sabiduría y artes mágicas ocultas, que les permiten forjar herramientas y armas prodigiosas.

·       Elfos (álfar): Seres luminosos, en origen benéficos para la humanidad. Los elfos serían muertos bondadosos elevados a la categoría de genios tutelares. De este modo los  enanos serian muertos-materia, en contraposición a los elfos que sería muertos-espíritu.

·         Valquirias: Las que eligen los guerreros caídos en el combate para morar en el Walhalla. Las Valquirias ejercen una función guerrera y también una función tutelar, son magas, esposas-amantes: favorecen, ayudan y se casan con aquellos que son partidarios de Odín.

            Ragnarök. El principio del fin, da comienzo cuando el Sol y la Luna son devorados por el lobo Fenrir tras escapar de sus cadenas; entonces el mundo se sumió en la oscuridad y el invierno, como anuncio del cataclismo que sucederá. La tierra se convulsiona, y la serpiente del Midgard sale del mar provocando cuantiosas inundaciones. Se atisba la gran batalla del Ragnarök (Juicio de las Potencias) en donde el ejércitos de los dioses se enfrentarán a las huestes de Loki. Los gigantes abandonan sus dominios para asaltar el Walhalla. Odín muere a manos de Fenrir atrapado en sus fauces; su hijo Vidar le venga matando al monstruoso lobo. Frey es abatido por Surtr; Thor mata a la serpiente del Midgard, pero éste también muere al inhalar su veneno. Tiwaz y el perro guardian del Hel, Gorm, se matan mutuamente; lo mismo sucederá con Loki y Heimdallr. El gigante del fuego, Surt, envolverá el mundo en llamas acabando con todo vestigio de vida.

Pero no todo terminará aquí, de las cenizas del viejo mundo surgirá otro con nuevos hombres y nuevos dioses, en un nuevo comienzo.

 De esta breve descripción sobre la Mitología Nórdica, caben destacar una serie de puntos esenciales:

·     Estamos ante una compleja, basta y rica estructura mitológica, pareja a otras narraciones mitológicas hermanas como la greco-latina.

·         No existe un dios creador; sino que el mundo se origina tras un proceso natural, en la que la unión de la polaridad (hielo-fuego) surge la esencia primaria como modelo arquetípico de su manifestación.

·         El universo es animado, y por lo tanto el alma del mundo es divina.

·         Los dioses y los hombres son creados “después”, por ello tienen un mismo principio cosmogónico: no son dos entes extraños entre sí, ya que comparten una misma naturaleza a pesar de su diferenciación de grado.

·        El destino tiene en la Mitología Nórdica, un puesto capital (a él están sujetos y tanto los humanos como los dioses). Aunque éste no tiene una visión fatalista, sino que el sentimiento trágico de la vida es una invitación a la lucha y al heroísmo.

·    Los diferentes mundos son el resultado manifiesto del multiuniverso vivo, y se distinguen por poseer una estructura orgánica, existiendo la interactuación entre ellos, .

·        El “fin del mundo” no significa el final de todo, sino el comienzo de lo nuevo, tras la aniquilación de lo viejo (Eterno Retorno).

Primero tenemos que dejar claro que la fe Odinista cree plenamente en la existencia de sus dioses y diosas, que éstos no son fabulaciones ejemplarizantes sino entes totalmente reales interactuando con nosotros aquí y ahora. Otra cosa es que su representación sea efectivamente un símbolo de sus atributos: así al dios Thor se le encarna como un ser fuerte, valiente, en ocasiones algo bruto, dotado de un martillo como arma y distintivo, por que en él se personaliza la fuerza generativa (primaria); es el protector de los hombres y a la vez señor de las fuerzas intempestivas de la naturaleza (el trueno, el rayo…).

Los distintos dioses, como parte de lo sagrado, son por así decirlo, formas divinas; represtaciones de valores y conductas. Cuando los invocamos, invocamos la sabiduría, la fuerza, el valor, la belleza, el honor…y al imbuirnos dentro de esos arquetipos, dentro de sus esencias sagradas, tomamos lo que ellos son, asemejándonos y interactuando con ellos; formando parte también de su divinidad.

Nuestro concepto de dios no es una noción individual e intimista del mismo (el dios personal), sino que la divinidad se da a conocer al hombre en el conjunto de los hechos y fenómenos del mundo.

Siguiendo las teorías del antropólogo francés Georges Dumézil (9), la característica fundamental de los dioses indoeuropeos es que éstos parten de una división funcional tripartita: la función soberana, la función guerrera y la productiva. Cada dios o diosa esta comprendido en una de estas tres funciones jerarquizadas (en ocasiones en varias a la vez), con las naturalezas típicas de cada una de ellas: así los dioses de la primera función serán dioses soberanos, padres y madres de otros dioses, jueces y sabios; los de la segunda función eminentemente guerreros, dioses del valor y el combate; y los de la tercera dioses y diosas destinados a la reproducción, la magia, la fertilidad y la prosperidad. De la correcta disposición de este orden jerárquico, depende no solo la armonía del mundo de los dioses, sino también el de lo humanos.

Somos politeístas porque el mundo es también plural y diverso; por que caben varias interpretaciones de lo manifestado, y por que conviven la variedad de las cosas, de los hombres, las ideas y creencias en un mismo universo. Un dios único siempre querrá un pueblo único, con un único pensamiento y una sola ley de cumplimiento universal. La relación con nuestros dioses rompe las cadenas de la tiranía del monoteísmo, de la unicidad, con su total subordinación ante un dios omnipotente, incompresible y por lo tanto extraño para el hombre.

pa.

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